De cuando rezo el rosario (VIII) Angustia de muerte
“La muerte es parte de la vida, de siempre se ha sabido pero, aunque pocos reflexionan sobre su propia muerte, el hecho de que moriremos deberá ser personalmente enfrentado tarde o temprano. Yo digo que mejor temprano que tarde porque lo razonable sería enfrentarlo habiendo ofrecido a Dios total adhesión y obediencia ya que, por ser Creador y Dueño nuestro, sabrá cómo mejor responder a nuestras preguntas sobre el sentido de nuestra existencia y del para qué morimos”.
Una angustia se me presentó ayer en el preciso momento en que disponía a rezar los misterios gozosos; no es para menos ya que, en muchos aspectos y por largo tiempo (más de lo que quisiera) existe en mi vida mucha dificultad.
En estado de alerta, supliqué a María me alcanzara la gracia para retornar a lo esencial y para que, lo accidental, se disipara como la neblina.
De seguido y, aunque todavía atemorizada, me entregué del todo a rezar.
El primer misterio me sirvió para entender que, pese a cualquier anuncio de asuntos que prometen una existencia complicada, a la larga y como quien a ciegas lo hace, fiarse total y absolutamente de Dios rinde frutos dignos de ángeles y santos.
El segundo misterio me hizo comprender que, pese a lo complicada que podría ser nuestra vida, es razonable salir al encuentro de quien más lo necesita, tal como María salió hacia Isabel, rinde frutos por los que el Señor se regocija y hacen bien al alma.
En el tercer misterio comprendí que, pese a lo que diga cualquiera, es razonable aceptar el hecho de que Dios se haya comprometido con nosotros en vínculo de parentesco con el que más tarde nos mostrará cómo llevar el amor filial hasta las últimas consecuencias.
Siendo que el Altísimo se ha rebajado hasta ponerse bajo nuestro cuidado como un niño de brazos, lo razonable es cumplir con El cumpliendo con nuestro deber para con la Ley de Dios; tal como María quien, al presentar al Niño en el templo, cumplió con el suyo.
Podría suceder (de hecho sucede con frecuencia) que, en todo esto de haber aceptado aquél anuncio y apenas sin darnos cuenta, se nos perdiera el Niño al que, como sería nuestro deber, buscaríamos angustiados solo para caer (una y otra vez) en la cuenta de que, con seguridad, siempre será fácil hallarlo en el templo ocupado en los asuntos de su Padre mientras nos espera para regresar juntos a casa.
Meditando en estas cosas recé mi rosario el que, dicho sea de paso, considero un deber filial para con mi Señora quien, para mayor gloria de Dios, se encarga de administrar mi rosario como parte de lo que soy y tengo a favor de quien más lo necesita.
Siendo que recé de este modo, al terminar, ya ni recordaba a qué venía del principio aquella angustia de muerte.
Sea a Dios toda la gloria!

Aunque lo he buscado, no he sido regalada con un director espiritual por lo que, de vez en vez, me comunico con un santo sacerdote que, muy sensatamente me responde lo que puede ya que a la distancia y sin conocer lo suficiente, sería irresponsable decir algo más.
Pues, les decía que la hora del rosario, a veces, me toma por sorpresa que siempre termina en un momento de gracia el que, por cierto, mucho me recuerda la hora de la siesta.
Viene a ser como la que sufrió el cireneo cuando fue elegido de entre la multitud para cargar la cruz.
Algunos cambios llegan a ser perceptibles a largo plazo y otros, casi de inmediato, como la necesidad imperiosa de rezarlo y, además, de hacerlo como un servicio a las almas que están al cuidado de María quien las ama mucho más y mejor que yo.