De cuando rezo el rosario (IX) Te traigo mi corazón

Madre querida:

Hoy me espera un día entretenido pero también agotador haciendo tamales para Navidad con mi hermana.
Coindice con el día en que renovaré mi compromiso contigo y también con las vísperas de tu fiesta como Madre Inmaculada y el día de ordenación del padre Alexander, mi párroco.
Tamales, consagración, día de ordenación… esta lista más parece la receta de los tamales de abuela.
Te has fijado que montón de cosas tan diferentes les ponía pero, a la vez, tan ricos que saben?
Y ni qué decir que los haga mi hermana, con tan buena cuchara que tiene. La cuchara de abuela.
Es una maravilla y una bendición.

Bien, pero no estoy aquí para hablar de tamales sino para agradecerte, todavía conmovida, porque ayer, justo cuando dije: “Dios te salve, María; hija de Dios Padre”, me quedó tan claro que, al igual que tú, soy hija y que, bien podría haber Dios haberse encarnado solo por rescatarme; tal como si fuera su única hijita descarriada. Su ovejita perdida.
Dios bien pudo haber hecho todo esto solo por mí.

Es algo muy, pero muy grande, esa certeza; de un alcance que nunca seré capaz de comprender mientras viva.

No recuerdo bien para cuándo fue que, años atrás, tuve también la certeza de que, mientras no arreglara mis asuntos con el Padre, no sería la persona que creó para que viviera en santidad y plenitud. Tiempo atrás lo supe y, desde entonces, casi sin darme cuenta, he sido cuidadosamente llevada en brazos y sanada hasta de las más graves heridas. Mi relación con el Padre ahora es la de un alma que se entrega confiada.

Padre, te confío mi alma.

Tan bonito que es tener salud del alma.
Tan bonito que sea el mismo Dios quien se encargue de ti.
Tan bonito es vivir la vida que, ni soñabas, tenía para ti desde que te pensó antes de que fueras concebida.
Llena de Gracia, Madre María.

Han sucedido muchas cosas desde que te di mi corazón y me diste el tuyo,
Ha sobrevenido mucho sufrimiento, tal como san Alfonso María de Ligorio lo anticipó y aunque me fueron dados grandes auxilios (ya sabes lo poquito que soy par sufrir), no puedo imaginar que pudiese haber otra forma de estar unidas en Jesús sino en lo que se padece por amor.

Madre Dolorosa, por quien me entrego a Jesús y en El, al mundo entero.
Por quien el rostro de mi Jesús querido, día a día, está más claro.
Más clara la relación entre ustedes y, por tanto, la mía con ambos y con cada uno.

Relación que no es menos cierta que la que tengo con algunas entrañables personas por internet ya que, por ejemplo, para platicar con ellos, abro el chat y, para hacerlo con ustedes, oro y rezo, pienso, reflexiono y medito delante de uno que, para los efectos, es estar delante de ambos y de todos los que componen la Trinidad santa.

Por lo que, es también estar delante de todos los santos y también de los ángeles, tal como en misa, donde estamos en Jesús, en conexión poderosísima.
Reina y Señora de todo lo creado! A quien Dios mismo le ha dado administra la gracia!

 
Madre querida:

En Jesús, por ti y como tú, soy hija; no seré madre ni tampoco esposa, pero soy hija.

Ha sido el lindo regalo que me das para el tercer aniversario de mi consagración.

Yo, te traigo de regalo (una vez más y siempre), mi corazón.

Deo omnis gloria!

 

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