La humildad del Calvario
No soy fanática de ninguno de los modos de hacer las cosas sino de la sinceridad y devoción con la que se hacen; por eso comulgo de pie y en la mano y, también de rodillas y en la boca.
Pero, una cosa diré, es que Dios tiene algo para darnos cuando comulgamos de rodillas y en la boca, sobre todo cuando nos cuesta decidirnos.
A mi me tomó cerca de un año, mientras la gracia me ayudaba a irme deshaciendo de respetos humanos: “la desaprobación de sacerdote” (en mi país algunos presbíteros desprecian a los laicos con esas preferencias, aunque se les ha ido quitando, gracias a Dios); “la desaprobación de miembros de la asamblea” (ya que muy pocos comulgan de esa forma en cualquier lugar; se comulga así en ciertos templos, pero no en todos), “el temor a la falta de higiene” (eso nunca falta y menos en pandemia pero, en pandemia comulgué de esa forma y no pasó nada), etc.
Mucha vuelta y excusa para no hacer lo que en conciencia consideraba de beneficio para mi alma; sin embargo, el Señor fue bueno y me esperó. Un día, sencillamente lo hice y, además ese día, sucedió el “milagro de los frijoles"; del que hablé en una entrada que titulé “Los frijoles del milagro“.
De haber sabido que me esperaba un milagro tan divertido!
En fin, Dios tiene algo más que unos frijoles milagrosos para darnos cuando nos rendimos; el bien que tiene para nosotros es “humildad".
Ese caer de rodillas al comulgar y abrir la boca a la mano de un extraño es como un acto de rendición que nos permite conocer de la humildad del Hijo en el calvario.
Nada más, pónganse de rodillas y verán.
Es de mucho bien estar dispuesto a recibir tantas experiencias como el Señor nos ofrezca para darnos humildad ya que nos abrirá la puerta del cielo.