InfoCatólica / Deo Omnis Gloria / Archivos para: Enero 2011

21.01.11

Viernes de verano

Ok, pues bien, parece que entró de lleno el verano así que basta de introspecciones propias del invierno.

De hoy en adelante y por un rato me dedicaré a comentar trivialidades como la de la chichota del tamaño de un aguacate que me salió tras el cocazo de madre que me di contra una tabla del techo de los bancales o como la mala noche que me ha dado un hato que esta noche se introdujo al jardín y que, junto a mis perros que se creen pastores, me ha robado la tranquilidad y el sueño.

Hoy es viernes y no es día de cosecha así que tendré bastante tiempo para dedicarle a otros asuntos, tal como ir al supermercado para reponer el kilo de queso que mi perra más vieja y mañosa se engulló anoche; también me dedicaré a quitar el árbol de navidad que si no lo hago -conociéndome- podría llegar marzo sin hacerlo.

Más la obligación no lo será todo, también me dedicaré a cosas más divertidas e interesantes como lo es la lectura del libro “Viaje de Jerusalén” del cual Bruno Moreno de Vita Brevis me ha pedido una reseña.

Tengo que organizarme porque quiero retomar mis frecuentes visitas a la piscina, así como sembrar un almácigo con las semillas de flores de la sierra que traje de Perú o como hacer el viaje a Santa Ana para comprar potes de cerámica para pintar y también planificar mis saliditas a la playa para el próximo mes.

Como ven, un viernes intenso me espera. Viernes de verano.

Tengan un hermoso fin de semana.

20.01.11

19.01.11

Es otro quien los puede contentar

Hablando sobre cuánta agua ha corrido bajo el puente, ayer me dieron la referencia a un documento en el que encontré los siguientes párrafos que llamaron profundamente mi atención:

El dirigirse a los otros libremente, el compartir un poco de sus vidas y el poner en común un poco de la nuestra, nos hace descubrir una cosa sublime y misteriosa.

Es el descubrimiento del hecho que precisamente porque les amamos, no somos nosotros quienes los contentaremos; y que ni la más perfecta sociedad, ni el organismo legalmente más firme y avisado, ni la riqueza más grande, ni la salud de hierro, ni la belleza más pura, ni la civilización más educada los podrá jamás contentar.

Es otro quien los puede contentar”.



La primera experiencia de algo similar la tuve cuando me ofrecí como voluntaria dentro de un proyecto del Cuerpo de Paz orientado a la atención de niños de escasos recursos en edad preescolar en el cual las mujeres fuimos entrenadas durante un año por una voluntaria de ese organismo para ser niñeras y tutoras de las criaturas de las demás mujeres de la comunidad.

La hija de mi madre, aquellas mujeres y sus hijos “pusimos en común nuestras vidas” y, ciertamente, ese fue el primer paso hacia el descubrimiento de “una cosa sublime y misteriosa…”

Recuerdo que las cuatro voluntarias asistimos al entrenamiento de los jueves por la tarde con una contentera que yo nunca había experimentado en mi misma ni en otras personas, pero recuerdo también la amargura de una madre que en la primera reunión luchó como una fiera por un puesto de liderazgo con la finalidad, más tarde lo supe, de conseguir una posición dentro de la comunidad.

Nadie allí nunca estuvo verdaderamente contento si no llegaba al grupo mediante un acto de “libre puesta en común de su vida”. Y, cosa curiosa que recuerdo ahora, siempre nos fue fácil a las voluntarias -porque llegamos a comentarlo- detectar quien estaba verdaderamente contento; yo siempre lo estuve y así, contenta, transcurrieron dos años en lo que constituyó mi primera experiencia de donación libre y desinteresada.

Muchas veces me han preguntado sobre cuál fue el momento determinante en mi camino de conversión y siempre respondí que fue el día en que elegí servirle a aquellos niños y a sus madres.

Tal respuesta me dejó siempre satisfecha, sin embargo, no es hasta hoy que comprendo qué era lo que me hacía estar contenta y era el que mi naturaleza me impulsaba a configurarme a Cristo y que al donarme líbremente –aún no vislumbrando claramente lo que encontraría al final del camino- llegué años más tarde a encontrarme con El.

Ese es el poder de la caridad, hoy lo he comprendido.

Hoy he comprendido que fue el Señor quien, valiéndose de mi naturaleza que le anhelaba, me estuvo seduciendo por largo tiempo con la finalidad de llegar a contentarme plenamente y que -de hecho- lo logró.


Una cosa más: hoy también comprendí que nada de lo que haga o diga podrá nunca contentar a nadie y eso, aunque parezca sin importancia, me ofrece una tremenda tranquilidad.

18.01.11

Amen

Tú conoces, Señor, mi corazón y todos mis pensamientos y, al acercarme a ti en oración, sabes de antemano mis luchas, mis debilidades e incluso lo que te voy a pedir y lo que necesito realmente.

Amado Jesús, más que cualquier otra cosa, te quiero a ti, quiero tu presencia, quiero tu amistad, tu compañía; enséñame a ser tu amigo y que cada uno de mis días sea iluminado por la seguridad de que estás conmigo por tu fidelidad.

Amen

Lo que yo digo es que, si un ateo, un evangélico fundamentalista, un mormon, Testigo de Jehová e incluso un católico-pone-objeciones-a-todo, tuviera la mínima idea del agua que ha debido de correr bajo el puente para que de un alma brote una plegaria de este tipo, sería porque ha conocido la Misericordia de Dios, pero no parece ser así, parece más bien que lo único que posee es su corazón endurecido y amargo que utiliza como mazo para machacar y humillar a los que han sido regalados con la gracia de Su compañía.

Para todos ellos, el agua seguirá corriendo bajo el puente, es inevitable, por lo mismo imploro al cielo que consigan ver en esta vida de su alma brotar como un torrente una plegaria así.

Eso imploro para ellos y para mi, no olvidar nunca cuánta agua ha debido correr bajo el puente.

Amen

17.01.11