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19.09.22

Sedientos de Dios

“El Señor azota al que por hijo acoge” Que el cristiano, pues, o bien se prepare para ser azotado o bien renuncie a ser acogido” De San Agustín, sobre los pastores

 

Me parece que debería salir de mi parroquia con mayor frecuencia porque me doy cuenta de cuán apropiadamente y con cariño celebran algunos sacerdotes la santa misa.

Así como, con palabras y acciones mostramos la hilacha cuando andamos en malos pasos, así los buenos pastores pueden ser reconocidos por sus frutos.

Esta semana en el Oficio de Lectura ha tocado San Agustín que pregunta: “¿Y cómo definir a los [pastores] que, por temor de escandalizar a aquellos a los que se dirigen, no sólo no los preparan para las tentaciones inminentes, sino que incluso les prometen la felicidad en este mundo, siendo así que Dios mismo no la prometió?”

Una felicidad que colma los sentidos, no es de Dios, aunque nos llegue como promesa de un pastor.

De un pastor deberían llegarnos cosas como: “El Señor, dice la Escritura, castiga a sus hijos preferidos” sean ellos débiles o robustos; por eso,[a los débiles] “ofréceles el alivio de la consolación, trata de vendar sus heridas. Di: «No temas, que no va a abandonarte en la prueba aquel en quien has creído. Fiel es Dios, y no permitirá él que la prueba supere sus fuerzas”

De felicidad, nada dice un buen pastor, te das cuenta? No te esconde nada de lo que eres o de lo que será porque tampoco esconde ante Dios nada de sí mismo o le huye a nada.

Por eso te digo que, cuando encuentres a un pastor que te promete felicidad aunque conozca que involucra pecado, ponlo en tu lista de oración pero, a la vez, aléjate.   

En estos tiempos en que nos hablan como queriéndonos dar a entender que Dios perdona todo y que todos iremos al cielo es cuando más atentos debemos estar y, lo más importante, conservar la gracia y mantener viva la sed de Dios. El Espíritu no dejará que te extravíes y, si sucediera, te hará regresar.  

Como dije al principio, debería salir con mayor frecuencia de mi parroquia por eso hoy desperté con ganas de asistir a misa al templo de El Carmen, en el centro de San José, donde celebró misa el padre Francisco Flores, me dicen que se llama.

Me encantó por muchas razones y también porque da la comunión de rodillas a muchas personas y porque reza un montón de oraciones después de la bendición, en cuenta a María santísima y al arcángel San Miguel; también, antes de salir le hace una reverencia a nuestra señora.

Mientras el padre Francisco estaba dando la homilía y yo notando que se había extendido más allá de lo que estoy acostumbrada, me sorprendí al darme cuenta con cuanta paciencia y atención lo miraban.

Fue cuando pensé que, probablemente, la homilía de un buen pastor fuera tal vez el único momento de la semana en que las personas estarían escuchando de viva voz hablar de Dios; podría ser que fuera lo único que escucharan entre domingo y domingo que sacan, tal vez de su único día libre, para dedicar a su dueño y señor aquellos minutos.

Quedé muy conmovida al pensar de que relación tan bonita establece Dios entre un buen pastor y la asamblea, tan significativa que evoca la que podrían haber tenido aquellos oyentes que seguían a Jesús, sedientos de Dios.

Con razón se quedaban horas y horas a su lado, como si no pasará el tiempo.

 

 

6.09.22

"Todo esto es muy santo!"

“Muchísimos fieles aspiran a integrarse en el culto divino participando de la celebración que se cumple en la Iglesia; no van a ella para sentirse feliz o mejor, sino para comunicarse con el Misterio Divino”

Monseñor Aguer, en su artículo “Formalismo litúrgico?

 

El domingo pasado resolví ir a la misa de la catedral para recordar cómo es ser católico y, para mayor bendición, celebró el querido padre Munguía. Victor Hugo Munguía, para ser precisos. 

El padre fue mi profesor de Sagrada Escritura y, como decimos en nuestro país, es una “eminencia”; me atrevo a decir que, lo que tiene de persona instruida, lo tiene de humildad y, cuidado, sino hasta más.

No cabía en mí de la emoción. Me había sentado en la primera fila sin saber quién celebraría ya que, de todas formas no era importante. Me había dejado llegar hasta la Catedral Metropolitana a misa de 9 am buscando recordar los “signos de identidad católica” que tanto extraño, no para “sentirme feliz o mejor” sino porque ayudan a mi pequeña cabecita a entrar en la dimensión del Misterio Divino. 

A veces, según suceda, no todas las parroquias lo facilitan. Cosas de la vida, y de mi parroquia, a la que tanto quiero.

Conozco allí personas que consideran inútil el incienso, las vestimentas, la cruz alta, las velas, las procesiones, los responsorios cantados y toda esa riqueza que nos habla de Dios; no tengo idea de por qué y, aunque se los preguntara, no creo que sabrían responder. 

Todos esos signos, según los recuerdo desde niña, han sido para mi algo vital ya que, como enseña la Iglesia, de lo que  realizan deriva gracia y por eso al alma la consume el deseo de Dios. Imposible para mi entender por qué alguien les restaría importancia, pero sucede. 

La cosa es que, amaneció el domingo y me fui a la ventana donde digo mis oraciones. Es mi lugar preferido y, como prometía un día brillante, no de “onda tropical” como es lo usual por estos meses, sentí la inspiración de ir a misa a San José. Lo pensé un poco y la que me quedaba perfecto para llegar con tiempo era a la Catedral. Así que me alisté, corriendo y me fui.

El padre Munguía incensó el altar y, para cuando llegó al acto penitencial dijo “Todo esto es muy santo” aquellas palabras retumbaron como las del Sinaí; seguido, hizo una pausa y  con la mayor dulzura y clemencia continuó diciendo: “y nosotros pecadores…” 

Al decirlo supe que aquél era el lugar donde debía estar.  

La misa transcurrió normalmente, al modo en que celebra el padre -que no es nada normal- ya que, como dijo un amigo: “El padre celebra de modo que nos descorre un poquito el velo que cubre el cielo”.

Y es que, el mismo ya está ahí, eso parece. 

Ya cumplí 75”, me dijo en el ratito que pasé a saludarlo después de misa

Todos necesitamos celebrar misa de forma como enseña la Iglesia porque es la manera en que Cristo, como en otro tiempo, realiza el milagro de dar salud. 

Es tan cierto lo que digo que, observen la diferencia entre un presbítero que celebra a la “chambonada” de uno que celebra con dignidad; pero, también observen en ustedes mismos lo que sucede cuando asisten a misa con gran devoción o cuando lo hacen de forma distraída o con desinterés.

No solo es fácil notar una gran diferencia de un sacerdote a otro sino que será muy diferente cada comunidad.

Por cierto, y por eso es que anduve buscando los signos el pasado domingo: existen muchos pobres sacerdotes que se pierden de conservar (o adquirir salud que quizá hayan perdido) debido a su desidia hacia la Liturgia.

La desidia, es falta de ganas, de interés o de cuidado al hacer una cosa. Por eso sabemos que es pecado. Algunos sacerdotes se pierden esa gracia pero también nosotros, por la misma razón.

“Todo esto muy santo!”

Que Dios nos perdone!