Dosis de realidad

Prestar atención a mi persona “en acción” es de lo más difícil para mí ya que soy obsesiva y, como es obvio, ando de continuo adelantándome a los acontecimientos; sin embargo, de vez en cuando, tengo períodos durante los cuales consigo prestarme atención y es, sencillamente, maravilloso. El “mismitico” cielo.

Estoy en uno de eso períodos y caigo en la cuenta de que es en ellos cuando recibo del Señor las mejores dosis de realidad que se puedan recibir.

Ayer, por ejemplo, fue un día complicado con mi padre anciano. Tenerlo bajo mi cuidado me encanta en cuanto es provocación que pone en juego toda mi persona. A veces consigo atender a la provocación, a veces no. A veces, sencillamente, el ego me consume y me comporto como una niña a quien no le gusta el regalo que le han dado para Navidad.

Como les digo, ayer fue un día “de esos”; sin embargo, estuve un poco más atenta por lo que recibí uno de esos regalos espectaculares.

Les cuento de qué va la cosa:

Mientras, muy frustrada dejé a mi padre en el médico para que lo atendieran, debí salir a buscar un cajero automático y un lugar donde comprar una tarjeta de recargo para mi teléfono móvil ya que en las prisas de la mañana olvidé recargarlo. Todo esto debí hacerlo no solo revuelta como estaba en mis sentimientos sino debajo de un torrencial aguacero, lo cual detesto, ya que me resulta muy desagradable andar con los pies y ruedos de los pantalones empapados. Pero así fue, esa fue la realidad de la tarde de ayer a la que debí lanzarme con mirada atenta.

Efectivamente, conseguí el “efectivo” que necesitaba, también mi tarjeta de recargo y hasta un cafecito Britt para llevar, cuando me lancé de nuevo a la calle de regreso al consultorio donde había dejado a mi padre.

Caminando concentrada por la acera giré a la izquierda para hacerlo y fue cuando noté que estaba justo al frente de la entrada de emergencias del Hospital Nacional de Niños en donde trabaja mi buena amiga y pediatra Judith Abellán. Una mujer quien, además de encantadora, es católica a más no poder y encima médico de emergencias dedicada ocho o más horas al día a los niños y sus padres que ingresan al hospital colmados de dolor y preocupaciones para ponerse confiadamente en sus manos.

Crucé la calle y me dije: “Cielos!. Judith no me perdonaría, ni yo tampoco, el no pasar a saludarla como le dije que alguna vez lo haría”.

Así que me dispuse a entrar a Emergencias y no más llegué a la puerta saltó sobre mí un oficial femenino ofreciéndome asistencia. En eso, recordé que Judith me había dicho que antes de llegar la llamara para autorizarme a ingresar. Como tenía al oficial ante mí (era alta y aunque con una sonrisa encantadora, era, finalmente un oficial), tomé la decisión de obviar la instrucción de Judith y, simplemente pregunté por ella. La oficial me señaló sin mayor objeción el final del pasillo hacia donde me dirigí.

Me encontré con Judith sentada al lado de la cama de uno de sus pacientes. Cuando me vio sonrió y saltó de la silla para venir a saludarme. Lo cual me hizo sentir muy contenta.

Nos quedamos hablando tamaño rato con pequeñas interrupciones en las que se dirigía a sus pacientes y a sus padres y fue así como mi inteligencia y mi libertad constataron no solo la intensidad emocional y la exigencia de su vocación sino también la magnitud de humanidad que le exige la realidad que tiene ante sus narices, lo cual me dejó estupefacta, conmovida, agradecida, a punto de verter lágrimas.

Una buena dosis de realidad me fue ofrecida. Un hermoso y sobrecogedor don del Señor la tarde del día de ayer que permanecerá por largo tiempo en mi memoria y al cual podré recurrir todas aquellas veces que olvide de nuevo prestar atención.

En las que olvide prestar atención al Señor.



En la fotografía la ven con un religioso quien me dijó visitó el hospital ese día y que resultó ser alguien (disculpa Judith, olvidé su nombre) que vive en el lugar donde se custodia las reliquias del Padre Pío de quien es ella una gran devota. Ese día, fue para ella su visita, un regalo del cielo.

3 comentarios

  
Diego
"Tenerlo bajo mi cuidado me encanta en cuanto es provocación que pone en juego toda mi persona. A veces consigo atender a la provocación, a veces no. A veces, sencillamente, el ego me consume y me comporto como una niña a quien no le gusta el regalo que le han dado para Navidad."

Dios te bendiga Maricruz.
Y enhorabuena porque santas en vida son difíciles de encontrar hoy en dia y tu amiga médico tiene todas las papeletas de serlo.

Por cierto, si te sirve de algo, el fraile probablemente sea capuchino.

Paz y Bien.
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No creo que le guste que le digan santa, por eso la llamo simplemente por su nombre de pila :)

Hablando en serio, después de escribir este post, he venido pensando lo bueno sería que fuéramos capaces de ver nada más que la virtud en las personas. Entraríamos sin reservas en todo tipo de relaciones y entonces, si, que seríamos muchísimo más como Jesús.

A Judith le ayuda no solo que es médico pediatra pero también que es católica y además que al tratar personas claramente expuestas totalmente en su fragilidad, su mente y su corazón con ayuda de la Gracia la mueven inmediatamente a compasión, como se supondría reaccionáramos los demás ante cualquier alma que se nos pusiera por delante. El caso es que, en mucho, si no somos santos es porque los demás no nos mueven a compasión. Habría que pedir esa gracia pero sobre todo detenernos en el ajetreo diario para mirar a los demás como hemos sido mirados.
25/11/11 9:48 AM
  
Hesse
El señor de la foto, creo que es el mismísimo Guardían del Convento de la Ciudad de San Giovanni:
Fray Carlo María Laborde.
A no ser que se le parezca mucho.

Con un poco de interés y buena voluntad, se puede encontrar la información en google.
Un saludo fraterno.


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Lo es, acabo de verificarlo en google. :)
Gracias,
25/11/11 12:05 PM
  
Gaby
"Casualmente" el Evangelio de hoy hablaba de que "el Reino de Dios está cerca". ¿A que si?

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Parece que si :)
26/11/11 3:01 AM

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