Imposible jalarle más duro el rabo a la chancha

Cuando observo las fotografías de las chicas lesbianas besándose ante la Catedral de Lima (de mi Lima querida, de esa Catedral portentosa), cuando las miro –decía- me quedo pensando en lo que uno de esos besos implica para la vida de cada una de esas muchachas; pienso también en que –como sucedía hace algunas décadas- ser socialista por estas tierras era una moda y todo el que se preciaba de ser universitario lo era tanto como se precian estas muchachas hoy día de ser “evolucionadas”.

La cosa es que, el tiempo que habrá de transcurrir entre ese momento de “gloriosa” provocación ante la Catedral y el día que deban dejar este mundo nadie, ni siquiera ellas saben cuánto será, ni de qué calidad, ni cuál será su desenlace, más elijen –como eligieron los izquierdistas de otrora- ponerle un sello al tiempo en el atrio de la Catedral con un beso como quien marca su cuerpo con un tatuaje: para siempre y, como si ese “para siempre” del beso (o del tatuaje) que tanto estiman, fuera eterno.

Claro, y no habrá forma de convencerlas de que en el instante de un beso no se resuelve la existencia, ni la suya, ni la nuestra, la de nadie; porque lo que resuelve la existencia es, precisamente, lo que hay entre “beso #1” y “beso #2”, es decir: la disponibilidad para aprender.

Disponibilidad que implica dejarse sorprender por lo que el corazón verdaderamente clama; porque es mentira que el corazón clama por el tris que dura un beso, más… cómo podrían estas chicas enterarse si se aferran a los instantes en lugar de correr libremente tras la plenitud de vida que hay entre ellos?

Pues nada, que no habrá forma de que aprendan, tal y como no han aprendido lo socialistas -ni aprenderán- mientras unos y otras eviten mirar de frente las exigencias de justicia, verdad, bondad, belleza por las que clama su corazón.

Vaya, que –imposible- “jalarle más duro el rabo a chancha”, que –mejor- rezar por ellas, por ellos, por nosotros, por todos.

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