Vuvuzela filo-lefebvrista
El mundial de México ‘86 pasó a la historia por la invención de la «ola»: oooolé. El de Sudáfrica ‘10 por el comienzo —y quiera el Cielo que fin— del uso masivo de las vuvuzelas en los estadios.
Ya sabéis, esos artilugios conoides con lengüeta que emitían un sonido desagradable y que en conjunción con otros de la misma especie eran realmente molestos.
Pues con todo, no fue lo que más me fastidió del fenómeno, fueron otros dos aspectos:
- Que no pudiese ‘mandar’ callar al ejército de niños que me acompañaban en los partidos. Antes de terminar la frase, los no futboleros interrumpían: «¿callar?, para oir ¿qué?»
- Me perdía los diez primeros minutos fascinado, absorto buscando la lógica. Miles de personas que podían haberse quedado en casa, o no acudir al estadio, o cualquier alternativa más cómoda que pasar 105 minutos congeladitos, deciden ir a pasar el rato soplando.
Con la primera entrega de don José María Iraburu sobre el filo-lefebvrismo me ha pasado lo mismo. Se me fue la cabeza a las vuvuzelas.
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