Escandalazo del Cardenal Sarah
Mañana del 4 de agosto. La Iglesia universal celebra hoy a san Juan María Vianney, patrón de los párrocos, y, permítanme, muy especialmente de los párrocos rurales. Un lenguaje de vida que hoy nos llevaría a decir, como a los discípulos ante las enseñanzas de Jesús, eso de: “!¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?”
Acostumbrados como estamos a un lenguaje light, a lugares comunes y tópicos para justificar una fe que hemos perdido, que un sacerdote hable de llegar al cielo, confiese horas y horas y se pase el día entre mortificaciones, oración, pobreza y confesionario, es todo un escándalo, como lo fue para los curas de los pueblos de alrededor, que no entendían cómo la gente iba a Ars mientras ellos languidecían en unas parroquias moribundas. Así respondía san Juan María Vianney: “¿cuantas horas pasáis en oración, cuántos días ayunáis, dormís en cama o en el suelo? Entonces, ¿qué queréis?

El pasado mes de marzo despedimos al que fue nuncio en España desde octubre de 2019 hasta marzo de este presente año. Un buen nuncio al que se le pusieron palos en las ruedas sobre todo al imponerle una famosa comisión de ayuda al nuncio, que acabó convirtiéndose en grupo de presión y puenteo. Pero sí, un muy buen nuncio a pesar de esos pesares, hondos pesares.
Permítanme que comience este post agradeciendo a dos buenos amigos, Specola de Roma y Paco Pepe Fernández de la Cigoña sus amabilidades y referencias a un servidor. Que dos auténticos influencers desde hace años reconozcan la labor de un servidor me llena, como diría un conocidísmo personaje de la vida española, “de orgullo y satisfacción". Paco Pepe es, sin duda, el gran referente de la información y la opinión sobre la Iglesia, con millones y millones de visitantes a sus páginas. Specola son años de escribir su crónica diaria ofreciéndonos una información vaticana de primerísimo orden. Suelo decir que lo que no conoce Specola es porque, directamente, no ha sucedido. Un servidor algo va haciendo.
Decía ayer a mis feligreses que la Iglesia es la única organización que tras constatar desde hace de cincuenta años su cuenta de resultados y comprobar que no hace más que perder clientes especialmente en zonas donde casi gozaba del monopolio, en lugar de reconocer humildemente que se ha fallado y de una manera estrepitosa, que las cosas no se debieron hacer bien, sigue, en muchos ámbitos con lo mismo de siempre, y además en aumento.





