Hoy 35 años de sacerdote. La culpa fue de la tía Flora
La tía Flora (1906 - 1992) era hermana de mi madre. Casada con el tío Máximo, hombre cariñoso y bueno donde los haya, no tuvieron hijos.
La tía Flora, piadosa, rezadora, de fe, de iglesia, siempre tuvo la ilusión de un sobrino sacerdote. Así que a rezar por esa intención. Diez sobrinos tuvo, cinco chicos y cinco chicas. Servidor, el pequeño. Pero pasaban los años, los chicos mayores se iban echando novia y casando y yo, el pequeño, aunque siempre fui practicante de mi fe, de misa dominical y confesion frecuente, no parecía que pudiera ir por ese camino. Había empezado la universidad y los domingos -entonces era los domingos- acudía a la discoteca con los amigos para estar con las chicas y echar unos bailes.


Pues digo yo que fuera de urgencias como enfermos o catástrofes naturales o humanitarias, qué idea tendrán nuestros feligreses de lo que puede ser un horario prudente de atender el teléfono. Parto, lo he dicho muchas veces, que servidor no apaga el teléfono ni para celebrar misa. En ese caso queda en silencio pero luego se mira por si hay alguna urgencia. Pero… nuestros feligreses son como son y la medida del tiempo no la tienen tomada exactamente. Se les ocurre preguntar algo al señor cura… ¡y ahí te va! ¿La hora? No parece importante.
Dios hace las cosas como quiere. Al igual que el pasado año, los coordinadores de los turnos de adoración en la capilla de la adoración perpetua, gente con su fe justita como un servidor, comienzan a ponerse nerviosos en estos días. Que si uno me dice que va a cenar fuera, que si otro no estará en Madrid, que es que parece que Fulanito este año nos falla… Total, que por qué no somos sensatos alguna vez en nuestra vida y nos planteamos cerrar unas horas la capilla en nochebuena al menos.