Siento meterme un poquito con algunos obispos
A los curas, como a los obispos, nos cuesta mucho trabajo decir no. Lo más sencillo es dejar que la gente haga, que los curas hagan, dar palmadas en la espalda, todos buenos y nunca pasa nada. A los obispos, como a los curas, lo que nos resulta más sencillo es animar, alentar, repartir sonrisas, todo bien, ánimo, porque esto nos lleva a ser considerados por la gente como pastores buenos, simpáticos, agradables, comprensivos y todas esas cosas.

No está nada clara la cosa. Uno no sabe muy bien si la prudencia no pueda disfrazar la pusilanimidad, o si la cobardía y el temor no santo preferimos disfrazarlas de prudencia evangélica. O si la que llamamos prudencia no es más que pura comodidad y ganas de no complicarnos la vida.

Malas cosa es que los mismos sacerdotes nos apuntemos al caballo siempre perdedor. Mal negocio partir de la derrota. Mal asunto el de la resignación y la bajada de exigencias. Malo porque es partir ya de la aceptación del fracaso como algo del todo inevitable.





