Misa de pollito
Siendo un servidor párroco de Guadalix de la Sierra y Navalafuente, nochebuena suponía una evidente incompatibilidad en el horario de la misa. Imposible la bilocación para la misa del gallo, así que celebraba misa del gallo en Guadalix a las doce de la noche, muchos más habitantes y con importante tradición de celebrar y cantar la nochebuena, y en Navalafuente, a las 20 h., la que de forma simpática yo llamaba “misa de pollito”. No se podía hacer otra cosa.
La misa del gallo tiene una gran tradición en España. Tras la cena, las familias acuden al templo parroquial para celebrar con la misa y los villancicos el nacimiento del hijo de Dios. Es una forma tradicional de hacernos ver que estamos no en una fiesta más, sino en la noche de la nochebuena, en el inicio de nuestra fe, en el nacimiento de nuestro salvador. Las personas necesitamos gestos, signos. Más que necesitar, es que vivimos de ellos, y mantener la misa del gallo, aunque vaya poca gente, es señalar al mundo que la noche de la nochebuena no es una noche más.

Me preguntan por Rafaela. Que si estará enferma. La verdad es que lo que está es harta de coronavirus, de historias, de componendas y tomaduras de pelo. El problema es que cuando se harta, se calla, así que la hartura debe ser mucha.
Distingamos, que diría un escolástico, entre pobreza personal voluntaria y pobreza institucional. La pobreza voluntaria, especialmente cuando es por el Reino de los cielos, es don de Dios y signo del Reino que vendrá. La austeridad personal por bien de los pobres es caridad cristiana. Aclarado esto, la pobreza de las instituciones, de la Iglesia en concreto, a modo de ver de un servidor, es una tristeza y una desgracia.
O al menos algunos, con la presidenta, Meritxell Batet, a la cabeza.
En Braojos estamos haciendo este año la novena a la Inmaculada que culminará el próximo lunes, día 7, con el rezo del día noveno y una solemne eucaristía de vigilia. Ayer viernes, cuando llegué a Braojos después de haber celebrado misa en Piñuécar, nevaba con ganas y la temperatura era la que se pueden imaginar. A las siete de la tarde, que es cuando comenzamos el rosario y la novena, que acabamos cada día con la santa misa, no apetecía para nada salir de casa, y menos pensando que nuestra iglesia estaría fresquita.





