No es el cómo, es el qué
Se nos van los días y los años en reuniones tan tediosas como inútiles pero que seguimos manteniendo porque no se nos ocurren otras cosas. La mayor parte de estas reuniones son un poner en común lo que hacemos, básicamente echarnos flores y contar nuestras respectivas ocurencias tan ocurrentes, y tal vez apuntar alguna sugerente posibilidad por supuesto desde el absolutísimo respeto a cada cual, sabiendo que, mientras no te signifiques por la liturgia tradicional, ancha es Castilla.
Estas reuniones no salen del cómo: cómo organizar la catequesis, horarios de misas, despachos, Cáritas, papeles, cuentas. No queda más remedio. Hay que dialogar sobre cómo llevar las parroquias, ponerse de acuerdo en requisitos para sacramentos, la JMJ de Lisboa. Perfecto. Pero sigo.
¿Y con todo esto, de verdad, pero de verdad, qué es lo que queremos conseguir?
Estar cerca de la gente, que los jóvenes se animen, ayudar a reflexionar a los matrimonios, que los niños acudan a misa, atender a los posibles usuarios de Cáritas.
¿Y nada más? Y nada menos, me podrían decir.

Fui religioso agustino, lo saben. Dejé la orden porque desde mi ordenación prebiteral estuve destinado en parroquias de agustinos, y poco a poco me fui incorporando a la vida diocesana como arcipreste y miembro del consejo presbiteral y del consejo pastoral diocesano. Me sentí tan bien en la diócesis que pedí incorporarme a ella.
Ayer, solemnidad de la Ascensión, ya ven por dónde se me ocurrió hablar del cielo. Cosas mías.





