De los sufragios a las misas homenaje
Ayer lo he vuelto a escuchar. Falleció José María Iñigo y ya tenemos a algún sacerdote más bueno, evidentemente que los demás, proclamando “santo súbito”. Mejor, no “santo súbito”, sino “ya es santo”. Porque si el clérigo en cuestión afirma tajantemente que el finado ya está en el cielo, es lo que está diciendo: que ya es santo.
Eso, tan bueno, tan consolador, tan amable, tan maravilloso y tan memo, se parece a la doctrina de la Iglesia no como un huevo a una castaña, que algo de semejanza se podría encontrar, sino como un huevo a las tres pirámides de Egipto. Podría vales la comparación si entendemos castaña en su acepción de “cosa aburrida, fastidiosa o de mala calidad”. Porque afirmar de cualquiera que se ha muerto que ya está en el cielo, es una castaña teológica, usease, una m. pinchada en un palo, que siendo servidor niño era lo más bajo que se podía caer.

Estamos en proceso de ordenación y catalogación del extraordinario archivo parroquial de Braojos, y, entre otras cosas, ha aparecido un curioso cuadernillo, fechado en 1946, y en el que bajo el título de “Diario costumbrero de la parroquia de San Vicente Mártir de Braojos de la Sierra”, el párroco de entonces realiza una descripción de usos y costumbres religiosas e incluso algunas civiles, de su pueblo.
Me es obligado. En su día mostré mi
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que no permanece en mí no da fruto y va al fuego. Serio esto.