5.12.14

El cardenal Scola señala dos cosas fundamentales

El cardenal y arzobispo de Milán, S.E.R Angelo Scola, ha concedido una importante entrevista al Corriere della Sera, uno de los principales periódicos italianos. Como cabía esperar, el reciente sínodo extraordinario sobre la familia ha sido el tema más tratado .

Aunque obviamente el titular que damos la mayoría de los medios de información religiosa está centrado en lo que dice acerca de la postura del Papa sobre las tesis del cardenal Kasper acerca de los divorciados vueltos a casar, cabe señalar dos aspectos que me parecen esenciales. El cardenal italiano, tras afirmar que no está de acuerdo con lo que propone el purpurado alemán, añade:

Ciertamente, la posición del magisterio me ha parecido, decididamente, la más seguida en las relaciones de los «círculos menores».

Llama muchísimo la atención que el cardenal reconozca que había dos posturas en el Sínodo. Una, la del magisterio. Otra, obviamente, no es la de dicho magisterio. Eso, por sí solo, lleva a preguntarse cómo es siquiera posible que haya cardenales y obispos que sostienen unas tesis que no son acorden con la enseñanza de la Iglesia sobre esta materia. ¿Y qué es lo que dice el magisterio? Esto:

En unión con el Sínodo exhorto vivamente a los pastores y a toda la comunidad de los fieles para que ayuden a los divorciados, procurando con solícita caridad que no se consideren separados de la Iglesia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, participar en su vida. Se les exhorte a escuchar la Palabra de Dios, a frecuentar el sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a incrementar las obras de caridad y las iniciativas de la comunidad en favor de la justicia, a educar a los hijos en la fe cristiana, a cultivar el espíritu y las obras de penitencia para implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios. La Iglesia rece por ellos, los anime, se presente como madre misericordiosa y así los sostenga en la fe y en la esperanza.

La Iglesia, no obstante, fundándose en la Sagrada Escritura reafirma su práxis de no admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se casan otra vez. Son ellos los que no pueden ser admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio.

San Juan Pablo II, exhortación apostólica Familiaris Consortio, 84

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3.12.14

Buen servicio de HO a la causa política provida y profamilia en España

Hazte Oir prestó ayer un servicio inmejorable a la causa provida y profamilia en España desde el punto de vista de la acción política. Siendo una organización cívica que, en razón de ello, no tiene intención de presentarse a ninguna elección, ha entendido que es necesario que toda esa actividad en favor del derecho a vivir, de la institución familiar y de una educación que tenga como referente a los padres, acaba siendo defendida en las instituciones parlamentarias de este país, que es de donde emanan las leyes que pueden amparar y fomentar esos derechos. Manifestarse en la calle está muy bien pero si eso no se traduce en votos, nada cambiará.

En la tertulia (que pueden ver en este enlace), participaron representantes de Alernativa Española, Comunión Tradicionalista Carlista, Partido Familia y Vida y VOX. Los tres primeros fueron en una coalición (Impulso Social) a las últimas elecciones europeas, obteniendo unos exiguos resultados. VOX se quedó cerca de obtener un diputado, pero ese partido acaba de refundarse -como dijo Fernando Paz ayer- y por lo tanto, aunque seguramente es más conocido que el resto de siglas allí presentes, está por ver cuál podría ser el apoyo electoral que tendría presentándose de nuevo en solitario.

No creo necesario dar mi opinión sobre los temas debatidos. Llevo muchos años defendiendo la necesidad de que los principios no negociables apuntados por Benedicto XVI en su exhortación apostólica Sacramentum Caritatis (ver punto 83), tengan una presencia real y efectiva en la vida pública española, lo cual incluye la realidad política. Como varios obispos españoles se han encargado de recordar recientemente, no hay una sola formación política con presencia parlamentaria que defienda dichos principios. Muy al contrario, todas ellas los combaten. 

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2.12.14

Todavía quedan luteranos cristianos en Finlandia

El 75% de la población de los finlandeses son luteranos, y de ellos la inmensa mayoría pertenece a la “Iglesia Nacional Luterana de Finlandia” que es una de las dos “iglesias” (*) oficiales de dicha nación báltica. La otra es la Iglesia ortodoxa en Finlandia, a la que pertenece un 1,1% de los ciudadanos fineses. Ambas reciben la financiación del estado vía impuestos. De hecho, es obligado para los fieles de esas iglesias el pagar el impuesto religioso, de forma que si no quieren hacerlo, tienen que darse de baja de las mismas. Eso, dicho sea de paso, ocurre también en Alemania con católicos y luteranos, lo cual es un problema no pequeño para la Iglesia Católica allá, vista la secularización interna que padece.

Eso quiere decir que cuatro millones de finlandeses pertenecen nominalmente a comunidades eclesiales que profesan el cristianismo según lo enseñó Martín Lutero. Ahora bien, según reconocen los propios pastores luteranos, apenas un dos por ciento de los finlandeses acude al culto dominical cada semana. Por tanto, podríamos hablar de un total de entre 80-100.000 luteranos practicantes en el país.

La semana pasada el parlamento finés aprobó la ley del “matrimonio” homosexual. Inmediatamente, el primado eclesial de los luteranos del país, Mari Mäkinen, arzobispo de Turku, se manifestó a favor de dicha ley. Y a raíz de semejantes declaraciones, al menos doce mil luteranos se han dado de baja, por ahora, de la “Iglesia” oficial.

Aunque supongo que no hay manera de saberlo, es altamente probable que la mayoría de esos doce mil provengan de los luteranos practicantes. Si tan solo diez mil lo fueran, tendríamos que alrededor del 10% de los luteranos practicantes le han dicho adiós con la mano a su “iglesia”. Y eso en apenas un fin de semana. 

¿Qué significa esto? Pues que muchos de los escasísimos cristianos que quedan en ese país no parecen dispuestos a estar al cuidado pastoral de un sujeto que nigunea miserablemente la Escritura. Y significa también que el luteranismo oficial está podrido hasta la médula, cosa que algunos llevamos diciendo desde hace años. No en vano quedan muy pocas cosas que los luteranos “oficialistas” de divesos países europeos no se atrevan a hacer. Por tener, tienen hasta obispas lesbianas con pareja.

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30.11.14

¿Quién consideraría legítima una reconciliación lograda a costa de la verdad?

La unidad de los cristianos es tan deseable, que Cristo pidió al Padre por ella. Por tanto, toda iniciativa dirigida a lograr dicha unidad es loable, siempre que tengamos en cuenta que no habrá unidad verdadera posible renunciando a la verdad. Esto no lo digo yo. Lo dijo San Juan Pablo II en su encíclica Ut unum sint:

18. Basándose en una idea que el mismo Papa Juan XXIII había expresado en la apertura del Concilio, 31 el Decreto sobre el ecumenismo menciona el modo de exponer la doctrina entre los elementos de la continua reforma. No se trata en este contexto de modificar el depósito de la fe, de cambiar el significado de los dogmas, de suprimir en ellos palabras esenciales, de adaptar la verdad a los gustos de una época, de quitar ciertos artículos del Credo con el falso pretexto de que ya no son comprensibles hoy. La unidad querida por Dios sólo se puede realizar en la adhesión común al contenido íntegro de la fe revelada. En materia de fe, una solución de compromiso está en contradicción con Dios que es la Verdad. En el Cuerpo de Cristo que es « camino, verdad y vida » (Jn 14, 6), ¿quién consideraría legítima una reconciliación lograda a costa de la verdad? La Declaración conciliar sobre la libertad religiosa Dignitatis humanae atribuye a la dignidad humana la búsqueda de la verdad, « sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia », y la adhesión a sus exigencias. Por tanto, un « estar juntos » que traicionase la verdad estaría en oposición con la naturaleza de Dios que ofrece su comunión, y con la exigencia de verdad que está en lo más profundo de cada corazón humano.

Dicho lo cual, el papa Francisco ha afirmado lo siguiente en Estambul (antigua Constantinopla) ante el Patriarca Bartolomé I:

La plena comunión no significa si sumisión ni absorción, sino acogida de todos los dones que Dios nos ha dado a cada uno… Para llegar a la meta deseada de la plena unidad, la Iglesia católica no pretende imponer condición alguna.

Ciertamente la fe católica no se puede imponer. El hombre es libre para aceptarla por gracia o puede rechazarla por su condición pecaminosa o por algún tipo de ignorancia invencible que puede disminuir e incluso anular su culpabilidad. Pero la verdad completa está y seguirá estando en el mismo lugar que siempre. Es decir, en el depósito de la fe que únicamente es guardado de forma completa por la Iglesia Católica. El resto de iglesias y comunidades eclesiales cristianas no lo custodian de forma íntegra. Es más, rechazan de forma abierta no pocos de sus puntos. En algunos casos, muchos.

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29.11.14

Demostremos que somos lo que creemos

No me cansaré de repetir que en la Liturgia de las Horas la Iglesia nos regala joyas de la sabiduría patrística, como es el caso del siguiente texto de San Cipriano de Cartago, mártir. Es de su Tratado sobre la muerte:

Nunca debemos olvidar que nosotros no hemos de cumplir nuestra propia voluntad, sino la de Dios, tal como el Señor nos mandó pedir en nuestra oración cotidiana. ¡Qué contrasentido y qué desviación es no someterse inmediatamente al imperio de la voluntad del Señor, cuando él nos llama para salir de este mundo! Nos resistimos y luchamos, somos conducidos a la presencia del Señor como unos siervos rebeldes, con tristeza y aflicción, y partimos de este mundo forzados por una ley necesaria, no por la sumisión de nuestra voluntad; y pretendemos que nos honre con el premio celestial aquel a cuya presencia llegamos por la fuerza. ¿Para qué rogamos y pedimos que venga el reino de los cielos, si tanto nos deleita la cautividad terrena? ¿Por qué pedimos con tanta insistencia la pronta venida del día del reino, si nuestro deseo de servir en este mundo al diablo supera al deseo de reinar con Cristo?

Si, como yo, te sientes apelado por esas palabras, si te ves acusado, recuerda: “Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es El para perdonarnos y limpiarnos de toda iniquidad” (1 Jn 1,9).

Si el mundo odia al cristiano, ¿por qué amas al que te odia, y no sigues más bien a Cristo, que te ha redimido y te ama? Juan, en su carta, nos exhorta con palabras bien elocuentes a que no amemos el mundo ni sigamos las apetencias de la carne: No améis al mundo -dice- ni lo que hay en el mundo. Quien ama al mundo no posee el amor del Padre, porque todo cuanto hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida. El mundo pasa y sus concupiscencias con él. Pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre. Procuremos más bien, hermanos muy queridos, con una mente íntegra, con una fe firme, con una virtud robusta, estar dispuestos a cumplir la voluntad de Dios, cualquiera que ésta sea; rechacemos el temor a la muerte con el pensamiento de la inmortalidad que la sigue. Demostremos que somos lo que creemos.

¡Demostremos que somos lo que creemos! Grábate a fuego esa frase en tu alma como me la grabo yo.

Debemos pensar y meditar, hermanos muy amados, que hemos renunciado al mundo y que mientras vivimos en él somos como extranjeros y peregrinos. Deseemos con ardor aquel día en que se nos asignará nuestro propio domicilio, en que se nos restituirá al paraíso y al reino, después de habernos arrancado de las ataduras que en este mundo nos retienen. El que está lejos de su patria es natural que tenga prisa por volver a ella. Para nosotros, nuestra patria es el paraíso; allí nos espera un gran número de seres queridos, allí nos aguarda el numeroso grupo de nuestros padres, hermanos e hijos, seguros ya de su suerte, pero solícitos aún de la nuestra. Tanto para ellos como para nosotros significará una gran alegría el poder llegar a su presencia y abrazarlos; la felicidad plena y sin término la hallaremos en el reino celestial, donde no existirá ya el temor a la muerte, sino la vida sin fin.

Ay de mì, que todavía no he renunciado del todo al mundo. Menos mal que, como enseñó el apóstol amado por Cristo: “Hijitos míos, os escribo esto para que no pequéis. Si alguno peca, abogado tenemos ante el Padre, a Jesucristo, justo” (1 Jn 1,11). Pide a Dios conmigo que nos libre del amor errado por las cosas terrenales que nos alejan de la comunión con el Señor. Y una vez en su amor, añoraremos la patria celestial, que es el destino de los elegidos por el Altísimo, entre quienes le clamamos que nos tenga.

Allí está el coro celestial de los apóstoles, la multitud exultante de los profetas, la innumerable muchedumbre de los mártires, coronados por el glorioso certamen de su pasión; allí las vírgenes triunfantes, que con el vigor de su continencia dominaron la concupiscencia de su carne y de su cuerpo; allí los que han obtenido el premio de su misericordia, los que practicaron el bien, socorriendo a los necesitados con sus bienes, los que, obedeciendo el consejo del Señor, trasladaron su patrimonio terreno a los tesoros celestiales. Deseemos ávidamente, hermanos muy amados, la compañía de todos ellos. Que Dios vea estos nuestros pensamientos, que Cristo contemple este deseo de nuestra mente y de nuestra fe, ya que tanto mayor será el premio de su amor, cuanto mayor sea nuestro deseo de él.

La comunión de los santos es una de las cosas más bellas de la creación redimida. Deseamos estar con los que ya gozan de la presencia de Dios en el cielo. A tantos de ellos hemos pedido que intercedan por nosotros que ¿cómo no desear abrazarles y agradecerles sus oraciones? ¿Y qué no decir de nuestra Madre? ¿no queréis besar su mejilla como el Niño Jesús la besó?

Pensemos en el cielo, con Dios, María, los santos y los ángeles, cada vez que carguemos nuestras cruces en esta vida terrena, cuya duración no llega a ser ni como una gota de agua en el océano comparada con la eternidad.

¡Santidad o muerte!

Luis Fernando Pérez Bustamante