InfoCatólica / Cor ad cor loquitur / Categoría: Evangelio

12.02.15

O volvemos a San Agustín y Santo Tomás, o no hay nada que hacer

Pero gracias sean dadas a Dios, porque siendo esclavos del pecado, obedecisteis de corazón a la norma de doctrina a la que habéis sido entregados,  y libres ya del pecado, habéis venido a ser esclavos de la justicia.

Romanos 6,17-18

Corren recios tiempos para aquellos que creen que aunque el cristianismo no es una mera recopilación de doctrinas fundadas en la Escritura y la Tradición y acrisoladas por siglos de Magisterio eclesial, sin la sana doctrina es de todo punto imposible desarrollar una pastoral adecuada que pueda conducir a los hombres al encuentro con Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre y, en cuanto tal, único mediador entre Dios y los hombres.

Aun más, quienes así piensan y lo dicen, suelen ser acusados de fariseos, escribas, fundamentalistas y toda una catarata de adjetivos similares. Los acusadores pretenden poco menos que convertir el cristianismo en una religión de sentimientos buenistas que busca hacer que el paso por este valle de lágrimas que es la vida sea lo más “fácil y cómodo” posible, sin tener en cuenta que precisamente lo que está en juego en los años que vivimos a este lado de la frontera determinará nuestro destino en toda la eternidad. Y créanme, esa eternidad dura mucho. De hecho, no tiene fin. Si tuviéramos un mínimo de sentido de lo eterno, entenderíamos que las pocas o muchas décadas que nos toque vivir ahora son la nada comparadas con lo que llegará después. 

Hay hoy una casi absoluta falta de entendimiento de la verdadera naturaleza de Dios. Nos han dibujado un Dios al que apenas importa el pecado. Creen que el hecho de que Dios sea amor está por encima de su condición de santo, como si su amor y su santidad fueran dos fuerzas contrapuestas. La realidad es que la santidad de Dios es incompatible con el más leve de los pecados. Y tanto nos ama Dios que envió a su Hijo a redimirnos, a salvarnos no solo de la consecuencia de nuestros pecados, sino a liberarnos verdaderamente de la esclavitud en la que vivimos cometiéndolos. 

Porque Dios es santo nos ama. Porque nos ama tanto, quiere hacernos santos. Y su gracia es el instrumento para edificar nuestras almas como templos de santidad en los que su Espíritu Santo habite, transformándonos a imagen y semejanza de su Hijo Jesucristo, el Santo de los santos. 

Equivocada sería igualmente la imagen de un Dios justiciero, que esperara cualquier fallo grave nuestro para enviarnos de cabeza y sin remedio al infierno. Un Dios deseoso de condenar a los hombres no habría enviado a su Hijo a salvarlos.

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6.02.15

Aconfesionalismo autoimpuesto: ¿Por qué escondemos a Cristo?

Hay algo peor que el intento del laicismo radical de reducir la fe al ámbito de lo privado, a una expresión meralmente cultual -de culto-, de piedad personal, a la que se prohibe que impregne la sociedad. Se trata de esa especie de aconfesionalismo que se autoimponen muchos cristianos, tanto a nivel particular como grupal o institucional.

Lo vemos en instituciones dedicadas a la labor social en la Iglesia. Cuesta mucho encontrar en sus campañas una referencia a Cristo,al Evangelio, a la fe. En poco o nada se diferencia de las campañas de ONGS cívicas.

Ocurre también con algunas revistas “católicas". Sí, defienden valores que emanan del evangelio. Sí, están hechas por gente que profesa la fe de la Iglesia. Pero no se ve directamente la fe y el evangelio por ninguna parte. Ni una cita, ni una referencia directa. Parecen publicaciones hechas para que te las dé una azafata en un viaje en el AVE o en un vuelo de avión trascontinental.

Lo mismo ha de decirse en referencia a la predicación y la catequesis. Quien piensa que así evangeliza, suele partir del error de que a través de la buena moral y los buenos principios se puede llegar a la fe. Más bien es al revés. Solo la fe y la gracia capacitan al hombre caído para andar en la verdad y en la virtud.

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20.12.14

Pretenden curar la desgracia de mi pueblo como cosa leve

Leemos en la segunda epístola de San Pedro:

Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.

2ª Ped 1,19-21

Días atrás he traído a este blog y a este portal las advertencias proféticas de uno de los santos más importantes del siglo pasado, coetáneo nuestro. Toca hoy traer a un profeta del que no cabe la menor duda que habló inspirado por el Espíritu Santo, pues sus palabras forman parte de la Escritura. Sus textos fueron escritos en una época muy concreta pero sirven para iluminar la realidad de la Iglesia, el Israel de Dios, hoy en día.

Antes que nada, conviene recordar lo que el apóstol San Pablo dijo de aquellos que siendo gentiles, han sido injertados en la viña del Señor:

Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti.  Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado.
Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme.  Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado.

Rom 11,17-22

Teniendo esa advertencia en mente, leamos:

Déjate amonestar, Jerusalén, no sea que mi alma se aparte de ti y te convierta en desierto, en tierra inhabitada.

(Jer 6,8)

Cosa buena, y sabia, es estar dispuestos a recibir la corrección del Señor. Una corrección destinada a nuestro bien, para que no caigamos en la tentación de entrar por la puerta ancha que conduce a la perdición y que nos ayuda a volver sobre nuestros pasos si ya hemos entrado por ella. Si no hacemos tal cosa, nuestra alma, y también gran parte de la Iglesia, se convertirá en desierto. Un desierto lleno de almas que vagan por el Sinaí, dando tumbos de acá para allá, sin confiar plenamente en la realización de la promesa de una tierra prometida, que para nosotros es la Jerusalén celestial.

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8.12.14

Que no te engañen

En la Misa de ayer se nos leyó el comienzo del evangelio de San Marcos

Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.  Está escrito en el Profeta Isaías: Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos. Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para  que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén,  confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. 

Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se  alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba : “Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias.  Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo". 

Mc 1,1-8

Previamente se nos había leído el pasaje de Isaías al que hace referencia el evangelista, y también esta cita de la segunda epístola de San Pedro

Queridos hermanos: No perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años y mil años como un día. El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos procedan a arrepentirse

2 Ped, 3,8-9

Que no te engañen. Nadie puede anunciar a Cristo sin mencionar la necesidad de arrepentimiento, confesión y perdón de pecados.

Que no te engañen. La paciencia de Dios para contigo no es para que sigas viviendo en tus pecados, sino para que te arrepientas.

Que no te engañen. Si el bautismo de Juan era para perdón de pecados sin más, el de Cristo conlleva recibir el Espíritu Santo, que te lleva a vivir en santidad.

¿Te parece que es imposible vencer al pecado? ¿te han contado que debes conformarte con tu situación y no buscar la santidad plena? Que no te engañen:

no os ha sobrevenido tentación que no fuera humana, y fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, antes dispondrá con la tentación el éxito, dándoos el poder de resistirla.

1ª Cor 10,13

¿Te han dicho que no es necesario que confieses tus pecados, que Dios sabe que en el fondo eres bueno y te perdona sin más? O, por el contrario, ¿te han dicho que Dios está esperando que hagas la más mínima para condenarte sin remedio? Que no te engañen:

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10.11.14

Insistiremos sin cesar en hablar del poder de la gracia

En el contexto de la nueva evangelización, de la alegría del evangelio, del llamado del papa Francisco a salir a las periferias, es necesario saber con qué contamos para que la labor que realicemos dé el fruto que solo puede producir Dios

Si el Señor nos llama a ser pescadores de hombres, tenemos que saber cuál es nuestra caña de pescar, cuáles nuestras redes, cuál nuestra barca. 

Pues bien, por más que les pese a algunos, nunca hablaremos suficiente de la gracia de Dios. Y por más que les pese a otros muchos, nunca nos cansaremos de escribir sobre la misma. Eso implicará que nos repetiremos, que citaremos los mismos versículos bíblicos, las mismas citas de santos, padres y doctores de la Iglesia, así como del magisterio pontificio. Así debe ser, pues sería muy pretencioso por nuestra parte creer que podemos predicar mejor sobre la gracia, siquiera sea por escrito, usando nuestro propio lenguaje en vez del de la Escritura y aquellos que nos han precedido en la fe como maestros.

Podemos seguir, sin ir más lejos, el ejemplo de Jesucristo:

Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: Convertios, porque se acerca el reino de Dios.

Marco 4,17

y no he venido yo a llamar a los justos, sino a los pecadores a penitencia.

Luc 5,32

Y el de San Pedro:

Pedro les contestó: Arrepentios y bautizaos en el nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo.

Hech 2,38

Y el de San Pablo:

… anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento.

Hech 25,20

Parece claro que debemos predicar el arrepentimiento. Pero ¿de qué se arrepentirá aquel que no tiene conciencia de pecado o de la gravedad del pecado? 

¿Cuántos saben esto?

Pero ahora, libres del pecado y hechos esclavos de Dios, tenéis por fruto la santificación y por fin la vida eterna. Pues el salario del pecado es la muerte; pero el don de Dios es la vida eterna en nuestro Señor Jesucristo.

Rom 6,22-23

Y aunque la conciencia es el primer vicario de Cristo y pocos podrán alegar ignorancia invencible respecto a su condición pecadora, ¿cómo podrán arrepentirse si no somos instrumentos dóciles en manos de Dios para convencerles de su absoluta necesidad de implorar el perdón?

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