(Agencias/InfoCatólica) Benedicto XVI también señaló que la Iglesia es depositaria de esa misión de Cristo, tiene la tarea de prolongar en el tiempo la evangelización y el cuidado de los enfermos en el cuerpo y en el espíritu. El Papa se refirió a la Virgen María como “Salus infirmorum” –salud de los enfermos–, Madre y modelo de la Iglesia: “Como primera y perfecta discípula del su Hijo, Ella siempre ha mostrado, al acompañar el camino de la Iglesia, una especial solicitud por los que sufren. Dan testimonio de ello las miles de personas que visitan los santuarios marianos para invocar a la Madre de Cristo y encuentran en ella fuerza y alivio. La narración evangélica de la Visitación nos muestra como la Virgen, después del anuncio del Ángel, no tiene para sí el don recibido, sino que partió de inmediato para ir a ayudar a su anciana prima Isabel, que desde hacía seis meses llevaba en su vientre a Juan”.
Continuando su homilía, Benedicto XVI mostró su reconocimiento por los 25 años que está cumpliendo el Consejo Pontifico para la Pastoral de la Salud, recordando que fue el Venerable Juan Pablo II quien instituyó este dicasterio. También agradeció la labor de quienes han estado al frente de este dicasterio en estos 25 años. Benedicto XVI resaltó la importancia de la pastoral de los enfermos, señalando que su valor es incalculable por el bien inmenso que hace a los enfermos y al sacerdote mismo, pero también a los familiares, a los amigos, a la comunidad y, a través de caminos desconocidos y misteriosos, a toda la Iglesia y al mundo.
Comentando las lecturas del día, Benedicto XVI subrayó la importancia de la oración de la Iglesia por los enfermos, y en especial el sacramento reservado a ellos: “En la memoria de las apariciones de Lourdes, lugar elegido por María para manifestar su materna solicitud por los enfermos, la liturgia recuerda oportunamente el Magnificat, el cántico de la Virgen que exalta las maravillas de Dios en la historia de la salvación: los humildes y los indigentes, como todos los que temen a Dios, experimentan su misericordia, que rebasa los destinos terrenos y demuestra así la santidad del Creador y Redentor”.
“El Magnificat –continuó diciendo el Papa–, no es el cántico de aquellos a los que sonríe la fortuna, sino que es más bien el agradecimiento de quien conoce los dramas de la vida, pero que confía en la obra redentora de Dios. En el Magnificat escuchamos la voz de los santos y santas que han gastado su vida a favor de los enfermos y de los que sufren”.
El Pontífice hizo un paralelismo entre la maternidad de la Virgen y la maternidad de la Iglesia como reflejo del amor de Dios: “La Iglesia, como María, custodia dentro de sí los dramas del hombre y el consuelo de Dios, los tiene juntos, a lo largo de la peregrinación de la historia. A través de los siglos, la Iglesia muestra los signos del amor de Dios, que continua obrando grandes cosas en las personas humildes y sencillas. El sufrimiento aceptado y ofrecido, el compartir sincero y gratuito, ¿no son, tal vez, milagros del amor? El valor de afrontar el mal desarmados –como Judit–, con la sola fuerza de la fe y de la esperanza en el Señor, ¿no es un milagro que la gracia de Dios suscita continuamente en tantas personas que gastan tiempo y energías para ayudar a los que sufren?”
Antes de finalizar la homilía, Benedicto XVI citó el texto del apóstol Santiago en donde se pone de manifiesto la bondad de Dios en el sacramento de la unción, y en especial la relación que se da entre el ministro, que es el sacerdote, y el enfermo, que recibe la gracia: “De este texto, que contiene el fundamento y la praxis del sacramento de la Unción de los enfermos, se saca al mismo tiempo una visión del papel de los enfermos en la Iglesia. Un papel activo en el ‘provocar’, por decir de alguna manera, la oración hecha con fe. ‘¿Está enfermo alguno entre ustedes? Llame a los presbíteros’. En este año sacerdotal, me complace subrayar el lazo de unión entre los enfermos y los sacerdotes, una especie de alianza, de ‘complicidad’ evangélica. Cada uno tiene una tarea: el enfermo debe ‘llamar’ a los presbíteros, y estos deben responder, para extraer de la experiencia de la enfermedad la presencia de la acción del Resucitado y de su Espíritu”.
El Pontífice saludó a los enfermos presentes en la Basílica Vaticana, y extendió su saludo a los enfermos y voluntarios que estaban siguiendo la misa desde los santuarios de Lourdes, Fátima, Czestochowa, y otros santuarios marianos. Durante la celebración estuvo presente una imagen de Nuestra Señora de Lourdes y este año, de manera especial, delante del Altar de la Confesión quedó expuesto el relicario con las reliquias de Santa Bernardita.