(Portaluz/InfoCatólica) Como ocurre con muchos adolescentes, al cumplir los 14 años Daniel se volvió un joven europeo rebelde e impulsivo. Abandonó su servicio como lector en la parroquia y rompió todo contacto con la Iglesia, que a esas alturas consideraba una institución sin vida.
En esa etapa quedó fascinado por la subcultura punk más agresiva. Vestía pesadas botas militares con cordones de colores, pantalones rotos con los bajos vueltos, jerséis oscuros y chaquetas de cuero. Llevaba el pelo largo y apenas lo peinaba. Escuchaba un tipo muy concreto de música punk-rock, que él mismo describe como vehículo de una visión del mundo marcada por el libertinaje y el desprecio hacia todo.
El problema se agravó cuando empezó a consumir estimulantes. Comenzó con cerveza y cigarrillos, luego vino barato y drogas blandas como el hachís. En dos años su transformación fue total. Sus padres, antes cercanos, pasaron a ser enemigos. «Todavía recuerdo las discusiones muy ruidosas que solían terminar con el llanto impotente de mi madre. Solo iba a casa a comer y dormir, y no siempre. Tenía muchas adicciones, algunas de las cuales me da vergüenza mencionar. En la escuela las cosas iban cada vez peor. Mis periodos de ausencia duraban dos y más semanas; mi nota media bajó de 5,3 a 2,8…».
A pesar de su caída, Daniel nunca dejó de creer en Dios y conservaba, aunque fuese de forma confusa, un deseo de volver a Él. Llegó a sentir el impulso de leer la Biblia entera y su novia lo animó a confesarse, aunque el sacerdote que lo atendió no supo acompañarle. «Al confesarme tuve una sensación de alegría, pero este sacramento no provocó en mí ningún cambio importante». Más adelante, en un festival de rock, se cruzó con jóvenes del movimiento «La Parada de Jesús», que evangelizaban en estaciones de autobuses. Aceptó su ofrecimiento de alojamiento. Asistió a una misa que le impresionó profundamente, pero horas después volvió a huir «por la ventana, sin dinero, solo con una botella de agua y siete panecillos secos».
A partir de entonces perdió a su novia y a todos sus amigos. Relata que el mal aprovechó su vulnerabilidad para hundirlo más: «que era un don nadie, golpeado por los matones», ignorado por todos. Incluso el aparente alivio de las drogas se tornó en una depresión intensa. «Mi vida se volvió sin sentido, sin propósito y el diablo me sugería pensamientos suicidas».
Una noche, desesperado, imploró a Jesús que lo librase de aquel mal, y sintió que fue escuchado. «Él se inclinó una vez más sobre este sucio y maloliente pecador. Jesús volvió a llamar a la puerta de mi corazón».
La verdadera liberación comenzó cuando recordó a un tío suyo, sacerdote misionero, y decidió visitarlo. Durante la conversación, el sacerdote percibió un interés inesperado de Daniel por las apariciones de Fátima y le entregó un ejemplar de la revista Amaos, dedicado precisamente a ese tema.
«Muchos cuentan cómo conocieron a Jesús en retiros, cursos de Nueva Evangelización, peregrinaciones u otros eventos similares, pero el Espíritu sopla donde quiere. Mientras estaba tumbado en el colchón de mi habitación, leyendo un artículo sobre el “milagro del sol”, de repente recibí una fuerte bofetada del Espíritu Santo. Es muy difícil de explicar, pero en un instante comprendí que Jesús realmente existe y que todo lo demás es “vanidad de vanidades”. Jesucristo, así, en un instante, hizo algo que realmente parecía imposible: me quitó mi antigua vida y me dio una nueva, sin adicciones, sin miedo, una vida “en abundancia”. Ahora sé que Jesús es el único y verdadero Señor del cielo y de la tierra, ¡y a Él sea la gloria, la alabanza y el honor por los siglos de los siglos! Estoy seguro de que, si Jesucristo hizo algo así en mi vida, también puede hacerlo en la tuya. ¡Su misericordia es mayor que tu pecado! Solo confía en Él… ¡y simplemente déjate amar! “Te alabaré con todo mi corazón (…) Porque grande ha sido tu misericordia para conmigo, y has librado mi vida de las profundidades del abismo”».







