(LifeNews/InfoCatólica) Hace varios años, una delegación de la organización estadounidense National Right to Life (NRLC) viajó a Ámsterdam para participar en una conferencia internacional sobre la familia y los derechos humanos. El encuentro reunió a representantes de decenas de países y entidades dedicadas a la salud materna, la protección infantil, la política familiar y la libertad religiosa. Durante cuatro jornadas se trataron cuestiones bioéticas de gran relevancia: la eutanasia, la adopción, la trata de personas y la expansión global del aborto bajo el término ambiguo de «salud reproductiva».
La delegación estaba formada por la doctora Wanda Franz, entonces presidenta del NRLC, su esposo, el doctor Gunter Franz, y la activista Olivia Gans. El grupo instaló un expositor en el recinto principal con modelos de desarrollo fetal, material científico y folletos multilingües que explicaban las consecuencias del aborto legalizado. El objetivo era mostrar que el aborto no es una idea abstracta, sino una realidad que deja cicatrices profundas en las familias y en la sociedad.
El estand atrajo a un público constante y diverso: ministros de sanidad africanos, dirigentes de organizaciones latinoamericanas y parlamentarios europeos del Este. Muchos se detuvieron a hacer preguntas o a solicitar material para traducirlo; otros simplemente querían conversar.
El interés reflejaba una convicción compartida: los temas relacionados con la vida no son locales, sino universales.
Entre los encuentros, uno dejó una huella especial. Una pareja procedente de Kerala, en el sur de la India, se acercó al expositor al final de la segunda jornada. Llevaban acreditaciones como los demás, pero su presencia respondía a algo más profundo que un interés profesional. Habían fundado un centro de apoyo a embarazos en crisis en su ciudad y querían replicarlo en otras regiones. Su misión era urgente: salvar a las niñas no nacidas del aborto selectivo por sexo.
No comenzaron con cifras, sino con testimonios. En su región, la preferencia cultural por los hijos varones sigue muy arraigada. Las mujeres que esperan una niña sufren presiones, amenazas o coacciones por parte de sus familias políticas o esposos. Dar a luz a una hija, especialmente tras haber tenido otras, puede acarrear rechazo o violencia.
Las familias con medios para costear diagnósticos prenatales suelen interrumpir el embarazo si el feto es femenino. Las que no pueden permitírselo, a veces esperan al parto y, de forma trágica, actúan contra la recién nacida. El matrimonio explicó que su labor incluye visitar hogares para garantizar la supervivencia de las niñas recién nacidas.
Ese testimonio transformó la perspectiva de la jornada. Mientras muchos debates se centraban en marcos jurídicos y estrategias políticas occidentales, la realidad descrita por esta pareja mostraba una violencia oculta y cotidiana. No hablaban de teorías, sino de vidas humanas concretas.
En la India, la Ley de Técnicas de Diagnóstico Preconcepcional y Prenatal (PCPNDT), aprobada en 1994, prohíbe la determinación del sexo del feto y el aborto selectivo. Sin embargo, su cumplimiento ha sido irregular. Hasta 2025 se registraron solo 617 condenas, y en 18 estados no consta ninguna, pese a las numerosas pruebas de incumplimiento.
El avance tecnológico ha agravado el problema. Los ecógrafos portátiles permiten determinar el sexo del feto fuera de hospitales y cruzar fronteras estatales. Muchos abortos se practican en clínicas clandestinas o domicilios privados. Además, los fármacos abortivos se distribuyen sin control médico.
Los casos recientes confirman la magnitud del fenómeno. En septiembre de 2025, las autoridades del estado de Karnataka, en colaboración con la policía de Andhra Pradesh, detuvieron un aborto ilegal para una mujer de cinco meses embarazada de su cuarta hija. En abril del mismo año, las fuerzas de Uttar Pradesh desmantelaron una red de clínicas que distribuían píldoras abortivas y realizaban intervenciones ilegales, con más de 120 denuncias registradas. En Gujarat, un radiólogo y una enfermera fueron arrestados por efectuar abortos clandestinos en pensiones y domicilios particulares.
Las consecuencias demográficas son alarmantes. Según el Sample Registration System (SRS) de 2023, en la India nacen entre 917 y 929 niñas por cada 1.000 niños. En algunos estados, como Haryana, la proporción cae hasta 879.
El Pew Research Center estima que entre 2009 y 2019 desaparecieron 17,3 millones de niñas a causa del aborto selectivo. Si se suman las muertes por negligencia o abandono tras el nacimiento, el número asciende a más de 63 millones de mujeres ausentes en la población india.
Este desequilibrio provoca graves consecuencias sociales: matrimonios forzados, aumento de la trata de personas y desestructuración de comunidades rurales. La falta de mujeres debilita los esfuerzos por mejorar la educación, reducir la pobreza y garantizar la atención sanitaria. Las sociedades que eliminan a sus hijas antes de nacer se privan de su propio futuro humano y moral.
En la conferencia se subrayó la necesidad de cooperación internacional, aplicación efectiva de la ley y cambio cultural. Sin embargo, pocos abordaron el componente específicamente femenino del aborto en países como la India o China. Cuando el aborto se integra en culturas marcadas por la discriminación de género, se convierte en una herramienta de control. Las víctimas desaparecen en silencio.
El matrimonio de Kerala no veía su labor como una causa política, sino como una exigencia moral. Ofrecían acompañamiento a mujeres embarazadas, apoyo práctico y educación sobre la dignidad de las hijas. Su testimonio recordó que las leyes, sin conversión del corazón, no bastan para proteger la vida.
El aborto selectivo en la India exige más que legislación: necesita vigilancia real, transformación cultural y apoyo internacional. Requiere también valentía para reconocer las consecuencias de unas políticas que niegan el valor de cada ser humano.
Lo vivido en Ámsterdam no fue solo un contraste cultural, sino una advertencia moral: la unión entre avances tecnológicos y antiguos prejuicios puede engendrar nuevas formas de violencia. Y, ante ello, el mundo sigue mayoritariamente en silencio.







