InfoCatólica / Razones para nuestra esperanza / Categoría: Moral

13.12.12

El don de la vida

“Dios… insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente” (Génesis 2,7)

El Universo material creado por Dios, a través de un larguísimo proceso de evolución cósmica, se transformó en un lugar apto para el surgimiento de la vida. Los seres vivos manifiestan una organización interna y una adaptación externa maravillosas, que no pueden ser meros productos del azar. Otro larguísimo proceso guiado por la Providencia de Dios –la evolución biológica– produjo seres vivos cada vez más complejos. Finalmente Dios creó al hombre, animal racional, unidad de cuerpo y alma: cuerpo animado y espíritu encarnado. El alma espiritual e inmortal de cada ser humano es creada inmediatamente por Dios. Por su cuerpo el hombre se asemeja a los animales; por su espíritu, en cambio, se asemeja a su Creador. Como Él, es un ser personal, inteligente y libre.

“La gloria de Dios es el hombre viviente…” (San Ireneo, Adversus haereses 4,20,7)

El Universo material fue creado para el hombre; es su morada terrenal. El ser humano es la cumbre de la creación, el lugarteniente de Dios, a quien Él confía Su creación para que la cuide y la perfeccione por medio del trabajo. El hombre es el único ser del Universo material al cual Dios ama por sí mismo. A los demás seres los ama en razón del hombre y los destina a servirlo. La vida humana tiene un valor inmenso debido a la sublime dignidad de la persona humana. La vida de un único ser humano (cualquiera que sea) vale más, a los ojos de Dios, que todas las galaxias, las plantas y los animales juntos. Cumpliendo un mandato divino, los hombres han crecido en conocimiento y poder y se han multiplicado hasta dominar la Tierra. Como ser individual y como ser social, la vida del hombre es un reflejo de la vida íntima de Dios uno y trino.

“… y la vida del hombre es la visión de Dios” (San Ireneo, Adversus haereses 4,20,7)

Por naturaleza –es decir, en virtud de su creación– el hombre es un animal raro, siempre insatisfecho con los bienes que posee o disfruta durante su vida terrena. Su corazón está perpetuamente inquieto. Ningún placer, ningún conocimiento e incluso ningún amor logran colmarlo definitivamente. La Divina Revelación nos permite resolver este enigma de la existencia humana, enseñándonos que el fin último de la vida del hombre es sobrenatural. El hombre ha sido creado para la vida eterna, la participación en la vida divina, la plena comunión de amor con Dios en el Cielo. Sólo puede encontrar su felicidad perfecta en este destino trascendente, inalcanzable por las solas fuerzas naturales del hombre, pero asequible por medio de la Gracia, el amor absoluto de Dios, que dona Su mismo Ser al hombre de forma gratuita e indebida.

“El día que comieres de él, morirás sin remedio” (Génesis 2,17)

El hombre, destinado por la Gracia de Dios a la salvación –o sea, a la unión con Dios–, se encuentra sin embargo amenazado por la culpa. Creado libre, a imagen de Dios, tiene ante sí dos elecciones posibles: aceptar el amor de Dios, adorarlo y obedecerlo, desarrollándose y realizándose como persona; o bien rechazar el amor de Dios, odiarlo y desobedecerlo, degradándose y frustrándose absolutamente. Nuestros primeros padres pecaron. Su pecado no consistió en querer ser como Dios, sino en buscar ese fin desconfiando de Dios, a espaldas de su amor de Padre. Este pecado original destruyó la armonía integral de la vida del hombre y dio lugar a una terrible historia de deshumanización. No obstante, Dios no abandonó al hombre al poder de la muerte, sino que siguió buscando la salvación de todos.

“Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Juan 11,25)

Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios Padre envió a su Hijo único al mundo, para salvar a los hombres. Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es el único Salvador del mundo. Él vino a darnos vida en abundancia, lo cual está significado por los milagros de las bodas de Caná, la multiplicación de los panes y la pesca milagrosa. Tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su Hijo por amor en la Cruz, reconciliando al mundo consigo, y lo resucitó, dándonos nueva vida. Cristo resucitado nos da el Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo, Señor y Dador de Vida. En el Espíritu Santo y en la Iglesia (Cuerpo de Cristo) el hombre redimido por Cristo (el cristiano) puede seguir a Jesús y cumplir la voluntad del Padre, viviendo una vida de amor y perdón, de abnegación y servicio, de justicia y santidad.

“No matarás” (Éxodo 20,14)

La Gracia de Cristo capacita al hombre para cumplir la ley moral natural, es decir para actuar conforme a la verdad, creciendo como persona. La ley dada por Dios a Moisés (el Decálogo), perfeccionada por Cristo, indica las exigencias de la ley moral natural. El quinto mandamiento prohíbe el homicidio. Toda vida humana es sagrada, desde la concepción hasta la muerte. El aborto buscado como un fin o como un medio, la eutanasia voluntaria, el suicidio y la guerra son realidades gravemente contrarias a la dignidad de la persona humana. Cristo nos enseña que el Decálogo halla su plenitud en el doble mandamiento del amor a Dios y al prójimo; este mandamiento implica el respeto, la defensa y la promoción del derecho a la vida, el primero de los derechos naturales del hombre.

Testigos del Evangelio de la Vida en una cultura de muerte

Sin la debida relación con el Creador, la creatura se diluye. En nuestra sociedad occidental contemporánea predomina la ideología secularista, que impulsa a prescindir de Dios, viviendo como si Él no existiera. En el contexto de esta ideología han proliferado formas de pensamiento y de acción contrarias al Evangelio de la Vida. En muchos países ha sido legalizado el aborto, y en algunos también la eutanasia. Las técnicas de reproducción asistida y la investigación sobre células madre implican con frecuencia la manipulación y destrucción de embriones humanos. Sobre nosotros se cierne hoy la amenaza de la clonación humana. En medio de esta cultura de muerte los cristianos son testigos del Evangelio de Jesucristo, de la Buena Noticia de Cristo acerca del hombre y de su vida.

La familia, santuario de la vida

La defensa de la vida debe comenzar en la familia, santuario de la vida y bloque básico del edificio social. En el matrimonio abierto a la fecundidad (conforme a la Ley de Dios) los esposos cooperan con el Creador, procreando a sus hijos. Éstos tienen derecho a ser engendrados de un modo humano y a nacer en una familia bien constituida. En su labor de educación de los hijos, los padres no deben descuidar la transmisión de los valores morales, especialmente el respeto a la vida humana. Las familias cristianas deben ser signos del amor de Dios Padre por la vida de los hombres. Unidas a Cristo en la Iglesia dan muchos frutos de justicia y solidaridad, practicando obras de misericordia corporal y espiritual. Siendo dóciles a las mociones del Espíritu de Dios, dan testimonio del sentido trascendente de la vida.

Daniel Iglesias Grèzes


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17.11.12

Nuevas amenazas a la vida humana según la encíclica Evangelium Vitae

En el contexto del Año de la Fe, el Centro Cultural Católico “Fe y Razón”, con el apoyo de la Facultad de Teología del Uruguay “Monseñor Mariano Soler”, organizó un Ciclo de Charlas sobre el Pensamiento de Juan Pablo II. Esta tarde (de 17:00 a 19:00), en la Parroquia Nuestra Señora del Perpetuo Socorro y San Alfonso (Tapes 956 casi San Juan, Montevideo), tendrá lugar la cuarta y última charla, en la que actuaremos como expositores el Lic. Néstor Martínez y yo.

Mi presentación es un simple resumen del Capítulo I de la formidable encíclica Evangelium Vitae del Papa Juan Pablo II. La he subido a Slideshare. La pueden encontrar en esta dirección:

http://www.slideshare.net/feyrazon/nuevas-amenazas-a-la-vida-humana-segn-la-encclica-evangelium-vitae

Los invito a leerla y a reflexionar sobre ella.

Daniel Iglesias Grèzes


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25.08.12

Comentario a la carta de una comunidad católica a los Obispos uruguayos

En 2009, año electoral en Uruguay, llegó a mi casilla de correo electrónico una singularísima carta de la Comunidad Eclesial de Base (CEB) NN (omito su nombre) a la Conferencia Episcopal del Uruguay (CEU). A continuación reproduciré dicha carta íntegramente en letra itálica, intercalando mis comentarios en letra normal.

Montevideo, 16 de junio de 2009.

Sr. Presidente de la C.E.U. Mons. Carlos Ma. Collazzi sdb
Querido hermano en Cristo:

En nuestra C.E.B. NN hemos leído atentamente las “Pautas para el discernimiento político en el año electoral” que la C.E.U. publicó en abril de 2009. Mucho apreciamos el interés que los obispos tienen por comunicarse con sus fieles en momentos críticos para una opción cristiana al momento de votar para el futuro gobierno. Hemos decidido dirigirnos a la C.E.U. a fin de hacer algunas sugerencias sobre el documento que puedan servir a futuras reflexiones, sin ánimo de inmediatismos.

En el Nº 19 se tilda de negativas a “leyes que atentan contra el derecho a la vida y el valor del matrimonio y la familia”. Entendemos que estas leyes no afectan la conducta del cristiano auténtico que se rige por su recta conciencia iluminada por el Espíritu Santo y conforme a las enseñanzas de Cristo.

La moralidad o inmoralidad de una ley no depende de que afecte o no “la conducta del cristiano auténtico”. De acuerdo con la doctrina católica, la ley civil debe ser conforme con la ley moral natural, la cual rige para todos los hombres, cristianos o no cristianos, porque es la ley intrínseca e inmutable de la misma naturaleza humana, común a todos los seres humanos. Es absurdo decir que al “cristiano auténtico” no le debe importar, por ejemplo, que se legalice el aborto, porque de todos modos él, por ser un “cristiano auténtico”, no va a abortar. El cristiano debe procurar ordenar el mundo según la voluntad de Dios, expresada en la ley moral y conocida tanto por medio de la fe como por medio de la razón. En lo que respecta a la comunidad política, lo mínimo que se le debe exigir es que respete y haga respetar los derechos humanos fundamentales, de los cuales el derecho a la vida es el primero. Si no se respeta ni siquiera ese derecho primordial, ¿qué garantías tenemos de que se respetarán todos los demás derechos? Cuando la comunidad política deja de tutelar el derecho a la vida, se corrompe íntimamente y destruye el fundamento del Estado de derecho. Por lo demás, el cristiano no es un individualista, a quien le tiene sin cuidado la suerte de los hijos de sus conciudadanos. “Hombre soy, y nada de lo humano me es ajeno”, dice el Concilio Vaticano II al comienzo de la constitución pastoral Gaudium et Spes, citando al escritor pagano Terencio. Hemos de procurar que se respete el derecho a la vida, no sólo de los hijos de los cristianos, sino de los hijos de todos los uruguayos.

A El tampoco lo detuvieron las leyes farisaicas e impuso el amor como supremo camino hacia la verdad y la vida.

He aquí un punto fundamental, al que me referiré muy brevemente. Como nos recuerda el Papa Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate, caridad y verdad son inseparables, porque Dios es Verdad y Amor. No hay amor auténtico fuera de la verdad.

Por ejemplo las uniones concubinarias, tan comunes entre auténticos católicos prácticos,

Las uniones concubinarias son hoy comunes entre los católicos incoherentes con su propia fe (los “malos católicos”, dando a la palabra “malos” su sentido de juicio objetivo, no necesariamente subjetivo), no entre los católicos “auténticos”.

así como el de las parejas divorciadas vueltas a casar, no se legalizan por una ley que las acepte pero se hacen valederas ante los ojos de Dios si las une un verdadero amor mutuamente declarado y aceptado.

Según la doctrina católica, el concubinato y el adulterio (en el que incurren los divorciados de un matrimonio válido, vueltos a casar) son pecados mortales, que ofenden a Dios y dañan gravemente al propio pecador. Un acto intrínsecamente malo no se vuelve bueno a los ojos de Dios por una buena intención (aun suponiendo que ésta se dé realmente). Incluso en el caso de la ignorancia inculpable, el hecho de que el acto malo no se impute subjetivamente a la persona que lo cometió no significa que el acto deje de ser malo. Si doy veneno a alguien creyendo que doy una manzana, el error no se me imputa (si mi ignorancia es inculpable), pero la víctima muere igualmente. El veneno del concubinato y del divorcio sigue siendo veneno aunque yo no lo vea.

La legalización del divorcio y, más aún, la legalización de las uniones concubinarias representan pasos importantes en un proceso de reingeniería social anticristiana, que va minando progresivamente el matrimonio y la familia, base de la sociedad, y va construyendo (por medio de dichas medidas y de otras similares) una sociedad individualista, donde no existen vínculos humanos permanentes con valor y vigencia sociales.

La Iglesia Católica no podrá imponer reglas a católicos y menos aún a no católicos si estos sienten que están cumpliéndolas en oposición a sus sentimientos de amor verdadero y cristiano.

La Iglesia Católica no impone ni pretende imponer reglas a nadie, sino que anuncia a todos la verdad revelada sobre Dios y sobre el hombre y sus necesarias consecuencias, también en el terreno político. Para aceptar plenamente esa verdad hace falta la fe, virtud sobrenatural o teologal que antecede a las otras dos virtudes teologales (esperanza y caridad).

Ha llegado el momento en que los pastores cambien su prédica pastoral

¿Por qué? ¿Por qué lo dice la CEB NN? ¿No son más importantes las palabras de Jesús (“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”) o las de San Pablo (“el que anuncie un Evangelio distinto, sea anatema”; “no os conforméis a la mentalidad de este mundo”)?

y orienten a los cristianos fundamentalmente a pensar y vivir como Cristo pues El es la Verdad y la Verdad nos hará libres.

Por eso mismo, y como el mundo está en muchos aspectos lejos de Dios, la Iglesia debe exhortar constantemente a la conversión. El mundo se debe convertir al Evangelio, no el Evangelio al mundo.

Por favor, seamos realistas y prediquemos el amor de Cristo desde la situación personal de cada uno, que ya tiene en sí su calvario.

El amor de Cristo se predica ante todo “desde la fe apostólica”, no meramente “desde la situación personal de cada uno”, lo cual puede dar origen a un relativismo doctrinal y moral, y a una “moral de situación” ajena a la doctrina católica.

Por luchar contra la eutanasia (2º criterio) nos olvidamos del sufrimiento del enfermo terminal o irrecuperable, que ya no vive sino sobrevive con una vida indigna y que si pide que lo alivien no está pidiendo que lo maten (eutanasia) aunque lo que lo va a aliviar acorte su sobrevida.

Éste es un argumento absurdo. El rechazo a la eutanasia no supone dejar de lado el deber de paliar el dolor del enfermo ni incurrir en el encarnizamiento terapéutico. La vida del enfermo no se vuelve indigna por su enfermedad. Es terrible que alguien se arrogue el derecho de decidir cuáles son las personas dignas de seguir viviendo. Por supuesto, la doctrina católica admite la administración de sedantes en dosis adecuadas para calmar el dolor, aunque puedan acortar algo la sobrevida. Esto es absolutamente distinto a la eutanasia, que consiste en una acción u omisión dirigida deliberadamente a causar la muerte del enfermo.

Digámoslo así para que se entienda que, como Jesús, preferimos la misericordia al sacrificio.

Esta frase bíblica se refiere a los sacrificios rituales externos de la Ley Antigua, no al sacrificio de la propia vida por amor a Dios y al prójimo, que recibe una máxima valoración en el Nuevo Testamento: “No hay amor más grande que el de dar la vida por los amigos”. “El que quiera salvar su vida, la perderá; el que la pierda por amor a mí y al Evangelio, ése la salvará”.

Mucho tiene que reflexionar la Iglesia de Cristo sobre la sexualidad humana y su significado (4º criterio),

“Quita primero la viga de tu propio ojo y así podrás ver bien para sacar la paja del ojo de tu hermano”.

más aún teniendo en cuenta hechos recientes de pública notoriedad, antes de aconsejar lo que un cristiano debe hacer.

¡Es asombroso escuchar este malicioso argumento ad hominem en labios de una comunidad católica, y precisamente contra sus propios obispos! ¿El pecado de un mal obispo quita autoridad moral a los demás obispos para predicar la fe católica y apostólica? ¿Desde cuándo el abuso invalida el uso? Por lo demás, la labor del Magisterio no consiste sólo en aconsejar a los fieles; ante todo consiste en el servicio de la verdad, que ilumina las mentes y enciende los corazones.

Preferimos seguir a San Pablo que nos enseñó: “Todas las cosas son de vosotros (incluida la sexualidad), vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios”.

Sí, siempre y cuando no se interprete estas palabras en el sentido de una derogación de la ley moral en materia sexual, de acuerdo con el pansexualismo y la anarquía sexual que están hoy de moda, y en absoluto contraste con el pensamiento de San Pablo.

Ansiamos que lean esta carta y nos lo hagan saber e incluso poder dialogar personalmente con cualquiera de ustedes y recibirlos en nuestra Comunidad para lo cual dejo un teléfono y un correo electrónico.

Espero que algún lector de esta carta haya dejado a los miembros de la CEB NN el teléfono y el correo electrónico de un buen profesor de teología bíblica, dogmática y moral, dado que al parecer ellos lo necesitaban más de lo que nuestros Obispos necesitaban sus sugerencias.

Lo saluda con un abrazo fraterno por NN.

Omito el nombre del autor, su teléfono y su email.

Daniel Iglesias Grèzes


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1.08.12

Los contratos de alquiler de vientre

Interrumpo momentáneamente mi serie de artículos sobre el Nuevo Testamento para compartir con ustedes un documento estremecedor: un análisis de los contratos de alquiler de vientre en India.

He aquí ese documento: http://centrodebioetica.org/2012/07/las-abusivas-clausulas-de-los-contratos-de-alquiler-de-vientre-en-india/

En un sobrio lenguaje jurídico, los comentaristas (argentinos) denuncian la aberrante explotación del ser humano realizada a través de este tipo de contratos.

La lectura de este texto me reafirma en mi convicción de que el negocio de la reproducción humana artificial tiende en última instancia a convertir al ser humano en un producto industrial más, comprable y vendible por catálogo.

Además, esta lectura me abrió los ojos sobre algunas posibles consecuencias muy negativas de los proyectos, aparentemente bienintencionados, de “adopción prenatal”.

Hermanos, reaccionemos, defendiendo por todos los medios lícitos la vida humana, el matrimonio y la familia, antes de que quedemos sumergidos en una pesadilla al estilo de la novela “Un mundo feliz” de Aldous Huxley.

Daniel Iglesias Grèzes


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23.08.11

La inseminación humana artificial según la doctrina católica

Según el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica (promulgado por el Papa Benedicto XVI en 2005), la inseminación humana artificial es inmoral:

499. ¿Por qué son inmorales la inseminación y la fecundación artificial?

La inseminación y la fecundación artificial son inmorales, porque disocian la procreación del acto conyugal con el que los esposos se entregan mutuamente, instaurando así un dominio de la técnica sobre el origen y sobre el destino de la persona humana. Además, la inseminación y la fecundación heterólogas, mediante el recurso a técnicas que implican a una persona extraña a la pareja conyugal, lesionan el derecho del hijo a nacer de un padre y de una madre conocidos por él, ligados entre sí por matrimonio y poseedores exclusivos del derecho a llegar a ser padre y madre solamente el uno a través del otro.”

El Catecismo de la Iglesia Católica (promulgado por el Papa Juan Pablo II en 1992) enseña la misma doctrina que su posterior Compendio:

2376. Las técnicas que provocan una disociación de la paternidad por intervención de una persona extraña a los cónyuges (donación del esperma o del óvulo, préstamo de útero) son gravemente deshonestas. Estas técnicas (inseminación y fecundación artificiales heterólogas) lesionan el derecho del niño a nacer de un padre y una madre conocidos de él y ligados entre sí por el matrimonio. Quebrantan “su derecho a llegar a ser padre y madre exclusivamente el uno a través del otro” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae, 2, 4).

2377. Practicadas dentro de la pareja, estas técnicas (inseminación y fecundación artificiales homólogas) son quizá menos perjudiciales, pero no dejan de ser moralmente reprobables. Disocian el acto sexual del acto procreador. El acto fundador de la existencia del hijo ya no es un acto por el que dos personas se dan una a otra, sino que “confía la vida y la identidad del embrión al poder de los médicos y de los biólogos, e instaura un dominio de la técnica sobre el origen y sobre el destino de la persona humana. Una tal relación de dominio es en sí contraria a la dignidad e igualdad que debe ser común a padres e hijos” (cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae, 82). “La procreación queda privada de su perfección propia, desde el punto de vista moral, cuando no es querida como el fruto del acto conyugal, es decir, del gesto específico de la unión de los esposos […] solamente el respeto de la conexión existente entre los significados del acto conyugal y el respeto de la unidad del ser humano, consiente una procreación conforme con la dignidad de la persona” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Donum vitae, 2, 4).”

Sin embargo, un documento de 1987 de la Congregación para la Doctrina de la Fe, la Instrucción Donum vitae sobre el respeto de la vida humana naciente y la dignidad de la procreación, parece sostener una doctrina parcialmente diferente sobre la inseminación artificial homóloga:

6. ¿Cómo se debe valorar moralmente la inseminación artificial homóloga?

La inseminación artificial homóloga dentro del matrimonio no se puede admitir, salvo en el caso en que el medio técnico no sustituya al acto conyugal, sino que sea una facilitación y una ayuda para que aquél alcance su finalidad natural.


Las enseñanzas del Magisterio sobre este punto han sido ya explícitamente formulados: ellas no son únicamente la expresión de particulares circunstancias históricas, sino que se fundamentan en la doctrina de la Iglesia sobre la conexión entre la unión conyugal y la procreación, y en la consideración de la naturaleza personal del acto conyugal y de la procreación humana. “El acto conyugal, por su estructura natural, es una acción personal, una cooperación simultánea e inmediata entre los cónyuges, la cual, por la misma naturaleza de los agentes y por la propiedad del acto, es la expresión del don recíproco que, según las palabras de la Sagrada Escritura, efectúa la unión “en una sola carne". Por eso, la conciencia moral “no prohíbe necesariamente el uso de algunos medios artificiales destinados exclusivamente sea a facilitar el acto natural, sea a procurar que el acto natural realizado de modo normal alcance el propio fin". Si el medio técnico facilita el acto conyugal o le ayuda a alcanzar sus objetivos naturales puede ser moralmente aceptado. Cuando, por el contrario, la intervención técnica sustituya al acto conyugal, será moralmente ilícita.

La inseminación artificial sustitutiva del acto conyugal se rechaza en razón de la disociación voluntariamente causada entre los dos significados del acto conyugal. La masturbación, mediante la que normalmente se procura el esperma, constituye otro signo de esa disociación: aun cuando se realiza en vista de la procreación, ese gesto sigue estando privado de su significado unitivo: “le falta… la relación sexual requerida por el orden moral, que realiza, ‘el sentido íntegro de la mutua donación y de la procreación humana, en un contexto de amor verdadero".

¿Cómo explicar esta aparente contradicción en el Magisterio de la Iglesia? Según el Catecismo de la Iglesia Católica y su Compendio, la inseminación artificial es siempre inmoral. En cambio, según la instrucción Donum vitae se debe distinguir entre la inseminación artificial heteróloga, que es siempre inmoral, y la homóloga, que es inmoral si sustituye al acto conyugal y es moral si constituye una facilitación o ayuda al acto conyugal, para que éste alcance su fin natural.

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