2.04.18

(259) Inconveniencias eclesiales, XVI: ethos posmoderno y nuevo paradigma

1.- La ley moral es amable.— Muy digna de ser amada, porque es sabiduría divina, camino a la bienaventuranza prometida, «pedagogía de Dios […] firme en sus preceptos y amable en sus promesas» (Catecismo 1950); tiene en Nuestro Señor Jesucristo «su plenitud y su unidad» (Ib., 1953); su fin es el Logos, «para justificación de todo creyente» (Rm 10, 4). Es Cristo mismo quien advierte: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento» (Mt 5, 17)

 

2.- La ley moral obliga a todos, personas y sociedades.— Todas sus expresiones son benéficas, porque apartan del mal y conducen al bien. La ley moral refleja los deberes que tanto la persona singular, como los pueblos en general, tienen para con Dios.

 

3.- La ley eterna como fuente. Santo Tomás define la ley eterna como «razón de la sabiduría divina, que mueve todas las cosas hacia su debido fin» (I-II, q. 93, a. 1.); de ella manan todas las “expresiones" de la ley moral, perfectamente coordinadas entre sí: la ley natural, la ley revelada, antigua y nueva, las leyes eclesiasticas o las leyes civiles.

Siendo la ley eterna la misma sabiduría de Dios, gran cosa será la ley natural, pues «es la misma ley eterna, ínsita en los seres dotados de razón, que los inclina al acto y al fin que les conviene; es la misma razón eterna del Creador y gobernador del universo» (León XIII, Carta enc. Libertas praestantissimum 1988, 8)

 

4.- La ley moral es benéfica para el mundo.— Para un católico no debería haber discusión sobre si la ley moral es necesaria para el bien de las personas y las sociedades, sobre si su presencia en las leyes es buena para el bien común, para la vida,  para la cultura, para la familia, para la educación; sobre si vivir guardando el Decálogo es necesario y beneficioso. Tampoco debería haber discusión sobre si es bueno que los ciudadanos cuenten con leyes justas, o los católicos, concretamente, ajusten sus vidas al derecho de la Iglesia, sometiendo sus criterios subjetivos a la disciplina del Cuerpo de Cristo.

Tampoco debería dudarse de si es bueno o no que los derechos de Cristo sean los primeros en ser reconocidos, y pueda reinar en todo: en el derecho, en la existencia personal o social, en las realidades temporales, en los colegios católicos… Cuanto más se ame la ley de Cristo, cuanto más presente se la quiera, más se amará a Cristo en todo, más fielmente se le servirá, poniendo todo a sus pies.  Son cosas que, en otro tiempo, eran evidentes. 

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27.03.18

(258) Distinciones y distingos, II: la compleja maquinaria de la ambigüedad

1.- La ambigüedad está relacionada con la incertidumbre, que hiere la fe. En una de sus acepciones, tal como recoge la RAE, ambiguo significa «incierto, dudoso». E “incierto” quiere decir «inconstante, no seguro, no fijo, desconocido, no sabido, ignorado.» La aplicación de términos ambiguos a la exposición de la doctrina católica la tornan sospechosa, la desenfocan, la desdibujan, la pixelan de incertidumbre.

La ambigüedad vuelve insegura la mente católica y deteriora la función docente de la Iglesia, dejando heridos de inseguridad a los fieles, facilitando el camino a mutaciones y novedades. Se pide entonces, consiguientemente, huir de las seguridades y no estancarse en sus certezas, como si el sello de la duda fuera un signo de vida y no de muerte.

El mecanismo de la ambigüedad, en su voluntarista sofisticación, funciona desajustando claves conceptuales, inutilizándolas para favorecer una nueva lectura.

 

2.- Asimismo, la anfibología se relaciona con pluralismos disgregantes. Es acepción, también, de ambigüedad, como nos recuerda la RAE: «Dicho especialmente del lenguaje: que puede entenderse de varios modos o admitir distintas interpretaciones y dar, por consiguiente, motivo a dudas, incertidumbre o confusión.»

Poder entender los términos tradicionales de una manera pero también de otra, y por qué no de aquella contraria o casi semejante pero diferente, es una descomposición semántica disgregante, que pulveriza la unidad y tienta con la duda: ¿Será que es bueno no estar seguro de lo que se cree? ¿Será que es bueno poder afirmar una cosa pero también la contraria? ¿Será que es bueno no creer firmísimamente?

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24.03.18

(257) Distinciones y distingos, I: la quebradura teológica de la crisis

1.- La quebradura del lenguaje teológico.— Los momentos de crisis de fe son momentos, también, de desenfoque conceptual del lenguaje teológico. No es sólo que los términos se difuminen, sino que introducen distingos en lugar de distinciones; distingos que propician quebraduras doctrinales. La importancia del lenguaje teológico, por eso, en el catolicismo, es extrema, porque la precisión es una necesidad apremiante de la función docente de la Iglesia.

Es por esto que, cuando la teología, a la hora de explicar la fe, en lugar de introducir legítimamente distinciones, introduce ilegítimamente distingos, produce una quebradura en la doctrina, volviéndola ambigua y anómica; la teología, entonces, deviene antiteología, y deja de servir a las “necesidades” terminológicas de la Iglesia, volviéndose ociosa. Y un lenguaje ocioso produce vicios innumerables.

 

2.- Distingos y distinciones.— Nos interesa cómo lo explica la RAE: distingo es «reparo, restricción, limitación que se pone con cierta sutileza, meticulosidad o malicia». Es un recurso habitual de la sofística para introducir ambigüedad. Nos interesa tambien la RAE para comprender la necesidad que tiene la teología (y la filosofía) de hacer distinciones, ante todo para ser justa con su objeto.

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21.03.18

(256) Nietzsche, Teilhard de Chardin y el nuevo paradigma

1.- Del racionalismo moderno al irracionalismo posmoderno

Digámoslo claro. Aunque la mentalidad católica de hoy sea mayormente humanista, el humanismo sin embargo no está de moda en el mundo, está en crisis.

Está en crisis porque el Estado Mundial, que es el que establece los paradigmas, no es humanista, sino superhumanista: ha estirado el humanismo hasta el límite, y lo ha blindado con el ethos de la libertad negativa, expresada en el absolutismo de los derechos subjetivos.

Está en crisis porque lo que hoy prevalece no es la centralidad del hombre, sino la centralidad de los derechos subjetivos del hombre.

—Pertenece al nuevo paradigma global una concepción terrenalista de la existencia. No digo terrenal, sino terrenalista, para indicar que, en la nueva mentalidad global, la libertad es referida no al ser, sino a la tierra, al planeta, a la proyección planetaria de la subjetividad. De lo terrenal como ámbito de existencia se ha pasado a lo terrenal como sentido de la existencia. Tal y como auguró Nietzsche.

 

El profeta de este nuevo paradigma, por tanto, no podía ser otro que Friedrich Nietzsche (1844- 1900). El filósofo alemán, en su obra culmen, Así hablo Zaratrusta, sintetiza la instauración de lo que hemos llamado principio de autodeterminación o libertad negativa como existencia propia del superhombre en la tierra. El añadido “en la tierra” es necesario a Nietzsche para resaltar la inmanencia de su proyecto, —su irreligiosidad, por así decir— y complementar el diseño de su ultrahombre con un nuevo orden sustitutivo del orden creado: el sentido de la tierra, o sea, el sentido de la existencia, entendido como la propia autodeterminación inmanente de la voluntad.

Por eso, no nos engañemos. La posmodernidad, más que irracional, es irracionalista. Más que humanista, es sobrehumanista. Más que terrenal, es terrenalista. 

Como digo, todo lo resume Nietzsche en un célebre y horripilante pasaje del Zaratustra:

«¡Os enseño al superhombre!

El superhombre es el sentido de la tierra. Que vuestra voluntad diga: ¡El superhombre debe ser el sentido de la tierra! ¡Os insto, hermanos, a que permanezcáis fieles a la tierra y no creáis a los que os hablan de esperanzas supraterrenales! Son envenenadores, ya sea conscientes o inconscientes.

Desprecian la vida; llevan dentro de sí el germen de la muerte y están ellos mismos envenenados. La tierra está cansada de ellos; ¡muéranse, pues, de una vez!

Tiempos hubo en que pecar contra Dios era el pecado más grave; pero Dios murió y con él murieron todos esos pecadores. Ahora lo más grave es pecar contra la tierra y poner las entrañas de lo inescrutable por encima de la tierra» 

 

2.- Del pecado contra Dios al pecado contra la Tierra

La mención de la tierra no es fortuita en Nietzsche. Es significativo, en el paso del humanismo al ultrahumanismo, la inmanentización radical del sentido del pecado. Sustituido el orden natural por el sentido de la tierra, la referencia ha de cambiar necesariamente. Si se elimina a Dios, fin último del hombre, otra cosa debe ocupar su lugar; por mala lógica, debe ser el nuevo ídolo: la propia existencia, personificada en lo cósmico, en la evolución planetaria y global.

Es fácil deducir que los pecados ecológicos serán, para el ultrahumanismo, los pecados más graves, porque atentan contra su nuevo fin último. Pues bien, este paradigma superhumanista anunciado por Nietzsche es el paradigma posmoderno del Estado Mundial. Y ha sido anunciado subrepticiamente, bajo apariencia de religiosidad católica, por un teólogo personalista: Teihard de Chardin (1881- 1955), profeta del ultrahombre cósmico.

 

3.- El posmodernismo católico

Teilhard de Chardin es un Nietzsche pero en el ámbito católico heterodoxo. No sólo comparte su anuncio de una superhumanidad, sino que lo sitúa en el mismo contexto de evolución inmanente y autodeterminación terrenalista. Como él mismo escribe:

«Zoológica y psicológicamente hablando, el hombre, fijado por fin en la integridad cósmica de su trayectoria, no está todavía más que en un estado embrionario, más allá del cual se perfila ya una amplia franja de lo Ultra-humano» (El corazón de la materia, 1950)

Como decimos, además de vocero de la ultrahumanidad, lo es de una globalización cósmica, de un nuevo orden terrenal de la materia que ha de acompañar al ultrahombre, que representa con retórica cientificista:

“El Hombre, al mismo tiempo que un individuo centrado por relación consigo mismo (es decir, una “persona”), ¿no representa un elemento, por relación a una nueva y más alta síntesis? Conocemos los átomos, sumas de núcleos y de electrones; las moléculas, sumas de átomos; las células, sumas de moléculas… ¿No habrá, entre nosotros, una Humanidad en formación, suma de personas organizadas?… ¿Y no es ésta, por lo demás, la única manera lógica de prolongar por recurrencia (en la dirección de mayor complejidad centrada y de mayor conciencia), el curso de la moleculización universal?” (La vision del pasado, 1949)

Nietzsche y su proyecto, que no es suyo talmente porque es el mismo proyecto de la modernidad llevado hasta su límite, o sea la posmodernidad; Nietzsche, digo, ha encontrado eco en la mentalidad católica gracias a Teilhard de Chardin. La mentalidad de muchos católicos, a los que se les ha presentado este autor como genial y original teólogo, ha sido, pues, herida de posmodernidad.

A las voces que anuncian temerariamente un nuevo paradigma eclesial, hay que advertirles que están jugando con fuego; hacerles ver la peligrosidad del abandono de la virtud de la clasicidad (que consiste en no apartarse nunca de la regla de lo tradicional). Mostrarles que los elementos que pretenden incorporar a la mentalidad católica son elementos del mundo posmoderno profetizado por Nietzsche y “catolizado” por Teilhard; un mundo que en lugar de asimilar hay que evangelizar.

 

4.- Modernismo y posmodernismo

La crisis modernista fue debida a la incorporación de elementos esenciales de la modernidad a la mentalidad católica. De igual manera, el posmodernismo es la incorporación de elementos esenciales de la posmodernidad a la mentalidad eclesial.

Pero, ¿qué elementos? Pues precisamente los presentados por Nietzsche y Teilhard como distintivos de la nueva ultrahumanidad: la centralidad evolutiva de la tierra y el anuncio de un nueva dignidad humana, y por tanto de un nuevo sentido de lo que atenta contra ella, es decir del pecado. Pecado que, bajo esta perspectiva, deja de referirse a la ley divina, para re-orientarse hacia la terrenalidad, hacia lo histórico, hacia la propia situación o momento o fase existencial.

El nuevo paradigma es el paradigma de la libertad negativa, esencia de la modernidad, pero llevado hasta su límite. Gran temeridad es hablar de un nuevo paradigma en un nuevo orden mundial. Porque no puede ser nuevo, porque no puede ser sino el que hay, el que está, el que pretende imponerse, el que confiere potencia a las olas del Maelstrom, el que configura el mundo caído actual y sus estructuras de pecado.

Gran temeridad es pretender incorporar, de alguna manera, los elementos constitutivos de un mundo que, en lugar de ser asimilado, debe ser salvado.

 

David Glez Alonso Gracián

 
Recomiendo encarecidamente este post del P. José Maria Iraburu, en que expone con meridiana claridad los problemas que suscita la heterodoxia chardiniana, y pone remedios en boca de un genio que lo combatió: Castellani.
 

17.03.18

(255) El giro teológico del marxismo

1.- El giro teológico del marxismo consiste en rechazar la religión pero tolerar la fe. Con ello influye en la subjetivización de la teología católica, para que promueva una fe fiducial sin religión, esto es, sin proyección cultual y cultural, social, política y jurídica.

 

2.- El giro teológico del marxismo consiste en atraer a los católicos a un reino utópico, en el que podrán contribuir con elementos civilizadores, pero no específicamente religiosos.

 

3.- El giro teológico del marxismo consiste en transformar el cristianismo en fuerza social, en orden a la edificación de la urbe terrena.

 

4.- El giro teológico del marxismo sustituye, en la actual coyuntura, la teología de la liberación por la teología de la anomia y de la ambigüedad.

 

5.- También el cristianismo como un vivir para los demás, en sentido horizontalista, es incursión del marxismo en teología, naturalizando la caridad y desnortándola del cielo.

 

6.- Con la proyección del marxismo a la teología ha quedado minusvalorado el culto de dulía, las imágenes de los santos, los rompimientos de gloria, la eficacia mediada de los sacramentales, la visibilidad de lo sacro.

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