¿Cómo lo sabe? - Julián Marías

Uno de mis textos favoritos, con la profundidad y claridad con la que abordaba los temas Julián Marías. Parece una queja, un ¡ya está bien de inventarse las cosas!, pero con su buen hacer. Reproduzco el texto publicado como Tercera en ABC el 22 de enero de 2010 ya que lo enlazo a menudo y no está muy accesible en Internet. Que lo disfruten.

Lógicamente deshabilito los comentarios, no es el propósito. Las negritas son mías para facilitar la lectura.


¿Cómo lo sabe?

Julián Marías

Es mi pregunta predilecta: ¿cómo lo sabe? Se dirige a tantas personas, tantas declaraciones, tantos artículos y libros en los que se dicen con extraño aplomo cosas que no se saben ni se pueden saber.

Hay arqueólogos que hablan impávidos de lo que era el hombre hace cientos de miles de años, o acaso millones. No sabemos desde cuándo existe el hombre, algunos millares de años, probablemente no muchos, y desde lo más remoto conocido tenemos la impresión inequívoca de lo humano tal como lo conocemos en la realidad. No hay nada en la existencia que no sea inequívocamente humano o no humano; no existe ningún «eslabón» dudoso. Nos cuentan con pelos y señales cómo eran y vivían esos «hombres» de los que quedan algunos huesos fósiles de desconocida procedencia.

Se diagnostican enfermedades de personajes históricos remotos, cuando es tan difícil conocer los padecimientos de los hombres actuales a los que se puede observar y analizar con los fantásticos recursos de nuestra medicina.

Muchos libros de historia cuentan minuciosamente conversaciones del pretérito, por ejemplo entre Felipe IV y el Conde Duque de Olivares, con una nota al pie de página en que se expresa que la fuente es una comunicación de un embajador, probablemente veneciano, que evidentemente no estaba allí, lo cual autoriza a un total escepticismo sobre su versión. Los ejemplos se podrían multiplicar y llegan por supuesto al presente.

Hay personas que saben «de buena tinta» lo que opinan sobre asuntos varios el Rey y la Reina, a los que nunca han visto, y dan versiones contradictorias. He tenido el honor y el placer de hablar con ambos muchas veces, y no tengo la menor idea de sus opiniones sobre cuestiones de las que nunca hemos hablado. Para muchas personas eso no cuenta y están seguras de algo de lo que no pueden estarlo.

La frecuencia de estos usos es tal, que produce una desorientación general, dentro de la cual se desliza el error, aliado con extrema frecuencia a la mentira deliberada. En los medios de comunicación, en el mundo de la política hay una gran desigualdad en el tratamiento de la verdad y la mentira. Si se comparan las diversas versiones que se pueden oír o leer, se descubre que la verdad es por lo menos discutible y más bien escasa. Si se extrajeran las consecuencias de esa experiencia, se produciría un inmenso saneamiento de la vida colectiva. Hay personas en las que se puede confiar, cuyos actos y manifestaciones son coherentes, resisten el paso del tiempo, no se contradicen ni anulan. En otros casos sucede exactamente lo contrario: hechos y dichos son incoherentes, se contradicen, quedan desmentidos apenas transcurren unos días o unas horas. Estoy convencido de que la clave de los increíbles males que padece actualmente la Argentina está en la espesa capa de falsedades, distorsiones y omisiones que han caído sobre ella en los últimos años. Nada se dice de esto, y creo que la salvación de este valioso país, para mí tan admirable y querido, estaría en una implacable afirmación de la verdad y una total descalificación de todas las falsificaciones, distorsiones y ocultaciones que viene padeciendo.

En una época en que el poder de los medios de comunicación y la organización son enormes, esta situación se convierte en el peligro más grave de la convivencia y la posible prosperidad de un mundo complejísimo y lleno de dificultades.

Existe una aterradora facilidad para admitir lo que «se dice» y darlo por bueno, aunque un examen fugaz basta para comprender que eso que se dice no se sabe ni se puede saber. Lo que en otros tiempos no tenía demasiada importancia porque el poder de la comunicación era incomparablemente menor, se ha convertido en un rasgo absolutamente decisivo del mundo en que vivimos.

Esto sirve para medir las exigencias y las posibilidades de la libertad. En la época romántica, se entendía por libertad la de poder hablar en los cafés o publicar artículos en periódicos de limitadísima circulación; ahora se trata más bien de disponer de tiempo en las principales cadenas de televisión y sus equivalentes.

Sería muy aleccionadora la comparación de lo que se dice y aquello de que no se habla. Si se comparan dos periódicos o emisoras de radio o cadenas de televisión, se descubre la curiosa selección de lo real que representan; antes de entrar en el detalle de lo que dicen, es revelador de qué se ocupan, qué comentan o qué callan. También es interesante la titulación de las informaciones en los periódicos. Tengo la impresión de que hay encargados de ella, que orientan al lector, el cual muchas veces se contenta con leer los títulos. Es usual la desfiguración que representan respecto del texto que se imprime a continuación; a veces se trata de diversas interpretaciones de hechos, que pueden ser estadísticos, consistentes en cifras, en sí mismas concluyentes y claras, presentadas hábilmente de manera que resulten informaciones distintas e inconciliables.

Una de las «destrezas» más usadas consiste en la selección de un hecho muy limitado, que afecta a una mínima proporción de la realidad de un mes particular, con deliberado olvido de esa misma realidad en unos cuantos años, de signo contrario y volumen centenares de veces mayor. Con el apoyo de un dato numérico se induce a un error inmenso, pero que viene a apoyar una tesis consistente en la falsificación general.

Algo semejante significan las atribuciones a «la gente» o «el pueblo», o inmensos grupos sociales, de las actitudes, palabras y gestos de grupos limitados, organizados, aleccionados, a los que se concede la importancia de que absolutamente carecen.

Estos fenómenos explican gran parte de lo que parece incomprensible en la historia reciente. La fascinación que indudablemente produjo en Alemania el nacionalsocialismo llevó a este país a una etapa de locura colectiva que no se puede negar y que fue de atroz eficacia. Algo análogo ha ocurrido con la inmensa estafa que ha significado hasta hace muy poco tiempo la realidad soviética, que ha llevado a inmensos pueblos no sólo a la más absoluta carencia de libertad, sino al empobrecimiento, a la miseria, a diversas formas de degradación que se van descubriendo y que parecen perdurables. En la China se va reconociendo que la «revolución» de Mao fue destructora y funestísima; pero no puedo olvidar la extraña fascinación que Mao y su librito rojo produjeron en gran parte del mundo y en personas que por lo demás eran muy civilizadas.

Es fácil ver todo esto una vez que ha pasado. Con algún esfuerzo se puede reconocer la situación del presente y los peligros y esperanzas para el futuro previsible.