XCIV. El juicio a los ángeles

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El conocimiento angélico[1]

El último artículo, el sexto, de la cuestión cincuenta y nueve, con la que se cierra la vida de Cristo, que expone Santo Tomás en la Suma teológica, está dedicado a averiguar si el poder judicial de Cristo se extiende también a los ángeles. Su conclusión es que: «Los ángeles están sometidos al poder judicial de Cristo, no sólo por razón de su naturaleza divina, como Verbo de Dios que es sino también por razón de su naturaleza humana».

Esta tesis del sometimiento de los ángeles a Cristo-hombre: «es evidente por tres pruebas. Primera, por la proximidad a Dios de la naturaleza (humana) tomada, pues como se dice San Pablo: «Nunca tomó a los ángeles, sino que tomó la descendencia de Abraham» (Heb 2, 16).Y por esto el alma de Cristo está más llena de la verdad del Verbo de Dios que ninguno de los ángeles; de manera que también les ilumina, como dice Dionisio en La jerarquía celeste. (c. 7, 3) De donde tiene poder para juzgarles»[2].

En este lugar citado escribe Dioniso – de quien se creyó, hasta el siglo XIX, que era discípulo inmediato de San Pablo, pero que era un monje sirio neoplatónico del siglo VI– sobre el conocimiento de los nueve órdenes o grupos angélicos –Serafines, Querubines, Tronos, Dominaciones, Virtudes, Potestades, Principados, Arcángeles y Ángeles–, que esta iluminación de Cristo es sobre los misterios de la gracia: «Es cierto que los teólogos han afirmado claramente que entre los órdenes de las esencias celestes todo lo que conocen de las obras de Dios los órdenes inferiores lo reciben en forma conveniente de los que tienen un rango más alto, y que los más altos de todos reciben de la deidad misma, en la medida que les es posible, las iluminaciones iniciáticas. Ellos nos indican, efectivamente, que algunos de esos órdenes conocen por una santa iniciación de aquellos que les son superiores que es el Señor de los poderes celestes y el Rey de la Gloria el que subió a los cielos en forma humana. Mientras que a otros (…) es el mismo Jesús el que los inicia directamente y de manera primordial les revela su obra bienhechora que realizó a favor de los hombres»[3].

En los diferentes espíritus angélicos por no estar unidos a un cuerpo, el proceso de entender no puede ser el mismo que el de los espíritus humanos, que sí lo están. Estós últimos necesitan la información sensible, que se obtiene gracias a los sentidos corporales. Además, como en el ángel su entendimiento no se identifica con su propia substancia inteligible, como en Dios, necesita conocer por inteligibles distintos. No puede obtenerlos de las cosas sensibles, por no tener sentidos corporales. Por tanto, sólo puede recibirlos por infusión divina.

De ahí que: «Las especies por las cuales entienden los ángeles no están tomadas de las cosas, sino que les son connaturales». Su mismo entendimiento, facultad que en ellos se distingue de su substancia: «está por naturaleza repleta de especies inteligibles, por cuanto posee especies inteligibles connaturales para entender todo lo que naturalmente puede conocer»[4].

Por connaturalidad, o porque reciben con su naturaleza estas especies inteligibles, que están así en su naturaleza, pero no forman parta de ella, sino que vienen de fuera: «en la mente de los ángeles están las semejanzas de las criaturas, pero no tomadas de ellas, sino de Dios, que es la causa de las criaturas y en quien primeramente existen las semejanzas de las cosas»[5]. Las especies inteligibles, que existen en la mente de los ángeles, provienen: de: «un efluvio inteligible por el cual reciben de Dios, junto con su naturaleza intelectual, las especies de las cosas conocidas»[6].

El gobierno de los ángeles

Explica también Santo Tomás sobre la función gobernativa entre ellas que:«entre las criaturas intelectuales unas son superiores a otras», por su mayor o menos participación en el ser y con ello, su distinta perfección intelectual, recibida de Dios, proporcionada a su naturaleza. De manera que: «Las substancias intelectuales superiores reciben en sí mismas la influencia de la sabiduría divina mejor que todas las demás, porque cada cual recibe según su natural disposición. Es así que todas las cosas son gobernadas por la sabiduría divina, y según esto es preciso que las que más participan de la sabiduría divina gobiernen a las que menos participan». Por tanto: «es menester que las naturalezas intelectuales superiores gobiernen a las inferiores»[7].

Sostiene, por ello, Santo Tomás que la Providencia divina hace que los dones superiores desciendan desde lo más alto hasta lo más bajo. Tanto en los seres espirituales como en los corporales, el descenso se realiza de un modo gradual. Bajan de una manera escalonada y, por tanto, por medio de grados intermedios.

En la trascripción del texto de su lección solemne, que pronunció en su juventud para ser promovido al grado máximo de maestro o doctor, Santo Tomás ya defendió este principio y lo confirmó con las palabras del versículo del Salmo 103 –«La gloria de Dios en la creación»–, que dice: «De tus altas moradas riegas los montes y del fruto de tus obras se sacia la tierra»[8]. De manera que, así como la lluvia desde el cielo riega los montes y forma ríos que descienden hacia los valles, fecundando su suelo, así también la Sabiduría divina riega la mente de los que deben enseñar a otros[9].

De este modo se comprende que, a todos estos espíritus separados de la materia, o espíritus superiores: «sean llamados también «ángeles» en cuanto que dirigen a los espíritus inferiores anunciándoles algo, pues la palabra ángel equivale a «nuncio», persona. que lleva avisos o noticias a otra persona, y: «se llama también «ministro» en cuanto que con sus obras ejecutan, incluso en las cosas corporales, el orden de la divina providencia»[10].

Esta intermediación sujeta a una jerarquía se advierte, tal como expresa el Pseudo- Dionisio, en que: «el divino misterio del amor de Jesús a los hombres se manifestó, en primer lugar, a los ángeles y después a través de ellos nos llegó la gracia de conocerlo».

Recuerda seguidamente que: «de esta forma el divino Gabriel manifestó al sacerdote Zacarias que, contra toda esperanza y por la gracia de Dios, engendraría un hijo que sería el profeta de la obra divino-humana de Jesús, que iba a manifestarse para bien y salvación del mundo (Lc 1, 11-20). Y también a María le anuncio que se cumpliría en ella el misterio divino de la inefable Encarnación de Dios (Lc 1, 26-39). Otro ángel explicó a José que se habían cumplido verdaderamente las promesas hechas por Dios a su antepasado David (2 Sam 7, 12-17; Mt 1, 20-25). Y otro fue el que llevo la buena nueva a los pastores, pues por su vida apartada de la mayoría y tranquila estaban ya purificados, y a él se unió «una multitud del ejercito Celestial» para transmitirnos a los habitantes de la tierra el célebre himno de gloria (Lc 2, 8-14)»[11].

Los ángeles y los hombres

La segunda prueba, que evidencia que Cristo, por su naturaleza humana, es juez también de los ángeles es que: «por la humildad de la pasión, la naturaleza humana de Cristo mereció ser exaltada sobre de los ángeles, de suerte que como dice el Apóstol: «al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los infiernos» (Fl 2, 10).Y, por tanto, Cristo tienepoder judicial sobre los ángeles buenos ymalos. En señal de lo cual se dice en el Apocalipsis: «todos los ángeles estaban en pie alrededor del trono» (Ap 7, 11)»[12].

La humildad de Cristo en cuanto al misterio de su pasión muestra que al humillarse a sí mismo mostró su obediencia a Dios Padre. Hay que tener en cuenta que Cristo es ciertamente: «hombre, más fuera de lo común, porque es Dios y hombre, y, no obstante, se humilló. «Cuanto mayor eres, humíllate más en todas las cosas» (Ecl 3, 20; «Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29)».

Asimismo, que: «el modo de humillarse y el distintivo de la humildad es la obediencia; porque lo propio de los soberbios es seguir su propia voluntad, ya que los soberbios buscan lo elevado y lo elevado no se deja gobernar, sino que él es el que gobierna, y por eso la obediencia es contraria a la soberbia». Lo opuesto directamente al vicio de la soberbia es la humildad. La virtud de la humildad lleva a la obediencia a Dios, que es así opuesta también opuesta a la soberbia

De aquí que San Pablo: «queriendo mostrar la humildad perfectísima de la pasión de Cristo, dice que se hizo obediente»[13]. Escribe el Apóstol: «Se humilló a Sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz»[14].

Sobre la afirmación paulina del abatimiento de Cristo, comenta Santo Tomás «porque si hubiese padecido, mas no por obediencia, no fuese tan alabado, ya que la obediencia da el mérito a nuestros trabajos y padecimientos. Mas ¿cómo se hizo obediente? No con voluntad divina, porque es la regla, sino con la humana, que en todo se dejó gobernar por la gobernar la voluntad paterna. «Padre mío (…) pero no sea como yo quiero, sino como quieres tu» (Mt 26, 39)».

La tercera y última prueba, que patentiza el poder judicial de la humanidad Cristo sobre los ángeles: «es por razón de los ministerios que ejercen sobre los hombres, de los cuales es Cristo especialmente la cabeza de un modo especial. Por esto dice el Apóstol: «Todos son espíritus servidores, enviados a ejercer un ministerio sobre aquellos que reciben la herencia de la salvación» (Heb 1, 14)»[15].

Al citar este versículo de San Pablo se dice en el Catecismo de la Iglesia Católica: «Cristo es el centro del mundo de los ángeles. Los ángeles le pertenecen: «Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles…» (Mt 25, 31). Le pertenecen porque fueron creados por y para Él: «Porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por Él y para Él» (Col 1, 16). Le pertenecen más aún porque los ha hecho mensajeros de su designio de salvación»[16].

Como consecuencia, se indica también que: «toda la vida de la Iglesia se beneficie de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles (cf Hch 5, 18-20; 8, 26-29; 10, 3-8; 12, 6-11; 27, 23-25)»[17]. Se precisa que: «Desde su comienzo (cf Mt 18, 10) hasta la muerte (cf Lc 16, 22), la vida humana está rodeada de su custodia (cf Sal 34, 8; 91, 10-13) y de su intercesión (cf Jb 33, 23-24; Za 1,12; Tb 12, 12). «Nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida» (San Basilio Magno, Contra Eunomio, 3, 1)»[18].

Sobre estos ángeles se dice también en el Catecismo Romano que se les ha dado: «la misión de guardar al linaje humano y de socorrer a cada hombre, para que no reciban daño alguno grave; porque así como los padres, cuando los hijos precisan viajar por caminos malos y peligrosos, hacen que los acompañen, personas que los cuidan y defiendan de los peligros, de igual manera nuestro celestial Padre, en este viaje que emprendemos para la celeste patria, a cada uno de nosotros nos da ángeles para que, fortificados con su poder y auxilio, nos libremos de los lazos furtivamente preparados por nuestros enemigos, y rechacemos las terribles acometidas que nos hacen; y para que con tales guías sigamos por el camino recto, sin que ningún error interpuesto por el astuto enemigo, sea capaz de separarnos del camino que conduce al cielo»[19]

La materia del juicio a los ángeles

Los ángeles, por consiguiente: «Están sometidos al juicio de Cristo.Primero, por razón de los servicios que tienen encomendados. Tales servicios se cumplen tambiénpor medio de Cristo hombre, al que «los ángeles servían»,como se dice en el Evangelio de San Mateo (Mt 4, 15); y aquien los demonios pedían que los enviasea los puercos, como se lee también en el mismo Evangelio (cf. Mt 8, 31)».

En segundo lugar, serán también materia del juicio: «los otros premios accidentales de los ángeles buenos, o sea su gozo por la salvación de los hombres, conforme a aquellas palabras del Evangelio de San Lucas: «Los ángeles de Dios gozarán más por un pecador que hace penitencia» (Lc 15, 10).

Igualmente serán objeto de juicio: «las penas accidentales de los demonios, con que son atormentados aquí o en el infierno. Y esto pertenece asimismo a Cristo en cuanto hombre. Por esto dice San Marcos que el demonio gritaba: «¿Qué hay entre ti y nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos?»(Mc 1, 24)».

En tercer lugar, puede decirse que también hay juicio: «en cuanto al premio esencial de los ángeles bienaventurados, que es la bienaventuranza eterna; y también en cuanto a la pena esencial de los ángeles malos, que es la eterna condenación». Pero nota Santo Tomás que: «esto lo realizó Cristo, como Verbo de Dios, desde el principio del mundo»[20]. De manera que los premios y castigos esenciales dependieron únicamente del Verbo. en cambio, los premios y castigos accidentales dependerán de Cristo-hombre.

Por último, advierte Santo Tomás que: «Cristo tiene poder judicial no sólo sobre los ángeles, sino también sobre la administración de todas las criaturas. Pues sí, al decir de San Agustín, los seres inferiores son regidos con cierto orden por Dios mediante los superiores (Cf. La Trinidad, III, c. 4), hay que decir que todos son regidos por el alma de Cristo, que está sobre toda la creación».

Afirmación que se encuentra en la Escritura, porque: «dice el Apóstol: «Dios no sometió a los ángeles el mundo venidero del que hablamos» (Heb 2, 5):, esto es, «el mundo sujeto a aquel de quien hablamos, es decir, Cristo» (Glosa ord., VI, 137ª)»[21].

Debe, por tanto, decirse con el escriturista Bover que: «La glorificación del hombre y su señorío universal sobre toda la creación no se realiza plena y perfectamente, sino en el hombre por excelencia, Cristo único, que domina realmente en el Mundo de naturaleza y en el mundo de la gracia»[22].

Puede así concluir Santo Tomás el artículo, y con él todo este tratado, afirmando que Cristo en cuanto hombre ha sido hecho rey y juez de todo lo creado, y «no por esto constituyó Dios a otro sobre el gobierno de la tierra,porque el mismo y único señor Jesucristo es Dios y hombre. Sobre cuyo misterio de la Encarnación baste con lo dicho hasta aquí»[23], ya que en esta última afirmación esta sintetizada toda la teología del misterio de la vida de Cristo.

 

Eudaldo Forment



[1] Anton Schmidt, Ángeles con instrumentos de música (1745). Fresco de la cúpula de las Iglesias del Calvario en Branska Stiavnica (Eslovaquía),

[2] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, III, q. 59, a. 6, in c.

[3] PSEUDO-DIONISIO AREOPAGITA, Jerarquía celeste, c. 7, 3.

[4] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, I, q. 55, a. 2, in c.

[5] Ibíd., I, q. 55, a. 2, ad 1.

[6] Ibíd., I, q.55, a. 2, in c.

[7] ÍDEM, Suma contra los gentiles, III, c. 79.

[8] Sal 103,13.  

[9] Cf. Santo Tomás, Sobre la recomendación de la Sagrada Escritura.

[10] ÍDEM, Suma contra los gentiles, III, c. 79.

[11] PSEUDO-DIONISIO AREOPAGITA, Jerarquía celeste, c. 4, 4.

[12] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, III, q. 59, a. 6, in c.

[13] ÍDEM, Comentario de la Epístola de San Pablo a los Filipenses, c. 2, lec. 2.

[14] Flp, 2, 8.

[15] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, III, q. 59, a. 6, in c.

[16] Catecismo de la Iglesia Católica, 331.

[17] Ibíd., 334.

[18] Ibíd., 336.

[19] Catecismo de San Pío V, p. IV, c. 9, n. 4

[20] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, III, q. 59, a. 6, in c.

[21] Ibíd., III, q. 59, a. 6, ad 3.

[22] José M. Bover, Las epístolas de San Pablo, Barcelona, Editorial Balmes, 1959, 4ª ed.., p. 496. 6-8.

[23] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, III, q. 59, a. 6, ad 3.

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