XCIII. El juicio universal

La verdad del juicio final[1]

En el penúltimo artículo de la cuestión de la Suma sobre el poder judicial de Cristo se trata de la verdad dogmática del juicio universal, que así se expresa en el artículo séptimo del Credo: «Desde allí (el cielo) ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos». Escribe Santo Tomás en este lugar: «dice el mismo Señor en el Evangelio de San Juan: «Las palabras que yo os acabo de hablar, ellas os juzgarán el último día» (Jn 12, 48). Luego habrá otro juicio el último día, además del juicio temporal particular»[2].

En otros muchos lugares aparece afirmada su existencia. Se lee, por ejemplo en el Evangelio de San Mateo se citan estas palabras de Cristo: «Los ninivitas se levantarán el día del juicio contra esta generación y la condenarán»[3]. Y en el de San Juan: «los que hicieron bien irán para la resurrección de la vida; y los que hicieron el mal para la resurrección del juicio»[4].

Necesidad del juicio universal

Explica Santo Tomas su necesidad con el siguiente argumento: «No es posible dar un juicio definitivo sobre una cosa mudable antes de su consumación. Así, el juicio sobre una acción cualquiera no puede darse antes que perfectamente se haya consumado en sí misma y en sus efectos, pues muchas acciones que parecen a primera vista ser útiles, que luego por sus efectos aparecen nocivas. E igualmente, de un hombre no puede formarse un juicio acabado antes de que se termine su vida, por cuanto se puede mudar de bueno en malo, o al contrario, o de bueno en mejor, o de malo en peor. Por lo cual dice el Apóstol: «Está definido que los hombres mueran una vez y que después sean juzgados» (Hb 9, 27).

No basta con este juicio individual o particular, porque: «se ha de tener en cuenta que, si bien con la muerte se acaba la vida temporal del hombre en sí misma, subsiste de forma relativa dependiendo del futuro», y esto de varios modos.

Primero: «perviviendo en la memoria de los hombres, en los cuales perdura a veces contra la verdad la buena o la mala fama».

Segundo, porque: «perdura en los hijos, que son algo del padre, según aquellas palabras de la Escritura: «Murió su padre y como si no hubiera muerto, porque dejó un hijo semejante a él» (Eclo 30, 4): Y, sin embargo, los hijos de muchos hombres buenos son malos, y viceversa».

Tercero, porque: «perduran los hombres en cuanto el efecto de sus obras, como el engaño de Arrio y de muchos seductores se propaga la infidelidad hasta el fin del mundo; y lo mismo se propaga la fe por la predicación de los Apóstoles».

Cuarto: «pervive en cuanto el cuerpo que, a veces, es sepultado con grande honor, y a veces queda sin sepultura, y otras veces por ser incinerado se deshace totalmente».

Quinto: «subsiste por razón de algunas cosas en que el hombre tenía puesto su afecto, por ejemplo, en cosas temporales, de los cuales unas acaban más pronto, y otras perduran más».

Todas estas cosas futuras: «están sometidas a la apreciación del juicio divino, y de ellas no se puede formar un juicio perfecto y claro mientras dura el curso del tiempo presente. Por esto, es preciso que haya un juicio final en el último día, en el que se dé fallo pleno y manifiesto de cuanto en cualquier modo toca al hombre»[5].

Según lo dicho: «se ve que hay una doble retribución por lo que el hombre hizo en la vida: una, según el alma, la cual recibe uno inmediatamente que el alma se hubiere separado del cuerpo; la otra retribución tendrá lugar en la reasunción de los cuerpos, ya que unos se unirán a cuerpos gloriosos e impasibles y otros a pasibles y viles. Mas la primera retribución se hace, en efecto, a cada uno separadamente, ya que separadamente muere cada cual; pero la segunda se hará a todos a la vez, pues todos resucitarán a la vez».

Por consiguiente: «es necesario que haya un doble juicio: uno por el que a cada uno se da separadamente el premio o castigo al alma y otro universal, según el cual se dará a todos juntamente lo que merecieron respecto al alma y al cuerpo»[6].

Con este doble juicio, el particular y el universal, se juzgará a cada hombre primero por las obras meramente y después por la repercusión de estas obras en todo lo demás. De manera que: «aparecerá manifiestamente la divina justicia en todas aquellas cosas que, si ahora, permanecen ocultas, es porque Dios dispone de ellas para la utilidad de los demás y contrariamente a lo que los hechos parecen exigir que sean vistas. Por esto también se hará entonces la separación universal entre buenos y malos, puesto que ya no habrá lugar para que los malos por los buenos o éstos por aquellos merezcan; razón por la cual se hallan mezclados los buenos con los malos, mientras la vida presente es regida por la Providencia divina»[7].

El doble juicio

Contra la existencia del juicio universal, dada la del juicio particular, se puede objetar: «Inútil parece un juicio, después de la retribución de los premios y castigos, Pero ya en el tiempo presente se verifica la retribución de los premios y castigos, pues dice el Señor al ladrón en la cruz: «Hoy estarás conmigo en el paraíso»(Lc 23, 43); y, en el Evangelio de San Lucas, se lee que «murió el rico y fue sepultado en el infierno» (Lc 16, 22).Luego en vano se espera un juicio final»[8].

A ello responde Santo Tomás: «Fue opinión de algunosque las almas de los santos no reciben elpremio en el cielo, ni la de loscondenados reciben el castigo en el infierno,hasta el día del juicio». Sin embargo, es evidentemente falso por lo que dice el Apóstol: «Confiamos y quisiéramos partir del cuerpo y estar presentes al Señor» (2 Cor 5, 8):lo cual no es ya «caminar en la fe»,sino «en la visión»(2 Cor 5, 7), como es claro por lo que sigue. Y esto es ver a Dios en su esencia, en lo que consiste «la vida eterna» (Jn 17, 3. De donde resulta manifiesto que las almas separadas de los cuerpos gozan de la vida eterna».

Debe, por consiguiente, afirmarse que: «después de la muerte, en lo que se refiere al alma, el hombre alcanza un estado inmutable, y, por tanto, en cuanto al premio del alma no hay por qué diferir más el juicio para más adelante». Cuando el alma está separada del cuerpo, ya habrá conseguido el último fin elegido, y su voluntad, por ello, permanece ya inmutable en el bien o en mal.

Con todo, como ya se ha dicho: «porque otras muchas cosas que atañen al hombre, y que se desarrollan en el curso del tiempo, que no son extrañas al juicio divino, conviene que, de nuevo, al fin de los tiempos, sean todas ellas traídas a juicio. Y, si bien por estas el hombre no merezca ni desmerezca, pertenecen, aun así, en algún modo al premio o a la pena, y, por eso deben ser justipreciados en el juicio final»[9].

Otra objeción, que parece más difícil de resolver es la siguiente: «Dice el profeta Nahúm: «No juzgará Dios dos veces la misma cosa» (Nah 1, 9, según se lee en la Versión de los LXX). Pero al presente ejerce Dios su juicio en lo temporal y en lo espiritual; luego parece que no debe esperarse otro juicio final»[10], que le quedarían solo las cosas temporales y las cosas espirituales ya juzgadas en el juicio particular.

En su respuesta precisa Santo Tomás que: «Dios no juzga dos veces «una misma cosa»,esto es, «bajo el mismo aspecto».Pero el juzgar las mismas cosas bajo aspectos diferentes no es juzgarlas dos veces»[11]. No hay inconveniente, por tanto, en que Dios juzgue dos veces algo bajo diversos aspectos.

Además, como «todo hombre es una persona singular y a la vez una parte del género humano, «le corresponde un doble juicio». Ya se ha indicado: «uno particular, que se le hará tras la muerte cuando «reciba en atención a lo que hizo, bueno o malo, estando en el propio cuerpo» (2 Cor 5, 10), aunque no totalmente, pues sólo es en cuanto al alma y no en cuanto al cuerpo». Otro universal: «considerándole como parte que es del género humano».

De este modo, Dios «no impondrá dos castigos por un solo pecado; lo que hará es que la pena que no impuso completamente antes del juicio (universal), en éste se completará, siendo atormentados los réprobos en cuerpo y alma simultáneamente»[12].

Todavía aparece otra dificultad, porque: «en ningún juicio precede la sentencia el juicio mismo» y la sentencia del juicio particular, «consistente en admitirlos o excluir a los juzgados de su reino»[13], parece, por tanto, que no debe haber ya un siguiente juicio universal.

Aun así, el inconveniente desaparece si se tiene en cuenta que la sentencia del juicio universal consistirá: «en la separación de buenos y malos, que no precede a dicho juicio, como tampoco le ha precedido el efecto completo de la sentencia particular de cada uno, puesto que los buenos recibirán más premio después del juicio, bien por la gloria adjunta del cuerpo, bien por haber sido completado el número de los justos; y los malos sufrirán mayor tormento por el adjunto castigo del cuerpo»[14].

También se manifiesta la necesidad del juicio universal, porque: «mira más a la universalidad de los hombres que a cada uno de los juzgados. Y aunque cada uno esté ciertamente seguro de su condenación o salvación antes del juicio universal, no todos, sin embargo, sabrán quiénes se salvan o condenan. Por tanto, el juicio universal será necesario»[15].En una última objeción a su tesis sobre la existencia de un juicio universal, que presenta Santo Tomás en este artículo sobre su necesidad, se dice: «el premio y la pena corresponden al mérito y al demérito; pero el mérito y el demérito no pertenecen al cuerpo sino en cuanto es instrumento del alma; luego ni el premio ni el castigo son debidos al cuerpo sino por el alma. Luego, no hay razón para un segundo juicio al final, para que el hombre reciba en el cuerpo el premio o el castigo, fuera del que reciben ahora las almas»[16].

La respuesta de Santo Tomás es la siguiente: «Aunque el premio o el castigo del cuerpo dependa del premio o del castigo del alma, no obstante, como el alma no es en sí mudable, sino indirectamente por su relación del cuerpo, luego que el alma se separa del cuerpo adquiere un estado inmutable, y recibe su juicio», como ya se ha dicho. «Pero el cuerpo permanece sometido a la mutabilidad hasta el fin de los tiempos, y por eso conviene que entonces reciba su premio o e castigo en el juicio final».[17]

Lugar y tiempo del juicio

Sobre el lugar en donde se celebrará el juicio universal nota Santo Tomásque: «Es muy poco lo que se puede saber con certeza acerca del modo de realizarse el juicio final y de congregarse los hombres para el mismo. No obstante, puede deducirse de las Escrituras, como probable, que descenderá cerca del monte de los Olivos, como desde allí ascendió, demostrando con ello «que quien desciende es el mismo que ascendió» (Ef 4, 10)»[18].

Recuerda Santo Tomás que: «Se dice en el libro del profeta Joel: «Reuniré a todas las gentes y las llevaré al valle de Josafat (‘Dios juzga’) y allí les juzgaré» (Jl 3, 2)»[19]. La tradición, tanto judía como cristiana, considera que se refiere al valle del Cedrón (‘oscuro’), que desciende desde la muralla oriental de Jerusalén y el monte de los Olivos y que entre ambos circula el torrente Cedrón.

Asimismo: «se dice en los Hechos de los Apóstoles: «tal como le visteis ascender al cielo, así vendrá» (Hch 1, 11). Pero Él ascendió al cielo desde el monte de los Olivos, que domina el valle de Josafat. Luego vendrá a juzgar cerca de aquellos lugares»[20].

Una patente dificultad es que: «toda la tierra de promisión no tiene capacidad para contener la multitud de todos los que han de ser juzgados. Por tanto, no es posible que el juicio venidero se celebre en aquel valle»[21].

No lo es, escribe Santo Tomás, porque: «una gran multitud puede congregarse en un espacio pequeño. Basta añadir algún espacio cerca de aquel lugar para acomodar a la multitud de los que serán juzgados, con tal que desde allí puedan ver a Cristo, que, elevado en los aires y lleno de refulgente claridad, podrá ser visto desde lejos»[22].

En cuanto al tiempo de la segunda venida de Cristo en que tendrá lugar el juicio final, de las que habrá muchos signos y señales indicadas por las Escrituras, Santo Tomás sostiene que: «El conocimiento del fin del mundo corresponde sólo a Dios»[23]. Nadie sabe ni el día ni la hora. Así lo dijo Cristo[24], pero además se puede argumentar: «pues El Mundo comenzó a existir por acción inmediata de Dios, y así acabará sin intervención de ninguna causa creada»[25], y, por tanto, sólo Él conoce el momento, que se ha reservado, porque sólo se explica por su poder.

A pesar de ello, Cristo: «en la segunda venida vendrá manifestativamente. Como se dice en el Salmo: «Dios vendrá manifiestamente» (Sal 49, 3). No habrá, pues error acerca de su llegada»[26].

Específica Santo Tomás que, por una parte: «como dice San Agustín, en una epístola sobre el juicio final, las señales que hay en el Evangelio no pertenecen en su totalidad a la segunda avenida que acaecerá al fin. Unas se refieren a la destrucción de Jerusalén, que ya fue; otras muchas se refieren a la venida diaria que Él realiza en su iglesia en cuanto que vive en no otros por la fe y el amor»

Por otra, que: «cuanto hay en los Evangelios y epístolas alusivo a la última venida, tampoco puede servir para que podamos conocer con precisión el tiempo del juicio. Porque aquellos peligros, que se presagian anunciando el próximo advenimiento de Cristo, han existido desde los primitivos tiempos de la Iglesia, unas veces con mayor, otras con menor intensidad. De aquí que aquellos días que vivían los apóstoles fueron llamados «postreros días», como consta por San Pedro (f. Hch 2, 16), que exponiendo las palabras de Joel: «En aquellos días últimos» etc. (Jl 2, 28) las aplica a su tiempo».

No obstante, tal como añade Santo Tomás: «desde entonces hasta hoy ha transcurrido mucho tiempo, sufriendo la Iglesia, unas veces muchas y otras veces pocas, tribulaciones. Luego no se puede determinar el tiempo que queda, si un mes, un año, cien o mil días, como dice San Agustín en la carta citada».

Por lo demás: «aun suponiendo que al final aumentarán tales peligros, tampoco puede precisarse que cantidad de peligros será la que precederá inmediatamente el día del juicio o, al advenimiento del Anticristo, pues se dio el caso que, siendo tan graves algunas persecuciones en la iglesia primitiva y abundando tanto los errores, algunos creyeron muy próximo e inminente el día del juicio»[27].

Más concretamente: «de las palabras de San Juan: «esta es la hora postrera» (1 Jn 2, 18) y otras parecidas, que se leen en la Escritura, no puede deducirse una cantidad determinada de tiempo. Pues tales cosas se dicen no para significar una breve hora de tiempo, sino para indicar el último estado del mundo, que equivale a la última edad».

Respecto: «al tiempo haya éste de durar no está determinado, como sucede con la senectud, última edad del hombre, que no tiene término señalado, y que a veces dura tanto cuanto las edades anteriores o más, como dice San Agustín, en Ochenta y tres cuestiones diversas (c. 58). Por eso, el Apóstol rechaza la interpretación que dieron algunos de sus palabras (II Tes 2, 2: «no os dejéis tan pronto impresionar… como si el día del Señor estuviese ya cerca»), creyendo que el día del Señor era inminente»[28].

 

Eudaldo Forment

 



[1] Miguel Ángel, El juicio universal (1536-1541).

[2] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, III, q. 59, a. 5, sed c.

[3] Mt 12, 41.

[4] Jn 5, 29. Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, Supl. q. 86, a. 1, sed c.

[5] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, III, q. 59, a. 5, in c.

[6]ÍDEM, Suma contra los gentiles, IV, c. 96.

[7] ÍDEM, Suma teológica, Supl., q. 88, a. 1, in c.

[8] Ibíd., III, q. 59, a. 5, ob. 1.

[9] Ibíd., III, q. 59, a. 5, ad 1.

[10] Ibíd., III, q. 59, a. 5, ob. 2.

[11] Ibíd., III, q. 59, a. 5, ad 2.

[12] Ibíd., Supl., q. 88, a. 1, ad 1.

[13] Ibíd., Supl., q. 88, a. 1, ob. 2.

[14] Ibíd., Supl., q. 88, a. 1, ad 2.

[15] Ibíd., Supl., q. 88, a. 1, ad 3.

[16] Ibíd., III, q. 59, a. 5, ob. 3.

[17] Ibíd., III, q. 59, a. 5, ad 3.

[18] ÍDEM, Suma teológica, Supl., q.88, a. 4, in c.

[19] Ibíd., Supl., q. 88, a. 4, sed c. 1.

[20] Ibíd., Supl., q. 88, a. 4, sed c. 2.

[21] Ibíd., Supl., q. 88, a. 4, ob. 1.

[22] Ibíd., Supl., q. 88, a. 4, ob. 2.

[23] Ibíd., Supl., q. 88, a 3, in c.

[24] Cf, Mt 13, 32-33; Hch 1, 7.

[25] SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma teológica, Supl., q. 88, a 3, in c.

[26] Ibíd., Supl., q. 88, a 3, ad 1.

[27] Ibíd., Supl., q. 88, a 3, ad 2.

[28] Ibíd., Supl., q. 88, a 3, ad 3.

 

1 comentario

  
Cordá Lac
Con el Juicio Final, público, todos verán la justicia de la salvación o de la condenación de todos: de la propia y de la ajena. Así, nadie puede mantener eso que se escucha muchas veces de que «si mi "hijo" (póngase lo que se quiera) no va a estar conmigo en el cielo, no quiero ir al cielo» o «si mi "hijo" (póngase lo que se quiera) no va a estar conmigo en el cielo no seré feliz allí».
01/12/25 6:43 PM

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