InfoCatólica / Razones para nuestra esperanza / Categoría: Concilio Vaticano II

27.12.15

La descalificación del lenguaje católico tradicional

Hace años, en una conferencia en Montevideo, un sacerdote católico muy inteligente, profesor de filosofía y de teología, afirmó que a él el lenguaje cristiano tradicional “no le decía nada”. Recuerdo que me apenó mucho oír eso. Me preguntaba cómo podía ser que a un sacerdote tan culto “no le dijera nada” el lenguaje de la Biblia y la Tradición eclesial, de los Papas y los Concilios, de los Padres y los Doctores de la Iglesia, de los santos y los grandes maestros de espiritualidad… Naturalmente, la expresión “esto no me dice nada” puede tener varios sentidos diferentes. Se me ocurren dos sentidos principales: 1) no entiendo nada de esto; 2) lo entiendo pero me deja frío; no suscita en mí ninguna emoción, ningún sentimiento, ningún propósito. Aplicadas a nuestro caso, las dos alternativas son inquietantes. La primera alternativa vuelve imposible la labor del teólogo, dado que no le permite comprender (en ningún grado) lo que cree. La segunda alternativa vuelve imposible la labor del misionero, dado que excluye el necesario entusiasmo apostólico. Por supuesto, es posible que el sacerdote exagerara y que no hubiera que tomar su afirmación del todo en serio. De todos modos sus palabras serían criticables porque entrañan un serio riesgo de “escándalo”: es decir, de suscitar en otros cristianos un desapego o desafecto injustificados al venerable lenguaje tradicional que expresa los contenidos de nuestra fe.

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14.12.15

La religión verdadera –2

En este artículo probaré, mediante citas de varios documentos recientes del Magisterio de la Iglesia, que la doctrina católica sigue afirmando sin lugar a dudas que el cristianismo (e incluso el catolicismo) es la única religión verdadera. Para comenzar, veamos cuatro citas del último Concilio Ecuménico.

Primera cita: “En primer lugar, profesa el sagrado Concilio que Dios manifestó al género humano el camino por el que, sirviéndole, pueden los hombres salvarse y ser felices en Cristo. Creemos que esta única y verdadera religión subsiste en la Iglesia Católica y Apostólica, a la cual el Señor Jesús confió la misión de difundirla a todos los hombres, diciendo a los Apóstoles: ‘Id, pues, y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado’ (Mt 28,19-20). Por su parte, todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla.” (Concilio Vaticano II, Declaración sobre la libertad religiosa Dignitatis Humanae –DH–, 7/12/1965, n. 1).

Cuando analicemos el significado de la expresión latina “subsistit in” (= subsiste en), quedará claro que DH 1 enseña que el catolicismo es la única religión verdadera.

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12.12.15

La religión verdadera

Iniciaré esta reflexión citando algunas partes de la conferencia impartida por el Cardenal Joseph Ratzinger en la Sorbona de París el 27/11/1999:

“Al final del segundo milenio, el cristianismo vive (…) una honda crisis que resulta de su pretensión a la verdad. Esta crisis tiene una dimensión doble; primero, se plantea cada vez más la cuestión de si es justo, en el fondo, aplicar la noción de verdad a la religión: en otros términos, si le es dado al hombre conocer la verdad propiamente dicha sobre Dios y las cosas divinas.

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2.11.15

La inteligencia humana puede conocer la verdad de lo real

Este post está formado por dos citas. La primera cita es de un email del 31/07/2015 del Lic. Néstor Martínez Valls, donde él hace una síntesis muy clara y breve de la filosofía de Kant, tan influyente en la actualidad. Cedo la palabra a Néstor.

“Kant es el primero que hace toda una filosofía muy sistemática y complicada para decir que la inteligencia humana no tiene acceso al ser de las cosas. Lo que dice Kant, muy brevemente, es que al conocer imponemos siempre nuestras categorías a lo que nos viene de afuera, de las cosas, de modo que no podemos saber cómo son las cosas en sí mismas. Es como si tuviésemos necesariamente puestos los lentes de color azul, por ejemplo, y entonces vemos todo azul y no podemos saber cuál es el color real de las cosas o si tienen algún color. Por tanto, curiosamente, no podemos conocer la naturaleza humana, si la hay. Por tanto, tampoco podemos afirmar que hay una ley natural. Obviamente, tampoco podemos demostrar que Dios existe o que el alma humana es inmortal. Sólo podemos conocer el ‘fenómeno’, es decir, cómo se nos aparecen a nosotros las cosas en nuestra experiencia. No podemos conocer, fuera de saber que existe, la ‘cosa en sí’, es decir, la realidad independiente de nosotros y de nuestro conocimiento.

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23.03.14

El lugar de la Iglesia hoy (Joseph Ratzinger)

Tal vez sea precipitado afirmar que la fase de crisis se está convirtiendo, desde hace algún tiempo, en fase de consolidación. Preguntémonos primero qué es lo que debe retenerse de lo anterior. La síntesis que hemos intentado trazar en las breves pinceladas precedentes parece anticipar un diagnóstico acusadamente negativo. ¿Ha quedado algo más que un montón de ruinas de experimentos fracasados? ¿Se han transformado definitivamente Gaudium et spes en luctus et angor? (*) ¿Fue el Concilio un camino equivocado, que debemos desandar para salvar a la Iglesia? Son cada vez más altas las voces que así lo afirman y sus partidarios son cada vez más numerosos. Entre los fenómenos innegables de los últimos años se cuenta el del constante crecimiento de grupos integristas, en los que encuentra respuesta el anhelo de piedad, del calor del misterio. Y es preciso precaverse de descalificar tales procesos. Es indudable que hay aquí zelotismo sectario, que es el polo opuesto del catolicismo. Nunca se ofrecerá demasiada resistencia a esta tendencia. Pero es también preciso preguntarse con absoluta seriedad por qué estos estrechamientos y desviaciones de la fe y de la piedad pueden ejercer tanto influjo y atraerse a personas que ni en razón de su fe ni de su psicología personal son proclives al sectarismo. ¿Qué es lo que les empuja hacia un ámbito al que en realidad no pertenecen? ¿Por qué han perdido el sentimiento de que la gran Iglesia es su hogar? ¿Son acaso del todo injustos sus reproches? ¿No es –por poner un ejemplo– realmente curioso que no se escucharan reacciones episcopales contra las destrucciones llevadas a cabo en el centro mismo de la liturgia similares a las que se escuchan ahora en contra del uso del Misal de la Iglesia, cuya existencia, después de todo, sólo data de la época de Pío V? Digámoslo una vez más: no pueden adoptarse comportamientos sectarios, pero tampoco debemos rehuir un examen de conciencia para averiguar por qué ocurren tales cosas.

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