10.06.10

La verdadera reparación

“El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron”, anota el Catecismo de la Iglesia Católica . La devoción al Sagrado Corazón de Jesús entraña la voluntad de reparación, de satisfacción, de penitencia.

En la segunda oración colecta de la Misa del Sagrado Corazón de Jesús, pedimos que “al rendirle el homenaje de nuestro amor, le ofrezcamos una cumplida reparación” . Existe, pues, un vínculo entre amor y reparación. Reparar implica dejarse atraer por el dinamismo del Corazón de Cristo y dejarse transformar por esta fuerza, que es la única capaz de vencer el mal, el pecado y la muerte.

La fuerza del amor de Dios es el Espíritu Santo (cf Hechos 1, 8) , que Dios ha derramado en nuestros corazones (cf Romanos 5, 5) para la remisión de los pecados, haciendo posible en nosotros la vida nueva en Cristo. El amor de Dios no es, de este modo, un principio exterior, sino interior aunque trascendente . Gracias al poder del Espíritu Santo podremos dar frutos de “caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5, 22-23) .

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9.06.10

El corazón manso y humilde del Redentor

Jesús es el Revelador y la Revelación del Padre. En toda su “presencia y manifestación” se expresa humanamente el “ser” de Dios (cf Dei Verbum, 4); se hace visible la profundidad de su amor .

Su corazón “manso y humilde” es descanso y alivio para quienes están cansados y agobiados. El mismo cansancio, en lo que tiene de falta de fuerzas, de hastío, de tedio, remite, por contraste, al descanso. Puede ser un síntoma, el cansancio, que haga despertar en el corazón del hombre esa huella de la creación que es la nostalgia de Dios . Sólo Jesús, que conoce al Padre (cf Mateo 11, 25-30), que es uno con el Padre, puede ser verdaderamente el descanso, porque sólo en Dios encontramos el cumplimiento del deseo, la única realidad que basta .

El corazón del Redentor, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf Juan 19, 31-37) , es el corazón sufriente de Dios que, no por debilidad o por imperfección, sino por amor, elige libremente padecer con nosotros, y mucho más que nosotros, todo el mal que asola la tierra . También el lado oscuro de la condición humana, el dolor y el sufrimiento, el mal y el pecado, es asumido para ser redimido en “ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical” (Benedicto XVI) .

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8.06.10

Una recensión: "La bondad de nuestro Dios"

Flavia ha tenido la amabilidad de recensionar mi último libro, titulado “La bondad de nuestro Dios". Agradezco esta colaboración, de la que les hago partícipes en este post:

Libro.- La bondad de nuestro Dios. Treinta y un textos para la reflexión y la oración.

Autor.- Guillermo Juan Morado.

Editorial.- Centre de Pastoral Litúrgica. Barcelona, mayo 2010.

EL AUTOR.- Guillermo Juan Morado ( Mondariz, 1966 ), sacerdote diocesano de Tui-Vigo, es doctor en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma y Licenciado en Filosofía, director del Instituto Teológico de Vigo, párroco de la parroquia de San Pablo y canónigo del Cabildo de Tui-Vigo. Ha publicado diversos libros y artículos, de teología y espiritualidad. Su actividad docente no se circunscribe únicamente al Instituto Teológico que dirige, sino que se extiende a su participación en diversas páginas de Internet y blogs, como el denominado La puerta de Damasco, alojado en el portal InfoCatólica.com, seguido por numerosos lectores y comentaristas, debido a la profundidad de los temas tratados y su claridad expositiva.

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7.06.10

El Sagrado Corazón: El amor que trasciende toda filosofía

La acción salvadora de Dios revela no solamente lo que Dios “hace”, sino también lo que Dios “es” . En su primera carta, el apóstol San Juan “define” el ser de Dios con estas palabras: “Dios es amor” (cf 1 Juan 4, 7-16). Ése es su misterio, su “secreto más íntimo” . Él es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

La revelación consiste en la manifestación de este “secreto divino”, que se nos da a conocer por el envío del Hijo y del Espíritu Santo. Conocer este secreto va más allá de las posibilidades del entendimiento humano; para adentrarse en él se necesita el conocimiento del amor; un conocimiento que no se aproxima desde fuera a la realidad conocida, sino desde dentro, en una relación que sólo puede describirse como comunión . Es Dios quien, dándonos su Espíritu, nos permite amar, y amando, hace posible que confesemos que Jesús es el Hijo de Dios y el Salvador del mundo.

San Pablo, en la carta a los Efesios, pide para los cristianos que el amor sea su raíz y su cimiento (cf Efesios 3, 17), para que, habitando Cristo en sus corazones por la fe, puedan comprender “lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano” (Efesios 3, 19). Lo que trasciende toda filosofía, toda sabiduría humana, es lo que sólo Dios puede dar: su propio amor que se hace visible en la Cruz de Jesucristo.

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5.06.10

Expresar nuestra fe en la presencia real

Homilía para la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Ciclo C)

La solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo nos empuja a expresar nuestra fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía; a “expresar”, es decir, a manifestarla con palabras, miradas o gestos. La fe tiene su raíz en la acción de la gracia en nuestro corazón, pero abarca la totalidad de lo que somos y, por consiguiente, como la alegría o el amor, necesita ser expresada.

La Iglesia no ahorra las palabras, no silencia la emoción que suscita la presencia del Señor en el Santísimo Sacramento y acude a la Escritura Santa para hacer resonar, en el canto del Aleluya de la Misa, la afirmación del mismo Jesús: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor; quien coma de este pan vivirá para siempre” (cf Jn 6,51-52). Y en uno de los prefacios proclama: “Su carne, inmolada por nosotros, es alimento que nos fortalece; su sangre, derramada por nosotros, es bebida que nos purifica”. Y en el himno eucarístico compuesto por Santo Tomás se dice que la lengua cante el misterio del glorioso Cuerpo de Cristo: “Pange, lingua, gloriosi Corporis mysterium”.

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