InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Categoría: General

28.11.24

El bosque de los filósofos

La filosofía, el intento de comprender y explicar reflexivamente lo real, además de estimular el ejercicio del pensamiento, puede proporcionar momentos de grata lectura. Muchas veces se cree que los filósofos se dedican a dirimir dificilísimas cuestiones ajenas a las preocupaciones del común de los mortales, pero no necesariamente es así: “Aunque no lo creas, las cosas que nos interesan a los filósofos son las mismas que a ti te importan”, escribe el catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Universidad de Navarra Ricardo Piñero Moral al comienzo de su breve ensayo “El bosque de los filósofos” (El Buey Mudo, Madrid 2024, 204 páginas).

La imagen del “bosque” – el autor dice inspirarse en el de Burutain, en Navarra – alude a la variedad de árboles que normalmente acoge ese tipo de ecosistema: hayas, pinos, robles… La Historia de la filosofía se presenta como un bosque rico, generoso y acogedor, poblado por “árboles” muy diferentes, los filósofos. Recorriendo las páginas del libro nos encontramos con algunos de ellos: Tales de Mileto, Sócrates, Platón, Aristóteles, San Agustín, Santo Tomás de Aquino, Descartes, Hume, Kant, Nietzsche, Heidegger y Hanna Arendt. En diferentes épocas y contextos, estos pensadores reflexionaron sobre el origen de todo cuanto vemos, sobre en qué consiste la vida buena, sobre el carácter del verdadero saber, sobre la felicidad, sobre la conciencia del propio ser, sobre la perfección divina, sobre la duda y el pensamiento, sobre la experiencia como fuente del conocimiento, sobre cómo articular sensibilidad, entendimiento y razón, sobre la fuerza de la vida y la voluntad de poder, sobre el ser y el tiempo, sobre la “banalidad del mal”… Sobre estas y muchas otras cosas que, de un modo o de otro, pueden haber despertado nuestra curiosidad a lo largo de la propia vida.

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21.11.24

El reto de volver a hablar de lo humano

¿En qué consiste ser hombre, ser una persona humana? Esta pregunta fundamental está lejos de encontrar una respuesta compartida por todos. Tenemos dificultad a la hora de comprender qué somos y qué nos diferencia, si algo nos distingue, de los animales o de las máquinas.

Sigmund Freud interpretó las tres revoluciones científicas conocidas en su tiempo como ofensas al hombre. La revolución copernicana hizo que la tierra y, en consecuencia, el hombre que la habita, dejase de ser el centro del universo. Después de esta “ofensa cosmológica” vino una segunda, “la ofensa biológica”, por la cual el hombre renunció a considerarse el soberano de todos los seres que poblaban la tierra para verse como el resultado de una evolución. La tercera ofensa, la psicológica, fue infligida por el mismo Freud: el hombre ya no era regente de su propia alma, sino que esta se resolvía en una confusión de impulsos. Podríamos buscar y señalar nuevas “ofensas” más recientes, nuevos cuestionamientos, que profundizan en el carácter problemático de lo humano.

De hecho, son muchos los pensadores que apuestan por el posthumanismo, sosteniendo que la idea de lo humano es simplemente una ficción, o por el transhumanismo, que propone mejorar mediante la tecnología las deficiencias de lo humano. Occidente, que tuvo su punto fuerte en la defensa del valor de la persona humana, hoy corre el riesgo de encontrar en esta cuestión – el valor de lo humano - su mayor punto de debilidad.

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16.11.24

La lechuza y la comadreja

La lechuza de Minerva, diosa de la sabiduría, solo vuela al anochecer. Se parece a la filosofía, que solo puede comprender y explicar la realidad “a posteriori”, cuando una época histórica ha llegado a su fin. Sin embargo, el símbolo de la contemporaneidad ya no parece ser la lechuza de Minerva, que necesita tiempo para reflexionar, sino una singular comadreja disecada, que se muestra en el Museo de Historia Natural de Rotterdam, con el pelaje quemado y las patas carbonizadas. Esta comadreja se electrocutó en noviembre de 2016 al trepar por la valla de una subestación del Gran Colisionador de Hadrones del Centro Europeo para la Investigación Nuclear(CERN) de Ginebra.

Poco después, comenzó a circular por la red la teoría de que los experimentos del CERN habían provocado el desplazamiento del mundo a una realidad alternativa. Se trata, quizá, de una expresión más del llamado “efecto Mandela”, un fenómeno que se produce cuando grandes grupos de personas creen que algo ha sucedido no obstante las pruebas demuestren lo contrario. Muchos creyeran que Mandela murió en la cárcel, cuando no fue así. La comadreja del CERN revela no cómo son las cosas en realidad, sino cómo perciben el mundo nuestros contemporáneos.

El teólogo italiano Paolo Benanti, en su ensayo “La Era Digital. Teoría del cambio de época: persona, familia y sociedad” (Ediciones Encuentro, Madrid 2024) pretende reconstruir cómo y por qué es necesario analizar, con el vuelo de la lechuza, los primeros veinte años de nuestro siglo para entender por qué la comadreja es el símbolo de la contemporaneidad.

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7.11.24

Ateos devotos

La expresión “ateos devotos” – o la equivalente de “ateos católicos” - parece contradictoria y plantea un interrogante sobre la coexistencia y alianza de los contrarios: ¿cómo puede un incrédulo, pese a su incredulidad, estimar seriamente la religión católica? Es un hecho que algunas personas que no se identifican como creyentes defienden, no obstante, la centralidad cultural y política de los valores cristianos. A estas personas se les empezó a llamar en Italia, ya en la etapa final del pontificado de Juan Pablo II, “ateos devotos”. Podríamos mencionar, entre otros, a la periodista Oriana Fallaci, al también periodista Giuliano Ferrara o al filósofo y político Marcello Pera. En España, podría señalarse a Gustavo Bueno, quien se consideraba a sí mismo ateo, pero culturalmente católico. Varios intelectuales no creyentes admiraban al papa Benedicto XVI, quien defendía la importancia de los cristianos como “minoría creativa” a la hora de custodiar y defender los valores de Occidente, amenazado por la frivolidad relativista.

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31.10.24

Rue du Purgatoire

La festividad de Todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles Difuntos, con todos los ritos y costumbres que rodean estas fechas – como el adorno de los panteones y las visitas a los cementerios – pueden ser objeto de diversas aproximaciones; por ejemplo, desde la antropología cultural. También pueden ser analizadas desde la teología católica, que parte de la revelación cristiana, testimoniada en la Sagrada Escritura unida a la tradición de la Iglesia e interpretada con autoridad por el magisterio eclesiástico – por los obispos, por el papa, por los concilios -.

La Biblia habla de la práctica de la oración por los difuntos. El Libro Segundo de los Macabeos dice que Judas, líder de los macabeos, “encargó un sacrificio de expiación por los muertos, para que fueran liberados del pecado”. Este pasaje atestigua la validez de la intercesión solidaria de los vivos por los difuntos. Una línea teológica que hace suya, desde los primeros tiempos, la Iglesia, que ha honrado la memoria de los difuntos, ofreciendo sufragios en su favor, especialmente el sacrificio de la santa misa, para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión de Dios en el cielo. San Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla y uno de los grandes padres orientales, escribió al respecto: “No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido, y en ofrecer nuestras plegarias por ellos”.

La convicción que subyace a esta práctica es la fe en la existencia del “purgatorio”; es decir, en la creencia de la purificación final de los elegidos; de aquellos que han muerto en la gracia y en la amistad con Dios, aunque imperfectamente purificados de las huellas que han dejado sus pecados. Esta doctrina ha sido formulada principalmente en los concilios de Florencia y de Trento.

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