"O predicar, o condenarme" (Pablo Señeri)
Sin la menor duda, pues esa es la disyuntiva que tenemos entre manos todos los Sacerdotes: de ahí, para arriba.
Por otro lado y abundando: ésta es la conclusión a la que llega este gran apologeta, además de predicador incansable e insaciable, el padre Señeri, SJ; y que saca de aquellas palabras de San Pablo: ¡Ay de mí si no evangelizara!
Está escribiendo sobre la obligación -gravísima- de predicar que tenemos los sacerdotes, especialmente los que llevan y ejercen cura de almas.
La razón, inescusable, es aquella que aporta el mismo San Pablo cuando se pregunta: ¿Y cómo van a creer si nadie les predica? Fides, ex auditu, enseña la Iglesia, como no puede ser de otra manera; y enseña bien, en orden a la Salvación de las almas: por cierto, nuestra única y esencial Misión: Id por todo el mundo, y predicad el Evangelio.
Que ésta es otra: “predicar", sólo es tal “si se predica el Evangelio". Es decir, la Palabra de Dios, en orden a la santificación de todos los hijos de Dios en su Iglesia en medio del mundo.
Pretender que “predicar sobre la Pachamama", sobre las plumas de la paloma del Espiritu Santo es predicar…, pues como que NO: es corromper y pervertir el primer Oficio, por Mandato Divino, del Sacerdote de Cristo.
Ya sé que “nos Ordenamos para la Eucaristía". Pero no está reñido con lo que acabo de escribir y proclamar. Es más: de qué nos serviría decir Misa, y de qué les serviría a los fieles, si no se les predica lo que debemos predicar: a Cristo, y Éste crucificado. San Pablo siempre será San Pablo.
Otra de las “grandísimas maniobras" que, desde arriba, más ha contribuido a la Descristianización de la misma Iglesia y, por tanto, de Países enteros, es lo que se ha predicado con tanta insistencia como hastío -de los pobres e inmigrantes, por ejemplo: temas en los que erramos necesariamente, pues NO son de nuestra directa incumbencia-, silenciando los verdaderos problemas, y dejándolos sin resolver: agrandándolos, obviamente, hasta que han podrido almas y conciencias. Con la inestimable ayuda de lo que se ha dejado de predicar, como he apuntado.
Cuando Francisco pretendió entrarle al tema de la Predicación, se quedó en “no más de 5 ó 6 minutos”. O sea: nada de predicar. Por cierto, él siempre estaba mucho más allá de esos límites: para 5′ ni se molestaba. Y con razón. Personalmente, hago lo mismo.
El Padre Señeri llega a decir que “si uno no quiere predicar", que se le destituya; más vale que no tenga ni para mantenerse que obviar su responsabilidad -gravísima-, tanto respecto a su Misión, como a la responsabilidad en la Condenación de tantos, por no haber recibido lo que deberían haber escuchado de sus Pastores.
Como es lógico, y lo he sacado a relucir en el título, los primeros en condenarse por omisión grave de su deber, son los propios pastores: Sacerdotes, Obispos, mandatarios y demás. Que se irán muy bien acompañados, porque es sentencia común que “NUNCA se salvan ni se condenan sólos”.
Ya sé que los tiros, a día de hoy y en la Iglesia, NO van por lo que estoy escribiendo. Más bien van por el lado contrario. Una prueba más: el cursillo para Sacerdotes jóvenes que se ha montado para que sean “líderes sociales": en los años 80 y 90 se hablaba de admitir en los Seminarios personas que pudiesen ser “animadores sociales": como la Faraona, vamos.
El que lo inventó y, sobretodo, acabó convenciendo a los Ordinarios de lo del cursillo tendrían que darle una paga extra…, y echarlo. Con asesores así no hacen falta enemigos: están dentro. Y bien instalados.
Porque otra cosa que ha traído este imponer ese modus praedicandi, es que se ha formado a los Sacerdotes así, con estas coordenadas, y con estas carencias. Nadie ha pretendido que predicaran en serio, ni lo que debían: el Evangelio. Mandato de Cristo. Y los primeros que han padecido está corrupción han sido los propios Sacerdotes. Luego, como es lógico, los fieles, a los que se les ha dejado sin argumentos, a fuerza también de dejarles sin modelos.
Con el déficit Doctrinal con que se les ha (des) informado, tanto en el orden moral, como en el orden teológico, en el orden pastoral y en el orden espiritual, ¿alguien duda de que todo el “mariconeo” Eclesial -como acuñó Francisco- tiene otro origen?
Si se está celebrando en Pecado Mortal -formal y/o material-, ¿alguien duda de que no se pongan a confesar…, porque ni ellos mismos se confiesan?
El que la gente haya perdido “el sentido del pecado", el Gran Triunfo del Demonio ad intra de la Iglesia, ¿no vendrá de la suma de éstas cosas, y alguna más?
El que los señores Ordinarios se enteren por la prensa o por la Guardia Civil de la doble o triple vida de miembros de su Presbiterio, algunos elevados a altos cargos diocesanos, ¿no vendrá porque se pretende lo que se pretende?
Que Josete, de sobra conocido, siga donde sigue -no he leído nada que lo coloque en otro sitio-, ¿se explica también por estas cosas? Escándalo mayúsculo el suyo; pero muchísimo mayor el de su Ordinario: qué duda cabe…
A toda la Jerarquía de la Iglesia nos convendría reflexionar un poco -de vez en cuando, al menos-, en los asuntos en los que la Iglesia se juega su ser y no ser; y nosotros la paga -los que la tienen- por “nuestro trabajo profesional", que empieza por Predicar, como hemos apuntado.
Y, ya puestos, entrarle al qué predicamos, mucho más a fondo que a cómo lo hacemos. Sin el qué, todas las filigranas del cómo, sobran.
Respecto al cuánto, me quedaría con el “cuanto más, mejor"; y, para no soltarnos de san Pablo, añadiría: opportune et importune: Con ocasión y sin ella. O sea: a la menor oportunidad, o sin ella.
Y al que le moleste, que se salga… Y si no quiere volver, pues que no vuelva.
Siempre recordaré cómo, siendo chaval, allá por La Alcarria, que los hombres, los domingos, en la iglesia del pueblo se ponían atrás, o en el lado contrario a las mujeres, pero siempre cerca de la puerta; y en cuanto el Sacerdote iba a empezar a predicar, se salían a echar un pitillo: bueno, la mayoría; al acabar el sermón, volvían a entrar. Sin el menor problema ni para el párroco ni para el pueblo fiel. Eso sí: cerca de la Semana Santa, TODOS a confesar; también los que fumaban.
Pues eso.


