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12.10.17

El altar

   El altar de la Nueva Alianza es la cruz del Señor, de la que manan los sacramentos del Misterio Pascual. Sobre el altar, que es el centro de la Iglesia, se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos sacramentales. El altar es también la mesa del Señor, a la que el Pueblo de Dios es invitado. En algunas liturgias orientales, el altar es también símbolo del sepulcro (Cristo murió y resucitó verdaderamente) (Catecismo de la Iglesia, nº 1182).

  La mesa no debe ser alargada, sino más bien cuadrada o ligeramente rectangular, digna y elegante, de acuerdo con la forma tradicional… Conviene que la base del altar descanse sobre una grada, que ha de ser de tal extensión que rodee por igual todos los lados del altar y permite circular cómodamente sobre ella (SECRETARIADO NACIONAL DE LITURGIA, Ambientación y arte en el lugar de la celebración, 1987, nº 12).

       El altar es la mesa, la mesa del Señor en la casa de Dios. Ver el altar exclusivamente como “ara del sacrificio” es propio de todas las religiones; verlo también como “Mesa del Señor” es propio del cristianismo (el mantel es propio de la mesa donde se come, no del ara de sacrificios…). “El altar, en el que se hace presente el sacrificio de la cruz bajo los signos sacramentales, es, además, la mesa del Señor, para cuya participación es convocado en la Misa el pueblo de Dios; es también el centro de la acción de gracias que se realiza en la Eucaristía” (IGMR, n. 296).

            Características del altar.-

            a) El altar debe ser y aparecer como una mesa santa.

            b) El altar debe estar separado de la pared para celebrar de cara al pueblo y poder circundarlo, especialmente en la incensación.

            c) El altar debe ser el centro de atención de toda la asamblea. Su lugar más querido, está en el centro del presbiterio; más importante que cualquier imagen o cuadro…

            d) El altar debe ser único y dedicado sólo a Dios. Un solo altar (o, como mucho, uno para celebrar los días feriales).

            e) Sobre el altar no debe haber imágenes ni reliquias. Sí las reliquias al pie del altar, bajo el altar.

            f) El altar, consagrado, o al menos bendecido.

            g) El altar debe ser de piedra natural o de otra materia noble, porque significa a Cristo, piedra angular de la Iglesia.

            Disposición del altar.-

      Para que el altar aparezca sobre todo como mesa no es conveniente que presente la forma de un rectángulo exageradamente alargado; más bien, cuadrado, sin ser exageradamente grande.

      El altar debe tener su realce. Un escalón o una tarima propia, su alfombra festiva, etc… El altar se debe cubrir para la Eucaristía, banquete pascual, con un mantel, grande, proporcionado al estilo del altar y grandes manteles de las grandes fiestas: ¡el convite pascual de Jesucristo!, siempre con elegancia, estilo y discreción. El mantel siempre ha de ser blanco (distinto del antipendio o paño con el que se reviste en días solemnes y encima el mantel).

  La cruz de la celebración sobre o junto al altar, al igual que los candeleros. Todo también en proporción con las dimensiones del altar. Una cruz bien visible, significativa, que atraiga las miradas de todos y manifiesten cómo la cruz y el altar están unidos en la identidad del mismo sacrificio, difiriendo sólo en la modalidad de su realización: cruento en el Calvario, incruento y sacramental en el altar. Atendíamos así a IGMR, 3º ed.: “También se ha de cuidar con todo esmero cuanto se relaciona directamente con el altar y con la celebración eucarística, como son, por ejemplo, la cruz del altar y la cruz procesional” (n. 350).

    El altar jamás ha estado en las distintas tradiciones y familias litúrgicas en el centro de la nave rodeado de bancos de los fieles. Eso destaca el nivel únicamente de la “comensalidad” y es una disposición del lugar nueva y no excesivamente acertada.

     El altar, que nunca ha tenido grandes dimensiones, estaba situado en el ámbito del “santuario", en el “ábside". Posee mucho simbolismo. El santuario presidido por una gran cruz y bóveda, lo circular, es el ámbito de Dios, perfecto. La nave, el lugar de todos los fieles, es cuadrado, limitado y desemboca en lo divino (lo circular). Es además la línea de la peregrinación: se camina hacia el altar y la cruz, término de la peregrinación terrena.

       El altar situado en el santuario (presbiterio) con su bóveda-cúpula es signo del altar del cielo, del que habla el Apocalipsis, por eso se rodea de las grandes pinturas de la Gloria, o de los iconos de los santos. Todos los fieles en la misma dirección miran al altar terreno esperando participar del Altar del cielo.

    Esta sí sería la disposición correcta si nos atenemos a nuestra Tradición.

    Uso del altar.-

    El altar se besa al principio y al final de la Santa Misa así como en la Liturgia de las Horas.

    Durante la Misa, el sacerdote sólo estará en el altar desde el ofertorio hasta terminar la purificación de los vasos sagrados, si bien puede en el altar recitar la oración de postcomunión e impartir la bendición. Los ritos iniciales nunca se hacen desde el altar, sino desde la sede (saludo, acto penitencial, Gloria, oración colecta). La homilía tampoco se hace en la mesa de altar, sino en su lugar propio (en la sede de pie o sentado, o en el ambón).

   Sobre el altar sólo se colocan las ofrendas de pan y de vino; las ofrendas de otro tipo (económicas, de alimentos, etc.) se colocan al pie del altar. Es indigno ver -cuando las ofrendas son ya cualquier cosa- ver el altar convertido en un expositor de libros, programas pastorales, carteles, etc. ¡El altar es santo!

  Nunca puede estar la materia del sacrificio sobre el altar antes del ofertorio, desde antes de la Misa (ni patena, ni cáliz, ni lavabo…) sino que estarán en la mesa auxiliar llamada credencia.

28.09.17

Para el canto litúrgico, unas Jornadas Nacionales de Liturgia en octubre

 

Cada año, en el mes de octubre, una convocatoria nacional concurre para todos: las Jornadas Nacionales de Liturgia. En torno a un tema, diversas ponencias y comunicaciones permiten profundizar y marcar líneas y pautas de acción en las diócesis y concretarlas luego en las delegaciones de liturgia, en los equipos de liturgia, etc.

 Este año las Jornadas se van a centrar en el canto y la música en la celebración al conmemorarse los cincuenta años de la Instrucción Musicam sacram. Debe ser, a mi entender, un punto de inflexión, dado la pésima calidad musical de nuestras liturgias en general, habiendo admitido cualquier instrumento, cualquier ritmo, cualquier canto, sin corresponder a la belleza, santidad y arte que se requiere en el canto para la liturgia.

 Nos hemos conformado con poco: cantar lo que sea con tal de cantar; cantar cualquier cosa para entretener a niños o jóvenes y que se distraigan, en vez de iniciarlos y educarlos en las formas propiamente litúrgicas. Hemos ido rebajando el listón y el nivel, poco a poco, cada vez más, y se impone una revisión y un cuidado por la música y el canto en la liturgia.

 El programa es amplio: http://www.conferenciaepiscopal.es/xlvi-jornadas-nacionales-liturgia/

 Me gustaría destacar dos elementos de estas Jornadas. En ellas, se van a dar a conocer los resultados de la Encuesta que durante varios meses se activó para sondear el estado y la opinión sobre el canto y la música, como ya comentara, aquí en Infocatólica, en su blog, Raúl del Toro.

 El segundo elemento será la presentación, o más bien, el anuncio, de un Enchiridion sobre la Música litúrgica, con toda la documentación pontificia desde S. Pío X, que se está preparando por parte del Departamento de Música de la Comisión episcopal de liturgia, coordinado por su responsable, D. Óscar Valado, sacerdote, organista, compositor (¡y buen amigo mío!).

 Este Enchiridion bien podrá ser, en su momento, elemento de reflexión y formación para coros, scholae, compositores, etc., así como responsables de música, sacerdotes, grupos de liturgia.

 No estaría mal, y sería mi deseo personal, que fruto de estas Jornadas Nacionales de Liturgia, se pensase y se diesen pasos concretos para una segunda edición revisada del Directorio “Canto y música en la celebración”… y también, ¡quién sabe!, una actualización del Cantoral Litúrgico Nacional, que necesita ajustes y enriquecimientos, para que sea el Cantoral de referencia para todas las parroquias, para todos los coros, también de niños de catequesis y de jóvenes.

 Quien pueda, que asista a estas Jornadas en Santander. Y quien no pueda, tendrá en unos meses los textos de las ponencias en la revista “Pastoral Litúrgica”.

15.09.17

Sacrificio de Cristo y nuestro también

Que la Eucaristía sea el sacrificio de Cristo, la actualización del mismo sacrificio de la cruz bajo el velo de los signos sacramentales, implica consecuencias litúrgicas y espirituales para vivir y participar en la celebración de la Santa Misa e incide en nuestra vida cristiana.

  No basta con destacar que la Misa es el sacrificio de Cristo, hay que destacar igualmente que ese sacrificio es nuestro, sacrificio de la Iglesia, en el cual nos ofrecemos nosotros también, nos unimos a Cristo en su sacrificio para alabanza del Padre. Al sacrificio de Cristo-Cabeza se le suman los sacrificios de los miembros de su Cuerpo. El sacrificio del Señor recoge, incluye también, el sacrificio de sus hermanos.

   El culto cristiano es profundamente existencial; es la liturgia viva de la existencia cristiana, no algo exterior y ceremonial a nosotros mismos. Es lo que el Señor calificó de culto “en espíritu y en verdad” (Jn 4,23) y san Pablo recomendaba en sus cartas: “ofreced vuestros cuerpos como hostia viva, santa… éste es vuestro culto razonable” (Rm 12,1); la vida del cristiano es una ofrenda continua a Dios: “cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios” (1Co 10,31); “todo lo que de palabra o de obra realicéis sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Col 3,17); “lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor y no a los hombres” (Col 3,23).

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31.08.17

¿Monición de "acción de gracias"? ¡No, por favor!

   Parece que en aras de la participación, habría que multiplicar elementos en la Misa, una y otra y otra intervención más. En ese caos, nadie se paró a mirar qué dice el Misal, o se lo miró, lo reinterpretó a su gusto. Todos estos añadidos –en contra de lo que decía el mismo Concilio Vaticano II en SC 22- se fueron haciendo corrientes, difundidos, extendidos y casi hasta obligatorios. La liturgia se convirtió en algo antropocéntrico, sólo “nosotros”, y cada vez con menos sentido sagrado. Nos convertíamos en protagonistas, olvidando que el protagonista de la liturgia es Jesucristo y su Misterio pascual.

   Entre esos elementos, se ha introducido un larguísimo discurso, una monición de “acción de gracias” después de la comunión, con tal de que haya una persona más que intervenga en la liturgia. Es un discurso normalmente largo y que parece de obligado cumplimiento en ciertas Misas: Misas con niños, Primeras comuniones, Novenas de la Patrona, etc.

  ¿Lo permite el Misal? ¿Deja esa monición de acción de gracias como posible, como opcional, como facultativa? ¡En absoluto! Vayamos al Misal y encontraremos lo siguiente:

   “Terminada la distribución de la Comunión, si resulta oportuno, el sacerdote y los fieles oran en silencio por algún intervalo de tiempo. Si se quiere, la asamblea entera también puede cantar un salmo u otro canto de alabanza o un himno” (IGMR 88).

  “Después [de la comunión] el sacerdote puede regresar a la sede. Se puede, además, observar un intervalo de sagrado silencio o cantar un salmo, o un cántico de alabanza, o un himno” (IGMR 164).

   Éstas son las opciones posibles: silencio, o cantar un salmo o cántico de alabanza o un himno. No figura entre esas opciones que alguien lea un discurso o monición de “acción de gracias”. Tan simple como eso.

   Hay que entender, además, que “acción de gracias” como tal es el sacrificio eucarístico entero, la Misa celebrada, y no simplemente un discurso o monición leída por alguien. Terminada la distribución de la sagrada comunión, o se ora en silencio, o se entona un canto de alabanza o salmo y, finalmente, la acción de gracias de todos es verbalizada por la oración de postcomunión que el sacerdote, en nombre de todos, eleva a Dios dando gracias por el sacramento que hemos recibido. Esa oración de postcomunión es auténtica acción de gracias, recitada por el sacerdote, y parece una repetición absurda anteponerle una “acción de gracias” leída por alguien.

  Además esa monición de acción de gracias rompe con una norma de la Tradición litúrgica de la Iglesia. Los fieles no se dirigen individualmente a Dios en la Misa, sino en común y formando una sola voz; ni siquiera el diácono en la Misa: las moniciones siempre se dirigen a los demás (“Daos la paz”, “inclinaos para recibir la bendición”). Sólo el sacerdote se dirige a Dios en nombre de todos: “Oh Dios, que has realizado…” ¿Cómo es posible que un lector, sin más, lea algo dirigido a Dios como discurso de acción de gracias?

  A lo que hay que añadir otra costumbre más que se ha ido introduciendo: la acción de gracias del nuevo sacerdote en su ordenación o primera Misa, o la del religioso o religiosa en su profesión; un discurso largo, emotivo, sentimental, que convierte la liturgia en un homenaje a esa persona y que suele ser lo único que se recuerda porque resultó impactante, porque todos se emocionaron, etc., y, claro, ¡todos aplaudieron! Se perdió el espíritu sagrado de la liturgia y el nuevo sacerdote o el nuevo religioso o religiosa se convirtieron en los protagonistas absolutos. En vez del sacramento celebrado, en lugar de la profesión religiosa bendecida, parece que lo importante son estas palabras de “acción de gracias” que encontrarían su lugar adecuado fuera de la Misa, tal vez como palabras iniciales en el ágape, antes de bendecir la mesa.

  Que algo esté extendido y sea muy común, no quiere decir ni mucho menos que esté bien, aunque todos lo hagan. En el caso de esta monición de “acción de gracias” tras la comunión, hay que procurar ajustarnos en todos los casos al Misal y evitar estos elementos que son una distorsión de la liturgia, la introducción de lo emotivo y sentimental en forma de discurso.

 

11.08.17

¿Cómo hay que comulgar? ¿Cómo se comulga en la mano?

Comunión en la mano

Dado lo visto en varios comentarios de otros post, y siguiendo la sugerencia de que habría que instruir claramente en esto para que se haga con reverencia y devoción, vamos a ver cómo se comulga en la mano.

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La educación litúrgica requiere que, a veces, se recuerden cosas que se dan por sabidas.

 La comunión en la mano está permitida para todo aquel que lo desee, a tenor de nuestra Conferencia episcopal, que lo solicitó a la Santa Sede.

 ¿Cómo se comulga en la mano? ¡Hemos de conocer las disposiciones de la Iglesia para quien desee comulgar así!, porque en muchísimas ocasiones se hace mal, de forma completamente irrespetuosa.

Debe cuidarse la dignidad de este gesto, sin que desdiga de la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía como si fuese un mero trozo de pan que se recibe de cualquier forma: al aire, agarrando la Forma de cualquier manera,  o con una sola mano… Actitudes que desdicen de la adoración debida.

Debe cuidarse la dignidad de este gesto, sin que desdiga de la Presencia real de Jesucristo en la Eucaristía como si fuese un mero trozo de pan que se recibe de cualquier forma:

“Sobre todo en esta forma de recibir la sagrada Comunión, se han de tener bien presentes algunas cosas que la misma experiencia aconseja. Cuando la Sagrada Especie se deposita en las manos del comulgante, tanto el ministro como el fiel pongan sumo cuidado y atención a las partículas que pueden desprenderse de las manos de los fieles, debe ir acompañada, necesariamente, de la oportuna instrucción o catequesis sobre la doctrina católica acerca de la presencia real y permanente de Jesucristo bajo las especies eucarísticas y del respeto debido al Sacramento”[1].

Los fieles al comulgar en la mano, así como los ministros al distribuir la sagrada comunión en la mano, deben conocer y respetar lo establecido por la Iglesia, para salvaguardar el respeto y adoración a la Presencia real del Señor. Así todos deben observar cuidadosamente esto[2]:

“Parece útil llamar la atención sobre los siguientes puntos:

1. La Comunión en la mano debe manifestar, tanto como la Comunión recibida en la boca, el respeto a la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

Por esto se insistirá, tal como lo hacían los Padres de la Iglesia, acerca de la nobleza que debe tener en sí el gesto del comulgante. Así ocurría con los recién bautizados del siglo IV, que recibían la consigna de tender las dos manos haciendo “de la mano izquierda un trono para la mano derecha, puesto que ésta debe recibir al Rey” (5ª catequesis mistagógica de Jerusalén, n. 21: PG 33, col. 1125, o también Sources chréet., 126, p. 171; S. Juan Crisóstomo, Homilía 47: PG 63, col. 898, etc.)[3].

2. De acuerdo igualmente con las enseñanzas de los Padres, se insistirá en el Amén que pronuncia el fiel, como respuesta a la fórmula del ministro: “El Cuerpo de Cristo"; este Amén debe ser la afirmación de la fe: “Cum ergo petieris, dicit tibi sacerdos ‘Corpus Christi’ et tu dicis ‘Amen’, hoc est ‘verum’; quod confitetur lingua, teneat affectus” (S. Ambrosio, De Sacramentis, 4, 25: SC 25 bis, p. 116).

3. El fiel que ha recibido la Eucaristía en su mano, la llevará a la boca, antes de regresar a su lugar, retirándose lo suficiente para dejar pasar a quien le sigue, permaneciendo siempre de cara al altar.

4. Es tradición y norma de la Iglesia que el fiel cristiano recibe la Eucaristía, que es comunión en el Cuerpo de Cristo y en la Iglesia; por esta razón no se ha de tomar el pan consagrado directamente de la patena o de un cesto, como se haría con el pan ordinario o con pan simplemente bendito, sino que se extienden las manos para recibirlo del ministro de la comunión.


5. Se recomendará a todos, y en particular a los niños, la limpieza de las manos, como signo de respeto hacia la Eucaristía.


6. Conviene ofrecer a los fieles una catequesis del rito, insistiendo sobre los sentimientos de adoración y la actitud de respeto que merece el sacramento (cf. Dominicae cenae, n. 11). Se recomendará vigilar para que posibles fragmentos del pan consagrado no se pierdan (cf. S. Cong. para la Doctrina de la Fe, 2 de mayo de 1972: Prot. n. 89/71, en Notitiae 1972, p. 227).


7. No se obligará jamás a los fieles a adoptar la práctica de la comunión en la mano, dejando a cada persona la necesaria libertad para recibir la comunión o en la mano o en la boca.


Estas normas, así como las que se dan en los documentos de la Sede Apostólica citados más arriba, tienen como finalidad recordar el deber de respeto hacia la Eucaristía, independientemente de la forma de recibir la comunión.

Los pastores de almas han de insistir no solamente sobre las disposiciones necesarias para una recepción fructuosa de la comunión –que en algunos casos exige el recurso al sacramento de la penitencia-, sino también sobre la actitud exterior de respeto que, bien considerado, ha de expresar la fe del cristiano en la Eucaristía”.

Comunión en la manoAl distribuir la sagrada comunión en la mano, el ministro debe cuidar que el comulgante la reciba dignamente, poniendo las manos en forma de cruz, esperando a que el ministro deposite la sagrada hostia, y comulgue delante de él, evitando así cualquier peligro de profanación o sacrilegio: “póngase especial cuidado en que el comulgante consuma inmediatamente la hostia, delante del ministro, y ninguno se aleje teniendo en la mano las especies eucarísticas. Si existe peligro de profanación, no se distribuya a los fieles la Comunión en la mano”[4].

¿Cómo hemos de acercarnos entonces a la Sagrada Comunión? ¿Cómo se ha de comulgar?

  1. Nos acercamos, sin prisa, al ministro que nos da la comunión, sin separarnos mucho de él para que pueda darnos fácilmente la comunión.
  2. Mientras el fiel anterior a nosotros comulga, hacemos inclinación ante el Cuerpo de Cristo, adorándolo. O, si lo preferimos, nos arrodillamos en el comulgatorio.
  3. El ministro que nos da la comunión nos dice: “El Cuerpo de Cristo” y respondemos, “Amén” de forma que se nos oiga claramente, puesto que es una profesión de fe.

Este “Amén”, profesión de fe personal del cristiano ante el Cuerpo real de su Señor en la Eucaristía, ha sido muchas veces comentado y explicado en la Tradición de la Iglesia. Sirva, por ejemplo, la voz de S. Agustín:

Si queréis entender lo que en el cuerpo de Cristo, escuchad al Apóstol, ved lo que le dice a los fieles: Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros. Si, pues, vosotros sois el cuerpo y los miembros de Cristo, vuestro misterio está sobre la mesa del Señor, y lo que recibís es vuestro misterio. Con el Amén respondéis lo que sois, y respondiendo lo rubricáis. Se te dice: he aquí el cuerpo de Cristo, y vosotros contestáis “Amén”. Sed, pues, miembros del Cuerpo de Cristo para que sea verdadero vuestro Amén (Sermón 272).

     4. Una vez dicho el Amén, podemos comulgar en la mano o en la boca. 

    Predicaban los Padres de la Iglesia:

 Honremos el Cuerpo de Cristo con toda pureza espiritual y corporal. Lleguémonos a él con ardiente deseo y, poniendo las palmas de las manos en forma de cruz, recibamos el cuerpo del Crucificado (S. VIII, S. JUAN DAMASCENO, De fide orthodoxa, L. 4, C. 13).

    5. Si comulgamos en la mano, ponemos nuestra mano izquierda encima de la derecha, y no cogemos la forma en el aire, sino que esperamos a que nos la pongan en las manos, que forman un trono para recibir al gran Rey.

    6. Luego comulgamos inmediatamente delante del sacerdote y cuidamos de que no quede ninguna partícula en nuestra mano.

    7. Si se distribuye la comunión con el cáliz, seguiremos las indicaciones que el diácono o el sacerdote nos den.

 


[1] Instrucción “Inmensae caritatis”, IV.

[2] Cong. para el Culto divino, Notificación acerca de la comunión en la mano (3-abril-1985).

[3] En nota a pie de página, explica esta Notificación: “De hecho, conviene aconsejar a los fieles más bien colocar la mano izquierda sobre la derecha, para poder tomar fácilmente la hostia con la mano derecha y llevarla a la boca”.

[4] Instrucción “Redemptionis sacramentum”, n. 92.