12.11.22

Verborrea en la Liturgia de la Palabra de la Misa: menos (o ninguna monición), más silencio y homilía más breve

AmbónEl grave peligro de la liturgia de la Palabra es que sobran palabras, es decir, las moniciones, muchas veces, son interminables, se añade una homilía larguísima, a veces, diálogos y preguntas, muchos cantos pero, cuando llega la preparación de los dones, el sacerdote y la asamblea aceleran, se suprime el canto del Sanctus en ocasiones, se usa la plegaria eucarística II porque es más breve, y la comunión se reparte aprisa y corriendo para que “la Misa no dure demasiado".

A esta liturgia verbalista, más pendiente de transmitir conceptos que de celebrar el acontecimiento salvador que es Cristo, tan verbalista que acaba por ahogar la Palabra verdadera, hay que ponerle freno de la forma que prevé la liturgia, es decir, con el silencio y la oración, además de un ritmo sereno y meditativo, nunca apresurado y la reducción de tantas palabras, discursos y explicaciones.

1. El silencio está previsto en diversos momentos de la celebración, es más, incluso se le llama en el Misal, “sagrado silencio” (IGMR 43; 45; 164), y también lo dice el Vaticano II en su letra (SC 30), no “en su espíritu” (que justifica cualquier cosa y ocurrencia); son pequeñas pausas de interiorización, de oración personal, que también tiene cabida dentro de la acción litúrgica. También en la liturgia de la Palabra hay momentos para el silencio. Después de la primera lectura, antes del canto del Salmo, después de la segunda y, especialmente, una pequeña pausa después de la homilía: “terminada la lectura o la homilía, todos meditan brevemente lo que escucharon” (IGMR 45). Esto hará que se pase del discurso a la oración, de muchas palabras a la interiorización.

Leer más... »

5.11.22

Mejorar el canto de comunión, componer algunos nuevos (y III)

fila de comunión

Conclusiones y perspectivas

1.- Siguiendo lo expuesto, y al hilo de los mismos libros litúrgicos y sus prenotandos, habría de asumir que hay tres tipos de cantos, con funciones distintas y estilo diferente:

  1. un canto procesional de comunión,
  2. un canto eucarístico, centrado en la Presencia del Señor en el Sacramento y
  3. un canto de adoración, durante la exposición prolongada, Hora santa, etc., que podría ser más afectivo, incluso con letra en primera persona del singular, que facilite la contemplación y la advertencia amorosa interior.

Mezclarlos, emplear un canto de adoración durante la comunión, etc., presta un mal servicio a la liturgia, desfigurándola.

2.- La función del canto determina su estilo y su duración: es un canto procesional, es decir, debe cubrir el tiempo de un traslado, de una procesión ordenada, hacia el altar para que los fieles comulguen; si es procesional, es solemne y no intimista ni meditativo, como sería lo normal –en todo caso- en un rato de meditación personal. Pensemos, por ejemplo, la solemnidad procesional de los cantos compuestos por Lucien Deiss[1] que podrían servir de inspiración para componer nuevos cantos procesionales para la comunión.

3.- La forma clásica, que es la que señala la actual IGMR 87, es la más aconsejable: antífona de comunión más el canto del salmo de forma responsorial o antifonal. Cantado así, favorecerá la solemnidad y decoro de esta procesión al altar para recibir la sagrada comunión. O, siguiendo el mismo número de la IGMR, un canto debidamente aprobado por la Conferencia de obispos, que sea procesional, con letra eclesial (no intimista, ni en primera persona del singular), música de calidad.

Por ello, sería conveniente entonar cantos (y componer más) con el salmo 33 (Gustad y ved qué bueno es el Señor), con el salmo 127 (Como renuevos de olivo alrededor de tu mesa), con el salmo 22 (Preparas una mesa ante mí), etc., siendo divulgados ampliamente y empleados como cantos más habituales de comunión[2]. La Tradición de la Iglesia nos ilumina bien para este canto de comunión: retornemos a ello.

Leer más... »

29.10.22

Los cantos «eucarísticos» son diferentes a los de la comunión (II)

exposición “Cantos eucarísticos”, según los libros litúrgicos, son cantos que tienen como fin la adoración al Señor en el Sacramento, centrados en su Presencia real y sustancial, etc., para la exposición del Santísimo, adoración eucarística y hora santa y procesiones eucarísticas.

Al finalizar la Misa en la Cena del Señor, se entona el Pange lingua “u otro canto eucarístico”[1], y se inicia la procesión hasta el lugar de la reserva, donde se cantará el Tantum ergo “u otro canto eucarístico”[2] al colocar la píxide en el tabernáculo.

Un canto así, “eucarístico”, se puede entonar cuando “congregado el pueblo… el ministro se acerca al altar” para la exponer el Santísimo (RCCE 93) y cuando, antes de la bendición con el Santísimo, de rodillas se inciensa mientras “se canta un himno u otro canto eucarístico” (RCCE 97)[3].

En la adoración al Santísimo, en las Horas santas, etc., hay que dedicar “un tiempo conveniente a la lectura de la palabra de Dios, a los cánticos, a las preces…” (RCCE 89); “durante la exposición, las preces, cantos y lecturas deben organizarse de manera que los fieles atentos a la oración se dediquen a Cristo el Señor… Conviene también que los fieles respondan con cantos a la palabra de Dios” (RCCE 95).

Para que no nos quede duda alguna, basta acudir al capítulo V del RCCE donde se ofrecen “cantos eucarísticos (e himnos)”, tanto en latín como en castellano: Pange lingua (RCCE 177), Sacris solemniis iuncta sint gaudia (RCCE 178), etc., con sus correspondientes versiones castellanas. Señala, además, que “pueden emplearse otros cantos de la Liturgia de las Horas que celebren el misterio pascual de Cristo” (RCCE 191) citando entre ellos Nuestra pascua inmolada, aleluya, Quédate con nosotros, la tarde está cayendo, etc. Y entre las antífonas: Oh sagrado banquete (RCCE 194), Qué bueno es, Señor, tu espíritu (RCCE 195), Salve, Cuerpo verdadero (RCCE 196), entre otras.

Así pues, propiamente “cantos eucarísticos” (distintos entonces del canto procesional de comunión) son aquellos destinados a la exposición del Santísimo y a la bendición eucarística, a la adoración y a las procesiones eucarísticas. No son exclusivos el “Pange lingua” y el “Tantum ergo”[4] a tenor de las rúbricas actuales.

Leer más... »

23.10.22

El canto procesional de comunión: de la historia hasta hoy (I)

canto en la comunión

Aparentemente sería lo mismo un canto de comunión que un canto eucarístico o, al menos, en la práctica, se piensa que es igual y así se cantan cantos eucarísticos en el momento de la procesión de comunión. Sin embargo, grande es la diferencia como fácilmente podemos comprobar acudiendo a la tradición litúrgica, a la IGMR y a las rúbricas de los distintos rituales, entre ellos, obviamente, el Ritual de la comunión y del culto a la Eucaristía fuera de la Misa (RCCE).

Salmos que se cantaban en la procesión

Fue tradicional en la Iglesia emplear el canto de un salmo, normalmente en forma antifonal o en forma responsorial (respondiendo el pueblo al salmista con un estribillo) para acompañar la procesión de los fieles al altar y recibir la santa Eucaristía, canto que emparentaba en la forma y en la función con el procesional del rito de entrada y el del ofertorio, si bien éste de la comunión es el más antiguo de los tres cantos procesionales.

Con preferencia, se entonaba el salmo 33 por dos de sus versículos interpretados, según la Tradición, como anuncio de la Eucaristía: Gustate et videte quam suavis est Dominus (Gustad y ved qué bueno es el Señor) o también el versículo, según la Vetus Latina, Acercaos a él y seréis iluminados (la Vulgata traducirá Respicite ad eum et illuminamini, Contempladlo y quedaréis radiantes, según la traducción litúrgica): ¡acercaos al altar del Señor!

Es clásico el empleo del salmo 33 para la comunión, tanto en Oriente como en Occidente. Las Constituciones Apostólicas señalan que lo canta un cantor, por tanto, de forma responsorial[1]. En Jerusalén se entona igualmente, como explica S. Cirilo en sus Mistagógicas[2].

Leer más... »

16.10.22

Eucaristía-Ofrenda y revisión de nuestros ofertorios y «ofrendas»

OfertorioSin duda aún no ha calado en la conciencia general y en la práctica litúrgica la corrección que Benedicto XVI formulara sobre la desmesurada y variopinta, hasta folclórica en ocasiones, procesión de ofrendas en la Misa.

Si se siguieran correctamente las rúbricas de la IGMR, sobrarían las “añadiduras superfluas” con que se recargan. Decía Benedicto XVI en la Exhortación Sacramentum caritatis:

“Este gesto, para ser vivido en su auténtico significado, no necesita enfatizarse con añadiduras superfluas” (n. 47).

Y exponía la razón teológica y espiritual del ofertorio de pan y de vino entregados –sin necesidad de más cosas ni ofrendas- y cómo todo estaba en ellos recapitulado, sintetizado, resumido:

“Este gesto, humilde y sencillo tiene un sentido muy grande: en el pan y el vino que llevamos al altar toda la creación es asumida por Cristo Redentor para ser transformada y presentada al Padre. En este sentido, llevamos también al altar todo el sufrimiento y el dolor del mundo, conscientes de que todo es precioso a los ojos de Dios… Permite valorar la colaboración originaria que Dios pide al hombre para realizar en él la obra divina y dar así pleno sentido al trabajo humano, que mediante la celebración eucarística se une al sacrificio redentor de Cristo” (Ibíd.).

Leer más... »