Fuego nuevo de la Vigilia pascual

Es bueno conocer algo de la historia de los ritos para captar su significado cuando aún hoy realizamos antiguas y bellísimas ceremonias así como meditar en los textos litúrgicos que se rezan en esos ritos y ceremonias.

Al entender las hermosas ceremonias de la Iglesia, no las modificaremos porque resulten extrañas, sino que las viviremos con más profundidad, las realizaremos más fielmente y con más cuidado. Son bellas, son tradicionales, son solemnes: así son las ceremonias y ritos de la liturgia y a ello responden sus elementos, como el cirio pascual, con su sentido cristológico, su gran cruz central, el Alfa y la Omega, el año en curso y los cinco granos de incienso. Pero antes, el fuego encendido, fuego nuevo, rompe la oscuridad, y es bendecido.

Hay que preparar una “hoguera en un lugar fuera de la iglesia donde se reúna al pueblo” (CE 336 a), donde también están “carbones encendidos” para el incensario (CE 336 b) y asimismo preparar una mecha (o pabilo) para tomar el fuego nuevo y encender luego el cirio pascual.

Es un rito que ha de ser expresivo, sin ser desmesurado (no es la fogata de un campamento), ya que es una primera parte introductoria, no central y todo debe guardar su medida y equilibrio para celebrar la santa Vigilia:

“La primera parte consiste en una serie de acciones y gestos simbólicos que conviene realizar con tal dignidad y expresividad que su significado propio sugerido por las moniciones y las oraciones, pueda ser realmente percibido por los fieles. En el lugar adecuado y fuera de la iglesia, en cuanto sea posible, se preparará la hoguera destinada a la bendición del fuego nuevo, cuyo resplandor debe ser tal que disipe las tinieblas e ilumine la noche” (Cong. Culto divino, Cta. preparación y celebración fiestas pascuales, n. 82).

Comienza la celebración. La iglesia está a oscuras.

Fuera de la iglesia se enciende una hoguera o fuego nuevo, a ser posible. “Donde por alguna dificultad no se enciende la hoguera, la bendición del fuego se acomodará a las circunstancias. Reunido el pueblo en la iglesia como de costumbre”, en la puerta de la iglesia transcurre el inicio, y “el pueblo, en cuanto sea posible, se vuelve hacia el celebrante” (Vigilia pascual, rúbrica n. 13).

Conviene que el fuego esté en un brasero en alto, no a ras de suelo, para que sea fácil luego acercar el pabilo o mecha; y además este rito, con este brasero y fuego, es propio de la Vigilia pascual y es muy distinto de la bendición de las Candelas, el 2 de febrero, donde las velas ya están encendidas en las manos de los fieles para bendecirlas, y no se prepara ningún fuego ni brasero ni cirio especial.

Con las manos extendidas, recita la oración de bendición del fuego nuevo, con sentido escatológico, apuntando a la Luz eterna:

Oremos.

Oh Dios, que por medio de tu Hijo has dado a los fieles la claridad de tu luz, santifica + este fuego nuevo y concédenos que la celebración de estas fiestas de Pascua encienda en nosotros deseos tan santos que podamos llegar con corazón limpio a las fiestas de la eterna luz. Por Jesucristo, nuestro Señor.

  • Es una breve oración. Se alude a Cristo Luz del mundo, ya que en Cristo, Dios nos ha dado su Luz: “por medio de tu Hijo has dado a los fieles la claridad de tu luz”. Él es la Luz del mundo, y quien le sigue no camina en tinieblas. En Cristo, su Luz nos hace ver la luz. Es la Luz verdadera que vino al mundo.
  • “Santifica este fuego nuevo”: ¡todo es nuevo en Pascua! Nuevo es este fuego, nuevo es el cirio pascual, nueva es el agua para el Bautismo, nuevo es el Crisma consagrado días antes, nueva es la Eucaristía que se consagra en la Misa pascual. ¡Todo es nuevo! Y como todo es nuevo, todo recibe su adecuada plegaria de bendición o consagración en su momento: bendición del fuego, Pregón pascual o Laus cerei para el cirio pascual, plegaria de bendición del agua bautismal (o bendición del “agua común” si no hay ni bautismos ni fuente bautismal como, por ejemplo, una iglesia conventual), y plegaria eucarística.
  • Al bendecir el fuego, en la santísima noche de Pascua, se ruega al Señor un efecto en las almas: el deseo de cielo y de eternidad, la escatología. Y así suplica: “encienda en nosotros deseos tan santos que podamos llegar con corazón limpio a las fiestas de la eterna luz”. Como es Dios quien activa en nosotros el querer y el actuar (cf. Flp 2,13), se le suplica que los ritos pascuales, las ceremonias espléndidas de la Vigilia pascual, y este Lucernario con su fuego nuevo, “encienda en nosotros”, inflame “deseos tan santos” que podamos llegar a la Pascua eterna, a la liturgia del cielo ante el trono de Dios y del Cordero, “las fiestas de la eterna luz”, con corazón limpio, iluminados y transparentes, reflejando su gloria.

fuegoAsí, con solo esta sencilla oración y el gesto de la cruz, se bendice el fuego nuevo de la Pascua. ¡Cuánto contenido en un rito sencillo!

Antes, en los libros litúrgicos anteriores a la reforma litúrgica y al Ordo de Semana Santa de 1970, se añadían otras dos oraciones seguidas, una tras otra, para la bendición del fuego.

Dios es invocado como “Luz indeficiente y autor de toda luz” y lo mismo que iluminó a Moisés en la noche de Pascua al salir de Egipto, ahora va a iluminar a los hijos de la Iglesia, en sus almas, en sus mentes, en sus sentidos:

Señor Dios, Padre todopoderoso,Luz indeficiente y creador de toda luz [lumen indeficiens, qui es conditor omnium luminum] bendice esta luz, que por ti es santificada y bendecida, que iluminaste el mundo entero: para que por ella seamos encendidos e iluminados por el fuego de tu claridad; y así como iluminaste a Moisés al salir de Egipto [illuminasti Moysen exeuntem de Aegypto], ilumina así nuestros corazones y nuestros sentidos, para que merezcamos alcanzar la vida y la luz eterna.

La alusión al Éxodo, iluminados por la noche con la columna de fuego, es oportunísima para indicar el significado del fuego nuevo que la Iglesia bendice al inicio de la Vigilia pascual. El fuego va a ser instrumento de Dios.

fuego en altoAdemás, el fuego nuevo tiene su eco interior en los fieles. Se ruega que las almas sean encendidas con el fuego divino, y que las mentes tengan la luz que proviene del Señor, iluminados por su claridad, y por tanto expulsadas todas las tinieblas interiores que ofuscan. Recibiendo agradecidos esta luz, se insinúa la meta escatológica, tan propia y resaltada de la Vigilia pascual: “merezcamos alcanzar la vida y la luz eterna”. ¡Son las Fiestas de la Luz!

La tercera oración del antiguo rito es más pobre en contenido y alusiones pascuales:

Señor santo, Padre omnipotente, Dios eterno al bendecir nosotros este fuego en tu nombre, y en el de tu Hijo único, nuestro Dios y Señor Jesucristo, y del Espíritu Santo; dígnate cooperar y ayúdanos contra los dardos incendiarios del enemigo e ilumínanos con la gracia celestial.

Aquí la súplica es más genérica: en lugar de dardos incendiarios y flechas con fuego del Enemigo, sólo se desea la Luz de Cristo y ser iluminados por la gracia.

Conozcamos mejor su historia, la evolución de los ritos, y la explicación espiritual que ofrece Dom Guéranger en su “Año litúrgico”[1].

“A la hora de Nona (a las tres del mediodía), el Obispo se dirige con todo el clero a la iglesia, y en este momento comienza la Vigilia del Sábado Santo. El primer rito que va a realizarse es la bendición del fuego nuevo cuya luz debe iluminar la función durante toda la noche que viene a continuación. En los primeros siglos, era costumbre, cada día, de sacar el fuego de una piedra antes de Vísperas, para encender con él las lámparas y los cirios, durante este Oficio; y esta luz brillaba en la iglesia hasta las Vísperas del día siguiente.

La Iglesia de Roma practicaba este uso con una solemnidad cada vez más grande el Jueves Santo, por la mañana; y en este día el fuego nuevo recibía una bendición especial. Según un rescripto dado por el Papa san Zacarías en una carta a san Bonifacio, Arzobispo de Maguncia, en el siglo VIII, se encendían tres lámparas con este fuego, y se las llevaba a un lugar secreto, donde se las mantenía con cuidado. De estas lámparas se tomaba la luz por la noche del Sábado santo. Desde el siglo siguiente, bajo el Papa san León IV, que estuvo en la Santa Sede en 847, la Iglesia de Roma terminó por extender incluso al Sábado santo la costumbre de otros días del año, que consistía en sacar de una piedra el fuego nuevo.

El sentido de este uso simbólico, que ya sólo se practica en este día en la Iglesia latina, es tan profundo como fácil de captar. Cristo dijo: “Yo soy la Luz del mundo” (Jn 8,12); la luz material es entonces la figura del Hijo de Dios. La piedra es también uno de los tipos bajo los que el Salvador del mundo aparece en las Escrituras. “Cristo es la Piedra angular”, nos dicen de común acuerdo san Pedro (1P 2,6) y san Pablo (Ef 2,20), que no hacen sino aplicarle las palabras de la profecía de Isaías (28,16). Pero en este momento la chispa viva que se escapa de la piedra presenta un símbolo más completo aún. Es Jesucristo saliendo fuera del sepulcro excavado en la roca, a través de la piedra que cierra su entrada.

Entonces es justo que este fuego misterioso, llamado a suministrar la luz al Cirio pascual, y más tarde al altar mismo, reciba una bendición particular, y que sea acogido con triunfo por el pueblo cristiano. En la iglesia, todas las lámparas están apagadas; antes incluso, los fieles apagaban el fuego en sus hogares, antes de dirigirse a la iglesia; y nada se encendía en toda la ciudad sino comunicando este fuego que había recibido la bendición, y que se confiaba en seguida a los fieles, como una prenda de la divina Resurrección. No olvidemos destacar aquí un nuevo símbolo no menos expresivo que los otros. La extinción de toda luz en este momento figura la abrogación de la ley antigua, que tuvo fin en el momento en que el velo del Templo se rasgó; y la llegada del fuego nuevo representa la publicación misericordiosa de la ley nueva que Jesucristo, Luz del mundo, trae, disipando todas las sombras de la primera alianza”.

Fuego nuevo, Luz que rompe las tinieblas, bajo la luna llena, la primera de la primavera. ¡Es la Pascua del Señor que resplandece!



[1] “La Passion et la Semaine Sainte”, Paris 1911 (23ª), pp. 654-656.

3 comentarios

  
Alejandro Galván
Pues lo de "sacar fuego de una piedra" hoy en día, no es difícil: basta usar un mechero de chipa "analógica" (no piezoeléctrico), en vez de cerillas.

Puede parecer una tontería, pero qué fácil que tenemos hacer algo de acuerdo a la antigua tradición.

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JAVIER:

Ya no se prescribe así. Simplemente, ya está una hoguera encendida y junto a ella comienza la celebración "in nomine Patris..."
13/04/21 12:21 PM
  
Alejandro Galván
Si, lo había entendido. Pero si me tocara hacer de ceremoniero en una Vigilia Pascual, yo, personalmente me cuidaría de iniciar el fuego con un mechero de piedra. Es un gesto minúsculo, pero oye, sabroso.
14/04/21 12:02 PM
  
Carlos
Buenas noches, don Javier.

Discúlpeme, mi consulta no está relacionada con la publicación.

¿Se tiene noticia de que se esté preparando alguna versión del misal para los fieles (que incluya todas las rúbricas y las lecturas de la misa) al estilo de los que publicaron hace ya muchos años la BAC o Ediciones Mensajero? Han pasado ya bastantes años desde que hizo la última edición en español y todavía estamos esperando.

Gracias por su respuesta y por su bitácora.

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JAVIER.

¡Qué va! Estoy pendiente y no hay nada por ninguna editorial, ninguna iniciativa, ¡con lo útiles que son estos misales pequeños! Desde 2017 que salió la tercera edición con su traducción nueva de eucología y lecturas..., ¡y aquí esperando! Señal del desinterés por la liturgia y de cómo las editoriales católicas están más pendientes de lo que es rentable que de prestar servicio católico.
19/04/21 11:02 PM

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