Invitación a la Semana Santa y Pascua
¡Semana mayor!, la gracia de la santificación a raudales y su culmen, la santa Pascua.
No se han de desperdiciar tantos Misterios de amor de Dios como se hacen presentes desde el Domingo de Ramos a la santa Resurrección.
Liturgias distintas, a cada cual más llamativa, más envolvente, subiendo en escala hasta llegar al Triduo pascual, acompasados, marcados los ritmos, por el Oficio divino que canta Laudes y Vísperas, que medita con el Oficio de lecturas, sus salmos, lecturas y responsorios (más aún en su forma tradicional de Oficio de tinieblas), nutriendo el alma, conduciéndola, guiándola.
Van a llegar esos días grandes y santos; está próximo el Triduo pascual. El corazón del año litúrgico palpitando con Jesucristo en su pasión y gloria, Aquel que es el mismo ayer y hoy y siempre. La Iglesia Esposa se va a deleitar en la liturgia de estos días santos con amor esponsal. No se mirará a sí misma, ni vivirá para predicar o evangelizar esos días, sino que entrará en la cámara santa, para vivir la Semana mayor con los ojos vueltos sólo al Esposo Jesucristo.
Dispondrá la Iglesia a sus hijos, a las almas fieles, para que vivan muy unidos a Cristo en su Pascua, muriendo a nuestros pecados, convirtiéndonos, y viviendo en gracia.
Dispondrá la Iglesia Madre que sus hijos oren, mediten, y se entreguen a Cristo viviendo, asistiendo, participando, integrándose, en las grandes liturgias de estos días.

La dignidad de la liturgia -¡que es para Dios!- y la belleza de la misma liturgia requieren que todo se prepare con antelación, con tiempo, revisando que todo esté a punto, en su sitio, y que los distintos ministros realicen bien todo y sólo aquello que deben realizar, que era lo que decía el Vaticano II:

7. Recapitulando y señalando caminos





