"Es nuestro deber y salvación darte gracias" (Plegaria euc.- III)
Una corriente de vida y de gracia desciende del cielo hasta nosotros; un canal, un torrente, se desborda para nuestro bien y nuestra santificación: es la Eucaristía, el don de Dios, el sacrificio de la muerte y resurrección de Cristo hoy en el altar mediante los signos sacramentales.

En la Eucaristía, Dios entra en nuestra vida: Cristo mismo en el Sacramento se nos da. ¡Gozo de la Eucaristía!, el cielo se hace presente en la tierra y nos eleva hasta Él. La liturgia, fuente y culmen de la vida de la Iglesia, glorifica a Dios y santifica a los hombres (cf. SC 10), y ahí caen todos los protagonismos, que tanto gustan, para centrarse humilde y discretamente en el único protagonista: Dios, el Misterio pascual de Cristo. Entonces la liturgia recupera su solemnidad, su sacralidad. ¡Estamos ante el Misterio de la salvación de Dios! Así puede nacer en nuestras almas el gozo de la Eucaristía.
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Si normalmente nuestro canto litúrgico en general es muy pobre (lleno de buena voluntad, sí, pero pobre), cuando llega el tiempo de Navidad, la liturgia en muchísimas ocasiones baja aún más en calidad, al introducir sin criterio alguno, villancicos populares como cantos de entrada, ofrendas o comunión ("Los peces en el río", “El camino que lleva a Belén", “Hacia Belén va una burra…", etc., etc.), ignorando los cantos principales tales como el “Gloria” o el Salmo responsorial. Se convierte la liturgia en un concurso de villancicos y disfraces de pastorcitos que no cuadra con la naturaleza de la liturgia, y se califica de “antiguo” a quien no pueda admitir semejantes inventos en la liturgia.
Siempre me ha parecido que el hombre pretende disimular u ocultar la fuerza del Misterio escondiéndolo tras lo banal o lo cultural, a lo mejor no tanto porque no se sepa preguntar al Misterio, cuanto que prefiere la comodidad del quedarse quieto y no indagar, no buscar para no hallar. Se amordaza el Misterio tras expresiones humanas o culturales y así se sobrevive con el Misterio sin atreverse a dejarse fascinar por lo bello y verdadero del Misterio.
