Concepto de «espiritualidad» (Notas de espiritualidad litúrgica - XXII)

Se usa “espiritual” en un lenguaje corriente, coloquial, para designar a alguien alejado de la realidad, de lo cotidiano, que no aterriza nunca o parece no situarse en el mundo y en sus circunstancias, aislado, o ingenuo tal vez… ¿Pero eso es ser espiritual o una caricatura? ¿No es más bien una distorsión? ¿No parece sino una burla? Porque luego vienen otros, muy activistas ellos, incluso sacerdotes, que oponen lo espiritual a lo “pastoral”, a lo dinámico y creativo tan vacío y tan estéril –pero empeñándose en ese camino ruinoso-. A éstos, les parece que la espiritualidad (y la liturgia) está reñida y en oposición a lo pastoral, a lo catequético… y que ellos, con sus mil actividades, reuniones, dinámicas, etc., tienen la solución para todo, y lo que desvelan es su escasa comprensión no sólo de la liturgia y de la espiritualidad, sino de la verdadera acción pastoral de la Iglesia, muy lejos del activismo, o de lo secularizado que rebaja contenidos y exigencias, o que todo lo supedita a la simpatía con el mundo, con la gente… ¡Cuánto vacío hay en esto, cuánto caos, cuánta confusión!

Hay que entender bien el concepto de “espiritualidad”, para que una verdadera pastoral eduque las almas en estos caminos de vida.

“La espiritualidad o vida en el Espíritu, es vivir conformados al Hijo Jesucristo, según las palabras de san Pablo: Dios, “a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que él fuese el primogénito de muchos hermanos” (Rom 8,29). Por eso el programa de nuestra vida cristiana ha de ser la progresiva transformación de toda nuestra existencia en verdaderos hijos de Dios en el Hijo Jesucristo, para hacer realidad plena el otro dicho paulino: “Vivo yo, mas no yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20)” (López Martín, 381-382).

Eso es todo un programa de vida: la transformación en Cristo, que el Espíritu Santo realiza en el alma fiel. ¿Qué hacer? Dejarnos conducir y llevar de la mano de la liturgia. Ésta es eficaz educadora y pedagoga, es también cauce y canal del Espíritu Santo. Su acción es eficaz y santa. Por ello hay que saberse dirigir por la liturgia. No hay mejor maestro ni más eficaz escuela que la santa liturgia: “Ningún otro maestro espiritual puede superar a la liturgia de la Iglesia en eficacia y en pedagogía, porque la eficacia de la liturgia es la eficacia sacramental de los signos de salvación, y a pedagogía es, en realidad, la obra interior del Espíritu Santo que suscita la conversión y la fe y da “la inteligencia” de los misterios celebrados” (López Martín, 382).

La liturgia plasma en nosotros la existencia cristiana Le da forma por el Espíritu Santo. Así la vida cristiana va desarrollándose en fe, esperanza y caridad, creciendo en comunión con Dios. La liturgia permite y realiza esto en nosotros.

Digámoslo en términos teológicos: la liturgia “nos cristifica”.

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