InfoCatólica / Temas de Historia de la Iglesia / Categoría: América

11.04.11

¿Se bautizó en la fe católica el indio Toro Sentado?

UN HISTORIADOR AFIRMA LA CONVERSIÓN DEL LEGENDARIO INDIO NORTEAMERICANO

Tatanka Iyotanka, (en inglés Sitting Bull), fue el famoso jefe indio norteamericano de la tribu de los sioux hunkpapa, cuyo nombre, en sioux, significa «Bisonte Macho Sentado», de donde en español recibió el popular nombre de Toro Sentado. Nació en Lakhota, Grand River, Estados Unidos; hacia el año 1831 y murió en el mismo sitio el 15 de diciembre de 1890.

Conocido, siquiera de nombre, a través de las películas y de las series televisivas, Toro Sentado fue uno de los últimos caudillos indios derrotados por el avance de la colonización blanca en el oeste de Estados Unidos. Convertido en jefe a la edad de treinta y tres años, Toro Sentado manifestó una clara oposición a ceder parte de sus tierras a los blancos y aún más a vivir en reservas pero a mediados de los años setenta aceptó llegar a un acuerdo que mantuviera en manos de los sioux al menos las denominadas Colinas negras, un territorio sagrado donde reposaban los restos de los antepasados.

En 1864, peleó contra las fuerzas armadas de Estados Unidos bajo el mando del General Alfred Sully en Killdeer Mountain, y desde entonces se comprometió en el liderazgo de la resistencia Sioux contra el avance blanco. Pronto contó con un nutrido grupo de seguidores, no sólo de su tribu, sino también los Cheyennes y Arapahos. En 1873, en lo que sería un preludio de la Batalla de Little Bighorn tres años después, una coalición militar India bajo el mando de Toro Sentado mantuvo una breve escaramuza con el Teniente Coronel George Armstrong Custer.

El descubrimiento de oro en las Colinas Negras, que se encontraban en el centro del territorio sioux, atrajo a un sinnúmero de buscadores, lo que unido a las continuas incursiones sioux contra otras tribus o contra los constructores del ferrocarril, movió al gobierno de Estados Unidos a realizar una operación de castigo en 1876. En esta ocasión Toro Sentado se hizo famoso al conducir 3.500 indios sioux y cheyenne contra el Séptimo de Caballería, que estaba bajo las órdenes del General George Armstrong Custer, en la batalla de Little Big Horn el 25 de junio de 1876, en la que los estadounidenses resultaron derrotados.

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6.03.11

Santos por las calles de Nueva York (VII): Una mujer valiente, Mary Angeline McCrory

AUTÉNTICA INNOVADORA DEL CUIDADO DE LOS ANCIANOS Y LOS ENFERMOS

Se encuentra ya cercano a la conclusión el Proceso de Beatificación de una gran mujer de origen irlandés pero que echó raíces en Nueva York y allí realizó una importante labor en el cuidado de los ancianos y pobres de dicha metrópoli y de muchas otras partes de los Estados Unidos. Se trata de Mary Angeline McCrory, fallecida en 1984 y cuyas virtudes heroicas acaban de ser reconocidas por el correspondiente grupo de teólogos de la vaticana Congregación para las Causas de los Santos, acercando así a la gloria de los altares a esta religiosa que tan impresionante testimonio de caridad dejó a los neoyorkinos.

En su biografía de la Madre M. Agelina McCrory, el escritor R. M. Valabek, escribe: “El cristianismo en el fondo es un pueblo revolucionario… La Madre Angeline Teresa (1893-1984), Fundadora de las Hermanas Carmelitas de los Ancianos y Enfermos, perteneció a esta clase de revolucionarios. Fundó 59 casas para ancianos, recibió a cientos de candidatas para su joven congregación y, sobre todo, cultivó una recia y sana espiritualidad fundamentada en la vida del Carmelo, enraizada en el evangélico ideal. El aspecto que más atrajo a Madre Angeline de la acción misericordiosa de Cristo fue su compasión, expresada en la necesidad de hacer que los años postreros de los ancianos sean vividos en su sentido más pleno y feliz». Así comienza el P. Valabek una breve y hermosa semblanza sobre Madre Angeline".

Nació Bridget McCrory, la futura M. Angeline, el 21 de enero de 1893 en Mountjoy, norte de Irlanda, la segunda de cinco hermanos, hijos de unos modestos granjeros que en aquellos tiempos y por el simple hecho de ser católicos eran descaradamente discriminados. La familia McCroy formó parte de aquel medio millón de irlandeses que hubieron de abandonar su país entre los años de 1851 y 1901; éste fue precisamente el año en el que los McCroy se instalaron en Escocia, en los suburbios de la industrial Glasgow donde el padre halló trabajo en una compañía eléctrica. Y también la muerte: Cuando trabajaba, le cayó por error una buena cantidad de metal fundido sobre el cuerpo y le provocó unas heridas tan grandes que murió después de alguna horas de agonía

En Glasgow conoció a las Hermanitas de los Pobres, fundadas en Francia por Santa Juana Jugan, y que en 1862 habían fundado una casa en dicha ciudad. Su ejemplar actitud de servicio para con los ancianos atrajo fuertemente a la joven Bridget;, que se sentía fuertemente atraída a la vida religiosa; su director espiritual, el P. Cronin, le ayudó en su discernimiento vocacional: “No se pierde con probar”, le dijo. Debía marchar a Francia ya que el noviciado estaba en La Tour St. Joseph en Normandía. Era el 2 de febrero de 1912. El día antes de marchar el P. Cronin le ofreció como recuerdo un libro de su biblioteca y Brígida escogió la Vida de Santa Teresa de Ávila. El 19 de marzo de 1915 profesa como religiosa con su nuevo nombre de Sor Angeline de Santa Águeda. Eran los años difíciles de la I Guerra Mundial.

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19.11.10

Rocambolesco conflicto Iglesia-Estado en México, siglo XVI

EL APARATOSO LITIGIO ENTRE EL ARZOBISPO LASERNA Y EL VIRREY CARRILLO

El afianzamiento en el Nuevo Mundo de la Iglesia y el Estado y la extensión de sus respectivos poderes, creó a veces en aquellas provincias, no precisamente por antagonismo fundamental, sino por mutuas incomprensiones y apreciaciones puntillosas, contrastes que influyeron también considerablemente en la vida eclesiástica. La Iglesia durante el siglo XVI, amparada por la autoridad civil -sobre todo económicamente, pues dependía casi plenamente del erario real-, aceptó aquella obligada subordinación, pero durante el siglo XVII va adquiriendo dimensión autóctona, su personal jerárquico presenta progreso selectivo y numeral, y el pueblo le pertenece todavía en masa. Por otra parte, las autoridades civiles manifiestan ya inicialmente aquella mentalidad intelectual y religiosa, la ilustración, que sobre todo desde mediados del seiscientos se había extendido en los círculos dirigentes europeos. Aunque ni en España ni en América se presentaba en su proyección declaradamente anticristiana, ni en manifiesta oposición con las verdades de la fe, delataba ya una clara prevención ante la autoridad eclesiástica.

En ese clima en que el poder real consideraba como sagrados e intangibles sus atribuciones y privilegios, es más agobiante para la Iglesia el patronato real. Felipe IV, con cédula del 15 de marzo de 1629, preceptuaba a todos los obispos hacer juramento solemne ante escribano público y testigos “de no contravenir en tiempo alguno ni por ninguna manera a nuestro patronato real, y que lo guardarán y cumplirán en todo y por todo, como en él se contiene llanamente y sin impedimento alguno”. El mismo monarca confiaba a otra cédula de 25 de abril de 1643 esta contundente determinación: “Rogamnos y encargamos a los arzobispos y obispos de nuestras Indias que, por lo que les toca, hagan que se recojan todos los breves, así de Su Santidad como de sus nuncios apostólicos que hubiere en sus distritos y se llevaren a aquellas provincias, no habiéndose pasado por nuestro Consejo Real de las indias, y no consientan ni den lugar a que se use de ellos en ninguna forma; y, recogidos, los remitan al dicho nuestro Consejo en la primera ocasión, dando para todo las órdenes convenientes, y poniendo en ejecución el cuidado necesario”.

Los virreyes se interesaban sobremanera en ejecutar puntillosamente los derechos de vicepatronos reales. Sus libros de gobierno donde se registraban acuerdos, decretos y bandos virreinales, cartas de ruego y encargo; en una palabra, el gráfico de su régimen jurisdiccional, reflejan -excluyendo, naturalmente, la dimensión estrictamente espiritual- funciones propias de obispos, de provisores eclesiásticos y hasta de vicarios de religiosas. Claro que esta excesiva intromisión de la autoridad civil y el ocasional contraste de la eclesiástica no traducían una antítesis doctrinal y dogmática, sino contiendas periféricas, verdaderos dimes y diretes que terminaban con una que otra queja amarga del Consejo Real de indias, y, a lo más, remociones, ordinariamente con ascenso, de una o de ambas partes contendientes.

Sin duda el más estrepitoso pleito entre obispos y virreyes lo sostuvieron el arzobispo mejicano Juan Pérez de Laserna (1613-1625) y el virrey don Diego Carrillo de Mendoza, conde de Priego y marqués de Gelves (1621-1624). La ocasión la suscitó el alcalde de Metepec don Melchor Pérez de Varáez (o Varaiz), venido a Méjico para resolver ciertos cargos que se habían levantado contra él. Amenazado de cárcel y secuestro de bienes, se acogió al derecho de asilo, y con anuencia de los dominicos se refugió primero en la iglesia de éstos y luego en una celda del mismo convento.

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5.09.10

Los comienzos de la Inquisición en América

DOMINICOS, FRANCISCANOS Y JUAN DE ZUMÁRRAGA

La primera llegada de dominicos a Nueva España, en1526, reviste notable importancia para la historia eclesiástica de aquellas tierras, pues por primera vez venían a la vez como operarios apostólicos y -aquí estaba la novedad- como inquisidores. El origen de dicha figura hunde sus raíces en la inquisición española, que había sido fundada a finales en el siglo anterior, concretamente en 1478, por los Reyes Católicos para mantener la ortodoxia católica en sus reinos, que tiene precedentes en instituciones similares existentes en Europa desde el siglo XIII.

El dominico sevillano Alonso de Hojeda convenció a la reina Isabel, durante su estancia en Sevilla entre 1477 y 1478, de la existencia de prácticas judaizantes entre los conversos andaluces. Un informe, remitido a solicitud de los soberanos por Pedro González de Mendoza, arzobispo de Sevilla, y por el dominico segoviano Tomás de Torquemada, corroboró este aserto. Para descubrir y acabar con los falsos conversos, los Reyes Católicos decidieron que se introdujera la Inquisición en Castilla, y pidieron al Papa su consentimiento. El 1 de noviembre de 1478 el Papa Sixto IV promulgó la bula “Exigit sinceras devotionis affectus”, por la que quedaba constituida la Inquisición para la Corona de Castilla, y según la cual el nombramiento de los inquisidores era competencia exclusiva de los monarcas. Sin embargo, los primeros inquisidores, Miguel de Morillo y Juan de San Martín, no fueron nombrados hasta dos años después, el 27 de septiembre de 1480, en Medina del Campo.

En un principio, la actividad de la Inquisición se limitó a las diócesis de Sevilla y Córdoba, donde Alonso de Hojeda había detectado el foco de conversos judaizantes. El primer auto de fe se celebró en Sevilla el 6 de febrero de 1481: fueron quemadas vivas seis personas. El sermón lo pronunció el mismo Alonso de Hojeda de cuyos desvelos había nacido la Inquisición. Desde entonces, la presencia de la Inquisición en la Corona de Castilla se incrementó rápidamente; para 1492 existían tribunales en ocho ciudades castellanas: Ávila, Córdoba, Jaén, Medina del Campo, Segovia, Sigüenza, Toledo y Valladolid.

El 22 de julio de 1511, el cardenal Cisneros, inquisidor general, concedía poder de inquisidores a todos los obispos de Indias, pues, por referencias que tenía, habían pasado a aquellos obispados y moraban en ellos personas que cometían crímenes y delitos de herejía : apostasía. Dos años más tarde, 7 de enero de 1519, el cardenal Adriano de Utrecht, obispo de Tortosa, inquisidor general, decide nombrar inquisidores apostólicos, para todas las ciudades, villas y lugares de las Indias e islas del mar océano, a don Alonso Manso, obispo de la ala de San Juan (Puerto Rico), y al dominico fray Pedro de Córdoba, residente de la isla Española.

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27.06.10

La Intervención de los Papas en los comienzos de la evangelización de América

EL PATRONATO REGIO Y LA INTERVENCIÓN DE LOS PONTÍFICES

La actitud de los primeros pontífices que tuvieron que intervenir en la organización episcopal americana puede quedar incompleta y erróneamente concebida si se urge demasiado el hecho, también cierto, pero con sus debidos límites, de la omnipresencia del patronato real (o patronato regio) en Indias. Dicho Patronato consistió en el conjunto de privilegios y facultades especiales que los Papas concedieron a los Reyes de España y Portugal a cambio de que estos apoyaran la evangelización y el establecimiento de la Iglesia Católica en América. Se derivó de las bulas papales otorgadas en beneficio de Portugal en sus rutas atlánticas, y de las llamadas Bulas Alejandrinas emitidas en 1493, inmediatamente después del Descubrimiento a petición de los Reyes Católicos. El patronato regio o indiano para la Corona Española, fue confirmado por el Papa Julio II en 1508.

Es evidente que el cúmulo de concesiones otorgadas por Alejandro VI a los Reyes Católicos desbordaba ampliamente los límites generales de un patronato ordinario, a pesar de carecer de la concesión típica de la presentación a los beneficios eclesiásticos. La citada bula Inter Caetera, del 3 y 4 de mayo de 1493, les mandaba, en virtud de santa obediencia, enviar a las tierras descubiertas a varones probos y temerosos de Dios, doctos, peritos y experimentados para instruir a los naturales y habitantes de ellas en la fe católica e imbuirlos en buenas costumbres, y esto poniendo en ello toda la diligencia debida. Esto adquiría toda su significación con la bula Eximiae devotionis, del mismo mes, reconociendo a España las mismas concesiones ya hechas a Portugal y que la bula comprende bajo los nombres de «libertades, inmunidades, exenciones, facultades, letras e indultos» (apostólicos); algo más tarde habla de gracias, prerrogativas y favores», y al fin se recogen otra vez todas estas expresiones.

Aunque algunos de los términos empleados en las bulas portuguesas parecen referirse a los derechos patronales, no conceden ese privilegio en forma explícita, y hubo que esperar unos años, cuando León X lo concedió a Portugal, que se benefició del ejemplo español y del tenaz empeño de Fernando el Católico en asegurar aquel patronato universal, que el no menos tenaz pontífice Julio II se resistía a conceder. Además de las facultades especiales concedidas a fray Bernal Boyl, primer delegado pontificio enviado a América a establecer y organizar su Iglesia, el punto definitivo de las concesiones de Alejandro VI se redondeó el 16 de noviembre de 1501 con la donación de los diezmos a los Reyes Católicos, con la obligación de fundar y dotar convenientemente a los eclesiásticos encargados de aquellas iglesias.

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