24.03.23

Contra los herejes

 

El cardenal Roche justifica las restricciones a la Misa tridentina: «la teología de la Iglesia ha cambiado»

El obispo de Essen considera teológicamente responsable bendecir parejas homosexuales y de divorciados vueltos a casar

Mons. Johan Bonny asegura que el Papa dio el visto bueno a la bendición de parejas homosexuales en Bélgica

Y así un día tras otro, un escándalo tras otro… Esto es un no parar.


Pero vamos al fondo de la cuestión:

¿Qué es un hereje?

La herejía es la negación pertinaz de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica. El canon 750 § 1 define qué se debe creer con fe divina y católica:

Canon 750 § 1: Se ha de creer con fe divina y católica todo aquello que se contiene en la palabra de Dios escrita o transmitida por tradición, es decir, en el único depósito de la fe encomendado a la Iglesia, y que además es propuesto como revelado por Dios, ya sea por el magisterio solemne de la Iglesia, ya por su magisterio ordinario y universal, que se manifiesta en la común adhesión de los fieles bajo la guía del sagrado magisterio; por tanto, todos están obligados a evitar cualquier doctrina contraria.

¿Qué castigo tiene el hereje?

1364  § 1.    El apóstata de la fe, el hereje o el cismático incurren en excomunión latae sententiae, quedando firme lo prescrito en el c. 194 § 1, 2; el clérigo puede ser castigado además con las penas enumeradas en el c. 1336 § 1, 1, 2  y 3.

 § 2.    Si lo requiere la contumacia prolongada o la gravedad del escándalo, se pueden añadir otras penas, sin exceptuar la expulsión del estado clerical.

¿Qué significa excomunión latae sententiae?

La excomunión es una de las penas previstas en el derecho de la Iglesia. Por excomunión se entiende la censura o pena medicinal por la que se excluye al reo de delito de la comunión con la Iglesia Católica.

La pena de excomunión se aplica latae sententiae, no es necesaria la declaración de la legítima autoridad para estar obligado a cumplir la pena (cfr. canon 1314). Se suele decir que el juicio lo hace el delincuente con su acto delictivo.

Los efectos de la excomunión quedan claros en el canon 1331:

Canon 1331 § 1: Se prohíbe al excomulgado:

1. tener cualquier participación ministerial en la celebración del Sacrificio Eucarístico o en cualesquiera otras ceremonias de culto;

2. celebrar los sacramentos o sacramentales y recibir los sacramentos;

3. desempeñar oficios, ministerios o cargos eclesiásticos, o realizar actos de régimen.

La salvación de las almas debe ser siempre la ley suprema en la Iglesia, porque el fin último y supremo al que se ordena toda la vida humana es la visión beatífica de Dios una vez finalice nuestra existencia temporal. Esa es la misión de sacerdotes, obispos, cardenales o del mismísimo Papa: llevar almas al cielo.  Ese es el mayor acto de caridad, que es la plenitud de la ley. La fe vale más que la propia vida.

Y la herejía es el pecado más grave y pestilente de todos. Se trata de un error manifiestamente contrario a la fe, afirmado por un cristiano. Y la herejía es especialmente peligrosa cuando la comete un sacerdote, un obispo o un cardenal.

¿Por qué? Pues porque las herejías de un pastor conducen al rebaño de sus fieles al infierno, a la perdición. Por eso, cuando un pastor comete herejía, automáticamente debería ser excomulgado y perder su oficio, su ministerio y su autoridad: el juicio lo hace el delincuente con su acto delictivo. Un obispo hereje puede seguir siendo obispo, si la autoridad competente no convierte la excomunión latae sententiae en ferendae sententiae o latae senentiae declarada. Pero carece de autoridad. Dios le dio su autoridad para llevar almas al cielo, no para despeñarlas por un precipicio. Dios no autoriza el pecado y la herejía es uno de los pecados mortales más graves.


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21.03.23

Iniciar procesos, aceptar conflictos... y tener paciencia

El tiempo es superior al espacio. Hoy nos dicen que lo importante es iniciar procesos y darles el tiempo necesario para que esos procesos lleguen a su culminación. Hay que tener paciencia, aceptar los conflictos y hacerse cargo de ellos.

Y quien inicia un proceso sabe cómo debe terminar.

Se inicia el proceso: sínodo de la familia. Y al final se aprueba, con mucho discernimiento y mucha retórica vacía, la comunión de los divorciados vueltos a casar y se publica Amoris Laetitia, que, efectivamente, provocó y sigue provocando un conflicto considerable. Pero demos tiempo al tiempo… La novedad y el error irán calando entre los fieles, muchos de ellos divorciados o en situaciones irregulares y todo el mundo acabará por aceptar que comulguen divorciados, parejas de hecho o incluso homosexuales practicantes, casados o promiscuos, al grito de «¡quién es nadie para negarme a mí la comunión!» o «lo único importante es el amor», entendiendo por amor el vivir en público pecado mortal, que ya es el colmo.

Se inicia el proceso, se alcanzan las conclusiones, que ya tenían previstas de antemano; le echan el muerto al Espíritu Santo, que según estos les ha hablado claramente en el Sínodo, entendido éste como el nuevo Sinaí, el lugar de la nueva revelación, y aquí paz y después gloria.

Y a Santo Tomás Moro o a San Juan Bautista que perdieron ambos literalmente la cabeza por denunciar el adulterio y la fornicación, que les vayan dando por fascistas intolerantes.

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15.03.23

Caridad y Educación

 

Soy muy pesado. Lo reconozco. A mis profesores les he repetido hasta la saciedad que no hay más norma irrevocable e irrenunciable que la caridad. En una escuela católica, la Caridad es Dios (porque Dios es Caridad).

¿De qué nos sirven las ciencias, las letras, las artes o el ejercicio físico, sin no tenemos caridad? De nada. Lo que conduce al niño y al joven al estado de virtud y le permite madurar y crecer en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres es el amor. El amor nos es tan necesario como el agua a las plantas. Sin amor nos agostamos y morimos o nos convertimos en cactus, llenos de espinas y de mecanismos de defensa para que no nos hagan daño. Nos hace tanta falta amar y ser amados… Y además no solo necesitamos amor: necesitamos que nos digan que nos quieren. El amor no hay que ocultarlo como algo vergonzante. Como si diciéndole a alguien que le quieres fueras menos hombre o más vulnerable…

Se lo decía a menudo a mis alumnos: ¡qué poco nos cuesta insultar al compañero y cuánto nos cuesta decirle cosas buenas o bonitas! Para llamar gilipollas o imbécil a un compañero somos raudos y veloces. Pero ¡qué pocas veces se oye decir algo bonito! ¡Qué raro resulta escuchar un «qué guapo o qué guapa vienes hoy» o un «¡qué brillante has estado hoy cuando te preguntó el profesor!».

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11.03.23

Anhedonia

«El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna»

Sandra Palacios publica un artículo en ABC que titula «No le encuentro sentido a la vida»: por qué cada vez le pasa esto a más gente. En él, la periodista afronta, nada más y nada menos, que el problema de la falta de sentido de la vida. Casi nada:

«El sentido que le damos a la vida, así como los proyectos o propósitos que tenemos, comparten un sentido fundamental: luchar contra la única certeza que tenemos los seres humanos, que es el hecho de saber que nos vamos a morir. En este sentido, encontrar una meta o un objetivo es probablemente lo que nos mantiene atados a la vida, siendo esto una necesidad básica de los seres humanos y lo que nos diferencia de otras especies».

«El problema es que cada vez son más las personas que no le encuentran el sentido a su vida. Les falta un propósito, un objetivo, y se sienten perdidas e, incluso, deprimidas».

Les resumo la tesis del artículo: todos vamos a morir pero, mientras tanto, deberíamos tener una meta, un objetivo en la vida que nos permita seguir viviendo. Hay que disfrutar de la vida (hedonismo). La felicidad se identifica con el placer, con el disfrutar. Y el problema se señala ya en la entradilla de la noticia: 

«Anhedonia o por qué algunas personas no consiguen disfrutar nunca de nada».

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8.03.23

Cancelados

«¿Podéis beber el cáliz que yo beberé?»

Dedicaba mi último artículo a rendir homenaje de gratitud a los sacerdotes y obispos fieles. Y vamos a añadir también, para que no se sienta nadie excluido, a los diáconos y a los seminaristas, que también sufren lo suyo la situación catastrófica de la Iglesia de hoy en día.

A los pocos diáconos, sacerdotes y obispos realmente católicos que quedan (y no doy yo carnet de católico a nadie, que conste, pero por sus palabras y su frutos los conoceréis) hay que apoyarlos, animarlos e incluso sostenerlos económicamente, si llega el caso.

Un amigo sacerdote argentino me llamaba hace unos días para agradecerme mi último artículo. Y me comentaba el buen cura que en Argentina y en Estados Unidos, la cancelación de sacerdotes está resultando despiadada. Que hay curas a quienes se les aparta de sus parroquias y se les deja con una mano atrás y otra delante. En la calle, sin ningún tipo de ingreso que les permita vivir con un mínimo de dignidad. Me cuenta que algunos sacerdotes se ven obligados a volver a casa con sus padres para que les mantengan. E incluso que en los Estados Unidos ya se están formando asociaciones de curas cancelados.

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