Ley, Esperanza y Temor de Dios

El Santo Padre nos ha planteado algunas preguntas muy interesantes en la audiencia general del 18 de agosto:

Nos hará bien preguntarnos si aún vivimos en la época en que necesitamos la Ley, o si en cambio somos conscientes de haber recibido la gracia de habernos convertido en hijos de Dios para vivir en el amor. ¿Cómo vivo yo? ¿En el miedo de que si no hago esto iré al infierno? ¿O vivo también con esa esperanza, con esa alegría de la gratuidad de la salvación en Jesucristo? Es una bonita pregunta. Y también la segunda: ¿desprecio los Mandamientos? No. Los observo, pero no como absolutos, porque sé que lo que me justifica es Jesucristo.

Reflexionemos, pues, sobre el sentido de la Ley, sobre la esperanza y sobre el temor de Dios. A ver cómo somos capaces de responder a las preguntas del Papa. Y como yo no soy teólogo ni soy nada, me basaré en la Encíclica Libetas de León XIII y en el libro Teología de la Perfección Cristiana de Fr. Antonio Royo Marín, O. P.

1.- La Ley

Veamos lo que dice sobre la ley la Encíclica Libertas Praestantissimum, de Leon XIII:

La ley

6. Siendo ésta la condición de la libertad humana, le hacía falta a la libertad una protección y un auxilio capaces de dirigir todos sus movimientos hacia el bien y de apartarlos del mal. De lo contrario, la libertad habría sido gravemente perjudicial para el hombre. En primer lugar, le era necesaria una ley, es decir, una norma de lo que hay que hacer y de lo que hay que evitar. La ley, en sentido propio, no puede darse en los animales, que obran por necesidad, pues realizan todos sus actos por instinto natural y no pueden adoptar por sí mismos otra manera de acción. En cambio, los seres que gozan de libertad tienen la facultad de obrar o no obrar, de actuar de esta o de aquella manera, porque la elección del objeto de su volición es posterior al juicio de la razón, a que antes nos hemos referido. Este juicio establece no sólo lo que es bueno o lo que es malo por naturaleza, sino además lo que es bueno y, por consiguiente, debe hacerse, y lo que es malo y, por consiguiente, debe evitarse. Es decir, la razón prescribe a la voluntad lo que debe buscar y lo que debe evitar para que el hombre pueda algún día alcanzar su último fin, al cual debe dirigir todas sus acciones. Y precisamente esta ordenación de la razón es lo que se llama ley. Por lo cual la justificación de la necesidad de la ley para el hombre ha de buscarse primera y radicalmente en la misma libertad, es decir, en la necesidad de que la voluntad humana no se aparte de la recta razón. No hay afirmación más absurda y peligrosa que ésta: que el hombre, por ser naturalmente libre, debe vivir desligado de toda ley. Porque si esta premisa fuese verdadera, la conclusión lógica sería que es esencial a la libertad andar en desacuerdo con la razón, siendo así que la afirmación verdadera es la contradictoria, o sea, que el hombre, precisamente por ser libre, ha de vivir sometido a la ley. De este modo es la ley la que guía al hombre en su acción y es la ley la que mueve al hombre, con el aliciente del premio y con el temor del castigo, a obrar el bien y a evitar el mal. Tal es la principal de todas las leyes, la ley natural, escrita y grabada en el corazón de cada hombre, por ser la misma razón humana que manda al hombre obrar el bien y prohíbe al hombre hacer el mal.

Pero este precepto de la razón humana no podría tener fuerza de ley si no fuera órgano e intérprete de otra razón más alta, a la que deben estar sometidos nuestro entendimiento y nuestra libertad. Porque siendo la función de la ley imponer obligaciones y atribuir derechos, la ley se apoya por entero en la autoridad, esto es, en un poder capaz de establecer obligaciones, atribuir derechos y sancionar además, por medio de premios y castigos, las órdenes dadas; cosas todas que evidentemente resultan imposibles si fuese el hombre quien como supremo legislador se diera a sí mismo la regla normativa de sus propias acciones. Síguese, pues, de lo dicho que la ley natural es la misma ley eterna, que, grabada en los seres racionales, inclina a éstos a las obras y al fin que les son propios; ley eterna que es, a su vez, la razón eterna de Dios, Creador y Gobernador de todo el universo.

La gracia sobrenatural

A esta regla de nuestras acciones, a este freno del pecado, la bondad divina ha añadido ciertos auxilios especiales, aptísimos para dirigir y confirmar la voluntad del hombre. El principal y más eficaz auxilio de todos estos socorros es la gracia divina, la cual, iluminando el entendimiento y robusteciendo e impulsando la voluntad hacia el bien moral, facilita y asegura al mismo tiempo, con saludable constancia, el ejercicio de nuestra libertad natural. Es totalmente errónea la afirmación de que las mociones de la voluntad, a causa de esta intervención divina, son menos libres. Porque la influencia de la gracia divina alcanza las profundidades más íntimas del hombre y se armoniza con las tendencias naturales de éste, porque la gracia nace de aquel que es autor de nuestro entendimiento y de nuestra voluntad y mueve todos los seres de un modo adecuado a la naturaleza de cada uno. Como advierte el Doctor Angélico, la gracia divina, por proceder del Creador de la Naturaleza, está admirablemente capacitada para defender todas las naturalezas individuales y para conservar sus caracteres, sus facultades y su eficacia.

La libertad moral social

7. Lo dicho acerca de la libertad de cada individuo es fácilmente aplicable a los hombres unidos en sociedad civil. Porque lo que en cada hombre hacen la razón y la ley natural, esto mismo hace en los asociados la ley humana, promulgada para el bien común de los ciudadanos. Entre estas leyes humanas hay algunas cuyo objeto consiste en lo que es bueno o malo por naturaleza, añadiendo al precepto de practicar el bien y de evitar el mal la sanción conveniente. El origen de estas leyes no es en modo alguno el Estado; porque así como la sociedad no es origen de la naturaleza humana, de la misma manera la sociedad no es fuente tampoco de la concordancia del bien y de la discordancia del mal con la naturaleza. Todo lo contrario. Estas leyes son anteriores a la misma sociedad, y su origen hay que buscarlo en la ley natural y, por tanto, en la ley eterna. Por consiguiente, los preceptos de derecho natural incluidos en las leyes humanas no tienen simplemente el valor de una ley positiva, sino que además, y principalmente, incluyen un poder mucho más alto y augusto que proviene de la misma ley natural y de la ley eterna. En esta clase de leyes la misión del legislador civil se limita a lograr, por medio de una disciplina común, la obediencia de los ciudadanos, castigando a los perversos y viciosos, para apartarlos del mal y devolverlos al bien, o para impedir, al menos, que perjudiquen a la sociedad y dañen a sus conciudadanos.

Existen otras disposiciones del poder civil que no proceden del derecho natural inmediata y próximamente, sino remota e indirectamente, determinando una variedad de cosas que han sido reguladas por la naturaleza de un modo general y en conjunto. Así, por ejemplo, la naturaleza ordena que los ciudadanos cooperen con su trabajo a la tranquilidad y prosperidad públicas. Pero la medida, el modo y el objeto de esta colaboración no están determinados por el derecho natural, sino por la prudencia humana. Estas reglas peculiares de la convivencia social, determinadas según la razón y promulgadas por la legítima potestad, constituyen el ámbito de la ley humana propiamente dicha. Esta ley ordena a todos los ciudadanos colaborar en el fin que la comunidad se propone y les prohíbe desertar de este servicio; y mientras sigue sumisa y se conforma con los preceptos de la naturaleza, esa ley conduce al bien y aparta del mal. De todo lo cual se concluye que hay que poner en la ley eterna de Dios la norma reguladora de la libertad, no sólo de los particulares, sino también de la comunidad social. Por consiguiente, en una sociedad humana, la verdadera libertad no consiste en hacer el capricho personal de cada uno; esto provocaría una extrema confusión y una perturbación, que acabarían destruyendo al propio Estado; sino que consiste en que, por medio de las leyes civiles, pueda cada cual fácilmente vivir según los preceptos de la ley eterna.Y para los gobernantes la libertad no está en que manden al azar y a su capricho, proceder criminal que implicaría, al mismo tiempo, grandes daños para el Estado, sino que la eficacia de las leyes humanas consiste en su reconocida derivación de la ley eterna y en la sanción exclusiva de todo lo que está contenido en esta ley eterna, como en fuente radical de todo el derecho. Con suma sabiduría lo ha expresado San Agustín: «Pienso que comprendes que nada hay justo y legítimo en la [ley] temporal que no lo hayan tomado los hombres de la [ley] eterna». Si, por consiguiente, tenemos una ley establecida por una autoridad cualquiera, y esta ley es contraria a la recta razón y perniciosa para el Estado, su fuerza legal es nula, porque no es norma de justicia y porque aparta a los hombres del bien para el que ha sido establecido el Estado.

8. Por tanto, la naturaleza de la libertad humana, sea el que sea el campo en que la consideremos, en los particulares o en la comunidad, en los gobernantes o en los gobernados, incluye la necesidad de obedecer a una razón suprema y eterna, que no es otra que la autoridad de Dios imponiendo sus mandamientos y prohibiciones. Y este justísimo dominio de Dios sobre los hombres está tan lejos de suprimir o debilitar siquiera la libertad humana, que lo que hace es precisamente todo lo contrario: defenderla y perfeccionarla; porque la perfección verdadera de todo ser creado consiste en tender a su propio fin y alcanzarlo. Ahora bien: el fin supremo al que debe aspirar la libertad humana no es otro que el mismo Dios.

RESUMIMOS:

1.- ¿Qué es la Ley Natural? La razón (nuestro entendimiento, nuestra inteligencia) le ordena a la voluntad (a nuestra libertad) lo que debe hacer y lo que debe evitar para alcanzar su fin último, que es Dios mismo. La ley naturalescrita y grabada en el corazón de cada hombre, es aquella que procede de la misma razón humana que manda al hombre obrar el bien y prohíbe al hombre hacer el mal.

2.- ¿Qué es la Ley de Dios? La ley natural, como precepto de la razón humana, no podría tener autoridad para imponer obligaciones y otorgar derechos, si fuese sólo el hombre quien se las diera a sí mismo como supremo legislador. Esa autoridad y ese legislador supremo sólo puede ser Dios mismo. La ley eterna es la misma ley natural que, grabada en los hombres, los inclina a las obras buenas y al fin que les es propio (el cielo). La Ley Eterna es la razón eterna de Dios, Creador y Rey de todo el Universo.

3.- El auxilio de la Gracia: a esa ley natural y eterna, que es el freno del pecado, la bondad de Dios ha añadido ciertos auxilios para ayudarnos a cumplirla. El auxilio principal es la Gracia Divina que ilumina el entendimiento y robustece e impulsa a la voluntad hacia el bien moral y así facilita y asegura el ejercicio de nuestra libertad moral.

4.- El Reinado Social de Crito: le ley eterna de Dios debe ser la norma reguladora, no sólo de los particulares, sino también de la comunidad social (la Ley de Dios debería ser la verdadera Constitución de las naciones). La verdadera libertad no consiste en que cada uno haga lo que le dé la gana, sino en que, por medio de las leyes civiles, podamos vivir fácilmente según los preceptos de la ley eterna. Y si una autoridad decreta leyes contrarias a la Ley de Dios, estas leyes serán inicuas y su fuerza legal será nula, porque no son justas y apartan a los hombres de la salvación.

La Ley es, pues, necesaria para que sepamos distinguir el bien del mal; para que hagamos el bien y evitemos el mal, con la ayuda de la gracia, y, de este modo, podamos salvar nuestras almas y alcanzar el fin para el que hemos sido creados por Dios, que es el Cielo. La naturaleza de la libertad humana incluye la necesidad de obedecer la Ley de Dios, que nos impone, por su autoridad, sus mandamientos y sus prohibiciones. Como ven, esto nada tiene que ver con la autonomía moral del hombre moderno de origen kantiano: el hombre no es libre para pecar o para ser santo. Para la Iglesia Católica, el hombre no es autónomo, sino teónomo: depende de Dios y debe obedecer sus mandamientos: cumplir la ley de Dios con el auxilio de la gracia para alcanzar su fin. Si el hombre no cumple los mandamientos, deja de ser libre para convertirse en esclavo del pecado. Así lo expresa el Doctor Angélico:

«Todo ser es lo que le conviene ser por su propia naturaleza. Por consiguiente, cuando es movido por un agente exterior, no obra por su propia naturaleza, sino por un impulso ajeno, lo cual es propio de un esclavo. Ahora bien: el hombre, por su propia naturaleza, es un ser racional. Por tanto, cuando obra según la razón, actúa en virtud de un impulso propio y de acuerdo con su naturaleza, en lo cual consiste precisamente la libertad; pero cuando peca, obra al margen de la razón, y actúa entonces lo mismo que si fuese movido por otro y estuviese sometido al dominio ajeno; y por esto, el que comete el pecado es siervo del pecado».

El hombre no debe “autodeterminarse” de Dios para hacer su propia voluntad: eso es pecado grave. Satanás también se negó a obedecer a Dios y fue condenado al infierno por toda la eternidad. Lo que el hombre debe hacer es cumplir los mandamientos que Dios nos impone por su autoridad. Sólo así podremos alcanzar la vida eterna, con la ayuda de Dios y por su misericordia. Esa es la esperanza cristiana.

2.- La Esperanza

La esperanza es una virtud teologal, infundida por Dios en nuestra voluntad, por la cual, aunque no podamos estar seguros de que conseguiremos de hecho nuestra salvación eterna (salvo revelación especial), podemos y debemos tener la certeza absoluta de que, apoyados en la omnipotencia auxiliadora de Dios, no habrá ningún obstáculo que resulte insuperable para alcanzar el cielo. Por parte de Dios, no quedará, aunque pueda quedar por nosotros. 

La esperanza es imposible en los infieles y en los herejes porque ninguna virtud infusa subsiste sin la fe. La esperanza se encuentra en los justos de la tierra y en las almas del purgatorio. No la tienen los condenados del infierno, que nada pueden esperar, ni los bienaventurados en el cielo, que ya están gozando del Bien infinito que esperaban. Por esa misma razón, tampoco la tuvo Cristo aquí en la tierra, dado que era bienaventurado al mismo tiempo que viador (era Dios a la vez que hombre).

Santo Tomás explica que a la esperanza se oponen dos vicios

A.- La desesperanza, que considera imposible la salvación eterna y que procede de la acidia (pereza espiritual) y de la lujuria. 

B.- La presunción, que reviste dos forma principales:

  1. La que considera que nos podemos salvar sólo por las propias fuerzas, sin la ayuda de la gracia, propia de los herejes pelagianos.
  2. y la que espera salvarse sin arrepentimiento de los pecados; los que esperan obtener la gloria sin mérito alguno y creen que todo el mundo se salva (pecado contra el Espíritu Santo). Son los que dicen que todos van al cielo, sean de la religión que sean, sean justos o pecadores. 

Obviamente, la desesperanza y la presunción son pecados, como lo son la acidia, la lujuria, la herejía, el indiferentismo religioso, la negación de la existencia del infierno… De los pecados contra el Espíritu Santo señala el Catecismo:

1864 “Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no será perdonada” (Mc 3, 29; cf Mt 12, 32; Lc 12, 10). No hay límites a la misericordia de Dios, pero quien se niega deliberadamente a acoger la misericordia de Dios mediante el arrepentimiento rechaza el perdón de sus pecados y la salvación ofrecida por el Espíritu Santo (cf DeV 46). Semejante endurecimiento puede conducir a la condenación final y a la perdición eterna.

3.- El don del temor de Dios

Según Santo Tomás de Aquino, el don encargado de perfeccionar la virtud de la esperanza es el del temor. El don del temor es un hábito sobrenatural por el cual el justo, bajo el instinto del Espíritu Santo, adquiere una docilidad especial para someterse totalmente a la voluntad de Dios, por reverencia a la majestad de Dios, que puede infligirnos un mal.

¿Es posible que Dios sea temido? Dios, en sí mismo, como suprema e infinita Bondad, no puede ser objeto de temor, sino de amor. Pero, en cuanto que en castigo de nuestras culpas puede castigarnos con un mal, puede y debe ser temido. En Dios hay justicia y hay misericordia: la justicia concita en nosotros el temor; y la misericordia, la esperanza. 

Según Santo Tomás, hay cuatro tipos de temor: el mudano, el servil, el filial y el inicial.

El temor mundano es aquel que no duda en ofender a Dios para evitar un mal en este mundo terrenal. Por ejemplo, apostatando de la fe para evitar los tormentos del tirano que lo persiguea. La película Silencio de Scorsese ilustra estupendamente este temor mundano que está dispuesto a apostatar con tal de huir del martirio. James Martin SJ fue uno de los asesores jesuitas de esta película, muy aplaudida por la Compañía.

El temor servil es aquel que impulsa a servir a Dios y a cumplir su divina voluntad por miedo a los males que caerían sobre nosotros si no lo hiciéramos (castigos temporales, infierno eterno). Ese temor, aunque imperfecto es bueno, porque nos hace evitar el pecado y se ordena a Dios como a su fin. 

El temor inicial es aquel que huye de la culpa porque el pecado implica una ofensa a Dios pero mezclando en esa huida cierto temor a la pena. 

El temor filial es el que impulsa a servir a Dios y a cumplir su divina voluntad, huyendo de la culpa solo por ser ofensa a Dios y por el temor de ser separado de Él. Este temor es bueno y perfecto: huye de la culpa sin tener para nada en cuenta la pena. 

¿Cuál de estos temores es don del Espíritu Santo?

El temor mundano y el servil no pueden serlo: el mundano porque es pecaminoso y teme más perder al mundo que a Dios, a quien abandona por el mundo. Tampoco el temor servil es don del Espíritu, porque, aunque de suyo no sea malo, puede darse también en el pecador mediante una gracia actual que le mueva al dolor de atricción por el temor de la pena. Este temor es ya una gracia de Dios que le mueve al arrepentimiento, pero todavía no está conectado con la caridad ni, por consiguiente, con los dones del Espíritu Santo.

Según Santo Tomás, solo el temor filial entra en el don del temor, porque se funda en la caridad y reverencia a Dios como Padre y teme separarse de Él por la culpa. Pero como el temor inicial no se diferencia sustancialmente del filial, también aquel forma parte del don del temor. A medida que crece la caridad, se purifica este temor inicial.

En la Sagrada Escritura, se nos dice que el temor de Dios es el principio de la Sabiduría:

El principio de la sabiduría es el temor de Jehová;
Buen entendimiento tienen todos los que practican sus mandamientos;
Su loor permanece para siempre.

Salmo 111
 
Y dijo al hombre: «Mira, el temor del Señor es la Sabiduría, huir del mal, la Inteligencia.»
Job, 28, 28

El don del temor permancerá en el cielo: no en cuanto a servil, ni en cuanto a inicial, porque ninguna pena será entonces posible, sino solo en cuanto filial y únicamente en su aspecto reverencial ante la Majestad de Dios, no en su aspecto de temor de ofender a Dios, que será completamente imposible por la impecabilidad intrínseca a la bienaventuranza.

El hombre tiende siempre a amarse desordenadamente a sí mismo, a creerse que es algo, que vale algo y que puede algo en orden a conseguir la santidad: es el pecado de presunción, contrario a la virtud de la esperanza. El don del temor acaba con la presunción al hacernos ver nuestra impotencia absoluta ante Dios. Ni siquiera podemos pronunciar convernientemente el nombre de Jesús sin el auxilio divino:

Por eso os hago saber que nadie, hablando con el Espíritu de Dios, puede decir: «¡Anatema es Jesús!»; y nadie puede decir: «¡Jesús es Señor!» sino con el Espíritu Santo.

I Corintios 12, 3

Nuestra única esperanza se funda en la omnipotencia auxiliadora de la gracia de Dios. 

El alma es nada delante de Dios. El don del temor de Dios sumerge al alma en el abismo de su nada ante el todo de Dios; sumerge al alma en la profundidad de su miseria ante la infinita justicia y majestad divinas. Así, como el alma se da cuenta de que no es nada delante de Dios y que de su parte no tiene más que su miseria y su pecado, no intenta por sí misma grandeza ni gloria alguna fuera de Dios, ni se juzga merecedora de otra cosa que de desprecio y de castigo. Solo así la humildad puede llegar a su perfección. Así es la humilada que vemos en los santos, como un desprecio absoluto de sí mismos.

CONCLUSIONES

Tratemos de reponder a las preguntas del Santo Padre:

1.- ¿Cómo vivo yo? ¿En el miedo de que si no hago esto iré al infierno?

Ese miedo es lo que santo Tomás llama “temor servil", que aunque no es perfecto ni es don del Espíritu Santo, es bueno porque nos hace evitar el pecado y se ordena al fin para el que hemos sido creados. 

El verdadero temor de Dios, que es don del Espíritu Santo, es el temor filial, que nos impulsa a servir a Dios y a cumplir su voluntad y se basa en la caridad y en la reverencia a la majestad de Dios. El temor de Dios nos impulsa a cumplir la Ley Eterna.

El temor de Dios perfecciona la humildad, al hacernos ver que no somos nada delante de Dios; que nosotros no tenemos más que miseria y pecado; que no tenemos gloria ni grandeza alguna fuera de Dios. Y el alma no se juzga merecedora de otra cosa que de desprecio y de castigo. Solo con el temor de Dios llega la humildad a su perfección, como vemos en los santos. 

2.- ¿O vivo también con esa esperanza, con esa alegría de la gratuidad de la salvación en Jesucristo?

El temor de Dios no se opone a la virtud de la esperanza (no hay disyuntiva entre temor de Dios y esperanza); sino que el temor de Dios refuerza la esperanza y arranca de raíz el pecado de presunción, contrario a la virtud de la esperanza, al darnos un sentimiento sobrenatural de nuestra impotencia absoluta ante Dios, que traerá como consecuencia que nos apoyemos únicamente en la omnipotencia de Dios, que es nuestra única esperanza. Sin Dios no podemos hacer nada. Pero todo lo podemos en Aquel que nos conforta.

3.- ¿Desprecio los Mandamientos?

El Papa contesta acto seguido que no, que no debemos despreciar la Ley Eterna.

La ley eterna es la razón eterna de Dios, Creador y Gobernador de todo el universo. El hombre debe cumplir la Ley de Dios, con el auxilio omnipotente de la Gracia, para que pueda alcanzar la vida eterna, por la misericordia de Dios. El santo temor, don del Espíritu Santo, nos impulsa a cumplir la ley de Dios. Porque quien no cumple la Ley de Dios peca. Y si cometes pecado mortal, te condenas a las penas del infierno, si no te arrepientes y te confiesas mientras sea posible. Porque una vez muerto, ya no hay arrepentimiento posible. Por eso es tan importante que estemos preparados siempre porque nadie sabe el día ni la hora en que el Señor nos llamará a su presencia para recibir el juicio particular.

El temor de Dios provoca en nosotros un vivo sentimiento de la grandeza y majestad de Dios, que nos conduce a la adoración, llena de reverencia y de humildad. Provoca en nosotros un gran horror al pecado, una vivísima contricción por haberlo cometido y una vigilancia extrema para evitar las ocasiones de ofender a Dios. El temor de Dios provoca en nosotros, en fin, un desprendimiento de todo lo creado: todo lo estimamos basura y estiercol al lado de Dios, de tal manera que no queramos, de nuestra parte, más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y así en todo lo demás, solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce al fin para el que hemos sido creados.

 

39 comentarios

  
Martin M. Cavanna
" ¿desprecio los Mandamientos? No. Los observo, pero no como absolutos, porque sé que lo que me justifica es Jesucristo."
Que alguien me explique cómo espero que Jesucristo me justifique si no cumplo los mandamientos.¿se puede disociar a Jesucristo con el cumplimiento de los mandamientos?. Palabreria hueca una vez más.
22/08/21 10:06 PM
  
Goatmaster
Lo que ha dicho el papa está, a mi entender, en perfecta consonancia con la fe católica, entendido rectamente. Claro que la justificación que nos ofrece Jesús es gratuita (no por nuestras obras, sino por gracia de Dios hemos sido llamados), pero, evidentemente, para cooperar nosotros a nuestra justificación debemos cumplir los mandamientos. Los mandamientos por sí solos no justifican, sino que es la gracia de Dios la que nos justifica; no obstante, el cumplimiento de los mandamientos es necesario para nuestra salvación, y es siempre posible con el auxilio de la gracia divina.
22/08/21 11:12 PM
  
Pedro 1
Afirma en la catequesis el Papa Francisco: “Nos hará bien preguntarnos si aún vivimos en la época en que necesitamos la Ley, o si en cambio somos conscientes de haber recibido la gracia de habernos convertido en hijos de Dios para vivir en el amor”.
Yo me lo pregunto para hacerme bien y me respondo con las palabras de Jesús en Juan 14, 15:
"15. Si me amáis, guardaréis mis mandamientos”.

No dice: “Tenéis que ser conscientes de que vivís en una época en que ya no necesitáis la Ley” Ni dice: Viviréis en una época en que seréis conscientes de que ya no necesitaréis la Ley, y esto será durante el pontificado del Papa Francisco”. Es decir, que habiendo recibido la gracia de habernos convertido en hijos de Dios y hermanos de Jesús para vivir en el amor, vivimos en una época en que aún necesitamos la Ley de Dios. Si vivimos en el amor, amamos a Jesús, y Él nos dice que si lo amamos, hemos de guardar sus mandamientos. ¿O es que si vivimos en el amor no podemos caer en el pecado? Sabemos que sí, que seguimos siendo pecadores y necesitamos la Ley de Dios y el perdón de Dios y la gracia santificante y la Eucaristía.
23/08/21 1:33 AM
  
Oscar Alejandro Campillay Paz
Estimado Luis Fernando

No hay contradicción alguna entre el Magisterio de la Iglesia sobre la justificación y lo expresado por el Santo Padre.
Dejemos primero establecido que la justificación que nos trae la Gracia no es merecida por obra humana alguna.
Punto.
La justificación nos es merecida por la obra redentora de Jesucristo. Por su Pasión. Por su divina sangre derramada.
Y esto es lo que plantea el Papa.
No establece oposición entre fe y obras, cómo usted erróneamente introduce, (el Papa nunca habla de la justificación por la fe) sino entre la gracia de Jesucristo y las obras del hombre.

Ahora bien, la justificación implica no solo la remisión de los pecados, sino la santificación y renovación del hombre interior.
Y aquí es donde el cumplimiento de los mandamientos, a la luz de la nueva ley evangélica, deben fructificar en obras, que al conformarnos con la justicia de Dios, nos hace "justos", a mayor gloria de Dios y de Cristo.

Es muy claro que lo que plantea el Santo Padre es respondernos a la pregunta de "quién nos mueve a ese cumplimiento", el amor a Dios? O una "servidumbre" a la ley con una justicia no superior a la de los fariseos?

"La Ley evangélica lleva a plenitud los mandamientos de la Ley. El Sermón del monte, lejos de abolir o devaluar las prescripciones morales de la Ley antigua, extrae de ella sus virtualidades ocultas y hace surgir de ella nuevas exigencias: revela toda su verdad divina y humana. No añade preceptos exteriores nuevos, pero llega a reformar la raíz de los actos, el corazón, donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro (cf Mt 15, 18-19), donde se forman la fe, la esperanza y la caridad, y con ellas las otras virtudes. El Evangelio conduce así la Ley a su plenitud mediante la imitación de la perfección del Padre celestial (cf Mt 5, 48), mediante el perdón de los enemigos y la oración por los perseguidores, según el modelo de la generosidad divina (cf Mt 5, 44)."

(Catecismo de la Iglesia Católica No 1968)

Bendiciones!
23/08/21 11:26 AM
  
Pedro 1
El Catecismo tiene decenas de puntos que hablan de la Ley de Dios. He sacado algunas frases de varios de ellos:

2069. Transgredir un mandamiento es quebrantar todos los otros (cf St 2, 10-11)

2072 Los diez mandamientos, por expresar los deberes fundamentales del hombre hacia Dios y hacia su prójimo, revelan en su contenido primordial obligaciones graves. Son básicamente inmutables y su obligación vale siempre y en todas partes. Nadie podría dispensar de ellos. Los diez mandamientos están grabados por Dios en el corazón del ser humano.

2052…“Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”. Y cita a su interlocutor los preceptos que se refieren al amor del prójimo: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás testimonio falso, honra a tu padre y a tu madre”. Finalmente, Jesús resume estos mandamientos de una manera positiva: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 19, 16-19).

2053. El seguimiento de Jesucristo implica cumplir los mandamientos. La Ley no es abolida (cf Mt 5, 17), sino que el hombre es invitado a encontrarla en la persona de su Maestro, que es quien le da la plenitud perfecta.

2056. Constituyen palabras de Dios en un sentido eminente. Son transmitidas en los libros del Éxodo (cf Ex 20, 1-17) y del Deuteronomio (cf Dt 5, 6-22). Ya en el Antiguo Testamento, los libros santos hablan de las “diez palabras” (cf por ejemplo, Os 4, 2; Jr 7, 9; Ez 18, 5-9); pero su pleno sentido será revelado en la nueva Alianza en Jesucristo.

2059. Pertenecen a la revelación que Dios hace de sí mismo y de su gloria. El don de los mandamientos es don de Dios y de su santa voluntad. Dando a conocer su voluntad, Dios se revela a su pueblo.

2063. …“Las palabras del Decálogo persisten también entre nosotros (cristianos). Lejos de ser abolidas, han recibido amplificación y desarrollo por el hecho de la venida del Señor en la carne” (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 16, 3-4).

2064 Fiel a la Escritura y siguiendo el ejemplo de Jesús, la Tradición de la Iglesia ha reconocido en el Decálogo una importancia y una significación primordiales.

2068. “Los obispos, como sucesores de los Apóstoles, reciben del Señor [...] la misión de enseñar a todos los pueblos y de predicar el Evangelio a todo el mundo para que todos los hombres, por la fe, el bautismo y el cumplimiento de los mandamientos, consigan la salvación” (LG 24).
23/08/21 12:35 PM
  
África Marteache
El hecho de que nosotros sigamos a una Persona, Jesucristo, no anula la Ley de Dios, de la misma manera que el amar a mis padres no anula mis deberes para con ellos. Separar ambas cosas es peligroso. El amor se conoce por sus frutos, no por las palabras. En teoría lo mismo puede querer a sus padres el que los abandona en una residencia y no va a visitarlos; el que los mete en una residencia y va a visitarlos con asiduidad y el que se los lleva a su casa y los cuida personalmente, porque no existe el "amorímetro" que mida este sentimiento. Igualmente se da el pésame a estas personas cuando sus padres mueren, pero los frutos dados, evidentemente, no son iguales.
Si yo soy corrupta, me caso varias veces, miento y levanto falsos testimonios y, aún así, digo que amo a Dios nadie va a venir a medir ese sentimiento que digo tener. Porque, evidentemente, sin cumplir la Ley de Dios de lo que estoy hablando es de un mero sentimiento sin consecuencia alguna. Ahora bien, ¿en alguna parte de los Evangelios dice que amemos a Dios sin seguirle? Y si seguimos a Jesucristo ¿cómo podremos hacerlo sin cumplir la Ley? Jesucristo es más que la Ley, pero no podemos desprendernos de ésta y seguirle porque Él cumplió la Ley hasta sus últimas consecuencias.
En el Bautismo en el Jordán, Bautismo que para nada necesitaba el Cordero sin Mancha, se abrieron los Cielos y se oyó la voz de Dios que decía: "Es necesario que se cumpla toda Justicia" y en este caso la palabra Justicia significa todos los pasos que debemos dar para pertenecer a Dios y estar cerca de Él. Estos pasos los marca la Ley, no son suficientes pero sí necesarios.
23/08/21 1:22 PM
  
Oriol
Luis Fernando, sé que este es un terreno espinoso, pero pienso que fuerzas un poco las palabras del Santo Padre. Evidentemente no sostendrás que los mandamientos son absolutos, en el sentido de que por sí mismos puedan salvarnos. Eso sería pelagianismo. Del mismo modo, la salud que pueda obtenerse mediante el cumplimiento de los mandamientos depende en último término del acto salvífico de Nuestro Señor Jesucristo, no del cumplimiento de los mandamientos en sí mismos. Creo que ahí estaremos de acuerdo. La epístola de Santiago dice que la salvación no se obtiene sin obras, y Francisco dice claramente que "los mandamientos se deben observar". Seguramente la adición posterior "no nos dan la justicia" sea discutible, pero más por el modo de formulación que por el contenido.
Al menos por las citas que he leído, Francisco no dice en ningún momento que los mandamientos no deban cumplirse, o que las obras no sean necesarias, sino que su valor último se halla solamente en la Salvación que nos ofrece gratuitamente Jesucristo.
23/08/21 1:27 PM
  
África Marteache
Siempre me ha sorprendido leer en la prensa social, aunque solo sea de pasada, los matrimonios que se separan en muy buena armonía. Luego ambos cónyuges se vuelven a casar, pero si uno de ellos muere, el otro va al entierro de la manita del segundo cónyuge, diciendo que siempre le respetó y le quiso mucho. ¿Amores como esos son válidos? ¿hemos de amar así a Jesús saltándonos los mandamientos?
23/08/21 1:30 PM
  
Fulgencio
Luis Fernando, gracias por su exposición: clara y convincente.
Siempre digo que disociar el amor a Dios y los mandamientos es lo mismo que disociar las virtudes teologales y los mandamientos. No se pueden dar aquellas sin estos, pues las virtudes se demuestran con los mandamientos, es decir con la vida de la gracia. Eso es lo que recoge la Sagrada Escritura y la Tradición que usted ha expuesto tan certeramente. Gracias.
23/08/21 1:49 PM
  
Ramón montaud
En mi infancia, adolescencia y juventud fue el temor al infierno lo que determinaba mi comportamiento ante la ley de Dios (los diez mandamientos) y la ley de la iglesia (los cinco mandamientos). Ahora en mi jubilación el amor y la misericordia de Dios es lo que está de moda y se enseña en la catequesis y es lo que determina mi comportamiento ante las leyes citados, mi esperanza en su amor lima mucho
mi comportamiento, el católico cree en el purgatorio (no las iglesias evangélicas ni las orientales, ni mi párroco cuando celebra misa de difuntos, porque siempre dice a los familiares "nuestro hermano ya se encuentra a la vera de Dios"
He crecido en el temor de Dios,más propio de mi primera concepción (el pecado mortal aparte de crucificar nuevamente a Cristo te abre las puertas del infierno) que de la segunda. (Jesús es tu amigo..).
23/08/21 4:18 PM
  
África Marteache
Ramón: Pues no son dos cosas antagónicas entre sí, como nos revelaron nuestros místicos_
"Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera".
Ahora bien, ¿alguien que dice algo así estará pensando en saltarse los mandamientos? ¿hace falta recordar al cristiano pecador la preeminencia de Jesucristo sobre la Ley con riesgo de que la persona crea que se puede llegar hasta Él sin cumplir los mandamientos porque "no son absolutos"?
A mi me resulta una afirmación arriesgadísima porque cualquiera está deseando creer una cosa tan cómoda.
Jesucristo solo dice que nos amemos y los que nos aherrojan son los Mandamientos, soltemos amarras.
23/08/21 10:52 PM
  
Feri del Carpio Marek
Muy buenas y saludables las reflexiones sobre la Ley, la esperanza y el temor de Dios, complementan muy bien al texto del Papa, que por su estilo, a veces flojito, puede dar lugar a confusión a quien no conoce bien la doctrina católica sobre estos temas.

Al parecer, hay algunos lectores que quieren ver el texto de este artículo como contrapuesto al del Papa, lo cual no es el caso. En este sentido, el propio artículo de Pedro parece estar dando lugar a confusión a quienes creen que se contrapone a lo dicho por el Papa. Para salvar esa situación, haré unos comentarios sobre cada una de las preguntas/afirmaciones del Papa que trae Pedro a su artículo, mostrando el sentido católico que tienen, y no lo hago por un afán de defender a capa y espada al Papa, cosa que no me interesa hacer, sino para evitar que se den posicionamientos equivocados tras la lectura de este artículo.

Nos hará bien preguntarnos si aún vivimos en la época en que necesitamos la Ley, o si en cambio somos conscientes de haber recibido la gracia de habernos convertido en hijos de Dios para vivir en el amor.

Lo que dice aquí el Santo Padre, debe entenderse que los cristianos ya no vivimos sometidos a la Ley, sino a la gracia, exactamente como lo dice San Pablo:

«Que el pecado no tenga más dominio sobre ustedes, ya que no están sometidos a la Ley, sino a la gracia.» (Rm 6,14)

«Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley.» (Gal 5,18)

«Pero en virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir para Dios. Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí. Yo no anulo la gracia de Dios: si la justicia viene de la Ley, Cristo ha muerto inútilmente.» (Gal 2,19-21)

Por supuesto que la Ley no se contrapone a la gracia, sino que la gracia que mueve a los que están animados por el Espíritu es más perfecta y tiene verdadero poder para justificar y salvar.

¿Cómo vivo yo? ¿En el miedo de que si no hago esto iré al infierno? ¿O vivo también con esa esperanza, con esa alegría de la gratuidad de la salvación en Jesucristo?

Aquí el Papa se refiere a que el espíritu de la filiación divina nos eleva del temor servil al temor filial. Como dice San Pablo:

«Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios» (Rm 8,15)

Y también San Juan:

« En el amor no hay lugar para el temor: al contrario, el amor perfecto elimina el temor, porque el temor supone un castigo, y el que teme no ha llegado a la plenitud del amor.» (1 Jn 4,18)

¿desprecio los Mandamientos? No. Los observo, pero no como absolutos, porque sé que lo que me justifica es Jesucristo.

Aquí, el sentido de "no como absolutos" debe entenderse en el contexto de lo que dice a continuación: "porque sé que lo que me justifica es Jesucristo". Luego, lo que quiere decir el Papa es que el cristiano no pone su esperanza en el cumplimiento de los mandamientos, lo cual sería la orgullosa presunción pelagiana de no reconocerse necesitado de la gracia, sino en la gratuidad de la justificación por la fe en Cristo, es esa justificación por la fe la que nos capacita a recibir la gracia que nos mueve a cumplir los mandamientos. En Cristo solo importa la fe que obra por medio del amor (Gal 5,6), de manera que los mandamientos no son el absoluto, en el sentido que no son un fin en sí mismo, sino que están al servicio del amor de Dios, que es el único absoluto, como explica bellamente San Pablo:

«Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, no me sirve para nada.» (1 Cor 13,1-3)

Porque

«Es Cristo el que nos da esta seguridad delante de Dios, no porque podamos atribuirnos algo que venga de nosotros mismos, ya que toda nuestra capacidad viene de Dios.» (2 Cor 3,4-5)
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Pedro L. Llera
No hay contraposición a lo que dice el Papa ni intención alguna de contraponer nada. No sé qué puede dar lugar en el artículo a tal suposición. Esas palabras del Santo Padre solo sirven de pie para explicar los conceptos de Ley, Esperanza y Temor de Dios: así se evitan las malas interpretaciones.
23/08/21 11:10 PM
  
Miguel Hinojosa
La salvación nos he dada por la gracia de Dios y los méritos de nuestro Señor Jesucristo.

Pues aunque los mandamientos son una guía de como hemos de vivir y nos enseñan cosas tan valiosas e importantes como que debemos poner a Dios como centro de nuestra vida pues Él es principio y fundamento de nuestra existencia, la importancia de la familia, a valorar la vida, confiar en la providencia divina... y son muy importantes. Al final el hombre es incapaz de cumplir los mandamientos por sí mismo, pues somos pecadores y necesitamos la gracia de Dios y los sacramentos que son acciones salvíficas de Dios que se dirigen a los hombres de todos los tiempos a través de la Iglesia.

Por ello tenemos un sacramento que es el bautismo, otro de la penitencia porque Dios sabe que el hombre necesita esos sacramentos, pues somos criaturas finitas, limitadas, pues no somos dioses y como tal estamos expuestos al bien y al mal.

Y los mandamientos aunque son necesarios pues Dios los revela al hombre. La historia de la salvación es progresiva y culmina en Jesucristo en quien se fundamentan los sacramentos.

Intentemos vivir según los principios católicos y cumplir los mandamientos, pero no seamos como esos fariseos que eran cumplidores de la ley, pero los mayores enemigos de Jesús pues no hacían más que recriminarle todo lo que hacía.

Para terminar Jesús nos ha enseñado que los mandamientos se resumen en dos amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.
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Pedro L. Llera
"el hombre es incapaz de cumplir los mandamientos por sí mismo". Sólo un matiz pero importante: el hombre es incapaz de cumplir los mandamientos por sí solo, pero no por sí mismo. Los podemos cumplir por nosotros mismos con la ayuda de la gracia, pero no nosotros solos por nuestras fuerzas (eso es pecado de presunción: pelagianismo). El hombre es capaz de cumplir los mandamientos por sí mismo, pero no por sí solo.
23/08/21 11:34 PM
  
Mariana M
En cumplir los 10 mandamientos está la felicidad y el orden. Yo creo que Dios castiga en esta vida y en el Purgatorio.
Si no creemos en seguir escrupulosamente los mandamientos, somos evangélicos, protestantes, herejes.
Vamos deformando nuestras creencias de a poco, hasta hacerlas irreconocibles.
La frase "ni soy nada" es un poco nihilista. A modo de broma lo digo.
La ley natural es la que Dios nos dio y cuya observancia es vital. Si se plasmase en el orden jurídico y, además se cumpliese, sería el Reino de Dios en la tierra, cosa que sabemos no va a pasar hasta la Segunda Venida de Jesucristo. Por tanto es utópico en este tiempo. Aunque, el cristiano lucha porque prime el Bien a como dé lugar.

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Pedro L. Llera
No es utópico en este tiempo: yo procuro vivir conforme a la Ley de Dios, con la ayuda de la Gracia. Si tú tratas de hacer lo mismo, ya seremos dos. Por ahí empieza el Reino de Dios en este mundo: por ti y por mí y por todos los que prefieren cumplir la voluntad de Dios que ser autónomos (una libertad sin Dios es una mierda). Rezar el Padre Nuestro y el Ave María es lo más revolucionario que podemos hacer para que el mundo cambie por la acción de Cristo Rey: Alfa y Omega, Rey de reyes, Señor de señores, Principio y Fin del Universo.
El Reino de Dios ya está aquí: es la Iglesia Católica, fundada sobre la roca que es Cristo.
Respecto al "ni soy nada". Dice Royo Marín: como el alma se da cuenta de que no es nada delante de Dios y que de su parte no tiene más que su miseria y su pecado, no intenta por sí misma grandeza ni gloria alguna fuera de Dios, ni se juzga merecedora de otra cosa que de desprecio y de castigo.
Por no ser no soy ni humilde...
23/08/21 11:55 PM
  
Feri del Carpio Marek
«No hay contraposición a lo que dice el Papa ni intención alguna de contraponer nada. No sé qué puede dar lugar en el artículo a tal suposición. Esas palabras del Santo Padre solo sirven de pie para explicar los conceptos de Ley, Esperanza y Temor de Dios: así se evitan las malas interpretaciones.»

Coincido. Así entendí yo también este oportuno artículo.
24/08/21 1:30 AM
  
Oscar Alejandro Campillay Paz
Estimado Luis Fernando:

Primero, mis disculpas por contestarle tan tarde. Son los problemas que acarrean las diferencias horarias entre Argentina y España.

Vuelvo a asegurar, con total certeza, que el Santo Padre ha hablado con absoluta ortodoxia.
Y que usted, ha vuelto a referenciarse a la falsa oposición (generada por diversas herejías) entre fe y obras.
Ni el Santo Padre, ni yo, nos hemos embarcado en esa discusión, zanjada claramente por la doctrina y en la que usted solito ha entrado.

Observe que el capítulo que usted justamente trae de Trento ( número X) dice claramente:

"Del aumento de la justificación YA OBTENIDA"

Luego, todo lo que sigue (continue justificándose, crezca en santidad, aumente en gracia, coopere con su libre albedrío, méritos del justo, etc) no invalida lo que sostiene el Papá y es doctrina indiscutible: la justificación nos fue merecida por la pasión de Cristo.

Relea Trento:

"Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen —pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios— y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, pasando por alto los pecados cometidos anteriormente, en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el tiempo presente, para ser él justo y justificador del que cree en Jesús» (Rm 3 ,21-26).

No defiendo la ortodoxia del Papa. Defiendo la ortodoxia de la Iglesia.
Y si alguien niega está verdad fundamental, si debe ser anatema.

Bendiciones!
24/08/21 6:12 AM
  
Oscar Alejandro Campillay Paz
Estimado Feri del Carpio Marek:
Gracias por su exposición tan clara y precisa.
Bendiciones!
24/08/21 6:23 AM
  
Francisco de México
" ¿desprecio los Mandamientos? No. Los observo, pero no como absolutos, porque sé que lo que me justifica es Jesucristo."

Pero entonces los 2 mandamientos dados por Jesucristo como la síntesis de la Ley y los profetas si son absolutos. Y de los 10 mandamientos de la ley de Moisés algunos son absolutos y otros
no. Admiten excepciones (no son absolutos) al menos 3.

No matarás admite defensa propia, pena de muerte y guerra justa.
No robarás tiene al menos una: el robo famélico
No mentirás también depende de la intención: mentir como en el cado de que se le diga a un niño que una medicina "no sabe tan mal" (cuando sabemos que sabe horrible) o asegurar que el "Niño Dios" le traerá juguetes en Navidad.

Pero no parece haber excepciones conocidas (al menos por mi) de que nos permita no amar a Dios por sobre todas las cosas, jurar el nombre de Dios en vano, no santificar las fiestas, no honrar al padre y a la madre, la fornicación o el adulterio (divorciados vueltos a casar).

Y alegar "amor" o "misericordia" para romper un mandamiento no parece ser muy sabio ni tampoco muy santo. Se puede amar a Dios hasta el desprecio de uno mismo, o amarse a uno mismo hasta el desprecio de Dios (San Agustín).
24/08/21 10:26 AM
  
Alonso Gracián
La forma de hablar del Pontífice sobre mandamientos/fe/justificación, por desgracia, es gravemente errónea y no encaja con la doctrina católica de la justificación.

Cumplir en gracia los mandamientos es un deber absoluto para poder salvarse.
Quebrantarlos obstinadamente, o sólo cumplir algunos pero sin estar en gracia, es precipitarse en el camino de la condenación. O se rectifica o se está perdido.

La gracia de la justificación, además, aunque se recibe por el bautismo y se recupera en la confesión, una vez recibida y recuperada, genera deberes absolutos: acrecentarla cumpliendo los mandamientos, no perderla incumpliendo los mandamientos.

Que la gracia sea gratuita no significa que se dé gratis. Se da a un alto precio: administrarla bien, no perderla, aumentarla. Y el camino obligado para ello es participar de la sabiduría divina, esto es, guardar los mandamientos con la ayuda de Dios. Son más que una ayuda. Son un absoluto, porque sin ellos no hay salvación.
24/08/21 11:12 AM
  
Alonso Gracián
Esta manera de hablar de los mandamientos forma parte de la misma mentalidad:

-si cumplir en gracia los mandamientos no es un deber absoluto, entonces una persona puede adulterar y seguir siendo grato a ojos de Dios.

(Que es el mensaje de AL: sería injusto exigir a un tipo que sea fiel a su esposa, esto sería lo ideal, pero no una exigencia absoluta. Podría seguir en gracia aunque estuviera cohabitando con otra mujer, porque la justificación es gratis, no exige una fidelidad absoluta a la esposa. Ser fiel a la esposa sería sólo un ideal o una ayuda para encontrarse personalmente con Jesús, pero no se debe exigir para salvarse. ¡Sería sólo relativo que haya que ser fiel a la esposa!)

Que la justificación sea gratis no significa que no existan deberes morales y religiosos de valor ineludible. Es debido a esta absolutidad de la exigencia moral, que Dios, sin estar obligado (eso es gratuidad) da la gracia para poder realizar esta exigencia y merecer salvarse. Porque sí: cumplir en gracia los mandamientos merece el cielo. Hay que pedir la gracia inmerecible de la perseverancia, porque lo principal, siempre, es el favor de Dios.

Dios da gracias actuales para guardar los mandamientos y da la gracia santificante para cumplirlos meritoriamente mediante la aplicación de los méritos de Cristo, que dan al alma la capacidad cualitativa inherente, aunque accidental, de poder merecer en verdad el cielo con las buenas obras.

Dios premia a los buenos, que son los que cumplen en gracia los mandamientos; y castiga a los malos, que son los que incumplen los mandamientos o cumplen en pecado sólo algunos mandamientos.

Gracia gratuita, porque Dios no tenía por qué darla. La da porque quiere, pero no para desperdiciarla sino para aumentarla. O participas de la sabiduría divina, mediante la ley moral, o rechazas el orden del bien, y eliges el infierno.
24/08/21 12:47 PM
  
África Marteache
No sé si estoy en lo cierto pero noto un movimiento, que desde luego del mundo procede, que trata de suplir el Decálogo por lo que se podría llamar "pecados sociales". Dejando aparte nuestras responsabilidades ante Dios para los que la Gracia es absolutamente necesaria, tratan de cargarnos con culpas colectivas como el medio ambiente, el trato a los animales, la inmigración y otras de las que nunca nos podremos arrepentir, ni se perdonan mediante el Sacramento de la Confesión, ni podremos dejar atrás porque pesan como una losa y, hagamos lo que hagamos, siempre permanecen igual. Todos los pecados personales tienen posibilidad de quedar atrás mediante el arrepentimiento, todos ellos, mediante la Gracia de Dios y el libre albedrío, permiten al hombre renacer en el Hombre Nuevo, pero los pecados sociales con los que nos cargan son cadenas imposibles de romper. Un adúltero puede dejar de serlo pero un "machista" lo será siempre solo por el hecho de ser hombre; un corrupto puede dar marcha a atrás, pero nuestra conducta con respecto a los emigrantes siempre será mala; etc...
Todos los días con la misma cantinela y siempre en falta como si fuéramos irredentos, los anuncios de la Tv nos señalan por el hambre en no sé qué sitio, por la oblación del clítoris de algunos lugares de África, por los mataderos industriales y por el plástico de los mares. Eso es algo que mi cambio de conducta no va a variar porque no va dirigido a mí sino a todo el mundo.
A cambio de este peso social me dicen que el Decálogo no es un absoluto por lo que puedo ser adúltero, mangante, mentiroso o lo que me pete. En la Iglesia ese movimiento ya se ha convertido en tsunami.
Al tronco de la Santa Madre Iglesia le están saliendo ramas bajas cada vez más abundantes y largas y, enredados en ellas, las ramas altas, que forman la copa de la Tradición y la Doctrina, se están marchitando.
24/08/21 2:49 PM
  
Oscar Alejandro Campillay Paz
Estimado Luis Fernando:
Ha citado muy bien usted las palabras del Papa:
"los mandamientos (la ley) NO NOS DAN la justicia".
Es clarísimo que "no dan", es decir la justificación no la RECIBIMOS de la ley.

En ella no está el origen de la justificación, cómo creían los judíos farisiaicos, sino en el acto redentor de Cristo, "el siervo justo que justificará a muchos".

Nunca Trento dice que la justificación nos venga por la fuerza intrínseca de los mandamientos, sino que su cumplimiento acrecienta en nosotros la justificación en virtud de los méritos obtenidos por la pasión de Cristo.
Trento define con fuerza, como el cristiano debe mostrar con obras su fe. Pero nunca pone en la Ley, el poder de la justificación. Por eso, habla, de las obras y méritos con la "justificación ya obtenida".

Y leamos el párrafo completo de la audiencia del Santo Padre:
"En resumen, la convicción del apóstol es que la Ley posee ciertamente su propia función positiva – por tanto como pedagogo en el "llevar adelante" -, pero es una función limitada en el tiempo. No se puede extender su duración más allá de toda medida, porque está unida a la maduración de las personas y a su elección de libertad. Una vez que se alcanza la fe, la Ley agota su valor propedéutico y debe ceder el paso a otra autoridad. ¿Esto qué quiere decir? Que terminada la Ley nosotros podemos decir: “¿Creemos en Jesucristo y hacemos lo que queremos?” ¡No! Los Mandamientos están, pero no nos justifican. Lo que nos justifica es Jesucristo. Los mandamientos se deben observar, pero no nos dan la justicia; está la gratuidad de Jesucristo, el encuentro con Jesucristo que nos justifica gratuitamente."

No se siga complicando.
No sé cómo ha estado usando usted Trento en estos últimos veinte años, pero sí sé que ahora se equivoca en usarlo para probar una inventada heterodoxia de las palabras del Papa.
Lo lamento, pierde su tiempo.

Bendiciones!
24/08/21 7:03 PM
  
Oscar Alejandro Campillay Paz
Estimado Don Alonso:
El Papá no habla de cumplimiento absoluto o no cumplimiento absoluto de los mandamientos.
Habla de no ver a los mismos mandamientos como absolutos. Y por eso los contrapone a Jesucristo, el verdadero absoluto:

"¿desprecio los Mandamientos? No. Los observo, pero no como absolutos, porque sé que lo que me justifica es Jesucristo."

Bendiciones!
24/08/21 7:24 PM
  
Ana Palacios
Quien no cumple los Mandamientos esta muerto espiritualmente, aunq viva; solo vive en la carne, una vida natural. Nuestro Señor Jesucristo nos salva, perdona nuestros pecados, borra nuestras culpas y nos hace nacer de nuevo. Esto, para quien acoge el Don de Su Amor y Misericordia. Ya redimidos, debemos esforzarnos en cumplir La Ley para VIVIR, por Amor a Nuestro Salvador y Señor. La Gracia nos auxilia para lograrlo, y La Misericordia se apiada de nosotros si fallamos y nos arrepentimos.
No hay que engañarse, de Dios nadie se burla. El conoce y discierne los corazones y sabrá quien respondió con amor y humildad a Su Llamado, y quien prefirió quedarse durmiendo en los laureles…
Fuera del cumplimiento de los mandamientos nadie se salva. Sin embargo, no nos salva La Ley, sino la Misericordia de Dios, quien mira cuanto AMOR le tuvimos en virtud de cómo vivimos. Por supuesto, por dentro y por fuera, en público y en lo secreto.
Gracias Señor Jesús por ser tan Bueno con nosotros!!!
GLORIA A TU SEÑOR !!!
24/08/21 9:04 PM
  
Feri del Carpio Marek
Luis Fernando, en tu comentario dices

«el Papa niega explícitamente que el cumplimiento de los mandamientos nos justifique.»

Comienzo aclarando, como ya dije antes, que no me interesa defender al Papa, por ejemplo con lo de Amoris Laetitia o lo de Abu Dhabi, no hay para qué querer ponerse a defender lo indefendible. Pero en este caso particular debo notar que, si bien hay que señalar que el estilo del Papa puede ser confuso e impreciso, cometes sin embargo el error de interpretar mal las palabras del Papa, que al sacarlas del contexto de la catequesis, las estás privando de su verdadero significado, a saber, que el cumplimiento de la Ley, por sí sola, no nos justifica. Esta afirmación es plenamente católica, por la sencilla razón de que lo que nos justifica es la caridad teologal, el amor que Dios ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rm 5,5) por los méritos de la Pasión de Cristo, al que tenemos acceso por la fe y la esperanza teologales. Todas estas tres virtudes teologales están por encima de nuestro alcance, por mucho que nos esforcemos en cumplir la Ley. Sin el don gratuito del Espíritu Santo no somos justificados, no somos salvos. En este sentido, el cumplimiento de los mandamientos de Dios no nos dan la justicia, sino que es al revés: la justicia que se nos da por la inhabitación del Espíritu Santo es la que nos capacita para cumplir los mandamientos.

Esto el Papa lo dice muy claro en su primer párrafo, que debe tenerse en cuenta para una hermenéutica adecuada de toda la catequesis:

San Pablo, enamorado de Jesucristo y que había entendido bien qué era la salvación, nos ha enseñado que los «hijos de la Promesa» (Gal 4,28) – es decir todos nosotros, justificados por Jesucristo-, no están bajo el vínculo de la Ley, sino llamados al estilo de vida arduo en la libertad del Evangelio. Pero la Ley existe. Pero existe de otra manera: la misma Ley, los Diez Mandamientos, pero de otra manera, porque por sí sola no puede justificar una vez que vino el Señor Jesús.

Como dice el Catecismo, es la gracia que, uniéndonos a Cristo por la fe con un amor activo, asegura el carácter sobrenatural de nuestros actos, y por consiguiente, su mérito tanto ante Dios. Sin la gracia, cumplir los mandamientos no aprovecha para nada al alma en lo que se refiere a merecer la vida eterna.

Y como dice San Pablo:

Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo y estar unido a él, no con mi propia justicia –la que procede de la Ley– sino con aquella que nace de la fe en Cristo, la que viene de Dios y se funda en la fe. (Fil 3,8-9)
25/08/21 12:15 AM
  
Feri del Carpio Marek
De hecho, que los mandamientos no nos dan la justicia lo dice explícitamente nada menos que el Catecismo de la Iglesia Católica, citando a Santo Tomás de Aquino:

Aunque la Ley antigua [los diez mandamientos] prescribía la caridad, no daba el Espíritu Santo, por el cual "la caridad es difundida en nuestros corazones" (Rm 5,5)

Y en otro lugar Santo Tomás de Aquino dice en la Suma Teológica:

En la antigua ley pueden considerarse dos cosas: el fin y los preceptos contenidos en ella. Ahora bien, el fin de toda ley es hacer a los hombres justos y virtuosos, como se ha dicho atrás (q.92 a.1). Y por eso, el fin de la antigua ley era la justificación de los hombres, lo cual la ley no podía llevar a cabo, y sólo la representaba con ciertas ceremonias, y con palabras la prometía. En cuanto a esto, la ley nueva perfecciona a la antigua justificando por la virtud de la pasión de Cristo.
25/08/21 1:16 AM
  
Luis Fernando
La decisión de retirar los comentarios que he escrito es mía. No perderé más el tiempo con quienes no quieren distinguir la justificación por la ley mosaica -que nadie sostiene- y la justificación por la fe y las obras, lo cual incluye, como indica Trento, el cumplimiento de los mandamientos (Decálogo y ley de Cristo en los evangelios).

CAN. XXVI. Si alguno dijere, que los justos por las buenas obras que hayan hecho según Dios, no deben aguardar ni esperar de Dios retribución eterna por su misericordia, y méritos de Jesucristo, si perseveraren hasta la muerte obrando bien, y observando los mandamientos divinos; sea excomulgado.
25/08/21 10:06 AM
  
Mariana M
Derribar el muro de los mandamientos para que entren todas las perversiones
25/08/21 1:03 PM
  
Feri del Carpio Marek
Luis Fernando, ¿leíste el párrafo que cité del Papa? Ahí deja explícito que en esa catequesis se está refiriendo a la Ley antigua, aquella parte de la Ley mosaica que no quedó abolida por ser prefiguración del cumplimiento de la promesa, o sea, de los diez mandamientos que continúan vigentes en la nueva Ley. El cumplimiento de los mismos no podía salvar al hombre, como dice el Papa, incluso dice que su conocimiento estimulaba a pecar más, como explica San Pablo. Hacía falta la Ley de la gracia, que tiene verdadero poder para salvarnos por la fe, que es operante por el amor.
25/08/21 1:43 PM
  
Pedro 1
El Papa se pregunta si aún vivimos en la época en que necesitamos la Ley. Responde que no.

Después se pregunta si desprecia los Mandamientos y responde que no, que los observa, pero no explica por qué los observa si no necesitamos la Ley. Dice que no los observa como absolutos, pero no explica en qué consiste no observarlos como absolutos.

Los diez mandamientos están grabados por Dios en el corazón del ser humano (CIC 2072). Y unos preceptos que están grabados por Dios en nuestro corazón ¿considera el Papa que no hay que observarlos como absolutos? ¿Por qué? Si alguien lo sabe que nos lo diga.
25/08/21 2:06 PM
  
Pedro 1
Dice Fray Nelson Medina que el santo Temor de Dios es uno de los siete dones mayores del Espíritu Santo, y sin embargo, de él se predica muy poco. Gracias, don Pedro Luis por predicarlo. Y es que no está bien visto.
Hasta el Papa Francisco lo siente como algo desagradable, indigno.
Para quienes quieran comprobarlo, sólo tienen que ver cómo habla de " la paura che se non faccio questo andrò all´inferno.
Yo, humildemente, le respondo que sí, que mi fe me dice que si no amo a Dios con toda mi alma y con todas mis fuerzas, ni al prójimo como a mí mismo, iré al infierno. Es Palabra de Dios.

https://www.youtube.com/watch?v=paXqvAbR70E

Son sólo 49 segundos.
25/08/21 2:28 PM
  
África Marteache
Pedro 1:
Estos son los Mandamientos de Jesucristo que no están desarrollados, es decir no dicen el cómo y con ellos todos dirán que están de acuerdo, además son evangélicos. Cualquier católico laxo que no se acuerda de Dios para nada y que no repara en el prójimo afirmará cumplir estos mandamientos que no tienen comprobación más que para el que nos va a juzgar, el mismo Jesucristo. Otra cosa es el Decálogo que es más explícito.
Tú puedes decir que amas a Dios y nadie podrá demostrar que no, pero en cuanto a santificar las fiestas, que es algo más concreto, se puede demostrar si lo haces o no. Jesús tomó los tres primeros mandamientos y los fundió en uno y los otros siete en otro indicándonos lo más importante, es decir haciendo una síntesis. Sin embargo el Decálogo no lo tocó porque Moisés había recogido en el Sinaí la Palabra de Dios en dos tablas, y las había recogido porque en la Transfiguración aparecen con Jesús Moisés y Elías. La aparición de Moisés no puede tener más sentido que la vigencia de la Ley sometida a la autoridad de Cristo pero, a su vez, la presencia del Legislador avala la Ley.
La imprecisión permite justificarlo todo hasta decir que has matado por amor, pero hay un 5º Mandamiento que dice con precisión: "No matarás" o que amas a tus padres aunque no te hagas cargo de ellos, pero el 4º dice: "Honrarás a tus padres" y eso ya es otra cosa.
No estaba dentro de la misión de Jesús traer un nuevo Decálogo sino iluminar el existente con la Gracia de Dios que Moisés no tenía y eso es lo que hace y los Apóstoles entienden muy bien esto, al menos después de Pentecostés. Lo más importante para el apostolado era el mismo Jesús, su Resurrección y, con ella, la demostración de que es el Hijo de Dios Vivo, todo lo demás - que ya se sabía - queda opacado ante la Gran Noticia, es decir: se da por sabido porque no es nuevo, es anterior al Reino de Dios que trajo Jesucristo y al Hombre Nuevo que tenía que nacer con Él. Jesús dice el suficiente número de veces que no ha venido a abolir la Ley como para que esto quede claro, pero con el cumplimiento de esta Ley no es suficiente como creían los judíos.
Jesús no pudo venir para traernos un - lo que nos trajo es un +, que por algo tiene forma de cruz.
25/08/21 4:32 PM
  
África Marteache
D. Pedro: Si digo alguna barbaridad usted me corrige que ante la confusión que estamos una acaba dudando de su sensus fidei, Haremos bien en corregirnos los unos a los otros para ir afinando que las seguridades se pierden con las cosas que se oyen dichas por altas autoridades.
El Temor de Dios por supuesto que es uno de los Siete Dones del Espíritu Santo.
25/08/21 4:40 PM
  
Pedro 1
Don Pedro Luis, con su permiso, me gustaría publicar una

NOTA SOTEROLÓGICA O PEDROLÓGICA

Ha desaparecido en la Ciudad del Vaticano, capital o sede de nuestra Santa Iglesia Católica, el Concepto Mandamiento No Absoluto. Tiene siete días de edad y es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. No pertenece a ninguno de los estados clásicos de la materia. Es muy volátil y como plasma. Se lo vio por última vez en la Sala Pablo VI. Se ruega a quien lo encuentre o tenga noticias de su paradero, que lo notifique al dueño de este blog para que vayamos inmediatamente a recogerlo por su gran valor pastoral.
Se gratificará generosamente con preces, súplicas y oraciones por la salvación del alma de quien lo halle. Quedan todos invitados a su búsqueda. No se invita particularmente.
25/08/21 6:02 PM
  
Pedro 1
Hay un rumor de que el Concepto Huidizo salió de la Sala cuando la ventilaron y una ráfaga de aire lo trasladó a las afueras de Roma. Aseguran que entró en una granja donde una gallina se lo comió. Seamos serios, señores. El Concepto es incomestible. No hay quien se lo trague. Ni siquiera una gallina, y a veces estos animales se comen cualquier cosa.
Donde sí valdría la pena buscar es en los cerebros de algunos comentaristas. Puede ser que haya trepanado sus cráneos y esté instalado entre sus neuronas. Es muy juguetón. El típico chistosín. Le gusta hacer cosquillas, dar azotitos y cantar habaneras. Un machista de cuidado. Si oyen como un susurro de “Si a tu ventana llega una paloma, trátala con cariño…” es muy posible que se les haya colado. Y puede estar en dos o tres cerebros a la vez como los electrones esos.
25/08/21 9:02 PM
  
África Marteache
Feri del Carpio Marek: Tiene mucha gracia que, en este momento en que el pecado está desapareciendo del horizonte de la Iglesia, alguien se acoja a San Pablo para que desaparezca más rápido aún. A saber lo que van a acabar diciendo los Padres de la Iglesia. ¿Estará esto relacionado con la desaparición de los confesionarios en muchas iglesias?
Hay una relación evidente: si los mandamientos no son absolutos los pecados son relativos y si los pecados son relativos no hay necesidad alguna de confesarlos.

25/08/21 11:17 PM
  
Santiago
Mat 5,18-19
En verdad os digo que mientras no pasen el cielo y la tierra, de la Ley no pasará ni la más pequeña letra o trazo hasta que todo se cumpla. Así, el que quebrante uno solo de estos mandamientos, incluso de los más pequeños, y enseñe a los hombres a hacer lo mismo, será el más pequeño en el Reino de los Cielos. Por el contrario, el que los cumpla y enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos.
26/08/21 8:51 AM
  
Pedro 1
Más noticias sobre el Concepto. Parece ser que tiene su origen en un laboratorio de Francfurt en el que una organización, que ha emprendido un Camino Unificado, invierte fuertes sumas de dinero. Salió de un cultivo conseguido con la mordedura de una salchicha que realizó en asamblea un alto representante de esta sociedad masónica. Se convenció a este preboste con el argumento de que la biología ayudaría a alcanzar los Fines Perseguidos. Cómo llegó a la sala vaticana sigue siendo un misterio. Hay quien dice que se trata de un fuga y quien asegura que fue llevada en una cajita verde por un invitado a la audiencia general. Un periodista frilans ha recogido sus primeras declaraciones. Seguiremos informando.
26/08/21 2:52 PM
  
Maria M.
Dice un refrán: " Cuando quieras decir la verdad, hazlo con claridad y la elegancia déjasela al sastre" . Yo no entiendo al Papa Francisco, da la sensación de que quiere transmitir nuevas y sabías conclusiones y cuando las pone de manifiesto a su modo tan particular de hablar, lo que hace muchas veces es crear divisiones en la interpretación. Unos piensan que dice una cosa y otros otra. Ni la propia Palabra de Dios da lugar a unas interpretaciones tan dispares.

Nuestro mundo se desmorona porque caen los valores y los mayores promotores son unos cuantos multimillonarios Superpoderosos que sinceramente son un peligro para la humanidad, y tenemos a un Papa preocupado en cambios de liturgias y cambios en la percepción de los mandamientos.....vaya desgaste de tiempo y energía!!!! Para qué nos sirve eso?? La humanidad se desmorona, la masacre de inocentes crece.....Espíritu Santo Ven!!! Porque la humanidad está en manos de Satanás.....Santa María, Madre de Dios, ven pronto!!!
26/08/21 10:20 PM

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