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4.10.23

¿Es posible que la Iglesia enseñe hoy doctrinas contrarias a las que ha enseñado anteriormente?

Obviamente, me sumo a las Dubia de los cinco cardenales, apoyados posteriormente por el cardenal Müller y por Mons. Athanasius Schneider. Éste último acaba de publicar la siguiente nota:

El texto de las cinco dubia, presentado al Papa Francisco el 21 de agosto de 2023 por cinco cardenales es un acto sumamente urgente y meritorio y honra al Sagrado Colegio Cardenalicio. Los cardenales actuaron de manera verdaderamente colegiada y fraterna hacia el Sumo Pontífice y al mismo tiempo demostraron una verdadera solicitud pastoral por las necesidades espirituales de los fieles y por el bien de toda la Iglesia (cf. Lumen gentium, 23). Su voz representa un grito profético en el desierto de un silencio casi general entre los pastores de la Iglesia y una luz en medio de la noche del relativismo doctrinal y de la confusión que infecta a la Iglesia de nuestros días. Es de desear que muchos Cardenales y Obispos, conscientes de la solemne promesa de su ordenación episcopal de defender la integridad de la fe católica, apoyen públicamente este testimonio de los cinco Cardenales,

+ Atanasio Schneider

Por mi parte, triste y con el ánimo muy apenado, me dirijo a vosotros, a quienes veis llenos de angustia los peligros de los tiempos que corren para la religión que tanto amamos. Este es el tiempo del poder de las tinieblas para cribar, como trigo, a los hijos de elección. La tierra está en duelo y perece, infectada por la corrupción de sus habitantes, porque han violado las leyes, han alterado el derecho, han roto la alianza eterna. Me refiero a las cosas que vosotros mismos veis y que todos lloramos con las mismas lágrimas. Es el triunfo de una malicia sin freno, de una ciencia sin pudor, de un libertinaje sin límite. Se desprecia la santidad de las cosas sagradas; y la majestad del culto divino es prohibida, censurada, profanada y escarnecida. De ahí que se corrompa la santa doctrina y que se diseminen los errores de todo género.

Este cúmulo de males ha invadido la tierra porque la mayoría de los hombres se han alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado, sino también que nunca resplandecería una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones nieguen y rechacen el imperio de nuestro Salvador.

Los hombres inicuos arrojan la espuma de sus confusiones y prometen libertad, siendo ellos, como son, esclavos de la corrupción. Están intentado con sus opiniones falaces y sus perniciosísimos escritos transformar los fundamentos de la Religión católica y de la sociedad civil, acabar con toda virtud y justicia, depravar los corazones y los entendimientos, apartar de la recta disciplina moral a las personas incautas, y muy especialmente a la inexperta juventud, y corromperla miserablemente, y hacer por que caiga en los lazos del error y arrancarla por último del gremio de la Iglesia católica.

El indiferentismo religioso es una perversa teoría extendida por todas partes por culpa de los engaños de los impíos. El indiferentismo enseña que puede conseguirse la vida eterna en cualquier religión, con tal que haya rectitud y honradez en las costumbres. Se trata de un error execrable.Si dice el Apóstol que hay un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo, entiendan, por lo tanto, los que piensan que por todas partes se va al puerto de salvación, que, según la sentencia del Salvador, están ellos contra Cristo, pues no están con Cristo y que los que no recolectan con Cristo, esparcen miserablemente, por lo cual es indudable que perecerán eternamente los que no tengan fe católica y no la guardan íntegra y sin mancha. Pensar que las formas de culto, distintas y aun contrarias, son todas iguales, equivale a confesar que no se quiere aprobar ni practicar ninguna de ellas. Esta actitud, si nominalmente difiere del ateísmo, en realidad se identifica con él. Los que creen en la existencia de Dios, si quieren ser consecuentes consigo mismos y no caer en un absurdo, han de comprender necesariamente que las formas usuales de culto divino, cuya diferencia, disparidad y contradicción aun en cosas de suma importancia son tan grandes, no pueden ser todas igualmente aceptables ni igualmente buenas o agradables a Dios.

La libertad de conciencia es un error pestilente. ¡Qué peor muerte para el alma que la libertad del error! Roto el freno que contiene a los hombres en los caminos de la verdad, e inclinándose precipitadamente al mal por su naturaleza corrompida, consideramos ya abierto el abismo del infierno. Son ya muchos los que, imitando a Lucifer, del cual es aquella criminal expresión «no serviré», entienden por libertad lo que es una pura y absurda indecencia: el libertinaje más inmoral. Son los de «lo importante es que se quieran»; y con esa coartada, justifican la fornicación, el pecado nefando, el adulterio y hasta la blasfemia y el sacrilegio de comulgar en pecado mortal.

La libertad, como facultad que perfecciona al hombre, debe aplicarse exclusivamente a la verdad y al bien. Ahora bien: la esencia de la verdad y del bien no puede cambiar a capricho del hombre, sino que es siempre la misma y no es menos inmutable que la misma naturaleza de las cosas. Si la inteligencia se adhiere a opiniones falsas, si la voluntad elige el mal y se abraza a él, ni la inteligencia ni la voluntad alcanzan su perfección; por el contrario, abdican de su dignidad natural y quedan corrompidas.

La naturaleza de la libertad humana, sea el que sea el campo en que la consideremos, en los particulares o en la comunidad, en los gobernantes o en los gobernados, incluye la necesidad de obedecer a una razón suprema y eterna, que no es otra que la autoridad de Dios imponiendo sus mandamientos y prohibiciones. Y este justísimo dominio de Dios sobre los hombres está tan lejos de suprimir o debilitar siquiera la libertad humana, que lo que hace es precisamente todo lo contrario: defenderla y perfeccionarla; porque la perfección verdadera de todo ser creado consiste en tender a su propio fin y alcanzarlo. Ahora bien: el fin supremo al que debe aspirar la libertad humana no es otro que el mismo Dios. Es absolutamente necesario que el hombre quede todo entero bajo la dependencia efectiva y constante de Dios. Por consiguiente, es totalmente inconcebible una libertad humana que no esté sumisa a Dios y sujeta a su voluntad. Negar a Dios este dominio supremo o negarse a aceptarlo no es libertad, sino abuso de la libertad y rebelión contra Dios.

¿Sigue siendo todo esto parte de la fe de la Iglesia?

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