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25.10.23

¿Cambiar la doctrina?

Dice el Papa: «La Iglesia tiene que cambiar, pensamos cómo cambió desde el Concilio hasta ahora y cómo tiene que seguir cambiando en la modalidad, en el modo de proponer una verdad que no cambia». «La revelación de Jesucristo no cambia, el dogma de la Iglesia no cambia, pero crece, se desarrolla y se sublima como la savia de un árbol».

InfoCatólica: Schönborn asegura que es responsabilidad exclusiva del Papa cambiar la doctrina sobre las relaciones homosexuales

En ese artículo podemos leer: «El teólogo Karl Rahner (1904-1984) había dicho entonces que todo el Concilio sería en vano si no se traducía en más fe, esperanza y misericordia. “Yo diría lo mismo de este Sínodo”, afirmó Schönborn».


En mi último artículo, explicaba los conceptos de dignidad y de libertad y diferenciaba su sentido liberal de su significado católico.

Un hombre es más digno cuanto más se somete a Dios y es más indigno cuanto más se aparta de Él. Nada más indigno y detestable que la rebelión y la desobediencia a Dios. Por eso María es un dechado de dignidad: «he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra».

La libertad debe someterse a la caridad, al bien; en definitiva, a Dios. Cuanto más sumisos a Dios, más libres. Pero cuando usamos la libertad para pecar, cometemos un abuso inadmisible de la libertad, que ya no es tal, sino licencia o libertinaje.

El mundo de hoy es liberal hasta la náusea. Se considera digno al hombre independiente, autónomo y, en consecuencia, rebelde contra Dios y desobediente de su Santa Voluntad. Y así estamos… Por eso este mundo es una cloaca de corrupción y pecado.

Pues bien, esa infestación liberal ha contaminado a la Iglesia Católica. Los patógenos luciferinos liberales han invadido la Iglesia y se han multiplicado dentro de ella hasta llegar a lo más alto de la jerarquía.

Veámoslo:

1.- Dice el Papa que la Iglesia tiene que cambiar como cambió desde el Vaticano II hasta ahora y tiene que seguir cambiando. Pero debemos preguntarnos: ¿esos cambios que se han producido en la Iglesia desde hace cincuenta años para acá han sido a mejor o a peor? ¿De verdad alguien puede pensar que la Iglesia está mejor ahora que antes del Concilio Vaticano II? ¿Hay más vocaciones, hay más vida sacramental (bautizos, bodas, confesiones, participación de fieles en la Santa Misa)?

Siguiendo la frase de Rahner, ¿hay hoy más fe, más esperanza y más caridad en la Iglesia que en 1965? ¿Vivimos una primavera eclesial desde el Concilio Vaticano II o llevamos setenta años en el más crudo invierno de la Iglesia? ¿Acaso alguien duda todavía que vivimos la crisis más profunda de la Iglesia desde su fundación? Hay que estar muy ciego para no verlo.

2.- La revelación no cambia, el dogma no cambia, pero se sublima y se desarrolla. Hasta tal punto se sublima, que por la vía pastoral quieren bendecir las uniones homosexuales. Pues bien, la pastoral no puede ir contra la revelación y contra los dogmas, porque si así lo hiciera, no sería la pastoral del Buen Pastor, sino la del Demonio que lleva al rebaño al redil del infierno. Y la Iglesia está para salvar almas, no para contribuir a su perdición. La bendición de parejas homosexuales no supondría un desarrollo sublime de la revelación y el dogma, sino un pecado manifiesto contra la fe, la esperanza y la caridad; un pecado manifiesto contra Dios, una negación de la verdad revelada.

Levítico:

Lv 18,22: “No te acostarás con varón como con mujer; es abominación".

Lv 20,13: “Si alguien se acuesta con varón como se hace con mujer, ambos han cometido abominación: morirán sin remedio; su sangre caerá sobre ellos".

San Pablo:

1 Cor 6, 9-10: «…Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados (malakoí), ni los homosexuales (arsenokoítai)… heredarán el Reino de Dios».

1 Tim 1, 9-11: «Teniendo bien presente que la ley no ha sido instituida para el justo, sino para los prevaricadores y rebeldes, para los impíos y pecadores,…, adúlteros, homosexuales (arsenokoítai), traficantes de seres humanos,…».

Rom 1, 26-27: «Por eso los entregó Dios a pasiones infames; pues sus mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza; igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrasaron en deseos los unos por los otros, cometiendo la infamia de hombre con hombre, recibiendo en sí mismos el pago merecido de su extravío».

Ef. 5, 1-7: «Sed, en fin, imitadores de Dios, como hijos amados y vivid en caridad, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio a Dios en olor suave.

En cuanto a la fornicación y cualquier género de impureza o avaricia, que ni se nombren entre vosotros, como conviene a santos: ni palabras torpes, ni groserías, ni truhanerías, que desdicen de vosotros, sino más bien acción de gracias. Pues habéis de saber que ningún fornicario, o impuro, o avaro, que es como adorador de ídolos, tendrá parte en la heredad del reino de Cristo y de Dios».

Gál. 5, 19-23: «Ahora bien, las obras de la carne son manifiestas, a saber: fornicación, impureza, lascivia, idolatría, hechicería, odios, discordias, celos, iras, ambiciones, disensiones, facciones, envidias, embriagueces, orgías y otras como éstas, de las cuales os prevengo, como antes lo hice, que quienes tales cosas hacen no herederán el reino de Dios.

Los frutos del Espíritu son: caridad, gozo, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza». 

San Juan en el Apocalipsis:

«El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda».

La iglesia confiesa un Dios único e idéntico como autor del Antiguo y Nuevo Testamento, es decir, de la ley y los profetas, así como del Evangelio, porque los santos de ambos Testamentos hablaron bajo la inspiración del mismo Espíritu Santo. En consecuencia, los textos anteriormente citados no son del Levítico, de Pablo o de Juan, sino de Dios mismo: son Palabra de Dios.

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