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12.08.20

Por la restauración de la civilización cristiana (o contra el liberalismo)

Por pura casualidad, encontré un video en Facebook, patrocinado por el BBVA y por el diario El País (entidades de las que no soy muy fan, dicho sea de paso), en el que salía hablando el filósofo José Carlos Ruiz. Y me llamó la atención una parte en la que don José Carlos señalaba la diferencia entre la vida de las personas de “antes” y las de “ahora”. Dice el filósofo (subrayados míos):

“Yo creo que la felicidad anteriormente, la de mi generación, la de mis padres, tenía mucho que ver con una búsqueda y la búsqueda significaba encontrar o no encontrar pero no era prioritario en ninguna de las vidas; es decir, para nuestros padres, incluso para mí, lo prioritario era construirte la vida. Había de vez en cuando un encuentro con la felicidad pero no era el objetivo. El objetivo era la construcción vital. Sin embargo, la felicidad contemporánea me parece que está más orientada hacia la conquista. Como se diría hoy en día en un mapa: “está geolocalizada”. O sea, te dicen que lo importante en esta vida es llevarte una mochila de experiencias encima y que eso te va a dar la felicidad. Entonces, estamos obsesionados con ir acumulando experiencias una tras otra. Entonces, de repente, la gente tiene en su cabeza una especie de check list, donde necesita, pues, consumir la última novedad que ha salido al mercado, visitar el último país que se ha puesto de moda, ir al último restaurante a comer la última comida foodie, practicar el último tipo de deporte, etc., etc. Las consecuencias para mí son catastróficas. ¿En qué sentido? En el que entras en una dinámica en la que el consumo de experiencias se convierte en el eje que va a orientar tu vida. Y al final, cuando no estás en ese proceso de consumo, estás solo o estás tranquilo en tu propia vida, se te genera una angustia. Es decir, somos incapaces de tomar distancia de la realidad inmediata que tenemos y somos incapaces de tener el aprecio del tiempo en un tempo un poquito más tranquilo.”

Don José Carlos no habla de Dios para nada. No sé si es cristiano, agnóstico o ateo. Pero percibe la diferencia evidente que hay entre la sociedad tradicional (cristiana y católica) y la sociedad postmoderna hedonista.

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