Siglo XVIII: transformaciones litúrgicas fuera de Francia

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EL FIADOR: HISTORIA DE UN COLAPSO
por Dom Gregori Maria

Siglo XVIII: transformaciones litúrgicas fuera de Francia

En Alemania

La Reforma de Lutero del siglo XVI había sido acogida por aclamación en buena parte de los Estados que conformaban el mundo germánico. Para muchos la consiguiente reforma litúrgica protestante había sido una liberación respecto a las molestas e incomodas prácticas exteriores que imponía el catolicismo.

En los territorios que permanecieron católicos, el celo de los antiliturgistas del siglo XVIII no se orientó hacia la falsificación de breviarios y misales sino que se aplicó directamente a las formas del culto católico.

Hacia finales del siglo XVIII, cuando José II de Habsburgo fue revestido de la autoridad imperial, los planes de los antiliturgistas sugeridos por la triple coalición de protestantismo, jansenismo y filosofía, encontraron su apoyo en los poderes del Imperio. De entrada habían conseguido minar al catolicismo en una gran porción del clero alemán, disolviendo en él la noción fundamental de la Iglesia y la autoridad del Romano Pontífice a través de los escritos envenenados de Febronio y más tarde de Eybel.

José II poniendo manos a la obra, inició en 1781 su serie de reglamentos sobre materias eclesiásticas. Empezó, como siempre se ha hecho, declarando la guerra a las órdenes regulares a los cuales les privó de la exención de impuestos y de los medios materiales para su sustento, a la espera de poder echar mano sobre la mismísima jurisdicción episcopal.

Pero dejando de lado ese intrusismo estatal por el cual privaba de su plena libertad a la Iglesia, él sabía que el verdadero medio para resquebrajar al catolicismo en el pueblo era reformar la liturgia. El emperador no perdió el tino y de su mano comenzaron a emanar los famosos decretos para el servicio divino, el detalle minucioso de los cuales, llevó a Federico II de Prusia a denominar a José II como “mi hermano el sacristán”.

Las cosas se pusieron realmente feas. En primer lugar vio la luz una orden por la cual se prohibía celebrar en una iglesia más de una misa a la vez. Posteriormente fue promulgado un decreto según el cual el Emperador suprimía diversas fiestas, abolía procesiones, extinguía cofradías, disminuía las Exposiciones del Santísimo Sacramento, alentaba a servirse del copón y no de la custodia en las bendiciones eucarísticas (es decir a convertir las exposiciones mayores en menores), prescribía el orden de los Oficios, determinaba las ceremonias que debían conservarse y las que debían desaparecer y finalmente, colmo de los ridículos, fijaba el número de cirios y velas que debían alumbrarse en cada oficio. Poco después, José II redactó un decreto de la misma clase, alentando a quitar y a hacer desaparecer las imágenes más veneradas por la devoción popular. Esa fue la obra del llamado “josefinismo” que tanto daño intentó inferir a la Iglesia, especialmente tratando de dañar y destruir la Liturgia en su vertiente más popular.

En Italia

Pero lo que pareció más sorprendente en aquella época fue la aparición de los mismos escándalos en Italia, donde todo parecía ir contra el desarrollo de esa tendencia y contra los primeros síntomas de la herejía antilitúrgica.

Antes de osar reformar el catolicismo en la porción de Italia que desafortunadamente cayó en sus manos, Leopoldo, gran duque de Toscana, necesitaba sentirse apoyado por algún alto personaje eclesiástico de su Estado. Este personaje fue Scipione De Ricci, obispo de Pistoya, el fiel discípulo de los “apelantes” franceses y fanático admirador de todas sus obras, pero muy especialmente de todos sus “brillantes ensayos litúrgicos”.

El 18 de septiembre de 1786 se inició en Pistoya, bajo los auspicios del Gran Duque, aquel famoso Sínodo cuyas actas iban a resultar un explosivo escándalo en la Iglesia, aunque es necesario decir, rápidamente condenado y contenidos sus devastadores efectos…

No voy a tratar aquí del vergonzoso sistema de degradación a la que el Sínodo pretendía someter al conjunto del catolicismo. Sólo nos interesa el apartado litúrgico de sus prescripciones que es digno de ser meditado.

Ya el editor de las “Memorias” de Scipione De Ricci, el volteriano de Potter, nos habla de los planes del obispo de Pistoya: “Sus amigos de Francia, y los italianos que profesaban los mismos principios, no se cansaron de comunicarle sus ideas y sus luces para llevar a cabo una reforma completa del Misal y del Breviario…”

De entrada, la predilección de De Ricci por la escuela litúrgica francesa quedaba clara en la elección de los libros que el Sínodo prescribió a los párrocos. El “Año Cristiano” de Le Tourneux y la “Exposición de la Doctrina Cristiana” de Mézenguy figuraban en el catálogo al lado del “Ritual” de Alet y las “Reflexiones Morales” de Quesnel.

Veamos ya algunas de las prescripciones del que ellos llamaron “Concilio Diocesano”:

1º Evitar en las iglesias las decoraciones demasiado variadas, ricas o fastuosas porque atraen a los sentidos y conducen al alma al amor de las cosas inferiores. Fuera el barroquismo maximalista, todo ha de ser minimalista.

2º Abolir las procesiones que tuvieran lugar para visitar alguna imagen de la Virgen o de algún santo y restringir la duración de la de Rogaciones. El sentido de esta supresión dicen es “evitar los tumultos indecentes y los almuerzos y meriendas que tienen lugar en esas romerías.

3º Que las ordenes religiosas no tengan sus iglesias abiertas al público, que disminuyan los oficios divinos y que no sea celebrada más que una o dos Misas por día en cada iglesia, animando a los demás religiosos a concelebrar. ¿Suena a algo esta prescripción?

4º Se lamentan de la multiplicidad de fiestas que creen “son ocasión para la ociosidad de los ricos y una fuente de miseria para los pobres” por lo que resuelven dirigirse al Gran Duque para que obtener una reducción en el número de días consagrados a los deberes religiosos, es decir una disminución de las fiestas de precepto.

5º Desean eliminar toda sombra de superstición en el culto a la Virgen y a los Santos, como sería “atribuir una cierta eficacia a un numero determinado de oraciones y saludos”. Esta flecha iba dirigida directamente hacia el Rosario y a las diversas Felicitaciones Marianas o Coronillas aprobadas y recomendadas por la Santa Sede.

Así mismo animan a quitar de todos los templos aquellas imágenes que representan “falsos dogmas”, por ejemplo la del Sagrado Corazón o aquellas otras que son ocasión de error, como las imágenes de la Incomprensible Santísima Trinidad (a saber Padre como anciano con barba blanca, su Hijo Jesucristo a su derecha con la Cruz en la mano o los hombros y el Espiritu Santo en forma de paloma que procede de ambos, todo ello en un marco decorativo triangular).

Hay que eliminar también las imágenes a las que el pueblo tributa una confianza singular o invocan como protectoras o poseedoras de alguna virtud especial. El Sínodo ordena desarraigar toda perniciosa costumbre de dar “títulos o advocaciones” a la Virgen, la mayoría consideradas de “índole pueril o vana”.

6º Los “Padres del Concilio de Pistoya” decretan que en las iglesias haya un solo altar y que en este no se coloquen ni flores ni relicarios.

7º Los mismos declaran que la participación en la víctima es una parte esencial del sacrificio de la Misa por lo cual recomiendan comulgar en la misa a la que uno asiste aunque no llegan a condenar la participación sin comunión sacramental en la celebración. Eso sí, “excepto en los casos de grave necesidad los fieles comulgarán con hostias consagradas en la misa a la que han asistido” no con las provenientes del sagrario que serán destinadas únicamente a los enfermos y moribundos.

8º En cuanto a la lengua a emplear en la celebración de los Santos Misterios, las intenciones del Sínodo son claras: “El Santo Sínodo desea que se reduzcan los ritos de la Liturgia a una mayor simplicidad, que se realicen en lengua vulgar y que se pronuncien en voz alta”, porque como dicen los Padres de ese conciliábulo haciéndose eco de su amado Quesnel: “sería en contra de la práctica apostólica y contra las intenciones de Dios, no procurar al pueblo sencillo los medios más simples para unir su voz a la de toda la Iglesia”.

9º Enseña el Sínodo que es un error condenable el creer que la voluntad del sacerdote celebrante puede aplicar el fruto especial del Sacrificio a quien él desee. Esta es una disposición dirigida contra los estipendios e intenciones de Misa que reciben los sacerdotes.

10º Finalmente, el sínodo ordena reducir la Exposición del Santísimo Sacramento a la sola fiesta del Corpus Christi y su octava, excepto en las catedrales donde estará permitida una vez al mes. Pero en las otras iglesias, los domingos y las fiestas, únicamente se dará la bendición con el copón, es decir, lo máximo que habrá será una exposición eucarística menor. Así mismo afirma que el espíritu de compunción y de fervor no puede estar unido a un cierto número de “Estaciones” y a reflexiones arbitrarias y falsas sobre el arrepentimiento y la penitencia, por lo que desaconseja formalmente la práctica del “Vía Crucis”.

En enero de 1786, ocho meses antes de la celebración del Sínodo, queriéndose asegurar la cooperación del clero en su proyecto de reforma religiosa, De Ricci dirigió a todos los prelados de su Ducado, cincuenta y siete artículos a consulta. Los principales artículos giraban en torno a la reforma del breviario y del misal, sobre la abolición de los estipendios para las misas, la prohibición de celebrar más de una misa en cada iglesia, sobre el examen a realizar sobre las reliquias conservadas en los templos, sobre la administración de los sacramentos en lengua vernácula, sobre la instrucción de los fieles con respecto a la comunión de los santos y el sufragio por los difuntos, sobre la urgencia de someter a las ordenes regulares a los obispos diocesanos, etc.…

Se insistía en la necesidad de convocar a menudo sínodos diocesanos en los que el Gran Duque podría encontrar en los sacerdotes el apoyo para sus reformas que no creía tener en sus obispos.

Estos “Puntos Eclesiásticos” con todas las respuestas de los arzobispos y obispos de Toscana fueron publicados en Florencia en 1787. En el frontispicio del libro podemos ver el retrato del Gran Duque rodeado de las figuras alegóricas de la Justicia, el Comercio, la Abundancia y el Tiempo. Todo ello reposando sobre un geniecillo que sostiene un libro abierto sobre el cual está escrita a grandes letras y en francés, la palabra ENCYCLOPÉDIE. Lo suficiente para mostrar las intenciones ulteriores de los antiliturgistas.