Cómo y por qué nuestros abiertos, dialogantes y "conciliares" nacional-progresistas eclesiales callaron cuando se gestaba la actual crisis económica en España


España sufre y sufrirá con mayor virulencia la crisis económica internacional. Está ya archicomentado que la crisis financiera internacional, provocada por unos banqueros irresponsables que dieron crédito al personal sin recabar suficientemente su solvencia, víctimas de su propia codicia, ha pinchado la burbuja inmobiliaria española. Ha acabado con la fantasía de más de una década de un crecimiento español que se creía ilimitado. Sin el aire de una financiación fácil, el globo se ha deshinchado. “Patacada” contra la dura realidad.

La frase totémica “el precio de la vivienda nunca bajará” sobre la que todo se edificaba ha sido burlada, cayendo en la trampa de creer que el valor de las cosas –hoy de la vivienda- se escapa de la ley de la oferta y la demanda. ¡Qué carcajadas darían algunos de los miembros de la escuela de Salamanca del siglo XVI, la primera de economistas que haya existido!

Pero quién se acuerda, en la España postmoderna, de “carcundias” como el obispo Diego de Covarrubias (1512-1577), antiesclavista y discípulo de Francisco de Vitoria y de Domingo Soto o de otro grande de la doctrina económica: Martín de Azpilicueta. La flor y nata de la escuela de Salamanca, de lo mejor que Castilla ha dado el mundo y a su libertad. Esto nunca lo reconocerá la M.E.B. Domingo (Máquina de Etiquetar Binaria Oriol Domingo, que estampa en el cogote ajeno solo dos pegatinas: de la Iglesia abierta / de la Iglesia cerrada). Ni un Enric Juliana, el pedidor de obispos dúctiles, es decir maleables.

El valor de un artículo “no depende de su naturaleza esencial sino de las estimación de los hombres, incluso si su estimación fuese imprudente” nos advertía Covarrubias en 1554 en el segundo volumen, libro segundo, capítulo 3 de su Variarum ex pontificio, regio et caesareo iure resolutionum. El valor de las cosas se justifica por el libre acuerdo sobre el precio entre comprador y vendedor, determinado al fin y al cabo por su abundancia o escasez.

¿Por qué esto no es aplicable al valor de la vivienda? ¿Por qué si la demanda baja y la oferta sube, el precio no tiene que bajar? ¿Qué fuerza metafísica rompe este razonamiento? ¿Qué ha motivado que miles de economistas, en el sector público, privado o académico, que conocen lo inapelable del juego de la oferta y la demanda en la determinación de los precios, no hayan querido, salvo honrosas excepciones, recordarlo a la población en la España de la burbuja inmobiliaria? Con semejante confusionismo de ideas y confianzas “transcendentes” puestas en lo que es relativo por naturaleza, se explica entonces hasta la imprudencia de unos banqueros que confiaban en que el valor de la garantía de sus créditos hipotecarios no bajaría. También la no intervención de los gobernantes españoles que veían a todos más ricos, incluidas sus haciendas públicas.

The game is over, como los videojuegos. Se ha acabado. Millares de familias hipotecadas durante décadas para pagar unos pisos que valen y valdrán menos. Unos ya han caído del caballo. Otros, más zapateriles, aún no han pillado de qué ha ido el juego trilero. Miles de millones de euros redistribuidos entre españoles, con la sospecha que no siempre han ido de los ricos a los pobres. La diferencia de riquezas aumentada en la España progre y de izquierdas. El libre mercado actuando en el sector de la vivienda, ignorando que es un bien de primera necesidad, con gobiernos que sólo intervienen para controlar lo que debemos pensar en la escuela o aguantando un sector cinematográfico deficitario que, de tan plural que es, todo es de izquierdas. El personal hipotecando su vida al banco, como los siervos de la gleba, mientras las autoridades ignoraban que ya la escuela de Salamanca, en pleno y “cavernícola” siglo XVI, advertía que, en los artículos de primera necesidad, el Estado tiene que intervenir. Pero a quien coño le importa que Domingo Soto en 1553 discutiera ya “si el precio de las cosas ha de tasarse al arbitrio de los mercaderes” (Lib. VI, Q.”, Art.III, pp. 546-549 de su De iustitia et iure). ¿Y no es vivir bajo un techo una necesidad vital?

Nuestros abiertos, dialogantes y “conciliares” progre-eclesiales callaron cuando se gestaba la actual crisis económica en España por varios motivos. Unos porque, anclados aun en esperanzas marxistas, no tienen ni pajolera idea de Economía ni de cómo funcionan los mecanismos de mercado. Cómo pedirles que denunciaran una fantasía si aun no han despertado de otra. Otros, callaron para no hacerse antipáticos, para no aguar la fiesta, siempre tan atentos a ser bien vistos por nuestra sociedad (y medios de comunicación). No veo a un Francesc Romeu montando una campaña “Volem hipoteques compatibles amb la família”, ni a un Albert Manent abriendo una web pidiendo la intervención pública para atenuar el precio de la vivienda. Tampoco a un Oriol Domingo pidiendo prudencia en su sección de La Vanguardia, obsesionado como estaba en promover la campaña anti Carles.

Pero vayamos al grano. Para pedir que hubiera habido intervención pública hay que saber para qué se pide. Para qué salvar. Y solo hay una respuesta: la Familia estable. Si el objetivo es el individuo, los apartamentos de 30 m2 en alquiler ya valen. Si el objetivo es la familia estable, entonces todas las políticas económicas empiezan a tomar otro carácter pues se introduce un contrapeso al principio de que toda actuación pública se hace para aumentar la producción, el PNB, el crecimiento. Pero la introducción del objetivo familiar no implica empeorar la situación, porque una política económica que sólo atiende a servir al crecimiento a toda costa, cargándose la familia, acaba por empeorar la situación. Si sacrificamos la familia a la ara del crecimiento, acabamos por autodestruirnos e incluso acabamos a la larga por estancarnos en términos económicos. Este será el problema de España. No hay dos morales, una familiar y otra económica, pues no hay dos verdades. Hay que desempolvar a Santo Tomás de Aquino.

La opinión pública habría exigido medidas al gobierno delante de los aumentos exorbitados de los precios de la vivienda, alimentados por la facilidad en la consecución de crédito, si la Familia estable hubiera sido un bien más amado y valorado por los españoles. Familia estable que tiene en lo que el catolicismo propone el camino para su perfección, que es a la vez camino hacia la verdad y la belleza. Si la prudencia y demás virtudes tradicionales se hubieran mantenido más, los ejecutivos de los bancos hubieran sido más conservadores a la hora de dar crédito y se hubieran alejado de las conductas autodestructivas, de las cuales ahora se arrepienten. Un plan de moderación del crédito, de aterrizaje suave, a tiempo, hubiera frenado la escalada de precios y la locura posterior. Hay quien había sugerido limitar los años de hipoteca inscribibles en el registro de la propiedad. Pero para romper el imperio omnímodo de los argumentos del laissez faire del liberalismo cuando se muestra miope y antropológicamente individualista, hay que rebatir, hay que estudiar, hay que pensar, hay que razonar, hay que rezar. Hay que hacer ostensión de lo que significa la familia con vocación de durabilidad, que salvo casos raros es la tradicional. Hay que saber donde uno pisa, tener los conceptos claros en lo fundamental, para no ser un títere de la última chorrada.

Con el corazón en la mano. ¿Ustedes ven a nuestro progresismo, incluso a los abuelitos peligrosos de la nacionalista exacerbada Unión Sacerdotal, hablando alto y claro del valor de la familia cristiana en plena fiesta inmobiliaria? ¡Con lo carca y españolista que uno hubiera parecido! ¿Ven al delegado Claret en ello? Nuestros sabios estaban entretenidos en operaciones más importantes.

¿Un “bisbe català”, hubiera sido una variable que hubiera corregido este autismo social? Pues ya tiene chanza que nuestro obispo social, no-progre ni nacionalista (*) , Don Agustí Cortés sea nada más y nada menos que de la ciudad de Valencia, la misma que la de su promotor al obispado, Don Ricard Maria Carles. La misma que vio nacer a Juan José Laguarda y Fenollera y a Enric Reig y Casanova, obispos que fueron enviados a Barcelona por su destacada sensibilidad hacia el problema obrero, el drama social de aquel entonces.

La historiografía eclesial dominada por la escuela nacionalista, los Bonet y Baltà, Bada, Albert Manent, nos han vendido la “rondalla” (la milonga), de que nos los envían como sucedáneos de obispos catalanes. Una táctica para no nombrar nacionalistas y evitar quejas por que hablan catalán. Argumento que se deja un elemento clave. La nula sensibilidad social sensata de una Iglesia en Cataluña –burguesita ella- que o bien se deja alucinar por sistemas económicos que han llenado de hambre medio mundo (el comunismo) o bien se obsesiona desordenadamente con el tema nacional olvidando que, después de soflamas patrióticas, la vida humana tiene muchas mas necesidades.

(*) Nota para víctimas del hacer pasar gato por liebre de Oriol Domingo

El obispo de Sant Feliu ‘recomendará’ a los fieles votar ‘no’ al Estatut

REDACCIÓN

El obispo de Sant Feliu, Agustí Cortés, ha declarado esta semana que, aunque no obligarán a los fieles a votar contra el Estatut, sí advertirán sobre las “concesiones” y los peligros morales que hay en el texto. El obispo ha asegurado que el Estatut podría abrir la puerta a “desarrollos legislativos posteriores”, en los que se “tomen posturas contrarias a la moralidad cristiana”, como podrían ser el aborto libre o la eutanasia. Cortés ha recordado que lo mismo ocurrió con la Constitución Española, que fue ratificada por la mayor parte de los obispos y luego sirvió de base para la legalización del aborto en España, y ha emplazado a los católicos catalanes a que voten “en conciencia” en el referendo catalán. Cortes también se ha mostrado contrario a la proposición no de ley que defiende reconocer derechos humanos a los simios. El obispo ha lamentado que haya “más protección para los animales que para un feto humano” y considera que es una “grave contradicción” con la Ley de Reproducción Asistida, en la que se legitima la investigación con embriones humanos alegando que no son personas. El Far, Setmanari Informatiu del Baix Llobregat i L’Hospitalet • Nº 890, 28 d’abril de 2006, p. 16


Quinto Sertorius Crescens

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