Capítulo 34: La Comunión del celebrante

A la comunión del celebrante, aún hoy en el Misal de Pablo VI en cada una de sus tres ediciones típicas, preceden algunas oraciones para uso privado del celebrante.

Una vez terminado el canon, vuelven a aparecer este tipo de oraciones privadas, añadidas en la Edad Media, coincidentes en su origen y procedentes de la extinguida liturgia galicana.

Las oraciones privadas de la comunión se refieren exclusivamente a la persona del celebrante, están redactadas en singular, excepto el “Quod ore sumpsimus” que viene en plural.

Este matiz privado nos indica el rumbo que tomó en su evolución la comunión desde fines de la antigüedad cristiana: sólo la del celebrante se considera como parte de la misa. La del pueblo empezó entonces a considerarse como añadidura circunstancial.

Signo de esto es que incluso el Misal de Juan XXIII de 1962 no se menciona entre las oraciones y rúbricas la comunión de los fieles. Concisamente se afirma: “Si hay algunos que piden la comunión, se les da ahora”. No hay descripción de la ceremonia en el Misal.

La primera de las dos oraciones actuales (las dos, obligatorias en el Misal del 62 y sólo una de las dos en el Misal del 69) “Domine Jesu Christe” no la encontramos hasta el Sacramentario de Amiens(siglo IX)

y nuestra segunda oración “Perceptio” la encontramos por primera vez en el Sacramentario de Fulda (c. 975), un documento de la familia del ordinario renano de la Misa.

Domine Iesu Christe, Fili Dei vivi, qui ex voluntate Patris, cooperante Spiritu Sancto, per mortem tuam mundum vivificasti: libera me per hoc sacrosantum Corpus et Sanguinem tuum ab omnibus iniquitatibus meis et universis malis: et fac me tuis semper inhaerere mandatis, et a te numquam separari permittas.

Perceptio Corporis et Sanguinis tui, Domine Iesu Christe, non mihi proveniat in iudicium et condemnationem: sed pro tua pietate prosit mihi ad tutamentum mentis et corporis, et ad medelam percipiendam.

No eran éstas las únicas fórmulas que se decían en la comunión. Había una gran abundancia de ellas, y aún algunas alcanzaron durante la Edad Media mucha mayor difusión que las nuestras. Estas oraciones penetraron en la Misa como devoción privada. Pero actualmente es verdad que, a pesar de su origen privado, actualmente se parecen mucho más a las oraciones oficiales de la Iglesia que no a las privadas nuestras.

La primera es una maravillosa síntesis de toda la obra de la Santísima Trinidad. En ella aparece claramente el influjo del estilo antiguo, aunque galicano y bastante diferente del romano. Cuando luego pasa a la petición, fija su mirada en el Cristo glorificado, y mediante su presencia en su cuerpo y su sangre, se imploran las intenciones grandes y universales: liberación del pecado, fidelidad a sus mandamientos y la perseverancia final.

La segunda oración recuerda ligeramente el tema de las apologías: que Cristo nos preserve de una comunión indigna, que no nos sea ocasión de juicio y condenación, sino que por la piedad de Cristo, y no por nuestros meritos, nos sirva para defensa de alma y cuerpo. También se pide por el cuerpo, porque es nuestro cuerpo el que recibe el cuerpo de Cristo para salvación del alma.

La comunión y las fórmulas que la acompañan.

El rito de la comunión que era sumamente sencillo fue aún más simplificado con la reforma del Misal de 1969

(Suprimida en el Misal del 69)

Panem caelestem accipiam, et
nomen Domini invocabo.

Tomaré el Pan Celestial e
invocaré el Nombre del Señor.

Domine non sum dignus, ut
intres sub tectum meum: sed
tantum dic verbo, et sanabitur
anima mea.(3 v / 1 v Misal 69)


Señor, yo no soy digno de que
entres en mi morada; pero mándalo
con tu palabra y mi alma será
sana

(Simplificada en el Misal del 69)

Corpus (Domini nostri Jesu)
Christi custodiat (me) animam meam
in vitam aeternam. Amen.


El Cuerpo de Nuestro Señor
Jesucristo guarde mi alma
para la vida eterna. Amen

(Suprimida en el Misal de 1969)

Quid retribuam Domino pro
omnibus quae retribuit mihi?
Calicem salutaris accipiam, et
nomen Domini invocabo. Laudans
invocabo Dominum, et ab inimicis
meis salvus ero.

Con que corresponderé yo al
Señor por todos los beneficios
que de El he recibido? Tomaré el
Cáliz de la salud e invocaré el
Nombre del Señor. Con alabanzas
invocaré al Señor y quedaré libre de mis enemigos.

(Simplificada en el Misal del 69)

Sanguis (Domini nostri Iesu)
Christi custodiat(me) animam meam
in vitam aeternam. Amen.

Quod ore sumpsimus, Domine,
pura mente capiamus: et de
munere temporali fiat nobis
remedium sempiternum.

La Sangre de Nuestro Señor
Jesucristo guarde mi alma para
la vida eterna. Amen

Haz, Señor, que conservemos
con un corazón puro lo que con la
boca acabamos de recibir; y que
este don temporal produzca en
nosotros el remedio sempiterno.

(Suprimida en el Misal del 69)

Corpus tuum, Domine, quod
sumpsi, et Sanguis, quem potavi,
adhaereat visceribus meis: et
praesta; ut in me non remaneat
scelerum macula, quem pura et
sancta refecerunt sacramenta:
Qui vivis et regnas in saecula
saeculorum. Amen.

Tu Cuerpo, Señor, que he
recibido, y tu Sangre, que he
bebido, se adhieran a mi corazón;
y haz que no quede mancha de
maldad en mi, a quien han
alimentado estos puros y santos
Sacramentos; Tu, Señor, que vivos
y reinas por los siglos de los siglos. Amen.

En el culto estacional el Papa, sentado en su cátedra, tomaba inmediatamente después de la fracción de los dos panes de su oblación, la comunión con una de las partículas que partía con los dientes introduciendo la restante en el cáliz, mientras decía las palabras de la conmixtión.

En la Edad Media descubría el celebrante del cáliz (antes del Panem caelestem), llevaba la forma a la boca y en seguida tomaba el sanguis. A partir del siglo XIII aparece una cruz previa hecha con la forma y una genuflexión, y después de un rato de silencio la oración “Quid retribuam” y diciendo “Sanguis Domini nostri” se persignaba con el cáliz, hacía genuflexión y lo tomaba. Esta es la forma, que con el rezo intercalado del “Domine, non sum dignus” por tres veces, llegó hasta nuestros días.

Esta frase del centurión, repetida tres veces, se encuentra ya en las liturgias orientales y expresa la idea de que la comunión es una visita que nos hace el Señor bajo las sagradas especies. Sin embargo, la intención del centurión al pronunciar esa frase era expresar que no esperaba que Cristo vendría y se espantaba al solo pensamiento de que Cristo pudiera entrar en su casa. Nosotros al contrario, no sólo no nos espantamos de la visita de Cristo, sino que la pedimos ardientemente con estas palabras

Como podemos ver en el cuadro anterior, muchas de estas oraciones preparatorias, igual que las que acompañan a las abluciones, en el Misal del 69 han sido simplificadas o sencillamente suprimidas.

Deseo dejar constancia de otras dos fórmulas de salutación, desaparecidas con el Misal de San Pío V, que desde la Edad Media, se intercalaban entre la “Perceptio” y el “Panem caelestem” y que muy difundidas llegaron a ser muy populares.

“Ave in aevum, sanctissima caro, meam in perpetuum summa dulcedo” (¡Te saludo perpetuamente, santisima carne, siempre mi máxima dulzura!)

“Ave in aeternum, caelestis potus, mihi ante omnia et super omnia dulces” (¡Te saludo eternamente, bebida celestial, ante todas y sobre todas las cosas dulce para mi!)

A este grupo, seguía otro compuesto por versículos bíblicos, tomados ante todo del salmo 115 o del 17. Al lado de estos versículos que expresan confianza, se encontraban otros cuya razón de ser no era tan clara, como “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” o como en un Misal de Vich: “Quisiera conocerte, que me conoces a mi, así como yo soy conocido de Ti”.

Queda por explicar la oración “Corpus D.N.J.C. custodiat animam meam in vitam aeternam. Amen.” “Sanguis D.N.I.C. custodiat animam meam in vitam aeternam. Amen”. Ambas constituyen votos de bendición y de santificación que el sacerdote usa antes de su comunión personal. Provienen de la comunión de enfermos, de donde, por cierto, derivó el ceremonial entero de la comunión de los fieles, como veremos en el próximo capítulo. Las encontramos ya en el Sacramentario de Amiens del siglo IX.

Como sabemos han sido simplificadas por la reforma del 69 en “Corpus (o Sanguis) Christi custodiat me in vitam aeternam”. Diez siglos de historia borrados por el plumazo (y plomazo) de Annibal Bugnini.

Dom Gregori Maria