[DE] Capítulo 43: Los Relicarios

 

Lipsanoteca de Brescia (s. IV) compuesta y descompuesta en cruz

 

Nos referimos aquí a los vasos o receptáculos de diversos tipos en los que la Iglesia a través de los siglos ha guardado determinados objetos de culto. Entre éstos figuran, en primer lugar, las reliquias de los mártires y de los santos. La memoria de éstos no se limitaba únicamente a la lectura de sus gestas, ni sólo a la inscripción de sus nombres en los dípticos, sino que principalmente iba unida a la veneración de sus reliquias, ya estuviesen éstas encerradas dentro de una capsa, si se trataba del cuerpo entero, o en una capsella o cofrecito, si era solamente una parte de los huesos o cenizas, ya fuesen, en fin, reliquias de mero contacto ( brandea, palliola ).

A partir del siglo IV son frecuentes las alusiones a cajas de metal, madera y marfil que conteniendo reliquias se colocan en los altares en el acto de su dedicación o se entierran junto a las sepulturas de los difuntos para su sufragio, o bien se llevan al cuello ( encolpia ) o se tienen en casa como objeto de devoción.

El ejemplar más antiguo y precioso que ha llegado hasta nosotros es la Lipsanoteca, de Brescia (primera mitad del s.IV), el más bello de los marfiles cristianos, en un principio tenía la forma de cofrecito; más tarde fue descompuesta, y cada una de las tapas puestas en comisa en forma de cruz perdiendo su primitiva forma de cofrecito, últimamente ha sido recompuesta y devuelta a su estado original.

Capsella de San Nazario de Milán

 

Algo posterior en el tiempo es la capsella argéntea de la basílica de San Nazario, en Milán, donde en 382 San Ambrosio depuso algunas reliquias que consiguió en Roma. Otras vetustas arquillas con representaciones o emblemas cristianos son la de Brivio, en Brianza (s.V); la de Rímini (s.V), la de Grado (s.V), que lleva grabados los nombres de los santos cuyas son las reliquias; la de Monza (s. VIII), de factura tosca, pero toda ella incrustada de piedras preciosas. Son además interesantes, aunque de distinto carácter, las numerosas ampollas de plata (s.V-VI) que se conservan también en Monza; fueron llevadas de Roma para la reina Teodolinda con aceite de los santos mártires; provenían del Oriente y reproducen escenas de la pasión según el tipo de las medallas allí usadas.

La fe viva e ingenua del Medioevo, especialmente a partir del siglo XI, acrecentó en el pueblo cristiano la veneración de las reliquias, llevándola a pesar de las reservas de Roma, a un contacto más directo con el culto. La capsa o urna que conservaba los restos del santo patrón pasó desde las criptas subterráneas hasta ocupar un lugar en el altar cerca de la Eucaristía, convirtiéndose en meta de peregrinaciones fue considerada el estandarte de la ciudad y asociada a las alegrías y desventuras de la patria. Era natural pues que el pueblo la quisiese significada por su valor y por la belleza artística. Desde el siglo XI las capsae se convierten en el objeto más vistoso en las iglesias y asumen dimensiones y formas imponentes.

En el periodo románico prevaleció un tipo arquitectónico que, manteniendo las líneas tradicionales del cofrecito, lo acercaron a la forma de un pequeño edificio rectangular, cubierto de un techo a dos aguas, revestido de placas metálicas adornadas con filigranas, esmaltes o piedras preciosas y exóticas; en los dos flancos una separación de arcos llevaba incisa o en relieve algunas imágenes de los santos o episodios de la vida del Señor o del patrón, mientras en las dos extremidades se colocaba a Cristo majestuosamente sentado o la Virgen y el santo patrón. Son ejemplos el arca de San Millán de la Cogolla, la San Potenciano (s. XII) o la de San Remaclio, construida en torno a 1267.

Arca de San Millán

Arca de Carlomagno en Aquisgrán

 

Con la llegada del gótico, las urnas de los siglos XIV-XV cada vez más pierden el aspecto de caja-cofre para transformarse en pequeñas catedrales con naves, contrafuertes, pináculos, etc, donde las estatuas y los detalles decorativos alcanzan una finura increíble.

Un ejemplo magnífico es el Arca procesional de plata dorada con las cenizas de San Juan Bautista del Duomo de Génova. Esta reposa sobre 4 leones agachados con 10 compartimentos en cada cara representando la vida del Precursor y con uno de los santos protectores de la ciudad en cada una de las cuatro esquinas.

Junto con las grandes capsae de diversos tipos estilísticos encontramos relicarios menores, cerrados los más antiguos, abiertos los posteriores al siglo XIII, la mayor parte con pie; o también a manera de busto para colocar en las gradas de la parte posterior del altar, ante el retablo, con un pequeño cilindro de cristal o una teca en el pecho conteniendo la reliquia.

 

Bustos de San Jenaro (Nápoles) y de San Lorenzo (Zaragoza)

 

Muchos de estos hermosos y antiguos relicarios fueron destruidos en las luchas religiosas provocadas por la reforma protestante o la Revolución francesa.

Mención a parte merecen los veneradísimos relicarios que contienen partículas de la Santa Cruz (staurotecas) Los mas antiguos tenían forma de cruz pectoral, vacía en su interior que se abrían por una lado con una cierre. A menudo eran llevados al cuello con un cordón.

En la época de las Cruzadas fueron traídos a Europa muchos relicarios bizantinos que contenían reliquias de la Santa Cruz y estaban constituidos por una cruz con doble travesaño de medida desigual, llamada Cruz del Santo Sepulcro o de Lorena. El travesaño más pequeño está encima y no es otra cosa que la transformación del Título de la Cruz (INRI) por el cual los orientales tuvieron siempre veneración.

Entre todos los relicarios de la Cruz hay que recordar el que el Papa San Símaco hizo colocar en el Oratorio de la Santa Cruz cerca de San Pedro y que después del siglo VIII servía en la función del Viernes Santo en la basílica de Santa Cruz de Jerusalén en Roma. Tiene forma de cruz, todo de oro, recubierto de placas de esmalte de colores, reproduciendo escenas de la vida de Cristo y que se conserva en el Sancta Sanctorum de Letrán.

Dom Gregori Maria