Medio siglo de sacerdocio, eminencia


¿Son los 50 años de sacerdocio de nuestro cardenal la síntesis del sacerdocio católico-catalán en este medio siglo? Nuestro cardenal es, sin ninguna duda, el representante de mayor rango del sacerdocio católico en Cataluña. ¿Y qué tal?

Seguro que la curia le ofrecerá un estado de cuentas sacerdotales inmejorable. Ésa será la visión interesada del aparato curial. Pero señor Cardenal, seamos objetivos: en primer lugar cuando usted fue ordenado allá por el 1961, el clero catalán era jovencísimo. Don Gregorio Modrego, su remoto antecesor, tenía los seminarios abarrotados. En el XXXV Congreso Eucarístico Internacional se permitió el lujo de ordenar 840 sacerdotes; la ordenación más numerosa que se ha celebrado en la Iglesia católica. Fue en el estadio de Montjuich, ¿recuerda? Eran tiempos de fe, de esperanza y de caridad. Imagínese, el Dr. Modrego consiguió la donación de los terrenos sobre los que se construyó el barrio del Congreso y generosas aportaciones de otras familias barcelonesas, con lo que logró poner 560 viviendas muy económicas y muy dignas, todo un barrio modélico al alcance de los menos pudientes. ¡Qué tiempos aquéllos! Lo que pudo su antecesor el arzobispo Modrego, que reunió en torno al cardenal Tedeschini (no eran tiempos en que fuese fácil mover al Papa) más de un millón y medio de personas (señor Cardenal, ¿cómo lo ve al lado de los 250.000 fieles que reunió usted junto al Papa?). Y eso que el Dr. Modrego no empleó en hacerse querer por la autoridad civil ni la décima parte del tiempo que usted ha dedicado a tal menester. Y por supuesto, ni el menor atisbo de servilismo. El Dr. Modrego era mucho Dr. Modrego, y en él el poder civil respetaba profundamente a la Iglesia. ¡Qué tiempos aquéllos!

Permítame, Sr. Cardenal, que le cite unas bellas palabras del sermón nº 80 de San Agustín: “Mala témpora, laboriosa témpora”, hoc dicunt hómines. Bene vivamus et bona sunt témpora. Nos sumus témpora: quales sumus, talia sunt témpora. “’Malos tiempos, tiempos difíciles’, esto dice la gente. (Pero yo os digo:) Vivamos bien y los tiempos son buenos. Nosotros somos los tiempos. Como nosotros somos, así son los tiempos”. Y esto lo decía en pleno derrumbe político, militar, moral y social del imperio romano. El viento soplaba muy recio en contra. Y sin embargo, ahí estaba ese otro gran modelo de obispo predicándoles con energía a sus feligreses: “No me habléis de malos tiempos. Nosotros somos los tiempos. Como somos nosotros, así son los tiempos”. Señor cardenal, nosotros (también Su Eminencia) somos los tiempos. Usted preside estos tiempos, usted es el icono del sacerdocio del inicio del siglo XXI en Cataluña.

Son 50 años. Es el balance de un sacerdocio en descenso, como la inmensa mayor parte del sacerdocio catalán. Y la prueba de que nosotros somos los tiempos, es que junto a ese sacerdocio decadente, dócil al poder político hasta el servilismo, e inevitablemente cada vez con menos fieles; junto a ese sacerdocio decadente hay otro sacerdocio ¡y otros movimientos laicos! que van hacia arriba con mucha fuerza. Es que efectivamente, nosotros somos los tiempos, y como nosotros somos, así son los tiempos. Unos y otros hacemos los tiempos.

Sin duda, señor cardenal, usted está administrando un auténtico campo de abrojos y cizaña, dejando que el trigo que lucha por no ser asfixiado en su archidiócesis, se dé vida como pueda. Ése es su ministerio: no todo él le ha sido impuesto en razón de su cargo y dignidad. En su infinita mayor parte, usted lo ha elegido. Es que en verdad éste es usted, éstos son sus tiempos. Como es usted, así son los tiempos oficiales y mediáticos en su diócesis.

Créame, señor Cardenal: hay quien a la edad que usted tiene, todavía se mira al espejo cada vez que cumple años y se dice: este año valgo más que el año pasado; este año mis obras hablan de mí mejor que el año pasado. ¿No le sabe mal tener que decir, cada vez que cumple años, hoy de sacerdocio, que este año es peor que el anterior, y así desde hace años y años y años? ¿No le duele pensar que usted es parte medular de los tiempos, y que como es usted así son los tiempos para la porción de Iglesia que Dios ha puesto bajo su responsabilidad pastoral?

Ha de ser muy triste para un padre de familia celebrar las bodas de oro matrimoniales constatando que del gran capital que puso en sus manos la generación anterior, no le quedan más que andrajos para legarle a la generación que le sigue. Una tristeza tan honda es capaz de acabar con cualquiera. Sepa, señor cardenal, que este sufrimiento lo llevamos entre muchos para aliviar sus espaldas de un peso tan abrumador. Suponemos que es la certidumbre de que somos tantos los que le ayudamos a llevar ese peso, lo que le mantiene siempre sonriente, sin dejarse abatir por los males que abruman a su diócesis. Lo que le ayuda a llevar esta pesada cruz con alegre resignación. Y en cambio es impresionante y conmovedor ver cómo ha recibido la Iglesia Benedicto XVI, y cómo, anciano venerable, cuyas espaldas parecen tan frágiles, no se resigna; sino que lucha con fe, con inteligencia y con una fortaleza increíble para devolverle a Dios, el día que éste le pida cuentas, una Iglesia más viva y más sana que aquella que recibió. Es evidente, señor Cardenal, que nosotros somos los tiempos, y que como somos nosotros (el Papa, usted, yo), así son los tiempos.

¡Qué más quisiéramos, eminencia, que poder alegrarnos con usted por 50 años de fecundo sacerdocio! Pero los resultados, dicen que culpa de los tiempos, no dan para albricias ni alharacas. Hay un tiempo para reír, y un tiempo para llorar, nos advierte el Eclesiastés. Y no parece éste, tiempo para reír. Compare, señor cardenal, al Arzobispo Modrego de su época de seminarista y su Congreso Eucarístico, con sus dos millones de fieles redondeando al alza, y la visita del Papa a su archidiócesis para consagrar la Sagrada Familia, con sus 300.000 fieles redondeando al alza. ¿Eran otros tiempos? En efecto, nosotros hacemos los tiempos: su predecesor el Dr. Modrego, impulsor y signo de sus tiempos; usted, señor cardenal, es también alma, signo y aliento o desaliento de sus tiempos. Pero su hermano en el episcopado y en el cardenalato, Rouco, con sus 2.000.000 (dos millones) de jóvenes recibiendo al Papa un año más tarde (redondeando al alza, claro está) también es motor y alma de sus tiempos, que milagrosamente se dan la mano con los del Dr. Modrego y con los de Benedicto XVI.

Los que como usted, señor cardenal, lideran los tiempos, no se pueden permitir el lujo de decir: “Mala témpora, laboriosa témpora” ; porque ustedes, más que nadie, son los tiempos. Permítame que le transcriba otro fragmento del mismo sermón de San Agustín: Quid est autem malus mundus? Non enim malum est caelum et terra et ea quae sunt in eis: pisces, volatilia, árbores. Omnia ista bona sunt: sed malum mundum, mali hómines faciunt . ¿Qué es pues un mundo malo? Porque no son malos el cielo y la tierra y lo que hay en ellos: los peces, las aves, los árboles. Todas estas cosas son buenas. Son los hombres malos los que hacen malo el mundo. Y el mal sacerdocio, los malos sacerdotes. Y el descarrío de una diócesis, sus malos pastores.

Virtelius Temerarius