Anécdotas de verano (I): La misa de la Asunción

El año pasado inicié una serie de anécdotas de verano, basadas en mis suplencias sacerdotales en parroquias progresistas de nuestra diócesis. Debido a la buena acogida de aquellos artículos he decidido volver a la carga aunque sea con un poco de retraso, como consecuencia de mis últimas estancias en el extranjero.

Mi primera anécdota corresponde a la celebración de la Santa Misa en la Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María al cielo. Me sorprendió que uno de los párrocos más progresistas de la diócesis recurriera a mi, un sacerdote tan “carca” para pedirme que le celebrara ese día la eucaristía en su parroquia. Más tarde entendí el motivo. El año anterior había dejado a sus feligreses sin celebración, tal como lo oyen, en una fiesta de precepto, la iglesia estuvo cerrada a cal y canto porque el párroco se fue de vacaciones y no se preocupó de buscar ningún suplente. Pero su “descuido” pastoral no fue bien recibido por sus fieles, que se tomaron bastante mal el abandono de su pastor, y le dieron una buena reprimenda a su vuelta. Como consecuencia de ello, el párroco progresista para evitar que se repitiera tal circunstancia, decidió sacrificarse hasta el final, recurriendo aunque fuera a un sacerdote “ultraconservador” para que le celebrara la Santa Misa y no poner en peligro sus vacaciones.

El párroco en cuestión me dijo que no me preocupara de nada, que lo encontraría todo preparado. Pero yo ya sé que tengo que ir un poco antes para no encontrarme sorpresas. Así que media hora antes de la celebración, entré por la puerta de la iglesia que estaba abierta, pero no había nadie en el templo, ni sacristán, ni el listillo de turno formado por el C.P.L. (Centro de Pastoral Litúrgica). Alguien sencillamente abrió y se fue.

Poco a poco fueron llegando fieles a la iglesia, así que busqué el confesonario para sentarme un rato por si alguien quería recibir el perdón sacramental, pero aquí estuvo mi primera sorpresa, ¡NO HABÍA CONFESONARIO!. Así que me fui hacia el presbiterio, donde efectivamente alguien había dejado preparadas las cosas sobre el altar. Pero al acercarme me di cuenta que tenía que empezar de nuevo. El cáliz y la patena eran de cerámica, además feísimas para mi gusto, no había palia, ni siquiera corporales, tan sólo un purificador sucio y arrugado. Tampoco había el lavabo para la purificación de las manos. De la campanilla y las bandejas para el momento de la comunión ya ni hablamos.

Entré en la sacristía y después de revolver todos los armarios y cajones encontré todo lo que necesitaba para celebrar la Eucaristía con un poco de dignidad. Me encontré también preparada un alba blanca y una estola, del tipo de tela de saco de patatas, ningún problema, porque en estos casos siempre me traigo todo mi equipaje, porque como ya me imaginaba no había ninguna casulla preparada y las de los armarios era mejor no tocarlas por los años que llevaban sin sacarse.

Durante la celebración, nadie leyó moniciones (los ayudantes-CPL del párroco también debían estar de vacaciones), sí salieron diversas personas para leer las lecturas, los cantos los tuve que improvisar, pero la celebración creo que salió muy digna. Al acabar la misma, algunas personas vinieron a saludarme e incluso a felicitarme. Me explicaron lo que sucedió el año anterior, e incluso una persona se atrevió a contarme otros “descuidos” y “abandonos” de su actual párroco.

Al salir del templo pensé en lo fácil que es tener a la feligresía mínimamente atendida y tranquila, y como esos sacerdotes progresistas dejan abandonado su rebaño y le dan continuamente maltrato espiritual.

Antoninus-Pius