InfoCatólica / Deo Omnis Gloria / Categoría: Una, santa, católica y apostólica

24.05.25

Por amor a tu Preciosísima Sangre

Dios sabe para qué llegué a Infocatólica. A veces pienso que fue más por mi bien que por lo que pueda ofrecer, que considero poco –más bien- escaso. 
Y digo que fue por mi bien porque, entre muchas cosas, tuve la dicha de aprender mucho del entrañable padre Javier Sánchez Martínez (q.D.g.), liturgista.

Saben? No tengo mayor instrucción en casi nada, pero la que necesito, o considera Dios oportuno que tenga, me la hace llegar. Muchísima fue a través del padre Javier y no solo respecto a Liturgia sino sobre muchos asuntos relacionados con mi conducta cristiana.

Uno de estos días, pensando en el poder de las rúbricas… Sí, es que me parecen poderosísimas ya que, tienen el poder de ordenar, otorgar y vigilar la unidad, no solo de la Liturgia, sino la unidad de la Iglesia, y –como si fuera poco- “obligan a obedecer”. SC n.7

Lo de las rúbricas es un poder dado por Dios, el padre Javier lo expresa de modo simple y verdadero “las rúbricas son teología en acto”, en “acto divino”, me atrevo a decir.

“Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica” SC n. 7

El fin último de las rúbricas es ordenar, otorgar y vigilar la unidad de la Iglesia, por eso me parece correctísimo explicarlas como “acto divino”. Lo afirmo debido al amor que les tengo pero también por lo que son medio que sirve a Dios para nuestra santificación..  

Las rúbricas, sirven para que la gracia de Dios se deslice sobre ellas hasta nuestra alma sin pecado como un esquiador por una colina nevada.Es un bello espectáculo, precioso, sobre todo cuando se las trata con respeto, se las sigue con dedicación, respecto y veneración. En esto el padre Javier fue un santo.

Cuando no se las trata de ese modo, pasa que lo que se hace o no se hace con ellas, se convierte en un bache en el camino de la Gracia hacia nuestra alma; es decir, aquello que fue creado para mayor gloria de Dios y santificación nuestra, lo transformamos en un espectáculo triste y desolador donde vemos al pobre Cristo abrirse paso hacia nosotros por en medio de una jungla de soberbia. Es triste y doloroso verlo sufrir en el Calvario de la Santa Misa, dándose cuenta que ni siquiera amamos tanto como para obedecer.

Nuestro amable Señor, durante la Santa Misa (y en todo acto litúrgico), está ejerciendo su sacerdocio real (de realeza no de realidad, aunque también).

Cristo no solo es sacerdote sino rey, un rey crucificado de quien nos burlamos.

 “La Liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo” SC n.7

Las rúbricas también se explican como un código que, como el lenguaje, al contener signos combinados bajo ciertas normas, permiten generar y comprender mensajes.

“Los signos sensibles [en la liturgia] significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre”, de ese modo, podríamos decir que Cristo mismo es el mensaje por lo que habría que tratarlas como a la propia vida para Nuestro Señor se pueda aproximar con sus riquezas sin mayor dificultad.

Siempre escuche de los seminaristas y sacerdotes decir que “la gracia suple” defectos y carencias, refiriéndose a cuando un sacerdote, por algún motivo, incumple con lo mandado. Cierto, la gracia suple pero cuando nuestros actos son inocentes, pero si son culpables (deliberados), culpable es el acto y nuestra persona. Así que, cristianamente hablando, no existe justificación para maltratar la Liturgia descuidando las rúbricas ya que es descuidar el acto divino que se ofrece por nuestra santificación.

“Toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia” SC n.7

Las rúbricas, lejos de ser meras instrucciones, son medio sagrado por el que Cristo actúa.  Padre Pío, por gracia, lo aprendió de su propio cuerpo. 

Dicho esto, pregunto, alguno podría imaginarlo que, durante la misa, se le ocurriera  contar anécdotas de su juventud matizadas con algún chiste, o poner a un ministro a celebrar liturgia de la Palabra para sentarse al lado porque se siente enfermo, o llamar a los monaguillos al presbiterio para bailar el Gloria o, prestar el altar para que los padrinos firmen las actas de bautismo?

La lista de desprecios a la Liturgia es larga, larguísima, mientras que  -por obediencia- ni siquiera debería existir.

Las rúbricas reciben su nombre del latín por el color rojo (ruber), roja también es la sangre de Nuestro Señor.

Que, por amor a tu Preciosísima Sangre, amado Jesús, sean santificados todos los sacerdotes.

Amen.  

 

 

 

12.05.25

Como cuando sale el sol

Fue hace tanto tiempo que diariamente pasaba bebiendo de la enseñanza de Benedicto XVI como de una fuente. No había día que no quisiera saber lo que le sucedía, qué decía o hacía.

Fueron años extraordinarios, de hecho, durante ese tiempo fue que cursé teología por lo que, de muchos ángulos, mi vida de fe recibió riqueza.

Luego, vino un largo período que fue para aprender a amar y confiar. Un período de poco más de una década. Hasta que llegó a su fin y, aquella zona sombría, fue iluminada por un papa que cantó el Regina Caeli en latín.

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30.01.25

Faros afianzados en el ser de Dios

“Discutamos qué sea más importante, el templo o la Fe, y está claro que es más importante la verdadera Fe. Por tanto, ¿quién ha perdido más, o quién posee más, el que retiene un lugar, o el que retiene la Fe? El lugar ciertamente es bueno cuando  allí se predique la Fe Apostólica: es santo, si allí habita el Santo”.

San Atanasio, Carta pascual. Año 356

(Tomado de “Poco y católico")

 

Entre paganos y sin templo, la fe de Esdras y Nehemías recibió fuerza y maduró en el exilio.

Casos como el suyo llenan la Sagrada Escritura, los casos se repiten hoy delante nuestro y apenas nos damos cuenta de que la Iglesia de ninguna manera se ve reducida ni su luz opacada; al contrario: cada día, se descubren nuevos santos sacerdotes y seminaristas así como bautizados a los que Dios conduce hacia ellos, para que el rebaño no se pierda, para que se conserve la fe.

Que la fe es más que el edificio hecho de piedra, la fe está hecha de la piedra sólida de la Palabra de Dios, de su amor por sus criaturas. De su no poder dejar de ocuparse hasta del más pequeño y del miserable. De esa cosa rara que tiene Dios de no dejar que su plan se estropeé porque sería como dejarse morir. Así no hace Dios las cosas, sino que las hace completas, buenas, sanas, plenas.

Por eso es que hemos de andar con los ojos bien abiertos, porque no es en cualquier lugar que Dios va residir, no es de cualquier alma de la que se servirá para que recibamos instrucción.

No tiene sentido que Dios se sirva de un alma atribulada por el pecado para fortalecer nuestra fe. Sería lo contrario: de un alma dedicada a amar a Dios es de quien recibiríamos la instrucción conveniente y oportuna, de faltamos eso, la recibiremos de Dios directamente.

Cuando anduve cercana a presbíteros y seminaristas algunos me decían que no me preocupara para la condición del alma de los sacerdotes ya que “la gracia suple”, es decir, aquella alma no será un impedimento para que la gracia de los sacramentos, por ejemplo, cumpla su cometido. Y es cierto, lo tengo clarísimo con la experiencia cercana de muchos párrocos que han pasado por aquí. De todo tipo me ha dado Dios conocer a sus hijos consagrados. Y sé que la “gracia suple”.

Sin embargo, siempre me ha molestado que se abuse de esa manera de la acción de la Gracia. Como si fuera un instrumento a nuestro servicio en lugar de la propia vida de Dios que se dona.

Por eso, por eso… y muchas cosas más, ando, noche y día, con los ojos bien abiertos; para no perder oportunidad de recibir luz de faros afianzados en el ser de Dios, en su gracia. Faros que aceptaron su vocación y ponen todo su ser en amar y servir a Dios. Y se les nota en sus virtudes, en su oración, en su caridad; en esa luz que difunden, que no es propia, sino de Dios.

La fe, al madurar se fortalece y crece, así como crece la Iglesia y cada día es más fuerte. Es que todo lleva el impulso de la Gracia, la propia vida de Dios echando vitalidad y afianzando todo, para que podamos juntos, al final, regocijarnos en su presencia.

Que nuestro centro sea la fe, fe en Jesucristo, aunque no tuviéramos templo.

16.01.25

La fe de María

“Permanece asiduamente en tu santuario interior. No te des a nada con exceso; conténtate con el uso sencillo de las cosas presentes de las que hay que ocuparse cuando es preciso, sin que tu corazón se pegue a ellas. Remite a Dios enseguida todo acontecimiento triste o alegre, vive sin multiplicidad, a fin de que Dios permanezca presente en ti. Rechaza todo impedimento. No desees complacer a nadie, salvo a Dios sólo. Elige con María la mejor parte, no vagabundees de aquí para allá.

Vuelve sin cesar a la soledad, a la conversación interior. El que tú buscas no puede encontrarlo ningún sentido ni ninguna inteligencia, sólo las almas puras lo reciben. Que Él sea tu pensamiento, tu búsqueda continua, y, pase lo que pase, sigue tu camino.

Vuelve siempre así al interior donde está presente la verdad misma. Permanece en paz, soporta todo, ten confianza en Dios, haz lo que esté en tu poder, y pronto recibirás una maravillosa luz para conocer los caminos tan perfectos de la vida interior”.

Juan Lanspergio, S. XVI -Monje Cartujo
Tomado de “Poco y católico”, en Facebook.

— O —

Supongo que lo habrán hecho, me refiero a algún estudio sobre la razón por la que los gatitos aman los portales o pasitos.

Mi gatito no le prestaba atención al portal desde aquella vez que San José terminó hecho añicos en el suelo; sin embargo, decidió que este año no se privaría de darse un gusto. 

Aquello fue un caos. De lejos se escuchaban voces de espanto. Quién era? Los pastorcillos que no daban crédito a sus ojos ante la escena.

El gatito, que –por buscar el calorcito del Niño- empujó a San José de cabeza a un barranco y que, sin pedir permiso a la mamá, decidió –sencillamente- acurrucarse sobre la piernecita del bebé.

“Avemaría!. Pueden imaginarlo?” Así habrá quedado el pobre portal.

Dichosamente, no hubo piezas quebradas, solo San José con una chichota descomunal y que adolorido, se escondía de María por la vergüenza que le daba haberse dejado sorprende por aquél monstruo.

Lo que San José no sabía es que Santa María, comprendía, perfectamente.

Una amenaza de este tamaño cerniéndose sobre la Sagrada Familia me hizo pensar en lo que sería para las santas personas, simplemente, vivir en ese periodo de la historia; por un lado, escribas y fariseos y, por otro, el imperio romano.

En nuestro tiempo, muchos se duelen por el estado al que ha llegado la Iglesia pero, si lo meditaran un poco, quizá delante del portal y –por en medio- un gatito, se darían cuenta que quizá este no es el peor momento de la historia y que, quizá fue uno muy malo, bastante malo, peligroso y difícil, el que vivieron María y José. Y, sin embargo, aquí estamos. 

Se debe recurrir a la soledad, como dice el cartujo arriba citado, a la soledad y al silencio del santuario interior para tomar distancia en el tiempo y espacio. Alejarse hasta que podamos ver al planeta Tierra del tamaño de una mota de polvo para, empezar a comprender la magnitud y dimensión de la fe de María (y San José)

Alguno pide una fe como la suya? Pidámosla.

 

 

 

 

 

 

 

5.12.24

Adorar

Un cuento oriental tiene como idea central la adoración.

La mujer es el personaje principal quien, de forma imperativa, invita al hombre que la adore. “Adórame!”, le exige.

Como aquél hombre, cualquiera se quedaría estupefacto; pero, si, por lo menos se ha enterado un poco de qué material está hecho, daría tiempo a madurar la idea en su cabeza, analizando ventajas y desventajas, para –finalmente- tomar la decisión, la única conveniente: “Adorarla!”

Para comprender el mensaje hace falta deshacerse de prejuicios ya que, con aquella demanda, la mujer consigue servir como redentor de aquél hombre, cuyo destino dejó de ser incierto, gracias a que libremente aceptó satisfacer a la mujer.

Adorarla implicaba dejar de pensar en sí mismo para pensar en ella antes que en cualquier cosa. Para ella eligió convertirse en siervo: amarla y servirla con todo su ser y con sincero corazón.

El primer domingo de Adviento, durante la homilía, el sacerdote nos hizo ver que –para cada uno- el fin del mundo es el día en que morimos. Visto así, tendríamos que ir madurando la idea de la muerte para que no sea imprevista, aunque pueda ser súbita.

Con madurar la idea, me refiero a enfrentar nuestro personal fin del mundo; por lo que practicaremos morir.

“Cómo practicarlo?, preguntó el sacerdote. “Muriendo cada día a este mundo”, enfatizó.

No es una idea nueva, por supuesto, aunque –dentro del contexto de las lecturas del domingo- la reflexión del sacerdote nos presentó una nueva perspectiva.

Muy bien veo que se relaciona este tema con el de la adoración.

Muy cercana encuentro la idea de adorar a Dios, no solo por ser Dios, sino adorarlo en sus criaturas. La adoración llevó al niño Jesús a preparar el momento de su muerte durante toda su vida. Adorando por amor cada día, hasta su personal fin del mundo.

Aquél hombre del cuento oriental libremente aceptó una idea que el mundo considera “irracional”, es decir, someter la voluntad a cualquiera; con esa acción suya, se puede decir que eligió “morir a los conceptos del mundo”, para adherirse por completo a los de aquella mujer.

Esa fue su salvación.

La nuestra, ya sabemos cuál es.

Bendita sea Dios!

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NOTA: Lo anterior no debe tomarse más que como tema literario. Si habláramos en términos teológicos-doctrinales no se trataría el material de esta manera.