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10.12.15

Un momento de gracia

Un niño de 9 o 10 años, esperando que iniciara la misa, le preguntaba de diferentes maneras a su abuela que cómo Dios puede partirse en dos para ser Hijo y Padre a la vez. 

A cada una de las preguntas la abuela solo atinaba a responder: - “Dios todo lo puede”. Recuerdo que a la tercera, no tuve más remedio que meterme en la conversación. 

Como si me hubiesen invitado, desde la banca de atrás, dije al niño: - “Si, cierto: Dios todo lo puede porque es más poderoso que cualquier superhéroe conocido jamás”

Aquí hice una pausa para identificar su reacción ya que pretendía despertar su interés en lugar de que me viera como una metiche.

Como me sonrió tímidamente y luego miró a su abuela en busca de aprobación y, como la abuela me la concedió, proseguí: -“Dios es tan infinitamente poderoso que por eso decimos que sus cosas son un Misterio; aunque, la cosa genial es que podremos comprender completamente el Misterio el día que lleguemos a su presencia”

A todo esto, el niño me miraba con los ojos muy abiertos.

En seguida, aprovechando que no había perdido su atención, añadí: - “Por cierto, estoy segura que has notado que lo “misterioso” de Dios nos da como una sed de saber más?

El niño saltó en su asiento y movió la cabeza afirmativamente, por lo que continué: - “Esa sed, Dios nos la da para asegurarse de que siempre tengamos ganas de saber quien es”.

Ahí, sonreí y guardé silencio. 

El niño se lanzó en brazos de su abuela como encantado por aquél descubrimiento y, acurrucándose en su hombro, se dejó abrazar. 

La abuela sonrió, besó a su nieto y, volviéndose hacia mí, me agradeció.

Fue en ese momento que, casi con lágrimas, recordé lo que la gracia me permitió hacer durante los años que fui catequista de niños y adultos en mi parroquia.

Al momento del signo de la paz el niño se volvió hacia mí y, en lugar del apretón de manos, levantó su pulgar en señal de ME GUSTA; le respondí levantando el mío y, en seguida, como amigos, casi riendo, chocamos palmas.

Fue un momento de gracia, definitivamente.

18.11.15

¿Cómo colaborar con la gracia para darnos de baja del propio infierno personal?

El Señor es tan grande que hasta nos dejó el medio que educa y sana la conciencia en el Sacramento de la Reconciliación.

No soy experta en moral pero puedo decir que mientras mi conciencia solo fue esa vocecita que se presentaba como un diablo o un angelito, anduve más perdida que “Pagola en reunión de lefebvristas” [cita de un amigo]

Traigo el tema porque he visto que muchos católicos hoy en día andamos así de perdidos, tal como anduve, por falta de quien me hablara de la conciencia, de moral, del pecado, de la gracia y me revelara el estado de mis sentimientos. 

Tendríamos que saltar de alegría y gratitud si, cuando llegáramos a confesarnos, el sacerdote nos dijera: - ¡No tienes moral!, ¡Has de educar la conciencia! o ¡Qué desmadre de sentimientos, caramba! 

Sería el principio de nuestra salud tan solo debido a que el sacerdote ha  llamado a las cosas por su nombre: - “Si, hombre, ¡que eres pecador!”, tal como, de un batacazo, solía decir el padre Pio quien, no obstante, tenía claro lo de la autonomía de la conciencia -como confesor- se reconocía como “el custodio de la justicia y el honor divinos” lo que, por defecto, le capacitaba como custodio de almas. 

Ya sabemos cuán poco le importaron al padre Pío los respetos humanos cuando de la salud de un alma se trataba. Sin el menor reparo entraba hasta lo más profundo de la herida. El sabía lo que de eso la gracia obtendría. Lo tenía clarísimo. 

Con esto quiero decir que un confesor, cuando observa que nuestra conciencia requiere educarse, que nuestra estructura moral anda chueca o que nuestros sentimientos son un caos, ha de ejercer su función judicial, es decir, debe juzgar “conforme a la Palabra de Dios transmitida por la Iglesia y custodiada por el Magisterio”  

De no ser así, “la “autonomía” de la conciencia del penitente estaría siendo juzgada únicamente por la “autonomía” de la conciencia del confesor lo que, más que ser ejercicio de la función judicial de Cristo, sería relativismo y complicidad” con el pecador.

Del ejercicio de su función judicial es que el confesor posee autoridad para indicarnos que nuestro pecado es grave, que el daño provocado exige enmienda pero también movernos al compromiso con Dios de no volver a pecar más.

Dos confesores me ha concedido el Señor que actuaran conmigo de esa forma: aquél que, efectivamente, me dijera “No tienes moral” y aquél que, de la mano, me condujera hasta el consultorio del psicólogo.

Estos dos sacerdotes conocían bien el don de su ministerio lo que produjo que me iniciara en la educación de mi conciencia, en formar una estructura moral y poner orden en mis sentimientos lo que posibilitó que la gracia actuara a sus anchas para sanar concienzudamente mi alma a lo largo de toda mi vida.  

En este sentido tengo una recomendación: en caso de dudar del nivel de educación de la propia conciencia, en caso de no tener claro en qué estado se encuentra nuestra estructura moral y la situación de los sentimientos, recurramos confiados al confesor que pueda y quiera ayudarnos ya que así estaremos colaborando con la gracia al consiguir admitir con humildad y sencillez el pecado, la culpa y las heridas emocionales.

Tomémonos como una verdad la eficacia de la gracia que derrama sobre nosotros el Sacramento de la Reconciliación ya que relativizarlo es lo que nos tiene tal y como estamos, sin conocer cómo colaborar con la gracia para darnos de baja del propio infierno personal.

NOTA: Con la cursiva estoy indicando lo que un confesor me confiara de manera privada.

 

3.11.15

¡Qué pedazo de cielo fue esa misa!

Anoche asistí a misa de Requiem la que fue celebrada bajo el novus ordo en latín y ad orientem.

El Coro Lírico Herediano, de gran prestigio, engalanó la celebración.

Ha sido el padre Sixto Varela, de la Diócesis de Alajuela cuyo obispo es Monseñor Angel SanCasimiro, quien celebró bajo esa forma del rito latino.

Fue, Sebastián Camacho, un joven acólito y amigo, quien -para colaborar con el padre Sixto- buscó apoyo en el grupo de fieles que promovemos la celebración de ambas formas del rito latino; aunque, a decir verdad, creo que fue por la colaboración entre padre Sixto y Sebastián con la gracia, que la misa de Requien de 2 de noviembre del 2015, es hoy un hecho consumado.  

Como pocas veces en mi vida estuve absorta durante toda la celebración pero, cómo no estarlo si, desde la procesión de entrada, estuvo colmada de belleza?

En cierto momento, durante la plegaria eucarística, me di cuenta que había permanecido inmóvil durante mucho tiempo. Fue cuando también noté el apaciguado ritmo de mí respiración y el hecho de que estaba, muy pero muy en paz. 

Y cómo no estarlo si, ante mi estaba el padre Sixto - in persona Christi-  de cara al Padre?

Mientras tanto, arriba -en el coro- los ángeles cantaban.

Una y otra vez, el padre Sixto entregaba sus oraciones junto a las nuestras. Nuestras alegrías, nuestros fracasos. Nuestros temores y tristezas. Nuestra súplica vehemente pero, también, nuestra alabanza y nuestra gratitud…

Muy pero muy cerquita del Padre, literalmente, ofrendándose por Cristo, con El y en El.

Presentándonos como un ramillete puesto a los pies de la Cruz.

El querido padre Sixto también al lado de María. Mi entrañable “María de la Cruz”. Yo misma, ahí estaba y estaban mi padre y mi madre. Mis abuelitos. Teresita y Teresa, también Benedicta de la Cruz. Ahí estuvimos todos. En medio del coro celestial cantando Sanctus, Sanctus, Sanctus, ¡Deus sabaoth!

Cómo podría alguno no quedar absorto pero, principalmente, transformado?

Por mi mente pasaron las palabras de Pedro durante la Transfiguración: - “Qué bien se está aquí!”

Aunque, supe de inmediato que aquello no sería para siempre, que era lo justo que fuera de ese modo ya que, tan solo de estar en contacto con la gracia abundantemente prodigada en la misa, quedaríamos capacitados para regresar a cumplir lo encomendado.

Sea lo que fuere y adonde fuere. Del modo que fuere.

No creo que nunca antes me hubiese quedado tan claro.

¡Qué pedazo de cielo fue esa misa!

La recordaré por siempre.

Gracias, padre Sixto y agradezca por mí a su obispo.

Gracias Sebastián, Dios te guarde; también a usted, querido José Pablo y, por supuesto, a don Didier querido.

Gracias, Señor, por haberme dado a entender tantas cosas a través de la Liturgia.

Tu amada Liturgia.

Que tu generosidad de Padre tiene a bien compartir con nosotros.

Gracias, Padre.   

27.08.15

Antes del Sínodo de la Familia pidamos perdón

Lo que está pasando en relación al Sínodo de la Familia no sé si es una locura o si la locura (como el pecado) más bien es cosa natural en los seres humanos pero, de que es locura, no cabe la menor duda.

Miren, estoy algo distanciada de toda la variedad de cruzadas que varios han asumido respecto a dar la comunión a los divorciados vueltos a casar porque necesito obtener la verdad de todo ello pero, de que resulta sumamente difícil, es la mayor verdad que he hallado hasta el momento.

Esto le digo a unos y a otros:

Desde su origen ha habido espacio para todos en la Iglesia; sin embargo, lo que no ha sucedido es que todos hayan sobrevivido en el tiempo.

Basta con conocer lo básico de la historia para tener claro que muchos quedaron en el camino y que, quienes han sobrevivido son aquellos que se han apegado a la Palabra de Dios y a las enseñanzas que derivan de ella. Es algo para tomar en cuenta.

Tómenlo en cuenta los que toman posiciones extremas tanto a favor como en contra de dar la comunión a los divorciados vueltos a casar.

Porque no es el parecer humano (nuestro pecado) lo que prevalece sino el parecer del Señor (su santidad) en su Palabra. 

Además, tomen en cuenta que al final, la responsabilidad de que existan tantos que se casaron, divorciaron y volvieron a unir por las razones equivocadas, es nuestra; de nadie más y, únicamente, debido a que no los acompañamos en el proceso como debimos haberlo hecho.

Por tanto, es hora de empezar a poner remedio lo que, ni de lejos pasa por llamar al adulterio con otro nombre para abrir la puerta a la comunión, sino que siguiendo el ejemplo de Señor que siempre nos ha auxiliado con su gracia a la hora de invitarnos al reconocimiento de los pecados. 

Me  refiero a que, unos y otros, hemos de reconocer tanto al pecado del adulterio como el de la falta de responsabilidad con los hombres y mujeres que por decenios han venido pidiendo el sacramento del matrimonio.

Si, lo que pasa antes del Sínodo es una locura lo que es señal de que la razón está enferma y es, únicamente, debido al pecado.

Pidamos perdón.

Señor, yo, Maricruz Tasies, te pido perdón porque no he asumido mi responsabilidad hacia mis seres queridos a quienes he visto llegar al matrimonio, el divorcio y nueva unión por las razones equivocadas las que, incluso, he públicamente aprobado por indiferencia, verguenza o por temor.

Creo, estimados hermanos que, por algo tan básico como esto, deberíamos empezar.

27.07.15

¿Por qué no lloramos en misa?

“San Ignacio de Loyola lloraba con frecuencia en la misa (Diario espiritual 14). Nosotros, hombres de poca fe, no lloramos, pues apenas sabemos lo que hacemos cuando asistimos a la misa”

Pues, eso, ¡no sabemos lo que hacemos!

Si lo supiéramos, lloraríamos. 

Por otro lado, cuando oramos, sabemos lo que hacemos?

Debe ser que tampoco lo sabemos y que, por eso, al orar no lloramos.

Por ejemplo, por qué no lloramos cuando oramos por el Papa y la Iglesia?

De un tiempo a esta parte lloro cuando oro por ellos.

Lo hago diario. A veces más de una vez al día.

O sea…

Que no pretendo dejar de orar ni de ir a misa por esa razón.

A pesar de todo, oro y voy a misa.

Aunque no es lo que prefiero verme con el alma de dolor partida. 

Es solo por gracia que –de a poco- le he tomado el gusto.

“Gran bien sufrir por la Iglesia. Muchos bienes reparte el Señor por las lágrimas, por la Comunión de los Santos" Alonso Gracián