Hoy es San Isidro. Patrón de Madrid. Patrón de agricultores y ganaderos. Fiesta grande en cualquier pueblo de tradición agrícola. Y me he acordado de una anécdota que me pasó en uno de los pueblos en los que fui párroco varios años.
Imaginen la situación. Misa solemne del santo. Labradores y ganaderos con su mejor traje. La corporación municipal en pleno. Y al acabar la misa, la procesión.
Veamos la escena. El santo a hombros de la gente del campo. Tras él, el señor cura párroco revestido de capa pluvial y lo que haga falta. Le sigue el mayordomo del santo con el cetro en la mano. Junto a él, el alcalde y demás fuerzas vivas como está mandado. Al lado, la banda de música que irá acompañando el cortejo. Hemos salido a la calle y estamos esperando que se organice la procesión en el siguiente orden: cruz alzada; gente a caballo, carros tirados por caballerías y mulas sobre los cuales van adultos y niños vestidos con el traje serrano. Después, los tractores adornados hasta decir basta y cargados de niños que ya no caben más. Y cuando ya han pasado estos, la banda de música, el santo, el cura, las autoridades, la gente… Bien, ¿eh?
Pues sigan poniendo imaginación. Acabamos de salir a la calle y comienza a organizarse la procesión. Y en el momento en que aparece el primer tractor, la banda de música siente un irrefrenable deseo de ofrecer sus notas y se arranca a tocar esa canción que empieza así: “Tengo un tractor amarillo…” La gente no sabía qué hacer. Y me miraron. Mi respuesta fue tan simple como una sonora carcajada. Yo creo que San Isidro soltó otra.