El espíritu del sínodo
Llevamos sesenta años de retorcimiento del Vaticano II con la única justificación posible: no lo dicen los documentos, no lo apoya ningina reflexión, no hay magisterio posterior… Es igual. Basta afirmar que cualquier barbaridad, cualquier ocurrencia, sostener la idea más peregrina, celebrar de forma creativa… ni están en los documentos conciliares ni en el desarrollo posterior, pero todo es posible porque en realidad lo único que vale es que es conforme con el espíritu del concilio.
Mucho me temo que al omnipresente espíritu del concilio vamos a unir el espíritu del sínodo.

Que el cura de Braojos y aledaños no haya sido un entusiasta del sínodo pueden entenderlo desde la simpleza de los curas de pueblo y nuestra ancestral resistencia a todo lo que supongo novedad. El asunto es que los que apostaron por el sínodo a muerte, o directamente y sin tapujos proclaman su decepción o intentan seguir manteniendo el entusiasmo pero con unos argumentos que mejor se los guardaran.
Acaba de llegar a casa. Macho, cuatro meses, raza jack russell, pero no es un perro, es un torbellino. En las primeras horas ha decidido chuparme los pies, mordisquear una sandalia, probar el sabor de los cables, sacar papeles de la estantería, morder la mesa, atacar un disco duro externo, saborear un libro y robarme la alfombrilla del baño mientras estaba en la ducha.
Menuda sorpresa. Hace unos días anunciaron un nuevo consistorio. Veintidos nuevos cardenales que, miren por dónde, se han quedado en veintiuno.





